Conversamos con la escritora Julia Wong con la excusa de la reciente publicación de su novela Aquello que perdimos en la arena (2019).
Por Bruno Pólack
Crédito de la foto (izq.) Ed. Peisa /
(der.) la autora
“Para escribir esta novelita me he demorado 50 años”.
Entrevista a Julia Wong Kcomt
Bruno Pólack [BP]: Julia, se te conoce más como poeta, pero la verdad es que tienes varios (o quizá más) libros de narrativa; entre novela y cuento…
Julia Wong [JW]: Cuando los pueblos ágrafos encuentran la lengua se apoderan de ella, entonces los pararrayos como nosotros los escritores, nos apropiamos de todo lo expresable y hacemos lo que creemos que se puede hacer. Cuando te das cuenta que el lenguaje es el creador de la vida, te falta tiempo, espacio, formas para hacer con él lo que se te ocurra. Por ejemplo, el Festival de poesía en Chepén Chepén no es ni poesía ni narrativa, creo que llegó a ser un happening (por que no era precisamente un festival) que usaba el lenguaje como excusa para exponer montones de variables positivas como negativas, que se juntaban en esa zona.
[BP]: Lo que tiene en común buena parte de tu obra es el estar marcada por el eterno viaje, por la eterna errancia; algo que, al parecer, también es la pulsación de tu historia de vida…
[JW]: Es la historia de la humanidad, pero muchos (o la mayoría) lo niegan. Todos venimos de una movilización. Creo que los escritores se sienten dueños de sus 2000 m2 y de su jerarquía estacionaria que les da seguridad. Mira al pueblo hebreo, la diáspora judía, los celtas o los Vikingos, nadie se quedó en su casa mirando cómo se helaba su lago. Tú mismo debes ser descendiente de europeos del este o de los mismos pueblos andinos; yo, por mi parte, tengo marcado en la sangre a los nómades chinos, desde los mongoles y los castizos, por mi abuela materna (su apellido era Ospino, es más de Colombia, en su época solo hubo aquí 420 personas que apellidaban Ospino y en Colombia 23 mil, allí también se mudó a Ospina), debo tener también algún antepasado andino o moche, ¡qué sé yo!; cuanta gente que se movilizó para llegar a Chepén (o irse), porque ahí no había nada de nada.
[BP]: Siento que Aquello que perdimos en la arena lo planteas como un diario, donde repasas muchos temas personales, ¿cuánto de Julia Wong hay en Cristina, la protagonista?
[JW]: Bueno, esa es la pregunta que todos hacen y la que la mayoría responde así: sí y no, hay un poco. Pero en mi personaje Cristina, esta vez, casi no hay nada de mí. Porque yo no era esa niña consciente y atrevida que está en el libro, yo me cagaba de miedo de los pastores que vivían en los altos de mi casa. En el libro, Cristiana era como muy politizada y sabionda para su edad. Yo, en cambio, era una ignorante, una pequeña gran ignorante que se guiaba por la afectividad y ninguna razón o dilucidación propia. Hay apenas algo de real de como yo fui a lo que es la protagonista del libro. A mí recién se me abrieron los ojos y la mente en Lima, no en los viajes ni en Macau, ni en Alemania. Y yo no menciono a Lima para nada en el libro.
[BP]: Tienes, y algo de eso también se rezuma en este libro, un amor/odio hacia Chepén, tú ciudad natal, y a la que sigues unida a pesar de tantos desencuentros…
[JW]: Sí pues, así es la vida en los pueblos del desierto. Antes estaba más unida pero ahora que mi madre ya no está, no hay algo especial que extrañar. Esta mi hermana, pero la visito por un día o dos al año y nada más.
[BP]: Ahora, en el libro está presente la figura de la arena apoderándose de todo, de los muebles de las casas, del terreno que pierde el padre por La reforma agraria, de las amistades mismas…
[JW]: Yo era muy caminante de chica, iba mucho al cerro cuando no habían gradas y tenías que subir por la arena. Eran tres pasos adelante y dos atrás. Crecí revuelta con la arena. Eso sí me marcó. Solía enterrarme y jugar mucho en la arena del cerro, sacar chaquiras, huaquear. Hay una playa cerca a Pacasmayo que se llama El junco marino, cientos de veces caminé desde el cruce de Pacasmayo hasta allá y solo éramos la arena, yo, algunos amigos y el mar. Nada más, bueno y los gallinazo. También lateábamos duro en Chimbote y en la Barranca, que era una playa que está cerca de Guadalupe. Luego descubrir más cosas viajando hacia el sur, por el tremendo desierto peruano. Luego al norte americano que te embriaga. Mi primer viaje con Mochila lo hice en Bus y tren de Arica hasta puerto Montt (ya había hecho un tramo en camión de Lima a Tacna, y luego a Tarata, Ilave, Desaguadero), y sí, el desierto era un espacio sagrado.
Sentía que se reproducía donde yo estuviera, por eso me atraía tanto Mexicali o algunas zonas de California o Nevada que también son desérticas. Pero lo que provocaron, igual, es harina de otro desierto.
Lo que sí es verdad en el libro es que mi exmarido se fue al Sahara a vender un Mercedes viejo y demoro dos semanas más de lo previsto en volver, y fue una época donde me ocupe mucho de pensar en el desierto, en el Sahara, los monzones, me fascinó. Dicen que Chepén en lengua antigua significa Madre de Arena, Goldemberg tiene un libro dedicado a esa alusión.
