Nota y selección de poemas por Aleyda Quevedo Rojas
Crédito de la foto (izq.) Ed. Acirema /
(der.) el autor
Para hilvanar el traje del silencio…
5 poemas de José Gregorio Vásquez*
Decir un día. Decirlo como última tarea. Decirlo bajo el amparo de la derrota. Con estas tres ideas se abre el más reciente libro de poemas del escritor José Gregorio Vásquez, prolífico y apasionado investigador de la obra del maestro de la literatura ecuatoriana: César Dávila Andrade, catedrático de la Universidad Los Andes de Mérida, donde vive actualmente. Poeta concretado y dedicado a medir en versos el paso del tiempo sobre el paisaje, el dolor y el olvido; un encantador de la noche y obsesionado por el silencio que lo alimenta, viste e ilumina en su viaje que es vivir.
José Gregorio ha bebido de las aguas de la gran tradición de la poesía venezolana que traza un círculo, que para mí comienza con José Antonio Ramos Sucre, pasando por Ida Gramcko, Vicente Gerbasi, Armando Rojas Guardia, Eugenio Montejo, Rafael Cadenas, Ramón Palomares, Yolanda Pantin, José Barroeta, Rafael Arraíz Lucca, y pudiera cerrarse, quizá con propuestas consistentes y más nuevas como las de Eleonora Requena, Luis Enrique Belmonte, y el propio José Gregorio Vásquez.
Decir un día es un poemario intenso y extenso, donde evocar el túnel del día se cuenta en 175 páginas conmovedoras y de un tono sagrado, versos escritos sobre fuego, sobre rituales y procesos de trabajo con la memoria, con el saborear la escritura, la arquitectura de cada poema, como estos versos: Intento huir de la condena, lejos de las palabras ya escritas: parecen sentencias de otros dioses que me extravían.
Un día que se deja grabado en un libro. La luz del día que se traspasa a las páginas de un poemario, el sudor de las horas, la agonía y la felicidad de los minutos, las mutaciones que guardan los segundos del día, de un decir el día desde la experiencia del arte de la poesía. Cito un párrafo de la contratapa del libro:
Un poeta dice su pena, su alegría, el infortunio de su dolor, la ventura, la furia y el silencio que guardan los secretos; dice para decirles a otros; enciende las horas impostergables de la vida para dejarlas en la página cuarteada por los años. Intenta decir a lo largo del tiempo, de su corto tiempo, de su agonía: esa que comienza cuando quiere escribir al menos un día, escribirlo ya en la mudez o bajo el amparo de un refugio provisorio.
Tener raíces –decía Simone Weil– quizás sea la necesidad más importante y menos reconocida del alma humana. Al final del camino todo es condena. Su viaje es un exilio permanente. Su exilio una afrenta contra los dioses. En Decir un día el poeta nos ha buscado un lugar provisorio para el sosiego: casa en el sonido de su escritura, escondite pasajero para las sílabas olvidadas del poema que aquí intenta decir, al menos, un día.
5 poemas de Decir un día (2017)
1
Esta noche calla,
pero calla contra mí…
W. S.
Todo es tormenta en este cuerpo
precipitado ya
en el abandono
Los años venturosos
se han quedado atrás
lejos del atardecer
Y quien persiste en el anhelo de seguir
no va solo
aunque limitada sea la hora
y final el juicio severo del tiempo
No hay remedio que evite el largo y azaroso
suplicio de una pena
No hay plegaria capaz de sostener
ya a un cuerpo débil y errante
que anda en su último desierto:
incapaz y sin fuerza para proseguir
Abandonado no queda sino el adiós:
la amarga caída de golpe funesto
a esta tierra triste y reseca
Todo vuela por encima
y solo aquella palabra puede continuar
un inventario borrado ya por otros
La señal profunda de la vida
estampa en el hondo papel
lejano del olvido
su última letra
la más antigua conexión
con otra tierra prometida
Del cuerpo no queda nada
Lo poco se vuelve refugio lejano
de otra noche
de otro silencio
de un último acomodo
antes de recostar la cara ante el viento
del abandono
Ya son pocas las palabras
y se me atragantan
Y en mi piel ya sedienta y maltratada
y en mis ojos sofocados
comienzan a aparecer otras marcas
otros sonidos:
lejanas señales e imprecisas
Hago silencio
callo ante la noche
Cierro los ojos para entrar
a la otra ciudad
la antigua
la verdadera
entre murallas y misterios
