Nunca salí del horroroso Chile. Hablan lxs escritorxs chilenxs

 

Texto por Roberto Contreras

Crédito de la foto @RokkoFuentes

 

 

Nunca salí del horroroso Chile

 

Desde el pasado 18 de octubre ha sido solo una la consigna que se repite a lo largo de esta larga faja de tierra: “CHILE DESPERTÓ”. ¿Y es que el país estaba dormido? Al parecer sí, sumido en el letargo del Neoliberalismo de 30 años y entregados sin saberlo a la pesadilla de una Dictadura eterna. Se agolpan las imágenes. Cuesta escribir en estos días, solo nos queda el leer la realidad para pergeñar algunas letras.

Estas crónicas versan sobre el Chile interior, pero también recogen el pulso de algunos chilenos que desde dentro y fuera, observan y buscan salir solo de la expectación ante un momento inesperado de caos, pero también de esperanza.

¿Chile despertó? Sí, y acusando la invitación de los queridos amigos y camaradas de las letras de Vallejo & Co, respondemos cómo no: “cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;/ vuelve los ojos locos, y todo lo vivido/ se empoza, como charco de culpa, en la mirada. / Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!”

Nada nos detiene, nunca más. Ahora es cuando.

 

Octubre de 2019

 

 

 

Dossier de fotos y reflexiones de escritores chilenos

sobre la situación política actual de Chile

 

 

Carvacho Alfaro

(Quilpué-Chile, 1982). Profesor y escritor. Ha publicado los libros El violín del diablo, Clásicos de la miseria y Killpué.

Crédito de la foto: el autor.

 

NOS SACAMOS LAS VENDAS y las amarras

Nuestros cuerpos ya cicatrizaron

Mi pecho es un mapa de injusticias

Mezclada con balas y discursos añejos

La  voz nutre nuestro grito de guerreros:

 

¡Mira, Chile, el camino construido!

¡Escucha, Chile, nuestras voces de libertades!

Ya es hora de mirar el nuevo amanecer

De la sangre vertida en los vasos de plástico

del pan duro remojado

De la sala de espera donde siempre estuvimos

 

Con paso firme recorremos la Alameda

Compartiendo rebeldías del alma

Ya es hora de un nuevo despertar

Del océano de pueblo que clama y ama

En la llama de la barricada eterna que ilumina

 

Esa luz es la ruta del corazón encendido

Una luz que invade y lucha

Una luz del brillo de tus ojos lacrimosos

Del fuego eterno

y del canto de gargantas angustiadas

que nunca más dejará de inflamar

a nuestros corazones subversivos.

 

 

Jessica Atal

(Chile). Escritora, editora, crítica literaria. Vive en Santiago. Escribió en el diario El Mercurio entre 1988 y 2015. Fue gestora y editora general del sello editorial El Mercurio-Aguilar entre 2000 y 2009. Actualmente se desempeña como editora independiente y dicta talleres de escritura para adultos. Es colaboradora permanente de la revista cultural La Panera. Es mamá de Elisa, José y Nicolás. Ha publicado narrativa Ella también se va (2018), WhatsApp, Amor (2016); y en poesía Carne Blanca (2016), Cortina de elefantes (2014), Arquetipos (2013), Pérdida (2010) y Variaciones en azul profundo (1991).

Crédito de la foto: Jessica Atal.

 

Esta fotografía refleja el cambio necesario que las personas en Chile están exigiendo en este momento histórico. Las sociedades llegan a un punto de quiebre en situaciones límites y ahora, para lograr un cambio sustancial, es necesario preguntarse, como lo hace Martin Heidegger en “La historia del ser”, ¿cuáles son las circunstancias en que este quiebre se produce y dónde está la fuerza de superación? ¿Cuál es la dirección a seguir, la verdadera y buena, la que se nos muestra con fuerza? ¿Qué significa superación del poder? ¿No es acaso la explicación de la im-potencia hacia la realidad de lo real?

Esta fotografía representa el descontento de quienes se han quedado fuera de un sistema impuesto y conveniente solo para algunos; representa la vanidad de “los secuaces y confirmados”; el ruido de los pertenecientes al presente. Por eso, la historia ahora debe transformarse no en una vana sustitución de poderes, sino en un “esenciarse de la verdad del ser”. Es a partir del ser verdadero y esencial que debemos hacer historia.

 

 

Patricio Alvarado Barría

(Temuco-Chile, 1988). Reside actualmente en Barcelona. Ha publicado Triage (2015) y Edad de la ira (2019).

Crédito de la foto: s/d.

 

No es una fotografía a todo color en Plaza Italia ni en la Alameda. Tampoco es el Monumento a Cristóbal Colón con las banderas y el puerto de fondo tras el lente, aunque pudo serlo: las columnas cerraron Las Ramblas a la fuerza, reverberando a once mil kilómetros de distancia entre las oleadas de inmigrantes, los turistas y la ceguera de una sociedad del bienestar, de la usura, de los privilegios. No hay metáforas aquí: la rabia por asesinatos, torturas, montajes y desapariciones no es casual cuando la militarización de las comunidades mapuches se esparce por un momento sobre el resto de la angosta y larga faja. A pesar de todo, las imágenes son interrumpidas, un recorte en blanco y negro del operador rastrero tras el púlpito de Pinochet interfiere la frecuencia: el sicariato de la dictadura y el empresariado permanece a la espera de un retiro a precio de miseria y sangre. No hubo efectos especiales en esa cinta.

 

 

Pablo Azócar

(San Fernando-Chile, 1959). Escritor y periodista. Ha publicado novelas, cuentos, poesía y ensayos. Actualmente realiza trabajos editoriales y clases de literatura.

Crédito de la foto: Alexis Díaz.

 

¿A quién le convienen las ciudades incendiadas? El tremendo movimiento social de estos días no debe ser ambiguo frente a la violencia. Después de 46 años estamos por primera vez conversando de política de verdad. Las personas de todas las edades y condiciones que estamos hablando de cabildos, y de rayar de nuevo la cancha, y de dibujar entre todos un nuevo país, debemos ser muy claros: no queremos que quemen el metro, no queremos que quemen farmacias, colegios, buses, supermercados. Establecer con claridad esta distinción será muy importante en los días que vienen. No olvidemos que la Revolución Francesa acabó con Napoleón proclamado Emperador y que en Brasil las revueltas populares de 2013 durante el gobierno de Dilma Rousseff desembocaron en Bolsonaro. Las ciudades incendiadas les convienen a los que quieren que nada cambie.

