Con esta segunda entrega del poeta Nilton Santiago, Vallejo & Co. continúa con su nueva sección de crónicas, en donde diversos artistas nos cuentan por capítulos acerca de sus andanzas y experiencias. En esta entrega el autor nos transporta por el barrio del Raval de Barcelona y por la Isla de Mallorca.
Por: Nilton Santiago*
Crédito de las fotos: María Vole y el autor
BARCELONA O LA GRAN PECERA DE LA NOCHE
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A veces quiero creer que aún vives en tu piso del barrio del Raval y que estás ahora mismo viendo a través de tu ventana del Carrer del Notariat cómo caen del cielo cientos de estrellas de mar, te imagino salir a la calle con un gran paraguas y, después de recoger tu corazón de agua del pluviómetro, correr a darle a un perro vagabundo una moneda de chocolate. Te imagino venir a buscarme a mi piso del Carrer dels Tallers para intentar hacerme firmar los papeles para dejar de enrollarnos y, al ver que no me encuentras en casa, te imagino caminando muy cabreada por el Carrer de les Ramelleres hasta llegar aquí, a mi querido Bar Elisabets, donde sabes que me encontrarás tomándome algo a solas con la Luna. Te imagino sentándote en la mesa de al lado, hacerte la enfadada y la que no me conoces, llamar a Roger –el camarero- y pedirte un vermut y un bocadillo de jamón york con roquefort, mientras que él nos mira a los dos sonriendo y con cara de ¿qué os pasa? Te imagino acercarte a la ventana, cerca de la mesa donde por primera vez nos horneamos un par de besos y, después de verme sin sonreír y sonreírme sin verme, te imagino dejando escapar a todas las estrellas de mar que llevabas en tu bolso y que éstas empiezan a flotar hacia al cielo como si fueran pompas de jabón, como si se tratasen de todos los momentos que hemos pasado juntos aquí en este bar y que ya no volverán nunca, como no volverán nunca los miles de números que al fin han logrado escapar del tiempo, de esas jaulas circulares que a veces pueden ser los relojes y sus horas líquidas cuando estábamos juntos.
Hey, ¡despierta! Me dice Vanesa mientras miro por la ventana del Elisabets con la mirada perdida-; ha vuelto del baño con varias mariposas que ha encontrado en el lavabo y que luego pone sobre la mesa del bar con una sonrisa que yo devuelvo con otra sonrisa llena de miel.
Vivir en el barrio del Raval es a veces como vivir dentro de un gran acertijo. Muchas veces antes de salir de casa para comprar leche o frutas -por ejemplo- hay que mirar varias veces hacia ambos lados de la calle antes de aventurarnos a salir ya que nunca se sabe si durante el camino te encontrarás a alguien en algún bar tomándose la penúltima -a cualquier hora del día- y que intentará convencerte para que te quedes a tomarte “sólo una” con él. Cuántas veces me he dejado las bolsas de frutas en el Bar Manchester escapando de las altas horas de la noche, cuantas veces los camareros del Bar Olimpic habrán encontrado mis bolsas llenas de pimientos y berenjenas y sueños rotos después de cerrar el bar.
Hoy por hoy el Raval se ha convertido, sin duda, en uno de los barrios más fascinantes de Barcelona, y no solo por su multiculturalidad, sus tiendas de ropa vintage o sus inverosímiles talleres de venta y reparación de teléfonos donde puedes encontrar hasta el móvil que se te ha “perdido”, sino también por sus magníficas opciones gastronómicas (donde sobresalen los restaurantes vegetarianos) y sus pintorescos bares, donde conviven amablemente sitios milenarios, como el Bar Marsella o la Casa Almirall, con atómicas opciones nocturnas que incluyen música en vivo gratis o por muy pocos euros. El bar Robadors 23, el Bar Pastís, el Lupita del Raval o el Arco de la Virgen son buenos ejemplos de la autenticidad llevados al cuarto estado de la materia.
