Con esta primera entrega del poeta Nilton Santiago, Vallejo & Co. inicia un nuevo proyecto de crónicas, en donde diversos artistas nos contarán en seis capítulos acerca de sus andanzas. En este caso el autor nos contará acerca de sus experiencias de viaje luego de 1o años de emigrar de Lima. Su paso por Mallorca, Barcelona y diversas ciudades.
Por: Nilton Santiago*
Crédito de las fotos: Ainhoa Molina y el autor
MÁS PERDIDO QUE UN SORDO EN UN TIROTEO
[BARCELONA, PRIMERA ESTACIÓN]
1
El año de la oveja de madera, mi nuevo año chino, acaba de empezar. Son las 9 y tanto de la noche y a una pared no se le ha ocurrido mejor idea que estamparse contra mí al salir de este bar y hacerme añicos el cigarrillo que estaba a punto de encender. Acabo de tener la última discusión (espero) con una a la que le he hecho pagar la cuenta por todas las veces por las que ha jugado a la pelota vasca con mi corazón. Vaya, creo que una raya más al tigre y ya me pareceré a una pantera con gafas de sol. Entonces, mientras me toco la frente para comprobar si me la he roto, descubro que son las 11 de la mañana de un día de septiembre del año 2007. Después de unos años viviendo en Mallorca, Ainhoa y Llamp, nuestro adorado Yorkshire terrier, me están llevando al aeropuerto de Son Sant Joan. El cielo es limpio, como los ojos de Ainhoa mientras termina de amanecer, ciertamente parece que las gaviotas han aspirado las nubes para que los rayos de sol lleguen lentamente hasta su mirada, como si cayesen en paracaídas. Poco antes de llegar al aeropuerto el coche se ha estropeado, por lo que Ainhoa se ha quedado esperando a la grúa y yo he tenido que hacer el último trayecto al aeropuerto a pie. Una hora más tarde veía, mientras el avión extendía sus alas como un pájaro con miedo a volar, cómo los molinos de viento de esta isla tan querida por mí se quitaban las gafas para secarse las lágrimas. Poco después, al empezar el desembarque en Barcelona, mi maleta de mano caía sobre mi cabeza al intentar sacarla del portaequipajes situado sobre mi asiento, lo que me hace pensar que no hay nada tan inevitable como un accidente cuando es su hora o que, en un avión, las turbulencias más violentas empiezan en el preciso momento en el que la azafata te está sirviendo el café.
Asunto serio es esto de ser un militante marxista, es decir, ser un seguidor de Groucho, y no terminar riéndote de los más absurdos accidentes, como los del amor soluble; aunque da igual, Freud dice que “existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota, y la otra es serlo” y yo, ciertamente, soy feliz de las dos maneras.
Pero volvamos al tema de mi año chino, a este febrero del 2015, según Anita se supone que tengo que llevar cosas rojas para atraer la “buena suerte”, pero fijaos qué paradoja: esta mañana en el “Muccis” he tomado un té de frutos rojos y un zumo de arándanos con Carolin, he comido una crema de remolacha y una ensalada de tomates con queso de cabra en el “Veggie Garden” y aquí, con “esta”, con la que se acaba de jugar al blackjack mi corazón, me he comido una escalibada con pimientos rojos. Demonios, llevo un pantalón rojo, es decir, que he hecho todo para alejar a los “malos espíritus” según me recomendó Anita y así evitar que nuevamente “me la jueguen”, y aquí estoy, con la frente sangrando después de que “esta” se haya largado sin apenas despedirse, dejándome el corazón hecho añicos como una jodida vasija de la dinastía Ming que se ha caído al suelo de tanto llenarla de falsas promesas líquidas. Pero todos me lo advirtieron a lo largo de estos meses: “cuidado, que parece que tiene la sensibilidad de un cerco eléctrico”. Bueno ya se sabe que, en todo hogar, las plantas más feas siempre sobreviven al resto así que alguna esperanza guardaba para mí.