 

 

Gastón Carrasco Aguilar

(Santiago de Chile-Chile, 1988). Ha publicado El instante no es decisivo (2014), Viewmaster (2011/2016) y Monstruos marinos (2017).

Crédito de la foto: Francisco Farías.

 

El joven manifestante sobre la estatua de un Balmaceda encapuchado parece anunciar la caída del imperio, el inicio del juicio final. Su proclama se une a la de otros que piden, al igual que el grafitti en la base del obelisco, “No + represión”. Su imagen recuerda a los rebeldes de “La caída de los ángeles” de Bruegel. Hay un orden en ese caos y algo ético en gastar su voz (aunque se pierda entre las otras). Todo es plural, colectivo. No importa quién rayó la consigna ni quién grita, el asunto está en responder con fuerza a la prepotencia. Más allá otros hombres y mujeres están sobre el monumento al Genio de la Libertad, ese ángel con una antorcha en su mano que, junto al león, mira hacia el poniente. Alguien enarbola la bandera mapuche (Wenufolle o Canelo del cielo). El ángel lleva una “A” anarca en sus alas y el león la frase “Poder Popular”. Se dice que la escultura de Roberto Negri fue fundida con monedas que le arrojó la gente cuando el metal aún seguía caliente. Todo esto en la primera década del siglo pasado, en plena “Cuestión social”. Esa misma negación al dinero, al metal, es lo que mueve a la gente hoy. La misma lucha de hace cien años. La libertad no debe ser una escultura inamovible ni el dinero un dios al cual seguir. El joven sobre la estatua anuncia la caída.

 

 

Adhemar Cereño

(Santiago de Chile-Chile 1987). Poeta y realizador audiovisual. Reside actualmente en Uruguay. En 2011 publicó la plaqueta independiente La espesura de la glaciación. Es padre de Sofía de 6 años.

Fotogramas de MAFI realizado por A. Luco.

 

Primero es el asombro de los impactos sobre los cuerpos. Acarreados al fuego alteran la escena del horror. Cuerpos de cenizas que no regresan. Otros cuantos bailan semidesnudos la marcha de la muerte. Quiero ir a mi casa, conchetumare, le escuché sollozando sus restos esparcidos sobre la Alameda. ¿Dónde irán los desaparecidos esta noche? A una payasita de barrio le ahorcaron su única función. Estación Baquedano, combinación con línea torturas. De fondo la cordillera. Cualquier lugar de Chile.

 

 

Roberto Contreras

(Santiago de Chile-Chile, 1975). Profesor, escritor y editor. Ha publicado en diversos géneros (novela, poesía, crónica, crítica literaria). Su libro más reciente es Pedazos de agua.

Crédito de la fotografía: David Concha Astorga

 

“La realidad es el único libro que nos quita el sueño”, es un verso de Enrique Lihn, que encaraba el montaje de la aparición de la Virgen en Villa Alemana en 1987. Lihn así quiso desbaratar el volador de luces de la inteligencia de Pinochet, mientras se instalaba el Modelo Neoliberal, y ahora me sirve para revisar los montajes que se han repetido en estos días de agitación social –incendio de las estaciones del Metro, saqueo de supermercados y farmacias, quema de bancos, autobuses– reviviendo para los nacidos a comienzos del ’70 la única película de terror que entonces conocíamos: la Dictadura. La respuesta fue inmediata, carabineros en las esquinas, estado de excepción y toque de queda, con una estampida militar en las calles tutelando día y noche las ciudades. La película repitiéndose bajo el registro de millones de celulares y pantallas. Escribo desde Arica, una zona fronteriza, militarizada desde siempre. Quizás por lo mismo, todo ocurre muy rápido. La foto de un policía de investigaciones, apuntando al fotógrafo que captura el momento infame mientras busca con su mirilla la avanzada de los manifestantes, descubriendo a los “agentes de la realidad”, irrumpiendo con la pesadilla de sus balas, en el sueño de un país que despertó.

 

 

Gonzalo Córdoba Saavedra

(Mendoza-Chile, 1981). Editor y lector. También autor de algunos libros de poesía y cuento.

Crédito de la foto: s/d.

 

Pensaba postear una foto con un mensaje del estilo «mi alma está allí también». Pero, por favor, qué ñoñada es esa. ¿De dónde viene esa idea del alma? Y además, si existiese, de qué serviría mi alma en la Alameda. Hasta parece una linda aliteración… Pero hablamos de acción, y para ello hay que poner el cuerpo. Y ponerle el cuerpo como si nos guiara el alma o alguna otra weá. Poner el cuerpo es poner el pecho, los brazos, las manos, las uñas, las piernas, el estómago y el hígado, la sangre y la bilis, la saliva, la garganta, los dientes, los ojos, las orejas, la nariz, la lengua, los hoyos, los esfínteres y todas las tripas. Hay que poner todo en juego. Bueno, y el alma también. Aunque no sepamos dónde está. Aunque no interese si realmente existe. Hay que ponerle cuerpo y alma.

 

 

Alejandra Costamagna

(Santiago de Chile-Chile, 1970). Periodista y doctora en Literatura. Ha publicado cinco libros de cuentos y cinco novelas. Su más reciente libro, El sistema del tacto (Ed. Anagrama), fue finalista del Premio Herralde 2018.