es ella la que ilumina mi nuevo destino
permitiéndome decir un día
nuevamente
Aquí ya no hay lugar
para una página desdibujada
donde intente refugiarme
antes de perecer
Aquí no hay lugar
para volver atrás
y recorrer los años
Son muchas las marcas y profundas
de otras desdichas que me acorralan
sometiéndome inclementemente
Escribirlas aunque se decline la mano
y palidezca la tinta
empaña ya
lo que está en calma
Quiero quemar
lo borroso
Los restos
de otras ilusiones
ya ajenas y abandonadas
Quiero cruzar de un día a otro
de una noche oscura
a una más distante de la intemperie
pero nada puedo
El silencio sigue atado a mi piel
y a mi cuerpo ya agobiado
Cruzo sin sueño
y sin nadie
el río antiguo
Doy pasos lentamente
deshojando la nueva hora
llevando el luto a cuestas y callado
de cada aliento movedizo de mi mano
Voy trayendo forzadamente el poema
a un cielo roto
en la miseria
con otro aire detenido
que se apaga
Cuando vuelvo a él
es otro de verdad
otro el sonido misterioso
de sus noches
sí
es otro el poema ya sin cuerpo
ya sin esta piel cansada
por los años
y sin embargo me quedo en él
contemplándome
desde lejos
mitigando la obscuridad
que se extingue
Sabiendo desde allá que todo cambia
en el aire ya vencido que me atrapa
Todo aquí se apaga
y apenas puedo
Queda el papel vacío
la tinta seca
y por debajo del líquido funesto
otro temblor mancha el papel
aún dudoso
Al despertar vuelvo sin aliento
y sin mí y sin nadie
resistiendo la agonía
Ahora sé en verdad
lo que es penoso
y entonces
me distancio
bajo un profundo silencio
uno nuevo
Sé que todo quedará lejos
incluso
este papel
que palidece
ante la noche
ante el vano intento
que me trae hasta aquí
por decir un día
al menos uno más
sabiéndome ya lejano
y desdichado
2
Lo que queda del día es ya ceniza. Me corroe haciéndome
un daño irreparable. Detiene mi cuerpo vulnerado
y nada logro a pesar de los tropiezos. Mis pasos
son lentos e inseguros. En ellos me sostengo. La inútil
sentencia no me ayuda.
Cuando callo se enciende en mí todo para no morir.
Pero justo es callar con un último soplo.
3
La palabra no busca sólo un sonido. La palabra busca
en otras formas. La duda corroe ese afán. Quiere perderse
en otras formas. Intenta esconderse. Huir, dormir,
despertar. Seguir detrás del tiempo. Otras penas.
El ágil movimiento de otras horas. Busca el pequeño
agujero en otro relato. El lugar perdido. La fuerza de
una nueva ilusión. La prolongación de un silencio más
íntimo. Las escenas infinitas y repetidas de la vida.
Todos vamos ahí. Nos quedamos ahí, escondidos, ausentes,
infringiendo un destino otro.
4
Mi último aliento lo abandono en este lento escribir.
Arrastro mis silencios hasta el papel, sabiendo que sólo
puedo dejar jirones de piel en la palabra. Trasiegos de
otros instantes rotos cuando respiro. Sangre aciaga
como tinta manchando el pliego vencido por los años.
Voy dejándolos marcados con viejas palabras para esquivar
el destino incierto de un sombrío fi nal que se
acerca inminente.
Ya las palabras no me envenenan. Queda poco de mí.
Sólo ruinas. Algunas letras secretas del olvido que me
acompañan y me ayudan a morir calladamente.
5
Estos son mis ya lejanos dictámenes. Son los que ahora
me niegan, me abandonan, me hacen daño. Los que se
apoderan de mí cuando apenas puedo o nada valgo. Los
que me dejan en la noche oscura, desmembrado, inútil.
Aquí están. Ríen mientras quedo como un viejo harapo
arrastrado en la penumbra.
*(San Cristóbal – Venezuela, 1973). Ha labrado una tarea editorial desde 1998, labor que lo ha hecho merecedor del Premio Nacional del Libro del CENAL (2006). En la actualidad profesor de literatura en la Escuela de Letras de la Universidad de Los Andes (Venezuela). Ha publicado en poesía Palabras del alba (1998), Lugares del silencio (1999), Ciudad de instantes (2002), Bogotá siempre palabra (2002), El vago cofre de los astros perdidos. Antología del poeta ecuatoriano César Dávila Andrade (2003 y 2011), El fuego de los secretos (2004), La tarde de los candelabros (2006), Ingapirca (2011), Cantos de la aldea (2012), La noche del sol (antología poética, 2013), Solamente el olvido (2014), Mínimo esplendor (2016) y Decir un día (2017).