Con esta cuarta entrega el poeta Nilton Santiago nos cuenta acerca de sus peripecias por la ciudad Londres y por el territorio sueco. Aunque esta también es la excusa perfecta para hacernos siempre dar una vuelta por su mundo interior, sus temas recurrentes, sus pasiones y sus grandes habilidades de poeta.
Por: Nilton Santiago*
Crédito de las fotos: Ainhoa Molina y el autor
LONDRES SE HACE LA SUECA
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Dicen que no hay chicas bien que por mal no vengan pero yo no me lo creo, como no me creo que hayan pasado tantas lunas llenas entre tus sábanas, que tantos astrofísicos sepan de memoria el origen de tus pecas entre las luminosas constelaciones de tu sonrisa sobre la almohada, que es la ventana por donde dicen que Dios espía el mundo. ¡Bah! esto de escribir se me da tan mal como portarme bien cuando dormimos juntos y únicamente nos cubre la desnudez de la oscuridad y me dices “esta noche no”, mientras los vestigios del primer amanecer que pasamos juntos y que ahora volvemos a pasar, se cuelan por debajo de la puerta, como si fuesen la correspondencia por la que el amor da iniciada la temporada de besos rotos y es entonces cuando los días y los calendarios salen corriendo de los relojes de arena de la nostalgia para venir a darte los buenos días. Carrer dels Oms, donde por primera vez Llamp y yo discutimos sobre cómo cuidar a una mariposa herida mientras tú comprabas una ensaimada de crema quemada en el Forn de la Missió: al rato saliste con una empanada de Pascua entre las manos y Llamp se puso como una moto y empezó a ladrar a una pompa de jabón que alguien había arrojado con mucha violencia desde una ventana de la calle Calle Borja Moll, donde viviste con tu madre muchos años antes de que ella decidiese habitar en una caracola de mar al descubrir que también se pagan impuestos en el cielo.
En ese entonces los calendarios no lloraban ni tenían las migrañas que ahora tienen porque eran frágiles instrumentos para hacer anotaciones al servicio del amor, me explico: los lunes tenían la temperatura del corazón de Llamp cuando salíamos al Parc de la Mar, solitarios, como si fuésemos una familia de castores. Lo primero que hacíamos era quitarle la correa y él –inmediatamente- corría entre los arboles dando pequeños saltitos de una manera tan graciosa que yo lo llamaba “robotito de rata”. Ah y los domingos, llenos de sonrisas esdrújulas, eran la casa de Son Veri y los chistes de Rafi entre la mesa llena de vino, pan moreno, tomate de ramallet y sobrasada y la temperatura de las palabras de tu abuelo mientras me contaba sobre la hacienda de azúcar en Filipinas, fundada por tu tatarabuelo con sus lágrimas ya que perdió durante el camino, en el barco, la única moneda de oro que llevaba en los bolsillos. Los domingos también eran la cala frente a la casa de Maria Pilar y Miquelet mientras me metía al mar a nadar con 3 gin tónic de más y también eran Can Roca y Na Maria; me explico: Na Maria es la transparencia de las plantas que lloran en invierno, Na Maria es la higuera que rejuvenece cada vez que da higos, Na Maria son los escargots y la llengua amb tàperes del Ca n´Usola que tanto te fascinaban. Na Maria es el Vall D’lluna que nos bebíamos después de que la gallina Manolita se sacara el abrigo y cantara para que las estrellas vengan a nuestra mesa para birlarnos el postre, esto es, tu sonrisa.
¿Ya veis que no tengo ni idea de escribir algo que tenga sentido? Bruno dice que no lo hago tan mal y que tengo “pasta de narrador”, ¡qué va! -le digo- Yo no tengo pasta ni para hacer espaguetis y si he venido aquí, esta mañana, no es para escribir sino para soltar una paloma mensajera en este papel en blanco que intente llevarte un domingo por la mañana en el pico, cariñet, ahora que sé que “estás de lunes”; no, no he venido para hablarte de meteorología ni decirte que también el amor es sólo un malentendido, como lo fue la vez que Llamp y yo dejamos de hablarnos por semanas poco antes de marcharnos a Londres ¿Recuerdas aquél viaje? Teníamos unas ganas tremendas de ir a allí y también a Estocolmo para ver a la familia, de dar un paseo sin que tengamos que llorar como magnolias por las mañanas al separarnos, así que, claro, siendo tan pobres, como aquellos que sólo tienen dinero, ahorramos para comprarnos los billetes ¿era agosto del 2006? sólo recuerdo que Llamp persiguió ladrando el avión que nos llevó hasta el aeropuerto de Arlanda donde él, como siempre, llegó antes que nosotros y donde nos esperó por horas charlando con Tove y el Tío Carlos sobre las bonitas calles de Gamla Stan, donde un día vimos cómo el atardecer caminaba cogido de la mano de una flor que al final resultaste ser tú también.