Crédito de la foto: rayado mural “¡Únete al baile!” / Video de manifestantes coreando El baile de los que sobran

 

“¡Únete al baile!”. Veo la frase en los muros y escucho multitudes coreando la canción que Los Prisioneros grabara en 1986. Tal como dijo Jorge González estos días, es lindo y triste a la vez que se siga cantando porque confirma que las desigualdades persisten. Ver la frase bajo toque de queda, con militares en la calle otra vez, nos hizo viajar a los 80 a toda velocidad. Entonces coreábamos “El baile de los que sobran” junto con el “¡Y va a caer!”. Los Prisioneros canalizaban una rabia que al mismo tiempo nos permitía bailar. Es hermoso y triste recordarlo mientras suena como el himno de las protestas de 2019. Pero también es sabio, porque nos hace enfocar el problema desde su origen. Y recordar que el modelo que nos tiene acogotados, pateando piedras en esta “cueca democrática” como la llamaba Pedro Lemebel, se fraguó en la mismísima dictadura que hasta hoy nos mueve el piso.

 

 

Amanda Durán

(Chile, 1982). Poeta. A los doce años publica su primer libro con prólogo de Nicanor Parra. Ha publicado en poesía Zona primavera (1994), Ovulada (2007, 2008 y 2019), Antro (2010), La Belleza (2017), La Vi llegar del Rock (Disco de blues con su poesía 2018) y Nudo / Trilogía Ovulada-Antro-La Belleza (2019).

Crédito de la foto: s/d.

 

Una de las realidades más brutales de Chile se llama Servicio Nacional de Menores, entidad que por años ostentó acoger a niños en riesgo social y que finalmente se convirtió en un poderoso campo de exterminio para las clases marginadas. Ya hace varios años se escuchaba que adentro de esas paredes pasaban cosas horrendas, pero hasta abril del 2016, tras la muerte de la pequeña Lissette (11 años) nadie se había acercado siquiera a mirar a estos niños por las ranuras.

En los últimos 11 años el genocidio del Estado de Chile contra sus niños suma 1.313 menores muertos, la cifra cala los huesos, pero aún no cala a quienes gobiernan. SENAME sigue existiendo, y en esos hogares tutelados por el Estado se registra un promedio anual de 2.000 abusos. En el SENAME sí educan a niños: ellos aprenden del horror hasta el horror, ellos aprenden a romperse, ellos son exterminados como plaga en manos de un país que no pueden sentir propio. Ellos aprenden a desaparecer.

¿Nos extraña entonces que estos niños, después hombres quieran hacer pedazos una ciudad que se ha hecho la ciega por tantos años? ¿Le extraña tanto al presidente Piñera que este país reventara por todos sus rincones? Un país que no protege a sus niños es un país que se desangra. Un país que no protege a sus niños no es un país, es una herida.

Esta fotografía fue compartida por la poeta chilena Alejandra Montoya, maestra de muchos presidiarios y expresidiarios de la Penitenciaria de Valparaíso, asegurando que más del 50% de sus alumnos pasó por el SENAME. Ese Chile, el que nadie quería mirar, también despertó. Dice un proverbio africano “El Niño que no sea abrazado por su tribu, cuando sea adulto quemará la villa entera, para sentir su calor”. No se trata de estar de acuerdo con la violencia, se trata de no cerrar nunca más nuestros ojos.

 

 

Soledad Fariña

(Antofagasta-Chile, 1943). Poeta, y profesora. Estudió Ciencias políticas y administrativas en la Universidad de Chile, Filosofía y humanidades en la Universidad de Estocolmo (Suecia) y Ciencias de la religión y cultura árabe en la Universidad de Chile. Ha publicado en poesía El primer libro (1985), Una palabra cómplice: encuentro con Gabriela Mistral (1992), Narciso y los árboles (2001), Donde comienza el aire (2006), Yllu (2015), 1985 (2016), entre otros; en narrativa Otro cuento de pájaros (1999) y en ensayo Una reflexión mestiza desde la escritura de cuatro mujeres chilenas, ensayo (1994).

Crédito de la foto: Rosario Fernández Ossandón durante la marcha “Mujeres de Luto”.

 

Perdimos un ojo por los que no quieren ver*

Entusiasmo y alegría en las calles por la acción de rebelarse, gritar nuestras demandas ¡y ser tantos, tantas! Esperanza de cambios profundos, movilización diaria, también acciones: junto con las salidas a la calle, cabildos -autoconvocados por la sociedad civil- para sistematizar las peticiones y estudiar el modo de canalizarlas y, ante todo, cambio de la Constitución actual. Pero también hay una fuerte represión, ahora, de la policía y es imposible no compararla con la de la dictadura. Sin embargo, hay algo que no habíamos visto antes, la gran cantidad de jóvenes que han perdido sus ojos por balines disparados a la cara. 157 jóvenes presentan estallido ocular o herida penetrante en el ojo. A partir del testimonio de una joven que perdió uno de sus ojos, escribí este poema.

 

El ojo agudo   atento     el que distingue minucias en la noche

el que escarba en la inmundicia invisible

el que graba y recuerda    grita ahora

luego del estruendo de luz que lo dejó sin luz

¡Mira! le dice al Otro (ojo)     Tú eres el Faro ahora

pregúntale por qué      yo corría   arrancaba

voltée un instante  -dardo agudo  sangre acuosa

oscuridad   dolor    dolor-

Tú eres el Faro ahora pregúntale     desde mi cuenca

qué se siente  ser Perseguidor.

 

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*título de la Acción de arte realizada el 3 de noviembre en el Frontis del Museo de Bellas Artes.

 

 

María Cecilia Gajardo

(Talca-Chile, 1985). Poeta. Editora en Ed. UDP y Ed. Tácitas; también participó en el segundo tomo de Obras completas, de Nicanor Parra (Galaxia Gutenberg). Actualmente es docente de cine y literatura. Ha publicado en poesía Piel verano (2016) y Sara Moncada (2019).

Crédito de la foto: s/d.

 

Coincidencia

Iba a escribir sobre Dictadura, sobre asamblea constituyente, sobre ausencia de oposición, sobre política interna, pero me voy a detener en un episodio.

Llegué a mi casa hace un par de horas, pasaba por Plaza Italia después de haber hecho unos minutos de clases. La marcha estaba convocada a eso de las 17:00, yo estaba ahí a las 15:30. Había muchos carabineros y poca gente “normal”. Fui testigo y víctima de cómo sus camiones de guerra arrasaban con todo. Caí al suelo y a mi lado había un niño de dos o tres años asustado. En un segundo vi a todos los niños y niñas de Chile en un mural imaginario. Hay un verso del himno de los carabineros que dice así: “Duerme tranquila, niña inocente/ sin preocuparte del bandolero/ que por tu sueño dulce y sonriente/ vela a tu amante carabinero”.

