Vallejo & Co. realiza un pequeño homenaje por el Centenario del movimiento Colónida (1916-2016) y la importancia de la fundación de este movimiento y de la revista Colónida, dirigida por Abraham Valdelomar, que con sólo 4 volúmenes remecieron y cambiaron el arte y la literatura peruana.
El presente artículo fue publicado por su autor, originalmente, en Apuntes. Revista digital de arquitectura, el 23 de enero de 2013.
Por Walter Jolly Herrera*
Crédito de la foto: www.apuntesdearquitecturadigital.blogspot.com
El Palais Concert
El Perú es Lima,
Lima es el Jirón de la Unión,
el Jirón de la Unión es el Palais Concert
luego, el Perú es el Palais Concert.
Abraham Valdelomar
Célebre frase, cuya última línea la tradición oral limeña con los años reemplazó por: «…luego, el Palais Concert soy yo» y que aludía al conocido egocentrismo de Valdelomar.
Esta frase simbolizaba el enorme protagonismo que llegó a cobrar la confítería-café del mismo nombre y que se caracterizó por reunir a una brillantísima generación de jóvenes intelectuales de nuestras letras, periodismo y política, muchos de ellos provenientes de provincias, como Abraham Valdelomar (Ica), César Vallejo (La Libertad), José Carlos Mariátegui, Federico More Barrionuevo (Puno), Pablo Abril de Vivero (poeta y hermano del también poeta Xavier Abril y gran amigo de Vallejo), Ismael Silva Vidal, Alfredo González-Prada (hijo de don Manuel González Prada) , Augusto Leguía Swayne (luego Presidente de la República), Del Valle, Álvarez-Calderón, Raúl Rey y Lama, Jorge Arróspide, sin olvidar a Luis Alberto Sánchez, quien cuenta muchas de las anécdotas ocurridas aquí en uno de sus libros.
Este 01 de enero la Casa Barragán, más conocida como «Palais Concert», cumplió ―aunque nadie se lo haya celebrado― su centenario. Por su enorme valor cultural, histórico, arquitectónico, simbólico, literario, periodístico y hasta político, esta casona, en cuyo primer piso funcionó durante 17 años la famosa confitería-café, por cuyo nombre se la reconoce, cumple además cuatro décadas de ser reconocida por el Instituto Nacional de Cultura como Patrimonio Cultural Inmueble Republicano. Sin embargo, el día sábado 13 de octubre del pasado año reabrió sus puertas como una simple tienda de ropa y cosméticos, pobre y triste destino para un emblemático local de la Belle Époque limeña.
Este hecho ha generado mucha controversia, no pocos comentarios airados, reclamos, denuncias y hasta una sanción del Colegio de Arquitectos. Nadie puede amar lo que no conoce, y el limeño conoce poco o nada de su ciudad. En este caso no queda nada que le cuente al limeño, al peruano y al turista, de la historia de la Casa Barragán, del Palais Concert, ni de todo lo que ocurrió en el transcurso de esos 17 años de una época tan trascendental en la historia del Perú.
Estaba ubicada en el primer piso de la propiedad del señor Genaro Barragán, en la esquina de las antiguas calles Baquíjano y Minería (actualmente Jirón de la Unión y Av. Emancipación), en pleno centro histórico de Lima, capital del Perú.
«Regentaban el “Palais Concert” José Visconti, un italiano gordo y sonriente, y José Velázquez, un criollo cazurro y de antiparras. Pero quienes manejaban el bar y la confitería eran dos hermanos de origen cuzqueño, los Gamarra, Alberto y José; y quien se encargaba de la caja era un colombiano, de apellido Valenzuela: buena copa, gran voz y mejor corazón, que utilizó además la imagen del edificio en las etiquetas de sus botellas de jerez».
«(…) luciente de mamparas, escaparates, espejos, lámparas, música y sabroso olor a chocolate, vainilla, jengibre, canela, café y gin(…)».