Si los cuatro puntos cardinales fueran sólo dos y fuésemos nosotros, estamos jodidamente separados. ¿Quién dijo esto?
(Plaça de Sant Miquel, Barri Gòtic, 2007)
2
Ahora son las 12 del mediodía y he vuelto nuevamente a este Bar para reconciliarme conmigo mismo (o con lo que queda de mí después del golpe de ayer) y terminar de despedirme de “esta”, aunque ya esté hace unas horas en su país, que no es otra cosa que un iglú en su corazón. El bar en cuestión se llama la “Cala del Vermut”, donde llegué sin querer hace unos años huyendo de un enjambre de turistas que brotaban incesantemente de las Ramblas. Nada ha cambiado: dos olivas y una rodaja de naranja nadan a sus anchas en los vermuts, el jamón ibérico y los pinchos discuten amablemente con los camareros mientras pides desesperadamente que te pongan “otra copa de lo mismo”. El Barri Gòtic es el primero al que sueles llegar cuando quieres conocer Barcelona y el primero del que huyes cuando la llegas a conocer.
Mientras espero a Anita veo mi reloj y, de pronto, es nuevamente un sábado de septiembre del 2007. He llegado sólo a Barcelona por primera vez a buscar un piso para poder mudarnos a esta ciudad después de 3 años compartiendo la luna llena de Mallorca con Ainhoa y Llamp. En teoría me tenía que pasar el día visitando pisos pero no, claro, se trata de mí -especie de personaje de tercera de una peli de cuarta de Woody Allen- así que he pasado la mañana discutiendo sobre qué hacer o dónde ir con mi maleta de mano. Recorrer las calles que rodean la Catedral de Barcelona y las que te llevan con la multitud hacia la Plaça de Sant Jaume es como entrar en una máquina del tiempo, al núcleo de la antigua Barcino. Sin duda aquí se encuentra una de las plazas más bonitas de Barcelona, la Plaça de Sant Felip Neri. Si se observa con atención, en las paredes de su Iglesia aún se pueden ver los agujeros de metralla que provocó una bomba lanzada por uno de los aviones murciélago del bando franquista durante la Guerra Civil española y que provocó la muerte de medio centenar de niños una fría mañana del 30 de enero de 1938.
Como siempre Anita tarda en llegar y este segundo vermut (¿o tercero?) me recuerda que ese primer día en Barcelona me lo pasé en unos cuantos sitios más del Gótico, a los que he vuelto poco, para ser sincero. Entre ellos el “Bar Oviso”, siempre lleno de guiris, es sin duda el bar más animado de la Plaça del Tripi (o de George Orwel). Al entrar tienes la impresión de estar en las cuevas de Altamira y que el camarero es un Neandertal que te dará con la bandeja sino le dejas una buena propina. Aún con el susto en el cuerpo y después de una parada técnica en el “Bar la Plata” para comerme un pintxo de butifarra, pasé por el “Bar Mariatchi”, ahora reconvertido en un bareto para turistas despistados que quieren contarle a sus colegas que han visto a Manu Chao jugando al Monopoly con el Subcomandante Marcos. La especialidad de la casa es el “hidromiel”, que sorprenderá a más de uno si no os molesta que las abejas os persigan hasta llegar a casa. Al salir no sé cómo me salvé de morir atropellado por la manada de ñus que atravesaba el Carrer dels Escudellers, pero sí que recuerdo que luego conocí a una francesa con la que acabé jugando al billar con sus pecas en el “Pipa Club” de la Plaza Reial, uno de esos pocos lugares “secretos” del Gótico donde igualmente terminas asistiendo a una jam de jazz que escuchando recitar poemas de Aimé Césaire a un par de rabihorcados de la Isla de navidad. Un pequeño detalle: hay que esperar a que un alma caritativa te abra la puerta y puede pasar un buen rato hasta que suceda.