Ya no existen noches tranquilas, la niña inocente ha sido despojada de esa inocencia, esa niña es Chile y dentro de ese espacio muchas niñas no despertarán más. Nos están matando.

 

 

Galo Ghigliotto

(Valdivia-Chile, 1977). Escritor, editor y guionista. Director editorial de Cuneta y organizador de La Furia del Libro. Ha publicado en poesía Valdivia (2006), Bonnie&Clyde (2007), Aeropuerto (2009), Monosúper (2016); y en narrativa A cada rato el fin del mundo (2013) y Matar al madinga (2016).

Crédito de la foto: @KaliaOnahe (Twitter).

 

Elijo esta imagen por su simbolismo. El personaje que aparece en esta foto representa a un halaháche, uno de los espíritus de la ceremonia del Hain, realizada por los extintos selk’nam de Tierra del Fuego. Los selk’nam fueron completamente aniquilados por el capitalismo: con tal de usar y apropiarse de la Tierra del Fuego para criar ganado, empresarios chilenos y colonos dieron pie a un pogromo y posterior genocidio que terminó con la extinción total de los selk’nam durante la década de 1920. El genocidio quedó impune, y muchos de los “prósperos” empresarios que lo patrocinaron tienen el día de hoy calles que llevan sus nombres. Viendo la fotografía, podemos sentir que uno de los espíritus del pasado ha venido al presente a luchar contra lo mismo que terminó con la desaparición completa de un pueblo: el abuso, la explotación, la ambición desmedida de unos pocos. Es el símbolo de una lucha centenaria por la justicia y la dignidad.

 

 

Emilio Gordillo

(Santiago, 1981) Escritor y editor. Reside en México. Escribió la novela Croma (2013) e Indios Verdes (2018).

Crédito de la foto: https://www.facebook.com/advandrebarros/videos/2527205397386766/?t=2

 

Durante más de que quince años fantaseé con la explosión social chilena y, ahora que sucedió, ni vivo en ese país que debería sentir mío, ni entiendo bien qué está sucediendo allá. Siempre tuve una sola certeza: el modelo no va a aguantar. Lo repetía en cenas, reuniones, clases, fiestas, restaurants, bares y en cualquier conversación que pasara de los diez minutos. Me convertí en un tipo insufrible que insistía hasta el desquicio: “el país no va a aguantar. Tiene que irse todo a la mierda”, y un largo y tedioso etcétera. Escribí libros sobre ello. No cejé. Asumí el rol del sujeto insoportable que se dedica a molestar y ante quien era necesario decir: “no, en Chile las cosas funcionan”. “Eres muy exagerado”. “El problema es que a ti nunca te han ofrecido nada”. Tan ajeno me sentí, que acabé por alejarme poco a poco. Los años se acumularon y ya he pasado una década fuera del país donde nací.

Chile me dolía y ya no. Más bien me duele ver a la gente maltratada por los militares, la policía y el estado, así como me duele México, así como me duele Ecuador y todos los países donde el neoliberalismo no permite la continuidad de la vida humana y no humana. Estos días sentí abismo y terror con cada balazo y agresión que circuló en videos y fotos, con los montajes del estado y la tragedia repetida como comedia oscura en la actuación de los militares. Mucha gente que quiero sigue allá. Todo se ha desenvuelto tan rápido y la magnitud es tal, que se abren caminos posibles de procesos más comunes, opciones a todo este delirio neoliberal en el que se vivió durante tantos años, y Chile de pronto se me aparece como una trampa, un lugar donde, tal vez, sea posible un giro a las costumbres neoliberales tan inscritas ya en nuestro ADN.

Personalmente, soy escéptico, aunque espero ayudar en todo lo que pueda. Chile es para mí como una exesposa a la que se le desea todo el bien del mundo, con el corazón. Sí es necesario darse cuenta de que, si llegamos hasta acá, es porque todos hemos sido cómplices, pues todos creímos en esa promesa del modelo pinochetista: “cada quien puede llegar a ser millonario, solo basta esforzarse”. Ahora sabemos que no era verdad. Mi temor, el miedo que Chile aún me da, es que esto solo explotó cuando las pruebas eran totalmente irrefutables. A muchos compatriotas ya se los había llevado la chingada hace rato, y una gran masa prefirió observar hacia otro lugar, no hacerse cargo de su prójimo.

Chile es para mí como este video. Una cosa incomprensible, llamativa, a ratos asombrosa y difícil de asimilar: un militar bailando una cueca, mientras un ruedo de ciudadanos aplaude, y al militar le cuelga una metralleta, un poco más abajo del pañuelo que gira, gira, y gira. No muy lejos, alguien muere de hambre, de soledad, de cuentas o de pena, y un puñado de seres aplaude al compás del baile nacional de aquel país cuyo escudo reza: “Por la razón o la fuerza”.

 

 

Rodrigo Hidalgo Moscoso

(Chile, 1976). Periodista y profesor de lenguaje. Publicó la novela Desafinan con el frío (2013). Comenta libros y artes escénicas en www.eldesconcierto.cl y se dedica al fomento lector.

Crédito de la foto: Susana Hidalgo.

 

Vamos a tener que compartir, vamos a tener que abandonar nuestros privilegios. La plena conciencia que tienen de estar repartiendo mal la torta. La nula disposición a dejar de hacerlo. La bomba les estalló en la cara. Y para enfrentar la crisis, recurrieron a una estrategia esquizoide de doble entrada: por un lado la represión, los militares a la calle; y por otro la infiltración, contratar por una miseria en vino o droga a los miserables, al lumpen, al flaite, el mercenario de más baja estofa que ha aprendido a saquear, a incendiar, a disparar balas locas, a quemar casas viejas por encargo de inmobiliarias. Provocar a los exaltados, avivar la cueca, echarle bencina a la barricada y al mismo tiempo empoderar a la milicia. Un espiral de violencia sin sentido ni fin. Que corra sangre no más. No contaban con que la población hubiese perdido el miedo. A pesar de los muertos.