¿Ahora ves a que me refiero Bruno? Pasta de narrador…además el que escribe una autobiografía quiere hacernos creer que ya ha plantado un árbol y ya ha tenido un hijo.
Por cierto, ¿sabías que es físicamente imposible para los cerdos mirar al cielo y que las abejas deben visitar unas 4.000 flores para poder fabricar una cucharada de miel?
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Londres, 9:00 am, 12 grados: dos ardillas discuten acaloradamente sobre el precio de una nuez y tu ríes y yo también porque el peso de esta maleta de mano me está matando y no hay Cristo que aguante ese frio. Parece que esta mañana nublada de agosto ha pasado de largo por Russell Square, como si fuese un repartidor de periódicos que no quiere darle las noticias que el sol tiene que darle a sus pobres criaturas: chicas que corren con el café a cuestas calzando deportivas y ropa de trabajo, hombres de negocios que sonríen mientras hablan con los grillos de la trasparencia que, a su vez, escapan de las ranas que han salido a pasear porque llueve; ¡buah! aquella lluvia fina de pronto se transformó en un chubasco de los mil demonios por obra y gracia de un par de nubes malhumoradas, lo que nos hizo correr a comprar el paraguas que hasta ahora me acompaña y que me niego a usar desde que ya no estamos juntos, porque no se comparte en vano un paraguas ni la soledad de la lluvia con alguien del que no formas parte. Eres de risa -y lo sabes- tu credibilidad para reservar un buen hotel después de este primer viaje juntos fue la misma que tienen los políticos latinoamericanos cuando hablan de los bajos índices de pobreza o que la igualdad o el progreso son sólo otro estratagema de las economías neoliberales, bueno, os cuento, terminamos en un hotel de mala muerte en Tavistock Place de (se suponía) “3 estrellas”. Claro, escogiste ese hotel porque el desayuno estaba incluido y es lo más importante del mundo mundial ¿cierto? Pero claro, nunca pensaste en que el desayuno había que pedírselo al conserje del hotel y que éste te lo daría después de sacarlo de debajo de su cama. Vaya, el famoso desayuno incluido consistía en un plato de plástico con un cruasán “chafado” y un zumo de naranja de tetrabrik cubiertos con un papel de plástico, por lo que lo llamamos el “frisbee” desayuno, ya que el conserje te lo entregaba con un curioso gesto, como si te lo lanzara. Sin lugar a dudas, lo mejor de todo era el baño, creedme cuando os digo que era idéntico a uno de un avión de RyanAir, una especie de baño portátil dentro de la habitación, ya lo podéis imaginar, con las paredes de plástico gris piedra y la puerta corrediza. Era imposible parar de reír cada vez que bajaba el wáter ya que unas extrañas turbulencias sacudían el minúsculo baño ¿por qué a nadie se le habrá ocurrido instalar un cinturón de seguridad para no correr peligro mientras se está sentado en el wáter? Pero da igual, este tipo de cosas solo te hacían más adorable y sí -ya lo sé- el hotel estaba, como yo quería, cerquísima del British Museum y del 24 de Russell Square, donde antes se localizaba la gran editorial “Faber and Faber” y donde trabajó gran parte de su vida el poeta T.S. Eliot.
Ahora que lo pienso, este hotel bien podría haberse llamado la “The Waste Land” (“La Tierra Baldía”) en lugar de “Goodwood” (“Buena Madera”) ¿Estaría de coña el dueño?