«(…) Contaba con dos salas para el público, más la confitería y el bar. En la sala grande había unas ochenta mesas de metal, con cuatro sillas de mimbre, en la sala menor, unas veinte mesas. Las paredes eran de espejos según la más acrisolada tradición Art Nouveau» [Sánchez, 1987: 169].
Pero ¿cómo se construyó esta histórica casona?
El señor Barragán, perteneciente a una poderosa familia de hacendados norteños de Ferreñafe había comprado la propiedad en 1908, pero el 17 de febrero de 1910 sufrió un incendio que la dejó prácticamente en escombros. Tras ese aciago momento, don Genaro decide contratar a los constructores de moda de la época, los hermanos Masperi, Raymundo, arquitecto y Guido, escultor y encargado de todos los trabajos de yesería y molduras, para que construyeran su gran sueño, una casa al estilo más moderno de la época y con lo último en tecnología de la construcción, concreto y fierro.
Esta nueva tecnología permitiría a la casa contar con un sótano iluminado de forma natural a través de una especie de blocks circulares de vidrio, precursores de los que conocemos hoy, tres pisos y una azotea con un mirador y un tanque de fierro para reserva de agua (algo novedoso en aquella época). Dedicaría el sótano y primer piso al comercio y los siguientes pisos a vivienda.
Estos hermanos milaneses habían llegado al Perú aproximadamente en 1894, trayendo consigo, junto con toda la nueva tecnología, una nueva corriente estilística conocida como Art Nouveau que, en términos simples no significa otra cosa que Arte Nuevo o Modernismo (como se le conocía en España), y que en Italia tomó el nombre de Stilo Floreale o Liberty; aunque confundido muchas veces con el Art Déco, al que dio origen, tiene con él marcadas diferencias. Todos estos términos se refieren a la intención de crear, como su nombre indica, un arte nuevo, joven, libre y moderno, que representara una ruptura con los estilos dominantes de la época, tanto los de tradición academicista (historicismo y eclecticismo), como los denominados rupturistas (realismo e impresionismo).
En esta nueva estética predominaba la inspiración en la naturaleza a la vez que se incorporaban novedades derivadas de la revolución industrial, en materiales como el hierro y el cristal, superando la pobre estética de la arquitectura del hierro de mediados del s. XIX. Este estilo se caracteriza por ser bastante recargado en el decorado, donde predominaban las curvas, la asimetría y los motivos florales. Obviamente no sólo estaba referido a la arquitectura, también a la pintura, escultura y artes menores o decorativas.
Para ese entonces, los hermanos Masperi ya habían tenido mucha actividad, pues su estilo se vio avalado por la obra modernizadora del alcalde Billinghurst en Lima. Habían construido la reconocida Casa Welsch (monumento histórico desde el 12 de enero de 1989), hoy también venida a menos, segmentada y convertida en tiendas de ropa, perdiéndose así el poder apreciar la magnificencia del decorado de los dos pisos superiores.
También construyeron, entre otras muchas obras, la casa del famoso Estudio Fotográfico Courret (terminada en 1905), también patrimonio cultural y que ha perdido gran parte de su valor; salvo la fachada, casi no queda nada de su glamorosa ornamentación al interior del primer piso y los dos pisos superiores se han convertido en oscuros depósitos de mercadería. Todas estas bellezas arquitectónicas se encuentran en el jirón de la Unión, dentro del centro histórico de Lima, que irónicamente cumplirá 21 años de ser declarado Patrimonio de la Humanidad.
Historia de algo más que una casona
Lo que no imaginaba el señor Barragán es que, terminada la casa a fines de 1912, el negocio que se inauguraría en el primer piso y sótano la noche de año nuevo de 1913, la harían tan famosa que hoy aparece en el anverso del billete de 50 Soles junto al rostro de Valdelomar. Famosa no sólo por su deliciosa arquitectura y novedoso sistema constructivo, sino que el Palais Concert, la gran confitería-café inaugurada con gran pompa por el entonces alcalde de Lima, don Nicanor Carmona (ancestro de Alberto Andrade Carmona) y las salas de cine y espectáculos que luego se abrieron en su sótano, ese mismo año, resultaron un gran acontecimiento en toda Lima.