 

 

 

Andrea Jeftanovic

(Santiago de Chile-Chile, 1970). Narradora y ensayista. Socióloga y doctora en Literatura. Ha publicado en narrativa Amar numa língua estrangeira (2013), Conversaciones con Isidora Aguirre, entrevistas y testimonios (2009), No aceptes caramelos de extraños cuentos (2011, 2012, 2015), Destinos errantes (2016, 2018); y en ensayo Hablan los hijos (2011), Escribir desde el trapecio (2017)

Crédito de la foto: s/d.

 

Balines fuera de escena

Hace más de cuatro años escribo sobre teatro para un periódico. Voy a ver obras, elijo las que más me cautivan y escribo sobre ellas asociando la experiencia de espectadora con el texto, o bien con la trayectoria de la compañía, y a veces,  con lo que ocurre en el país. Hace tres semanas ocurrió algo insólito para el ejercicio de la crítica teatral: un balín disparado por  la policía, alcanzó a unas de las actrices, al salir de la función, de la obra que había recientemente reseñado.

El balín que disparó un funcionario de Fuerzas especiales, en medio de las primeras jornadas del estallido social que vive el país, impactó en el rostro de la actriz María Paz Grandjean cuando salía de la función, a eso de las 22 horas desde un sala de teatro en el centro de la capital. La actriz debió ser llevada de emergencia a la posta central que estaba desbordada de heridos. La intérprete estuvo en recuperación dos semanas. Tuvo suerte, si la comparamos con los 180 heridos por estallido ocular o con los 24 muertos o con los cientos de torturados.

El balín que impactó el rostro de la actriz es una munición de guerra que condensa en su metal lo peor de Chile: la brutalidad y la codicia.  ¿Cómo será reconstruir un país con jóvenes tuertos?  La escena agujereada no permite ni una bala más.

 

 

Paz López

(Santiago de Chile-Chile, 1981). Magíster en Teoría e Historia del Arte de la Universidad de Chile. Cursa el Doctorado en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte de la Universidad de Chile. Es directora del Magíster en Estudios Culturales de la Universidad ARCIS y docente de Teoría del Arte y Cultura Contemporánea en las Universidades Alberto Hurtado, Andrés Bello y ARCIS. Ha publicado en coautoría Ensayos sobre artes visuales. Prácticas y discursos de los años 70 y 80 en Chile. Volumen IV (2015).

 

Hasta que valga la pena vivir. Esta frase austera, inscrita en muros y pancartas, atraviesa sin embargo los cuerpos como un cuchillo. Es un grito de dolor y hastío por el tiempo sufrido; un levantamiento contra quienes han convertido nuestra vida en una lucha incansable por estar meramente vivos; una sublevación en el corazón de un país que ha hecho de la tristeza, el cansancio, la pobreza, la migaja, el tedio, la limosna, la sobrevivencia, la única forma de vida posible. Es una frase también hermosa, porque pone a palpitar, sin fórmulas ni mandatos, sin sacerdotes ni estrategas, una fuerza vital que busca abrirse paso o imaginar una vida más próxima a la potencia y la alegría. Por ahora son miles de cuerpos que se tocan, que no le temen al contagio, a lo desconocido, a estar juntos sin otra mediación que el deseo de experimentar una vida que valga la pena ser vivida.

 

 

Luis López-Aliaga

(Santiago de Chile-Chile, 1968). Narrador y guionista. Ha publicado en narrativa Cuestión de astronomía (1995), Fiesta de disfraces (1997), El verano del ángel (1999), Bazar Imperio (2005), El bulto (2010), Primos (2011), La imaginación del padre (2014) Geografía de las nubes (2016).

Crédito de la foto: s/d.

 

El terror infantil es, quizás, el más difícil de gobernar, se instala para siempre en uno, remiso hasta que una imagen, un sonido, un olor, lo trae de vuelta y uno, ya viejo, se estremece y vuelve a ser el niño desamparado que se había ido. Un camión militar en las calles, las caras pintadas, los guantes negros, el arma oscura que les cruza el pecho, es además un recuerdo compartido, una imagen generacional.  La imagen de un trauma y también de la inoperancia política, la ineptitud de un presidente que ahora, entrampado en las cifras macroeconómicas y en la algarabía del poder, es incapaz de descifrar el hastío y decide sacar, como en el pasado, a los militares a las calles. Como incapaz fue de imaginar que los jóvenes, nuestros hijos, no crecieron con ese miedo y seguirán en las calles, también porque nosotros nos encargamos de disimular el trauma, de que ellos no heredaran la pesadilla. Estamos aún en eso.

 

 

Montserrat Martorell

(Buenos Aires-Argentina, 1988). Periodista, escritora y catedrática chilena. Ha publicado en novela La última ceniza (2016) y Antes del después (2018).

Crédito de la foto: Susana Hidalgo.

 

Me piden que escriba, me piden que cuente qué pasa, cómo vivo este tiempo apagado, suspendido, quieto. Y no sé cómo empezar. Quizás porque en ese mutismo hay olas que terminan siendo un galope y ese galope puede ser muy violento. Hoy somos espejos que enumeramos, que tejemos sobre muertos que tienen el rostro de un padre, de una madre, de un hijo. Hoy somos espejos que caminan sobre desaparecidos, sobre bombas que no tienen tiempo, sobre caos, sobre tierra, sobre musgo. Hoy somos espejos que escriben en voz alta el dolor y la esperanza. Y ese es un mantra: hay que poner la lengua sobre el abecedario, sobre aquello que no tocamos todavía, sobre aquello que no entendemos, sobre aquello que no coincide.

Escribir sobre gente que camina, que camina sola, muy sola. Escribir sobre gente que vuela. Escribir sobre heridas que son de mármol. Escribir sobre la idea de que algunos nos quieren dejar sin verdades. Escribir sobre lo urgente que es ahora la resistencia. Escribir sobre cómo le ponemos palabras a la dictadura. Escribir sobre cómo le ponemos palabras a la democracia. Escribir sobre cómo le ponemos palabras a la transición; sobre cómo bautizamos a un modelo que nos modela la grieta, a un modelo que nos modela un laberinto dibujado arriba y abajo y arriba y abajo.