Si lo que buscáis es un segundo de tranquilidad antes de la comida o simplemente leer el periódico que se le acaba de caer a un perro, no dudéis en buscar el patio de la Biblioteca Sant Pau-Santa Creu, en el Carrer de l’Hospital; un espacio único en el corazón del Raval, que algunas noches parece llevar un marcapasos.
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Ya sé que a veces me enredo como un ciempiés en patines pero ciertamente sin ti el mar no tendría ese color que también tiene el atardecer cuando se cuela entre tu mirada y la esquina de Joaquín Costa y Valldoncella, mientras esperas que esta vez sí llegue a tiempo. Nuestra cita secreta en esa esquina era más bien un ir queriendo no llegar para que dure más nuestro encuentro, dos Ulises que eran a su vez una sola Ítaca. El Raval es Ítaca. ¿Recuerdas cuando cogiste el AVE desde Sants Estació unas horas antes de encontrarnos en Malasaña, en aquel bar de mala muerte donde nos bebimos hasta el agua del florero? ¿Recuerdas que terminé lavándome la boca con jabón para manos una vez llegados a la Residencia de Estudiantes cuando ya había empezado el acto al que nos habían invitado y en que estaban todos menos nosotros? Aún escucho tus risas cuando en lugar de mi discurso saqué del bolsillo de la chaqueta, primero, la fotocopia del cheque que me acababan de dar por haber ganado el premio y, luego, queriendo encontrar el puñetero discurso, el mapa del metro de Madrid que me habías dado para no perderme, así que tuve que improvisar unas cuantas palabras que, más que palabras, eran un montón de libélulas que flotaban alrededor de tu corazón.
Las noches empiezan a alargarse en marzo y nosotros no somos nosotros sino que somos marzo que estira los brazos hasta alcanzar los primeros días de abril y abril también es Ítaca. Hemos venido juntos al Gipsy Lou para tomar algo. Aquel lugar al que nos gusta llamar la “cuarta dimensión” porque normalmente es entrar allí y salir por debajo del mar. Entonces ambos la vemos, está bailando cerca de nosotros y te ríes y yo también. ¿Te gusta? -me preguntas- te digo “por favor no hagas nada”, “no le digas nada te lo pido por favor”. Tranquilo –me respondes-. Entonces, al rato, me voy al baño y cuando regreso te veo hablando con ella. Huyo, literalmente, hacía la barra a dónde vienes a buscarme a los pocos minutos con ella de la mano mientras me dices “te quiero presentar a una amiga”. Las sonrisas saltan por el aire, el aire es una forma de tiempo. El aire se lleva los besos que abandonamos cuando amanece y cuando el amanecer también es Ítaca. Intercambio de números de teléfono, de miradas, de bla bla bla. Entonces, de repente, le preguntas como si yo no estuviera allí -más contrariado que un pulpo buscando su mano derecha o que un sordo en un tiroteo –y ¿qué? ¿Te gusta mi amigo? En el mismo momento en que me pongo más rojo que un Bloody Marie ella se te acerca al oído como una ola que se acerca a la orilla para llevarse nuestras huellas, se te acerca y te dice “es majo” “pero a mí me gustas tú”. Rio tanto que termino escupiendo el gin tónic bajo la noche infinita y es entonces cuando nos damos cuenta: ella es tu Ítaca “robanovias”.
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Bruno me ha llamado para contarme que ha leído que algunas nutrias del Amazonas pueden cambiar el curso de los ríos con el poder de sus mentes, esto es más falso que un billete de 3 euros pero igualmente me recuerda que una hormiga puede sobrevivir hasta dos semanas bajo el agua, así que aún guardo algunas esperanzas para mí. Ainhoa está a punto de partir al Perú para terminar su tesis doctoral sobre la esterilización de algunas mujeres perdidas en la luz y, ya que se va unos meses, hemos organizado una cena “sorpresa” de despedida en mi piso del Carrer dels Tallers. Pollo agridulce al horno, cuscús, ensalada de aguacate y queso de cabra con miel y mostaza, sí, esta vez yo he hecho la cena y no les he hecho cocinar a los invitados. Después de cuatro vinos Ainhoa recuerda entre risas a Sophia “la lechuza” que, a su vez, recuerda aquella fiesta que hicimos en casa y que terminó con nosotros dos en la calle totalmente mojados después de que una sueca pirada nos diera un portazo al salir y nos arrojase un barreño con agua desde el salón de casa, donde Jacques Prévert y Francis Picabia jugaban al ajedrez sobre un libro de mi querido Mestre, poeta domador de constelaciones.