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¿Cuántos agostos te has sacado del bolso desde que nos conocemos? ¿Es cierto aquello de que te sabes todos los nombres de los pájaros de la tierra y que el amanecer no es sino la forma más sencilla que tiene el sol para darte los buenos días? Llegamos a Malmö en una furgoneta destartalada después de comernos cerca de un kilo de Polkagris que tú habías comprado en la fábrica aquella en Gränna; después de tantos caramelos teníamos el corazón tan dulce que las abejas no cesaban de perseguirnos, aunque también debo reconocer que llegamos un poco “ahumados” por todos los porros que se había fumado Juan, vaya viaje, por momentos nos pegaban unas risotadas que hasta los chistes de Fredrik tenían gracia. Ahora, lo último que quiero recordar es que estuvimos en Malmö pero estuvimos, como estuvimos en aquel tren cogidos de la mano mientras cruzábamos por el puente Öresund para llegar a Copenhague. La primera estación no podría ser otra que Christiania, la comunidad “alternativa” llena de casas multicolores y bicicletas para ángeles, llena de niños con “rastas” que les llevaban a las cigüeñas huevos llenos de mapas para que sepan dónde hacer sus entregas. ¿Cuántas veces más voy a evitar hablar de Estocolmo? He estado tantas veces en esta ciudad y sin embargo sigo pensando que es como la primavera y sus malos modales con los alérgicos: aunque sea bonita siempre hay algo que te jode. Estocolmo en realidad es aquella flor que sólo puede brotar de los sueños y que entra desmaquillada al metro de Skanstull para ir a comprar a aquél supermercado de Katarina-Sofia donde llegamos contigo en 2006 para comprar agua de mar y donde años más tarde volví con Vanesa para comprar lasaña congelada y agua tónica para las copas. Vosotras sois lo más cerca al sol que he conocido y ahora mismo estáis a miles de kilómetros de distancia, tú en Ayacucho llevando primaveras a las flores y ella en Filipinas haciendo sonrojar a los pavos reales con su sonrisa, y claro, estamos tan separados como un beso.
Vanesa y yo no tenemos nada de santos pero igual se nos ha ocurrido la brillante idea de pasar la Semana Santa en Estocolmo para hacer diabluras de las nuestras, ya en el aeropuerto empezó nuestro periplo: primero comprando varias latas de cerveza para el avión y luego metiéndonos con las azafatas, más buenas que el pan, por cierto. También compramos en el Duty free del Prat un par de botellas de felicidad absoluta para tomarlas allí, ya que sabíamos que nos resultaría más barato que en Estocolmo, donde te dejas más que el hígado por beber una copa. Esta vez Mónica Santiago nos ha dejado un piso en Södermalm, muy cerca de la isla de Långholmen y de Lasse i Parken, el restaurante de Fanny; jolín, como tenía miedo de encontrármela por la calle, evitábamos pasar cerca y dábamos largas vueltas para ir al metro o al Systembolaget para comprar más leña. Aun me duele el estómago de risa al recordarlo, Vanesa y yo recolectamos todas las botellas de plástico que encontramos en casa para hacer nuestros ya famosos “cartuchos” que no eran otra cosa que preparados de alcohol con los que luego llenábamos esas botellas vacías, claro sin darnos cuenta que sin querer llenamos de Gin Tonic también las botellas de påskmust (un refresco de color negro que se suele beber en Suecia en semana santa), por lo que todos se dieron cuenta, por el color, de que bebíamos alcohol en el metro y en la discoteca aquella a la que fuimos a practicar caza mayor ¿cómo se llamaba? ¿Under Bron? Solo sé que yo la llamaba underwear y que allí tres tíos te invitaron como 10 copas que tú me pasabas sin que ellos se diesen cuenta, hasta que de pronto, ya en otra dimensión, nos descubrimos como dos vampiros acechando un jardín lleno flores de remolacha, pobres suecas y pobre de mí cuando me vio la hermana de Fanny afilándome los dientes.
Bueno, ya se sabe que los antivirus causan más problemas que los propios virus y que cuando intentas demostrar a alguien que una máquina no funciona, funcionará.
Pero da igual, a veces la felicidad consiste en pagar tu corazón a plazos, además que ya se sabe que no se negocia con las estrellas.
(Continuará…)
*(Lima, Perú), es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas y autor de El libro de los espejos (2do Premio Copé de Poesía 2003 en su XI Bienal) y de La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad (II Premio Internacional de la Fundación Centro de Poesía José Hierro). Recientemente ha publicado El equipaje del ángel (XXVII Premio TIFLOS de poesía, Visor Libros, Madrid, 2014) y ha quedado finalista de la última edición del Premio ADONÁIS de Poesía 2014. En la actualidad reside en Barcelona.