Escribir es resistir. Y resistimos. Y nos asambleamos y nos acurrucamos debajo de ese espíritu inquieto y joven que es la rabia, que es el fuego, que es la sospecha de saber que vas a caerte, que vas a temblar. Octubre nos hace temblar. Y tú tienes que sentir el miedo en la cara. Y tú tienes que sentir el miedo en el cuello, el miedo en una garganta rota, en una pierna baleada, en un párpado herido, en un cráneo triste, en un cráneo triste que nunca quisiste tocar.

 

 

Jonnathan Opazo Hernández

(San Javier-Chile, 1990). Escritor. Reside en la ciudad de Talca. Ha publicado algunos libros de poesía y es crítico literario.

Crédito de la foto: Roberto Baeza.

 

Talca, 25 de octubre. Hace exactos 7 días, Sebastián Piñera Echeñique —ninguna calle llevará tu nombre— declaró que estaba en guerra contra un enemigo implacable y organizado. ¿La solución? Militares y carabineros, el pan multiplicado de la represión estatal. Talca, 25 de octubre. Vimos un bus de carabineros avanzar a toda velocidad por la calle 1 sur. Carabineros de Chile usó su micro como un ariete. Gaseó a familias. Vimos a padres con sus coches arrancando, mientras la noche caía con su azul oceánico. Micros como arietes. La guerra. Pienso: el corazón de un carabinero tiene el tamaño de una bomba lacrimógena.

 

 

Ashle Ozuljevic Subaique

(Santiago de Chile-Chile, 1986). Actualmente transita Barcelona. Poeta, narradora, ensayista, profesora de yoga y mamá. Ha publicado el libro en narativa Vidas robadas (2011), Anteojos de sal (2013); en ensayo El silencio final: Representación y gesto ante la muerte en Diario de muerte (2015); y en poesía Tres (2016). Obtuvo la Beca de Creación literaria con los relatos de Las verdes ideas incoloras duermen furiosamente (2015) y con la serie poética Botánica (2017), en proceso de publicación.

Crédito de la foto: s/d.

 

Necesito comenzar excusándome: ¿puedo en este momento dejar de ser confesional, personal, para ser universal y hablar de algo que nos afecta a millones? No, no puedo.

La imagen que más me impactó, lo hizo hasta el silencio por paroxismo que antecede al pálpito de todos los terrores, y que dio paso al llanto y a los gritos. Me llegó por mensaje privado en una red social al día siguiente del primer toque de queda: fue la fotografía de mi hermano adolescente bajo las palabras «SE BUSCA. Salió a marchar en Coquimbo.  Si alguien lo ha visto, por favor avise a…». Bajo el desfase horario que significa vivir en otro continente, la noticia arribaba demasiado tarde.

Esto no es un cuento. No necesito mantener la tensión narrativa ni la atención de nadie: mi hermano llegó a casa, sin mutilaciones ni rasguños. Llegó todo lo a salvo que puede llegar un chico nacido en la postdictadura chilena. Llegó sin ser torturado, con ambos ojos, con sangre en las venas. Llegó.

Pero, ¿y si no hubiese sido así? ¿si en un universo distópico que discurriese en el 2019, en un régimen democrático del Cono Sur, personas que marcharan enarbolando súplicas por Dignidad y Equidad no llegaran a sus casas?

El dolor es saber que mi familia y la de mis compañerxs, que las personas que quise en mi infancia y a las que amé en mi temprana juventud atraviesan calles atiborradas de terror. El dolor es saber que lo hacen desayunándose el miedo, sin embargo, metabolizándolo para nutrir su fortaleza. Transformando la frustración en resistencia. El dolor, desde la lejanía, llega como ondas expansivas en el agua. Se ve enorme desde esta orilla y, sin embargo, sabemos que es más suave de lo que se siente realmente allá, en el epicentro. Lo intuimos.

Elegí una fotografía de mujeres enlutadas porque es la historia de Chile. Acá muchas y muchos también llevamos luto: por las familias que siguen esperando que alguien vuelva, porque creemos que la democracia ha muerto, que la precaria paz forjada sobre heridas mal cicatrizadas está exánime, porque sentimos amenazadas nuestras frágiles esperanzas, porque el decoro y el sentido común parecen extintos.

Esto no es un cuento. No habrá un narrador que reviva a nadie ni ningún personaje llevará una diadema triunfal, cualquier metáfora queda pequeña:

En Chile se está matando. Su Gobierno tiene las manos manchadas. Estamos de luto.

 

 

Gaspar Peñaloza

(Viña del Mar-Chile, 1994). Publicó Sedimento.

Crédito de la foto: André Melis.

 

Era un mar de gente caminando paralela al océano pacífico. Éramos una serpiente hecha de cuerpos gracias a las curvas de la bahía porteña. Me quedo con una bandera mapuche entre muchas que tenía escrito encima “asamblea constituyente”. De esa forma hay que hacerla incluyendo toda la historia del territorio en un proceso vinculante. Todas las constituciones han sido autoritarias y reproducen la estructura colonial. Me quedo también con una bandera del FPMR, ese espíritu rodriguista que se encarna en todos a momentos. Me quedó también con una señora que pesé a todo lo que estaba pasando le sacaba una foto al mar. Algunos insisten en solo mirar el paisaje y pensar todo esto de forma higiénica, sin cuerpos que piden y saben lo que quieren. Obvio que nos gasearon apenas íbamos llegando sin importar los niños y familias que había. Tenían miedo, estaban rodeados y custodiando el congreso que a más de alguno le gustaría profanar. Imagínate esa imagen recorriendo el mundo, millones de hormigas entrando al congreso construido por Pinochet. Luego, la represión y dispersión después de que todos compartían felices lo logrado en Parque Italia. Puros cabres sonriendo pese a lo tóxico del aire. Me encantó ver al grupo de motoqueros. Ver a los Panzers en la vanguardia de la marcha. Llegué caminando a la librería, todo el mundo conversaba, curaban a un cabro de un perdigón. Y en el subterráneo un taller de serigrafía e impresión funcionaba a concho. Estaba cansado, así que partí pa’ la casa, en la pinto había cinco camiones de milicos estacionados. A qué está jugando el gobierno. Mientras los días sean así importará menos. No hay que volverlos protagonistas, organizarse acá abajito, entre los nuestros, a mi juicio va a bastar.