La gente ya se ha marchado y me ha dejado una pila de platos por lavar que llega, literalmente, hasta el techo, donde aún un par de sonrisas flotan como globos de helio. Ainhoa se ha quedado para ayudarme a limpiar y, mientras pongo Blues Five Spot de Monk, aquel chalado genial, la veo desde el sofá. La veo como si fuese un milagro.
Cierro los ojos por un instante y, de pronto, son las 4 de tarde del 25 de septiembre de 2004 y estoy en el aeropuerto de Lima, esperándola con un ramo de flores.
Ainhoa es un domingo por la mañana en primavera cuando llueve y también es la lluvia. Ainhoa es una mariposa que se saca las gafas y desciende por un rayo de luz para hacerle cosquillas a un par de crisantemos que, descalzos, han aprendido que ella es la única primavera posible. Ainhoa es el Mediterráneo que, al sonreír, le seca las lágrimas a todos los peces que lloran en invierno y al mismo tiempo es una madrugada en la playa de Es Trenc, cuando las estrellas deciden, al verla, que ya saben para quien trabajan. Ainhoa es una república de crisantemos en el maletín de un ángel que desayuna cada día una ensaimada en Can Joan de S’Aigo. Ainhoa es la buena voluntad que lleva a un sastre a tejerle una nueva bufanda a Dios cuando llega el invierno al corazón de los mendigos. Ainhoa es una barca llorando en el puerto de Valldemossa al descubrir que un picaflor se ha llevado un Do sostenido del piano de Chopin. Ainhoa es Cala Deià cuando dos tortugas marinas miran hacia el cielo sorprendidas por una estrella fugaz. Ainhoa es el reflejo de un rayo de sol que sale de excursión con dos alforjas de sombra que ha robado de las Cuevas de Artà. Ainhoa es la llave que utiliza un poeta oficinista para abrir su equipaje lleno de ruiseñores. Ainhoa sonríe y el tren de Sóller llega lleno de osos hormigueros para empacar el invierno. Ainhoa sueña y somos nosotros los que soñamos. Ainhoa es el canto del mirlo que, desde lo alto de un árbol, ve al horizonte sacarse la corbata y abrazar a un pájaro como si fuesen amigos de toda la vida. La mirada de Ainhoa es la enfermera que nos venda los besos heridos y Ainhoa es la carta que llega a nuestra puerta para decirnos que también nosotros somos un instante dentro de otro instante que llora. Ainhoa es una supernova en la lágrima de una abeja que, cansada de endulzar el corazón de las flores, ha decidido dedicarse a vender lágrimas de sal el día de Sant Jordi. Ainhoa es la flor que suspira cuando un castor le sonríe a un pájaro carpintero, es el agua que se lleva la imagen de un reno que se ha acercado a un rio a beber, Ainhoa es un trozo de cielo y también es la tarde del 25 de septiembre de 2004.
No, en realidad, no me creáis nada de lo que digo. Ainhoa no es Ainhoa, sino que es cada amanecer que nos trae a la cama un puñado del infinito y de nosotros mismos.
(Continuara…)
*(Lima, Perú), es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas y autor de El libro de los espejos (2do Premio Copé de Poesía 2003 en su XI Bienal) y de La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad (II Premio Internacional de la Fundación Centro de Poesía José Hierro). Recientemente ha publicado El equipaje del ángel (XXVII Premio TIFLOS de poesía, Visor Libros, Madrid, 2014) y ha quedado finalista de la última edición del Premio ADONÁIS de Poesía 2014. En la actualidad reside en Barcelona.