Es septiembre del 2007, es de noche y Barcelona se parece demasiado a una pecera en un centro comercial y es entonces cuando pienso que los peces de colores no se aburren en las peceras porque su memoria sólo dura dos minutos y es como si volvieran a nacer, una y otra vez, una y otra vez hasta olvidar su corazón.
(Moll de la Fusta, puerto de Barcelona, 2008)
3
Anita me ha dejado plantado, así que no se me ocurre mejor idea que dar un paseo por el barrio del Borne en busca de aquella farmacia del ángel donde dicen que venden pastillas para dejar de soñar contigo. Tonterías. El amor es como la poesía social o ¾ de lo mismo: un deporte de alto riesgo, así que ya se sabe de antemano que no saldrás bien parado, además como dice Emil, ¿acaso se le pide a un virus que ame a otro virus? Pero Emil, aquí el único virus soy yo ¿te enteras? He cruzado la Via Laietana en busca del Palau de la Música y, cuando lo veo, recuerdo que un día como hoy, pero del año 1973, Miles Davis canceló aquí un concierto por irse a la casa de una actriz catalana para endulzar sus lágrimas. En realidad esta anécdota no la recuerdo yo, sino que se la he escuchado a un par de okapis que han llegado a tomarse una copa en la terraza del bar del “Antic Teatre”, situado en una estrecha callejuela frente al Palau y donde yo y “esta” solíamos venir para comernos un par de besos al vapor con palitos chinos. Algunos buceadores dicen que El Born, más que un barrio, es como una caracola de mar que se extiende desde la Barceloneta hasta el barrio de L’Eixample, una espiral de preciosas y llamativas calles con vida y respiración propia: imposible no perderse una mañana por las calles cercanas al Museo Picasso, caminar por el Passeig del Born o almorzar un tabulé en la “La Báscula” del Carrer dels Flassaders, aquél restaurante vegetariano donde las mesas son en realidad puertas. Imposible no reparar tu corazón en la Iglesia de Santa María del Mar como imposible es encontrar la farmacia del ángel, tan imposible como que se me pase este dolor de frente, a pesar de llevar encima ya 5 vermuts y unos cuantos Ibuprofenos. Entonces decido marcharme a casa, como un náufrago que intenta llegar a tierra firme, aunque ya sabemos que, cuando estás un poco blue, volver a casa es no llegar o no querer llegar, mejor dicho.
Entonces, a medio camino, suena mi teléfono en el verano del 2014, es Vanesa y me espera en un bar del Raval, está conmigo (si, conmigo de hace 1 año) y dos mariposas cebra que ya llevan varias copas de más. Dice que me dé prisa porque tiene algo que contarme y que el “yo” de hace 1 año no le quiere creer ¿ha sucedido realmente esta llamada? ¿Realmente hace meses que Vanesa me viene diciendo que te marcharías dándome un portazo detrás de tus labios?
Ahora que sé que para poder hablarte a los ojos los pájaros necesitan escafandras o gafas de sol, no puedo dejar de pensar, camino al bar donde me esperan, que también la soledad es una mentira de las estrellas.No obstante, acabo de recordar que hay un pueblo en Alta Austria que se llama “Fucking”, así que ya sabes dónde te puedes ir, pequeña jovenzuela.
(Basílica de la Sagrada Familia, fachada de la Natividad, 2009)
(Continuará…)
*(Lima, Perú), es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas y autor de El libro de los espejos (2do Premio Copé de Poesía 2003 en su XI Bienal) y de La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad (II Premio Internacional de la Fundación Centro de Poesía José Hierro). Recientemente ha publicado El equipaje del ángel (XXVII Premio TIFLOS de poesía, Visor Libros, Madrid, 2014) y ha quedado finalista de la última edición del Premio ADONÁIS de Poesía 2014. En la actualidad reside en Barcelona.