Como nos lo recuerda Sánchez, allí se reunían, por las mañanas:
«los de más apretado talle y mayor solvencia económica (Leguía, Heros, Arróspide, Catter, Álvarez Calderón); los escritores (Valdelomar, Del Valle, [Alfredo] González Prada, Silva Vidal, Mariátegui, [Luis] Góngora); los aficionados a los usos de los literatos (Trou, Bellido, Herbet); los adictos a las drogas y hasta algún sospechoso de homosexualismo; los alcohólicos; los sencillamente bohemios y amantes de la vida. Grupo alterno, abigarrado, heterogéneo, pero entusiasta, vivaracho, esteticista y admirador de don Manuel González Prada, de Oscar Wilde y sucedáneamente, de Verlaine, Lorrain, Valle Inclán, Chocano, y por convicción de época, de José María Eguren» [Sánchez, 1987: 170].
Por la tarde, a las seis, el grupo volvía acrecentado a un Palais Concert entre té inglés y café de Chanchamayo.
«A la puerta de la cantina montaban guardia Meza, Ureta y, desde 1918 hasta 1923, César Vallejo (…)».
«Esparcidos en diversas mesas, los “góticos” y “colónidas” se entretenían en discusiones bizantinas y en escribir con toda publicidad sus artículos para la prensa» [Sánchez, 1987: 171].
El destino quizá hubiera sido otro para César Vallejo de no haber existido el Palais Concert y sus bohemios. Una tarde caminaba con unas cuartillas bajo el brazo, pensando en lo que le acababa de decir uno de los tantos editores que venía visitando insistentemente intentando conseguir que le publiquen sus poemas, «(…) mejor dedícate a amanuense, que de poeta no tienes pasta». Sus pasos lo llevaron casi sin querer a las puertas del Palais, donde en una mesa se encontraba entre varios amigos Valdelomar besándose la mano y diciendo, fiel a su estilo: «a ti, bendita, que escribes cosas tan maravillosas». Cuando Valdelomar volteó la mirada hacia la entrada y lo vio cabizbajo se le acercó, le dio la mano y le dijo: «Ahora, cuando vayas por Trujillo, puedes contar que le diste la mano a Valdelomar». Vallejo, entonces, sonrió ante tal ocurrencia y se sentó a la mesa con ellos, recobrando el ánimo.
Desde entonces se hicieron muy amigos, aun siendo tan opuestos en caracteres. Cuenta en una carta a sus amigos de Trujillo una de las noches de bohemia limeña:
«Anoche comimos juntos Valdelomar, Gamboa y su hermano. Después de endilgarnos numerosas biblias en el Palais Concert, nos pusimos chispos y así pasamos la noche. Les recordamos a ustedes cada instante […] Valdelomar se sonreía al vernos emocionados y vibrantes. Después (…) hacia la playa de la Magdalena en auto y a 75 de velocidad» [Vallejo, 1982: 28].
Lima era, a comienzos de siglo, una «gran aldea», como Lucio Vicente López, el escritor y periodista argentino, llamó a la Buenos Aires de 1890. Cualquier suceso, por trivial que fuese, con que sólo se apartara en algo de la rutina, provocaba oleadas de sorpresa. El Palais Concert también se convirtió en el lugar favorito de periodistas y fotógrafos de la otrora famosa revista Variedades, del diario La Prensa y varios más. Contagiados los periodistas por el ímpetu de modernidad de los colónida ganan un nuevo espacio, el de la crítica, el cuestionamiento, la interpelación… y con ello el profesionalismo de su oficio.