 

 

Jaime Pinos

(Santiago de Chile-Chile, 1970). Poeta, escritor, editor y productor. Estudió sociología y Literatura. Ha publicado varios libros de poesía. Este poema aparece en su libro Documental (2018).

Crédito de la foto: César Sanhueza Silva.

 

La patria no ha sido dulce para mí

Lo que me tocó es vivir en tiempos oscuros

Crecí dentro de una dictadura

Me hice adulto en un país destruido

campean la impunidad el dinero la estupidez

Me hubiera gustado vivir

en una época menos violenta

En una época con menos víctimas

Me hubiera gustado escribir

otra cosa distinta a las palabras del desastre

a los libros llenos de muertos y de sangre

que no podré mostrar a mi hija hasta que sea mayor

Pero a pesar de vivir en estos tiempos sombríos

a veces he visto brillar cierta luz

En el camino de cuando en cuando

mientras intentaba abrir los ojos

y moverme hacia adelante

he vislumbrado entre las sombras

breves momentos de belleza

He conocido hombres y mujeres que día a día

son capaces de sostener esa luz frágil

esa pequeña llama vacilante en medio de la noche

Que alimentan en los otros con sus vidas con sus obras

esa llama débil siempre a punto de extinguirse

Me esfuerzo por aprender de ellos

Me esfuerzo por ser uno de ellos

Por aprender a hacer claridad en medio de la noche

La patria no ha sido dulce para mí

Lo que me tocó es vivir en tiempos oscuros

Pero confío en que esos hombres y esas mujeres

seguirán luchando por mantener esa luz encendida

día a día por todo el tiempo que vivan en esta tierra

La esperanza es la gran falsificadora

Hay que cuidarse de ella Es cierto

Pero incluso en los tiempos más sombríos

se tiene el derecho a esperar cierta luz

Aún en los tiempos más oscuros

se puede aprender a hacer claridad.

 

 

Felipe Reyes F.

(Santiago de Chile-Chile, 1977). Escritor, músico y editor literario. Ha publicado novelas y cuentos. Su más reciente trabajo es una investigación sobre Rodolfo Walsh en Chile.

Fotografía: Carolina Melys.

 

Nos callamos casi treinta años.

Nos guardamos, asumimos, esperamos.

Hoy nos levantamos, salimos a las calles –gritamos, cantamos, saltamos–, nos declararon la guerra, pero la memoria engendra esperanza de la misma forma que la amnesia produce inercia, desidia.

En siete días aprendimos que la lucha no se debe abandonar por temor a la ventaja que tienen aquellos que, por medio de las armas, con el peso de la ley a su medida, se muestran implacables, sordos, en su fiebre de poder, de avaricia.

Ese poder que hoy es estéril frente a la los miles y miles que marchamos por todo el territorio, esquivando las balas, los palos, los gases, las bombas.

Estamos vivos por nuestros muertos. Estamos unidos, determinados, convencidos.

Seguiremos en las calles, en esta primavera en que reverdecen ramas de esperanza, con sus raíces de dignidad.

 

 

Marcela Rivera Hutinel

(Chile). Psicóloga, ensayista y filósofa. Doctora en Filosofía mención en Estética y teoría del Arte. En la actualidad profesora asociada de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Ha publicado en ensayo Tecno-génesis y antropo-génesis en Bernard Stiegler: O de la mano que inventa al hombre (2013) y La fisonomía del filósofo: risa y anécdota en Nietzsche (2016).

Crédito de la foto: s/d.

 

Ojos heridos, lacerados, estallados. Más de 180 párpados caídos van marcando el pulso de estas horas negras. “Los ciegos que dejó la represión”, informaba El desconcierto hace 6 días: “Más de cien personas perdieron uno de sus ojos”. Desde el 31 de octubre hasta hoy, los proyectiles han continuado perpetrando la sádica tarea. Es 6 de noviembre y Cooperativa informa que Chile ostenta el “Récord mundial de lesiones oculares durante protestas”, superando con creces a “Israel, donde hubo 154 pacientes con ojos lesionados, pero en seis años”. «Nos quieren quitar los ojos porque vimos», avisa una pancarta que recuerda que los balines y perdigones que nos arroja el Estado buscan embestir una mirada que ya no resiste el entumecimiento al que se la había confinado.

Un momento de gracia, un destello de lucidez desplazó irreversiblemente la grilla que la turbaba. Los más jóvenes de nosotros soltaron el torniquete que la había inmovilizado. Y entonces vimos con nitidez, volvimos a mirar: vimos su codicia y su cinismo indecente, vimos el gesto obsceno de su desdén. Vimos que era posible sublevarse ante su abuso, que podía inventarse un pueblo para el que la vida debía tornarse digna. Mientras escribo, aún se escuchan disparos que hacen estallar los ojos. Pero en Chile, millones de párpados se abren, se levantan, cobijan la pupila de la memoria de la que son guardianes. Frente a sus balas, les ofrecemos nuestros ojos armados de un nuevo valor, uno que no se transa en ese mercado que es el suyo. Cada mañana seguiremos abriendo millones de ojos. Ellos se abren como se abre el porvenir a un futuro que no está sellado. El deseo puesto en común, el deseo emancipado del peso que ahogaba nuestra capacidad de pensar e imaginar uno junto al otro, continuará guiñando: «hasta que la dignidad se haga costumbre», «hasta que valga la pena vivir».

 

 

Nicolás Slachevsky A.

(Santiago de Chile-Chile, 1991). Escritor y filósofo por la Universidad de Chile. Ha publicado algunos de sus artículos, crónicas y ensayos en medios independientes. Actualmente estudia y reside en París.