[BP]: En este libro también muestras lo difícil que es ser hija de migrantes chinos en un país como Perú; la protagonista es, además, extranjera en todos los sitios a los que va (Alemania, Estados Unidos, México)…
[JW]: Eso sí, aunque me duela, yo me siento un poco peruana, un poco china, y me encanta. Fui muy feliz en algunos lugares de Alemania, amo Lisboa, Hong Kong y Macao. Soy medio un tiro al aire.
[BP]: El tema familiar, como un nudo, es también importante en estas páginas…
[JW]: Sí, mis padres fueron mis ídolos. Mis padres alemanes también (tuve suerte de tener esos padres adoptivos en Alemania), personas muy fuertes de carácter que me permitieron odiarlas y ellos me devolvieron mucho amor.
[BP]: Una vez me contaste, lo que mencionas en este libro, que cuando la reforma agraria le quitó tierras a tu familia, tus padres se separan y tu mamá cambió, en la sala de la casa, la foto de tu papá por la del general Velasco…
[JW]: Tan exacto no fue. Sí les quitaron las tierras, pero mi papá no tenía oficio de agricultor, él era un romántico que nunca entendió el Perú. En cambio, mi mamá venía de la pobreza, de la viruela, de una Sullana clasista y un Monsefú mugroso. De un abuelo jugador que se jugaba la casa, los hijos, la tienda; entonces ella siempre estuvo a favor de que fueran los campesinos los que fueran dueños de lo que sembraban. Ella siempre estuvo del lado de Velasco. Le dio mucha pena cuando mi papá se fue, al principio hasta pensó irse con él, pero ella estaba segura que La reforma agraria era una buena solución. Ella era empresaria, agroexportadora, no vivía de la hacienda. Recuerdo que no era una foto lo que colgó, pero sí una litografía o una fotocopia de la cara de Velasco en color azul sobre papel bulky, lo enmarcó y lo puso en la sala. No exactamente donde había estado la foto de mi papá, pero por allí. Bien visible.
Lo que pasa es que mi papá había sido miembro del kuo ming Tang como muchos chinos y tenía fotos con Chiang Kai Shek y con Chiang Kai shek. Mi mamá era totalmente socialista, por no decir recontra roja.
[BP]: La presencia del desierto es muy importante en varios artistas peruanos de la costa, desde Eielson o Watanabe hasta el mismo artista plástico Ricardo Wiesse, ¿cómo lo percibes tú?, tomando en cuenta, además, que el desierto es el personaje principal de esta novela…
[JW]: Como te digo nací revolcada y revolcándome en la arena. Así: teté a teté. Mira que para escribir esta novelita me he demorado 50 años. No me podía separar de lo que me provocaba. Cuando gente muy orgullosa de Arequipa o Cusco (o ciudades con enorme patrimonio precolombino o luego Virreinal) se enorgullecen, a mí me queda decir, que afuera en nuestros pueblos costeños en verdad no se ve gran cosa (salvo que estudies a los Moches en Pakatnamu o Chan Chan), pero creo que el sentir de las personas en medio de la arena es de gran belleza. A mí me ayudó a escribir Le Clezio (él vivió en África), tiene un libro que se llama Desierto, lloré mucho la primera vez que lo chequeé. Hay algo indómito. En China también hay un enorme desierto por donde iba Marco Polo o los mercaderes que vendían Seda, se llama Turpán. Si lo ves te das cuenta que hay presencias que te toman. Más allá de la necesidad civil y de ingeniería que tiene el Homo Faber, existe el desierto. Algo así como el número 0. El principio y el final.
[BP]: Me pareció interesante porque en este libro, además de la impronta biográfica que mencionamos, hay dos temas que planteas y se contraponen constantemente: el desierto (que aparenta no tener límites) y las fronteras (que de alguna manera los pone)…
[JW]: Sí, eso lo fui descubriendo en los viajes, tanto a Chile como a México y Estados Unidos. Sus desiertos son distintos y terminan donde el hombre empieza a construir y a nombrar. Entonces siempre va a existir esa dialéctica, vacío e intervención humana. Distinciones, reflexiones, conceptos que hacen que se divida lo que crees que es una sola cosa. Así el desierto deja de ser uno solo, empieza a ser muchos otros desiertos. Es el límite el que te hace renombrar las cosas.
[BP]: Pero además en el libro sabes distinguir las diferencias entre los diversos desiertos en los que se encuentra la protagonista…
[JW]: Sí, eso fue muy bacán. Darte cuenta que los humanos que habitan los desiertos no son los mismos. Cuando hice sola ese viaje a Chile compartí gran parte del tramo con el nieto de un turco que iba a ver a su abuelo a Santiago, el que había migrado hacía 40 años a Chile desde Turquía. Allí solo puedes alucinar que, aunque los desiertos parecen ser un montón de la misma arena, hay desiertos que atraen un tipo de personas y otros desiertos que atraen a otro fenotipo humano.
[BP]: Y en que estás trabajando ahora, Julia…
[JW]:Un poemario bilingüe español-portugués, sobre algunas de las maravillosas caras diversas del tabú Adulterio.