El contexto histórico
Es importante destacar el momento crucial que se vivía en la historia del Perú, a puertas del centenario oficial de la Independencia, a cincuenta años del combate que terminó con los intentos españoles de recuperar sus colonias, no terminaba de recuperarse de una guerra que desnudó el caos político y que nos dejó en una gran crisis. Se aproximaba la Gran Exposición en Lima (por ello el Parque de la Exposición), momentos de grandes cambios en todos los ámbitos.
De Valdelomar, «su célebre frase que reduce el Perú a Lima, Lima al Jirón de la Unión, y éste al Palais Concert es evidentemente irónica, pero a la vez no deja de apuntar a la importancia que tuvo ganar el centro de la actividad cultural a partir de esos años». [Cornejo Polar, 1989: 32]. Centro que incluyó intelectuales de todas las esferas sociales, sin importar tampoco su lugar de origen, ni su raza. Lo que los reunía eran sus jóvenes y grandes ímpetus de cambio.
«Entre 1911, año de publicación de “Simbólicas” de José María Eguren, y 1922, año de la publicación de “Trilce” de César Vallejo, la vida cultural y literaria peruana atravesó por un momento singular en el proceso de modernización» [Bernabé, 2006: 14]. Eran los jóvenes de entonces lanzándose a la vanguardia, poniéndose a la cabeza de la misma, debatiendo, discutiendo los destinos del Perú y su cultura, pero también distendidos, polemizando y sobre todo, afinando el lápiz.
«Allí se encontraron para lanzarse a la reconquista del espíritu del Perú, los futuros “colónidas”, los niños góticos, la crema juvenil, formada en San Marcos, Guadalupe, La Recoleta, los jesuitas y (…) el fumadero del chino Aurelio, en la calle Hoyos» [Sánchez, 1987: 168].
«La intelectualidad limeña frecuentaba el Palais Concert» [Valcárcel, 1981: 163]. Sus salones vieron nacer en 1916 al grupo Colónida, formado por jóvenes bohemios encabezados por Abraham Valdelomar. Ese mismo año fundaron la revista literaria Colónida al influjo de las diferentes corrientes europeas en una época que se debatía entre el decadentismo y la revolución.
La obra breve pero intensa de Valdelomar incluye la publicación de los cuatro números de la revista y de Las voces múltiples, una antología que incluía poemas de ocho de los miembros que formaban el grupo. Por aquel entonces, libros como El placer de Gabrielle d`Annunzio (1889) y El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde (1890) ejercían profundo magisterio tanto en la tertulia como en la producción literaria personal. Fue así que,
«la revista se [alzó] como sustento de las nuevas formas de construcción de lo literario en la ciudad de Lima a principios del siglo XX.
Se trataba de luchar firmemente por la autonomía literaria (…) lo que Colónida viene a jaquear son los modos y los ámbitos en que se decidían las consagraciones literarias en la ciudad letrada limeña» [Bernabé, 2006: 150].
«descubridores de un mundo nuevo, los jóvenes de Colónida fundan, con gesto aristocrático, una nueva nobleza, ya no de casta o de poder, sino de talento e inteligencia. Los integrantes de Colónida y la bohemia del “Palais Concert” practican una irreverencia que les permite conformar una vanguardia singular» [Bernabé, 2006: 153].
«Son los años de la rebelión colónida en los que por primera vez desde lo literario, entre la frivolidad de la pose y la seriedad de los planteamientos estéticos, un grupo de intelectuales cuestiona [el orden establecido] (…)» [Bernabé, 2006: 88].
«Por primera vez (…) existe un grupo de artistas y escritores que hacen la política correspondiente a su propia esfera, legitiman la especificidad de sus espacios y, desde allí, interpelan a los hombres de la política y a las políticas de Estado. Y todo esto sin salir de las espejadas paredes del Palais Concert» [Bernabé, 2006: 88].
