Por Claudia Roquette-Pinto*
Traducción por Adolfo Montejo Navas, Agustina Roca,
Rodolfo Mata y Regina Crespo
Curador de la muestra Fabrício Marques
Crédito de la foto la autora
El ojo como última escotilla.
5 poemas de Claudia Roquette-Pinto
castañas, mujeres
si abiertas
con la diestra sorpresa
de pequeñas manos
ciegas a tal alfabeto
y la nesga – ya marrón –
de la pile hiere
más que la tontería de los pinchos
mira como
la yema latte:
ella y ella
desabrocha
entre los dedos
(de Saxífraga, traducción por Adolfo Montejo Navas)
Sitio
El morro se está incendiando
El aire incómodo, espeso,
hace del menor movimiento un esfuerzo,
como andar bajo otra atmósfera,
entre paños húmedos, mudos,
en un caldo sucio de claras a nieve.
Los coches, en el viaducto,
enganchan su ciempiés:
ojos encendidos, sudor de diesel,
ruido motor, desesperación sorda.
El sol se debería poner ahora,
– pero ¿cómo confirmar su trayectoria
bajo esta cúpula de polvo,
este cielo invertido?
Mirar el mar no da ningún consuelo
(si es un perro inmenso, trémulo,
vomitando espuma de bilis,
y viene a morir a nuestra puerta).
Un plumaje antagonista
se acostó en las hojas de los crisantemos
y va oscureciendo, día a día,
los ojos de las margaritas,
el corazón de las rosas.
De madrugada,
cambia en la caja frigorífica,
la carga de agujas cae quemando
tímpanos, párpados:
El chico jugando en la terraza.
Dicen que no percibió.
¿De qué otro modo hubiera podido
girar el rostro: “¡Papá!
¡creo que un bicho me mordió!” cuando
la bala atravesó su cabeza?
Rol
En la noche sin remedio,
en el cuarto cansado,
la pareja repite la escena:
se desviste se enlaza
se inclina muellemente entre cubiertas
sobre las partes encubiertas
por los retazos pulidos del día.
Se inclinan sin ruido,
sin sed,
detrás de la cosa ausente
que no se perdió de repente,
en un estruendo
(se rasga en el uso diario,
media olvidada
en el armario, desgarrada
en la lista de la lavandería).
Repite la coreografía
– pausa para las reticencias.
En el último instante atenta
(antes que la onda del sueño,
en cámara lenta, recaiga
sobre su cuerpo)
ella recuerda la invitación de las flores:
embobadas de abejas,
brotando heridas en el tronco
del pie del árbol del pan.
(de Margem de manobra, traducciones por Agustina Roca)
Marina con miedo de dormir
el sueño es para ti casi un naufragio
un ágil y helado “hombre al mar”
girar sin regreso el rayo el laberinto
con los cabellos pesados de sal
el ojo como última escotilla
y voces vagas que empapan la cabeza
las algas son pedazos de otros sueños
se pegan a tu cuerpo ya sin peso
cualquier rama sigue en el riachuelo
sin conocer el color que está al fondo
mas para ti el sueño es un naufragio
otro trago de aire antes de lo oscuro.
(de Os Dias Gagos, traducción por Rodolfo Mata y Regina Crespo)
A Novalis
Aún húmedas sobre la hoja
rocío oscuro que posa
en la piel,
imperiosa y desnuda.
Mal desgarradas de la pluma,
cada pequeña curva
tatúa las ideas en la superficie ácida.
Imagino esto,
si te veo inclinado
sobre la mesa el peñasco
ojos anochecidos
despeñándote en el hiato de las ventoleras.
Esto, mientras imprimo
tus Himnos a la Noche
en estas hojas corrientes,
palabra por palabra coagulándose
en la blancura ininterrumpida, salidas
de la boca de la máquina
como una carta por la rendija de la puerta
doscientos años más tarde y
húmedas, todavía.
(de Corola, traducción por Rodolfo Mata y Regina Crespo)
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(poemas en su idioma original, portugués)
O olho como última escoltilha.
5 poemas do Claudia Roquette-Pinto
castanhas, mulheres
se abertas
com a destra surpresa
de pequenas mãos
cegas a tal alfabeto
e a nesga – já marron –
de pele fere
mais que a tolice dos espinhos
vê como
o gomo lateja
ela e ela
desabotoa entre os dedos
(do Saxífraga)
Sítio
O morro está pegando fogo.
O ar incômodo, grosso,
faz do menor movimento um esforço,
como andar sob outra atmosfera,
entre panos úmidos, mudos,
num caldo sujo de claras em neve.
Os carros, no viaduto,
engatam sua centopéia:
olhos acesos, suor de diesel,
ruído motor, desespero surdo.
O sol devia estar se pondo, agora
_ mas como confirmar sua trajetória
debaixo desta cúpula de pó,
este céu invertido?
Olhar o mar não traz nenhum consolo
(se ele é um cachorro imenso, trêmulo,
vomitando uma espuma de bile,
e vem acabar de morrer na nossa porta).
Uma penugem antagonista
deitou nas folhas dos crisântemos
e vai escurecendo, dia a dia,
os olhos das margaridas,
o coração das rosas.
De madrugada,
muda na caixa refrigerada,
a carga de agulhas cai queimando
tímpanos, pálpebras:
O menino brincando na varanda.
Dizem que ele não percebeu.
De que outro modo poderia ainda
ter virado o rosto: – Pai!
acho que um bicho me mordeu! assim
que a bala varou sua cabeça?
Rol
Na noite sem remédio,
no quarto cansado,
o casal repete a cena:
despe se enlaça
debruça molemente entre cobertas
sobre as partes encobertas
pelos retalhos puídos do dia.
Debruçam sem ruído,
sem sede,
atrás da coisa ausente
que não se perdeu de repente,
num estrondo
(rasga no uso diário,
meia esquecida
no armário, desgarrada
no rol da lavanderia).
Repete a coreografia
_ pausa para reticências.
No último instante atenta
(antes que a onda do sonho,
em câmera lenta, recaía
sobre seu corpo)
relembra o convite das flores:
tontas de abelhas,
brotando feridas no tronco
do pé de fruta-pão.
(do Margem de Manobra)
Marinha com medo de dormir
o sono é para você quase um naufrágio
um ágil e gelado “homem ao mar”
girar sem volta o raio o labirinto
com os cabelos pesados de sal
o olho como última escoltilha
e vozes vagas que encharcam a cabeça
as algas são pedaços de outros sonhos
e colam no teu corpo já sem peso
qualquer graveto segue no riacho
sem conhecer a cor que está no fundo
mas para você o sono é um naufrágio
mais um gole de ar antes do escuro
(do Os Dias Gagos)
A Novalis
Ainda úmidas sobre a folha,
orvalho escuro que pousa
na pele,
imperiosa e nua.
Mal desgarradas da pena,
cada pequena curva
tatua as idéias na superfície ácida.
Isto imagino
se te vejo debruçado
sobre a mesa o penhasco
olhos anoitecidos
despencando no hiato das ventanias.
Isto, enquanto imprimo
os teus Hinos à Noite
nestas folhas ordinárias,
palavra por palavra coagulando
na brancura ininterrupta, saídas
da boca da máquina
como uma carta pela fenda da porta
duzentos anos mais tarde e
úmidas ainda.
(do Corola)