Crédito de la foto: Paulo Slachevsky.

 

Bien puede una imagen valer mil palabras, pero mil imágenes no valen, de seguro, un acontecimiento. De imágenes y poco más, sin embargo, se nutre mi experiencia de los últimos días en Chile. Sorprendido afuera, navego frenéticamente entre fotografías, buscando llenar la distancia que me separa del momento en el que quiero estar.

Cada imagen que veo me despierta hoy un afecto: del horror encuentro en estos días una expresión imaginal actual, pero también del deseo. Las imágenes, apabullantes en el régimen de la información, bien miradas ofrecen en la lucha inéditas condensaciones de potencia y memoria. Su valor de uso, entonces, momentáneamente se trastoca. Podrán quizás ser recuperadas, pero también podrán brillar, lo que dura un instante, como oxigeno o combustible en el temblor que hoy nos brota.

Han tratado de recuperar la imagen de una protesta, pero la rebelión sigue encendiendo el territorio. Busco alguna imagen que valga mil palabras. Miro una y le pido que hable.

 

 

Begoña Ugalde Pascual

(Santiago de Chile-Chile, 1984). Poeta, narradora, dramaturga y docente. Reside en Barcelona. Ha publicado en poesía El cielo de los animales (2010) , La virgen de las Antenas (2011), Lunares (2016), Poemas sobre mi normalidad (2018), La Fiesta Vacía  y el relato Clases de Lenguaje (2016); y en teatro Fuegos artificiales, Temporada baja, Yo nunca nunca, Lengua materna, Cadena de frío y Toma.

Crédito de la foto: s/d.

 

Entre tanta imagen hermosa y terrible que he podido ver desde que el pueblo chileno dijo BASTA a un sistema neo-liberal escandalosamente abusivo, quiero destacar esta foto de una performance realizada el 31 de octubre, por el colectivo Yeguada Latinoamericana, frente al monumento a los carabineros, a pasos de plaza Italia, el corazón de la capital. Monumento que lleva el número once escondido en sus pilares, aludiendo al día en que comienza una dictadura militar que hasta ahora parece no haber terminado.

Mientras Isabel Plá, la “ministra de la mujer”, guarda silencio cómplice frente a las numerosas denuncias de ataques sexuales a mujeres, niñas y también a hombres, por parte de las fuerzas armadas, ellas elaboran sin pedir permiso una acusación directa, que de alguna manera ajusticia a las víctimas pasadas y presentes. Porque saben que penetrar, vejar, e infringir dolor en el cuerpo, es una manera brutal por parte del Estado de decir que este les pertenece. Que por tanto debes obedecer y esconderte en tu casa por miedo a que te pase algo. Entonces, a través de este gesto desinhibido, desde la conciencia del poder transformador del arte, la Yeguada da cuenta de la vulnerabilidad actual de quienes están hoy reclamando lo mínimo para una vida digna, poniendo en el centro ese primer territorio que hay que defender y recuperar, ya que ha sido explotado durante siglos. Una acción poderosa realizada en plena calle, espacio donde, a pesar del toque de queda, las lacrimógenas, las balas, balines y perdigones a quemarropa y en plena cara, por fin el pueblo se está encontrando, dialogando y articulando una nueva realidad.

 

 

Macarena Urzúa Opazo

(Santiago de Chile-Chile, 1978). Poeta, investigadora y profesora asociada de la Escuela de Literatura de la Universidad Finis Terrae. Ha publicado en poesía Jersey City (2009) y Escrito sobre el agua (Castor y Pólux, 2018).

Crédito de la foto: Un salto del Octubre Chileno, del muralista Giova (Instagram: @giova.streetart).

 

Ninguna revolución se adscribió a la legalidad para nacer ni pidió permiso para tomarse la historia.

El gesto de sortear las piernas junto a la fuerza de brazos para saltear algo más que el metro, entre una legalidad e ilegalidad, permitido y prohibido, finalmente se establece como un movimiento fundamental original: una e moción, imagen en movimiento que se fija, gesticulación, moción de una constitución que se enmarque en pensar desde otro modo a la comunidad, moción de acusación constitucional, reivindicación que marcará un antes y un después en la historia de Chile, una revolución social que, como otras, parte de un gesto como este del mural.

Cómo pensar el muro, la pintura mural, la foto, lo efímero, la pérdida de lo que existía anteriormente y lo que ocurrió antes del salto del estudiante / el ajuste entre la visión, la representación y lo representado.

La sangre rojo óxido va e irá tiñendo también el mural, el papel / lo traspasa a quien observa el mural / la foto a quienes también nos miramos en un después que quebró no solo la temporalidad, sino también modos, posturas, colores que anuncian la grandeza de un gesto.

“La antigua normalidad no existe y es parte de un pasado pesadillesco. Tomarnos otra vez la pastilla sería el fracaso más absoluto”, Nona Fernández dixit.

 

 

Juan Carlos Villavicencio

(Puerto Montt-Chile, 1976). Poeta, traductor y editor de Descontexto Ed. Ha publicado en poesía The Hours (2012), Breaking Glass (con Carlos Almonte, 2013) y Oscuros ríos (2018).

Crédito: “Bandera” (sep 2019), de Martín Gubbins.

 

Octubre de Chile

 

Una bandera negra refleja

…………….el abecedario de un país en ruinas

…….enterrado ahora

…………….bajo sus propias cruces incendiadas

 

Un sol ardiendo habita en la multitud de flores

en cada grito hacia el futuro

contra

 

…………………………………la traición abrazando las cadenas

………………………………………….…………..el tiempo devorado

…………………….nuestra sangre torturada en las monedas

………………………..…los crueles surcos grabados en la piel

…………………………..…….…la violencia sobre toda calavera

 

…………………aquellos carentes de fuego, nuestro respiro

 

 

 

Hay tierra oscura negando los rostros de mis muertos

 

Hay fieras sobre nuestras tumbas en el bosque

 

…………….Hay balas volviendo a la puerta de su propio infierno

 

 

 

Una bandera rasgada de mentiras era blanca

 

Una bandera negra devela renacidas de colores las estrellas

…………………………………………………………despertando

 

 

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