Caída de la Casa Barragán
Hacia 1929 la crisis hizo mella también en el Perú y angustiosamente el Palais Concert sobrevivió hasta 1930, en que finalmente tuvo que cerrar sus puertas al público. El segundo piso se había convertido en un hotel que duró algún tiempo más. Pero el cierre era inminente y finalmente, cayó en el abandono y la desidia hasta el día de hoy.
En los últimos años han pasado por ahí locales de lo más variopintos, como zapatería, tragamonedas, pollería y hasta una discoteca. Aunque es justo decir que estos negocios no afectaron ni la estructura, ni el decorado original de la casona, salvo algunos tabiques y un piso superpuesto sobre un piso original, fácilmente retirables, como consta en un informe técnico del propio Ministerio de Cultura. Lo que quedaba por hacer se llama, en restauración, devolverlo a su estado original, algo que parece haber olvidado el Ministerio de Cultura al autorizar las intervenciones, modificaciones y adecuación a nuevo uso, realizadas a pesar de que la Carta de Venecia, de la cual somos firmantes, nos compromete expresamente.
Lo que podría haber sido
Hoy, cien años después y emulando a estos jóvenes que tomaron la vanguardia de su época, existen otros jóvenes ―y no tan jóvenes― que pretenden conservar la memoria y que buscan sus espacios para desarrollarse en el presente y proponer el futuro. Espacios como el Palais Concert que la Lima de hoy les niega y que tanta falta hacen para el desarrollo de la cultura y para que el Centro Histórico sea verdaderamente habitable.
En un contexto en el que se pretende recuperar el centro histórico (Patrimonio de la Humanidad), como destino turístico y cultural, en un lugar digno para vivir, rodeado de cultura, es cuando se pretende desalojar la Casa de la Literatura de un local donde nunca debió estar, la Estación de Desamparados (la decisión se ha postergado, pero no descartado). Un lugar, como tantos otros, que se debería preservar para que Lima histórica efectivamente pueda contar su historia.
Precisamente, se la pretende desalojar sin darle aún un destino, dejándola «desamparada», ¿o es que ya no habrá Casa de la Literatura? Precisamente su lugar idóneo, natural, casi obligado por la historia, era esta famosa Casa Barragán, que además albergaría el Gran Centro Cultural que sorprendentemente el Centro Histórico de Lima no posee.
¿Pueden ser rentables el Patrimonio y la Cultura?
Por supuesto que sí. La Municipalidad Metropolitana de Lima pretende comprar lo que fue el cine Le París, ¿para qué? Dicen que para destinarlo a un auditorio o teatro. De seguro la Casa Barragán cuesta más, pero valdría la pena soñar. Es una casona de tres pisos, sótano y azotea en un área de terreno de 1,254 mts2.
En el sótano, donde alguna vez hubo un cine y sala de espectáculos, ahora podría haber una sala de usos múltiples, que funcione como cineclub (en donde podría exhibirse, por ejemplo muchos cortos peruanos premiados en el extranjero que no pueden ser vistos por los propios peruanos), sala de exposiciones, de conferencias, presentar obras de teatro, recitales o espectáculos. En el primer piso una cafetería de época, que evoque el Palais Concert, y una biblioteca-café. En el segundo piso, librerías, tiendas de artesanías, souvenirs, etc. En el tercer piso habría talleres de dibujo, pintura, escultura, artesanía. Y en la azotea un gran café con un mirador que aún existe, para los que quieran gozar del paisaje.
Como dije, es bueno soñar de vez en cuando, pero este sueño se podría hacer realidad. Una realidad que contribuya a la infraestructura de un centro histórico vivo, mejorando la calidad de vida de quienes viven en él (atrayendo además a otros a que vivan en él), que le dé un espacio al desarrollo de la cultura, que atraiga turismo y finalmente demuestre a los propietarios de predios dentro del centro histórico y a las instituciones que invertir en patrimonio y cultura es a mediano y hasta corto plazo rentable.