Por José Kozer
Crédito de la foto © George Ward Tjungurrayi /
www.bmiaa.com
Poema “Imago mundi”,
por José Kozer
A tutiplén pleonasmos como quien no quiere la
cosa y todo le da a la
bartola igual.
Tierras labrantías los girasoles se resisten a una
vida heliocéntrica
dejando de girar
veneran la luna
se inclinan le van
día y noche a la
zaga con el tiempo
alcanzan un número
preciso de semillas
en cada flor (ciento
ocho): brotar madurar
en lo más crudo del
invierno en tierras
norte de Islandia
Hokkaido Beijín
cubiertos de blancos
girasoles todo el año.
Alzo la falce soy cigüeña, la hoz del meseguero soy
la grulla del segador,
la dalle hijastra de la
guadaña, en la huerta
nada perece: todo se
mitifica, cómo iba a
haber muerte cuando
no hubo nacimiento,
esa apariencia, nada
antes, tampoco de la
Muerte después: me
pongo a fregar los
platos del desayuno,
respiro, bebo de nuevo
fregando una taza de
té de jengibre endulzado
con una gota de miel
extraída del fondillo
de una abeja, gota
soy de semen.
Llevaba dos semanas procurando el nombre de
un árbol a la entrada
de una casa señorial
donde pasé unos días
hará veintipico años
afueras de Barcelona:
gente de ringorrango,
politicastros (dineros)
árbol cómo árbol te
llamas y luego me
vino a las mientes,
catalpa: contemplaba
aquellos árboles (dos)
leía poesía oriental
bajo sus grandes
hojas, amplitud de
lo diminuto en la
poesía oriental.
Descubrí que beber
una tisana al paso,
a la vera del Universo,
en milpas, florestas,
bajo catalpas, inmerso
en poetas arcádicos
me llevaba a no pensar,
idear, no corretear por
la cabeza a troche y
moche y bebiendo sin
beber el jengibre acabé
por no llevarme la taza
a los labios mientras
ingería otro sorbo.