Reproducimos el texto que leyó el poeta Mateo Díaz Choza en la presentación del último poemario de Denisse Vega Farfán, El primer asombro (2014), publicado este año en edición conjunta por las editoriales Paracaídas Editores y Animal de Invierno. Con este poemario se abre una nueva serie de ambas editoriales, la que han denominado «Serie &Insular de Poesía».
Notas a El primer asombro
Por: Mateo Díaz Choza
Crédito de la foto: Denisse Vega
Una vez llegados a la madurez, algunos autores —Kavafis, Juarroz, Belli, Watanabe— encuentran un estilo que les es propio e inconfundible. En adelante, no harán sino desarrollarlo y explorar las posibilidades de un territorio ya descubierto y conquistado. En cambio, otros —Pessoa, Vallejo, Adán, Eielson— parecen evidenciar una innata necesidad de renovación y es su obra una sucesión de constantes hallazgos y maduraciones. Para quienes hemos leído los dos notables libros de Denisse Vega Farfán, la publicación de El primer asombro nos indica con claridad que su autora pertenece a la segunda estirpe de escritores. Luego de haber demostrado su capacidad para desarrollar un lenguaje propio firmemente sustentado en nuestra tradición poética, inaugurado en Una morada tras los reinos y posteriormente retomado en la plaquette Hippocampus, Denisse se reinventa y nos asombra: el verso plástico y surrealizante de sus primeros libros se serena y se contiene, guardando, no obstante, la delicadeza de un lirismo que parece ser su sello indeleble.
A lo largo de la casi treintena de poemas que lo componen, El primer asombro nos propone una constante meditación en torno a la escritura, fenómeno que aborda desde sus más diversos niveles. Por un lado, indaga, particularmente en la primera sección del libro, sobre la labor del poeta en tanto techné, el conjunto de destrezas requeridas para fraguar un verso. Estas son tangibles y reales como las de una costurera o un carpintero, con quienes se compara. En el último caso, en «Manos» —tan reminiscente al poema «Digging» de Seamus Heaney—, la autora parece presentar su propia arte poética: ella lucha con las palabras para encontrar el poema, perfora en lo secreto, pero debe saber cuándo detenerse. El ebanista aparenta ser el paradigma; de lo que se trata no es de crear la madera, sino de darle forma y acabado. Incluso, en «Justificación del poema», cual agnóstico que habla sobre Dios, Denisse confiesa jamás haber visto la inspiración, pues afirma que esta tiene el rostro —sigue la misma metáfora— sin biselar. Por ello, el poeta, ese escultor de palabras, es tan distinto de su obra como el carpintero de la mesa que construye. Tal conciencia de la creación queda enunciada, con claridad y contundencia, en «Enclave», cuando dice «El poema está listo. Yo estoy en otra parte».
En los textos de la segunda sección del libro, la escritura es desplazada por el tema del escritor. Antes que un diálogo, la voz poética se convierte en observadora y testigo de las vidas y huellas de poetas y artistas admirados. De ese modo, la autora se apropia de tradiciones de las que se siente parte: el intimismo lírico (Keats, Trakl, Van Gogh, Chet Baker) y contemplativo (Li Po, a quien dedica un poema de la primera parte). Esta última vertiente es puesta en práctica en la tercera parte del volumen, Paisajes, donde la naturaleza primitiva ocupa el centro de la representación poética. Sin embargo, lo más resaltante de los «poemas sobre poetas» de Denisse es el acercamiento fraternal, tierno y, casi por momentos, compasivo con el que se dirige a ellos. Así, en «Historia de un sonido», abandona la distante tercera persona y adopta la segunda, para guiar y acompañar a un Chet Baker, adicto y suicida, por las calles de Amsterdam. Ahora bien, es probablemente en «Lectura del agua», dedicado a John Keats, cuando la intensidad llega a su punto más alto. Pese a la sobriedad del lenguaje, las metáforas son precisas y bellas: el sol se ha vuelto enfermedad y la caja del pecho es «una cuerda cada vez más aguda». En oposición a ello, existe también un enfoque diferente, el de «A quién te has confiado pequeño Trakl…», poema fundamental de la cuarta sección. Aquí, la ternura y la apelación al poeta admirado esconden una reflexión más profunda sobre la naturaleza de la escritura. «A quién te has confiado pequeño Trakl / a la palabra que nunca escucha y cree hacernos escuchar? / a quién nos hemos confiado?» La tragedia del maestro es también la de todos y el fracaso del lenguaje es el vínculo que nos une.
Por último, cabe resaltar que El primer asombro aborda otra arista del proceso artístico: la creación. Los poemas de la cuarta sección reinventan situaciones ficticias de personajes literarios —Gregorio Samsa, Lidia, la amada de Li Po— o artísticos —la mujer desnuda de «Almuerzo sobre la hierba» de Édouard Manet. La trama que los une es la eternidad; una vez vertidos en la tela, el lienzo o la palabra, los personajes dejan de ser los modelos que los inspiraron y se inmortalizan en las obras que los cobijan. Ello parecen reflejar los versos finales del poema de Lidia: «Así sin nada que guardar para la fría memoria / no envejezco / un altar sumergido es mi rostro / un río que murmura: / “lo que no transcurre no tiene tiempo / ánima de bronce es siempre en las orillas”». Dichos poemas, y particularmente «Almuerzo sobre la hierba», complementan la figura del artista, pues, si bien este requiere de una técnica determinada, su labor es también poiesis, creación. La aparición de Victorine sobre el cuadro y su desnudez, al final del poema mencionado, la asemejan a una Eva moderna, mientras que el pintor, que la hace aparecer «de la nada», es, como diría Huidobro, un pequeño dios.
Frente a textos que denotan tal madurez y capacidad metaliteraria, es más bien refrescante toparse con los poemas finales. Unos versos del «Poema de la luna» son especialmente cautivantes: cuando el yo poético se compara a un torpe animal perdido en la estepa, alejado de la manada. Después de tantas palabras, la poeta está hablando de sí misma. Ahora, esbozaré tan solo una interpretación. La confusión del animal es conocida por la autora; para escribir El primer asombro, Denisse también ha tenido que sortear una encrucijada: un conflicto de estilo. Se ha reinventado, ha preferido una dicción justa y precisa, ha decidido tomar las riendas; no obstante, en ciertos poemas brota un torrente de imágenes, un aliento más apremiante, un verso menos ceñido. Frente a la belleza de la realidad, la celebración de lo imaginado, ya presente en sus libros anteriores. Sin embargo, incluso en los poemas más libres como «A quién te has confiado pequeño Trakl», la reflexión de la escritura sigue presente. El verso que dedica al poeta austriaco también podría, entonces, dirigirse a su propia poesía: «contraria al origen tu palabra viaja».
3 poemas de El primer asombro
Una visita alejandrina
(Kavafis)
II
Vine con mis antiguos aparejos
a visitarte a tu casa en Alejandría.
Un museo en Sharm-el-Sheikh. Diez libras egipcias.
Pocos griegos hay ahora, y los jóvenes
de grandes ojos de topacio como te gustaban
confundían tu nombre.
Un retrato en saco y corbata te ocultaba bien
de los ojos del almuédano.
De Ammonis y de Endimión nadie sabía nada.
No estaba la moldura de sus cuerpos en tu cama de latón
y la mesa, donde los inmortalizaste en un libamen impoluto
rugía contenida en la luz oscura.
Compré una pipa para mi amigo peruano…
Para Renato
Compré una pipa para mi amigo peruano
en el Mercado de la Seda.
«Es de cuerno de yak», me dijo la dependiente.
Tiene un lomo suavísimo, discreto,
y un revestimiento de cobre en la boca del hornillo.
Ya temprano había visto su carne
delicadamente sazonada en el bufet
satisfaciendo sobresaltados comensales
―poetas trashumantes buscando el elixir
de su infatigable demonio―.
Teníamos que haberlo visto a 6000 metros de altura,
con la joroba dispuesta, peinando los desiertos del Tíbet.
Detenidos en su ojo, complacido y triste, adivinamos la vida.
Mi amigo colecciona pipas de todos sus viajes,
como si no quisiera abandonar la humareda interior
de cada comarca extraña.
Ya en casa, enciende una al azar
en la demandante hora del poema,
y se pone a laborar, sin angustia, en sus apariciones reptantes.
Quiero creer que, en la espiral de humo, volverá el yak,
paciente como en las estepas más frías,
para guiarlo mientras escribe, entre salvajes amenazas,
decapitadores vientos, que tan bien reconoce.
Beijing, 2013
Aus blauem Spiegel trat die schmale Gestalt der
Schwester un der stürzte wie tot ins Dunkel.
Trakl
A QUIÉN TE HAS CONFIADO pequeño Trakl?
a la palabra que nunca escucha y cree hacernos escuchar?
a quién nos hemos confiado?
te levantas del sueño con sienes heladas
palpas el juicio de la niebla
que nos confunde con los que no somos
cada día eres menos el hombre que asoma al espejo
nunca fuiste hombre
lo sabe la acacia que tiene tu mismo peso
el último animal que bala en la noche y conoce
de la primera línea caliza entre las grisuras
que dan camino a la aurora
no te asustas en no serlo y sonríes nerviosamente
acariciando tu limado cuerno de antílope
que embiste inútilmente el horror de la falsa morada
buscas tu nombre
pero no sabes que está en la primera virtud
que abandonó nuestra especie
atraviesas los campos cubiertos de granizo
en holgados trajes de hechicero
eres el monje en el que los mirlos aguardan la hora del descanto
para escuchar la melodía primera
te dejas herir los pies con la madura avellana
a dónde vas pequeño Georg?
tus manos saben del rayo entre graznidos
no es suficiente
tus manos trabajan nudos de aire
lenguajes que tenemos pronunciar
a dónde vas con ese amarillo tallo en la cabeza
con todas esas ramas y frutos a punto de caer
que ya de pronto se le agolpan?
y tu apenas sosteniendo la agujereada
aunque nimbada canastilla del pequeño Georg
a dónde vas?
a lo lejos una niña juega a solas
moviendo sus labios mudamente
lleva en los ojos el carrillón que sostiene el precipicio
tú intentas hablarle
contraria al origen tu palabra viaja
ella cree entender y eres una llaga de olivo en su vientre
estás ahí para desollárselo
hasta que su muerte sea una lila
con la que puedas al fin impasiblemente conversar