Por Nanne Timmer*
Crédito de la foto la autora
No hay anestesia para hoy.
7 + 1 poemas por Nanne Timmer
Soñando con Coimbra
Para una poeta anónima
Cuando tenía cinco años yo soñaba con Coimbra
y ahora hace treinta y nueve que
no había soñado con aquello:
calles, escaleras, árboles y una piedra. Y de repente
me encuentro con un gesto y mirada de Coimbra,
una mano, y una poeta escribiendo sobre ella.
Incertidumbre, como tenía que ser. Ya nos hablaremos,
me dijo y se hizo de noche.
¿Qué habrá querido decir? ¿Que nos hablaríamos?
¿o que nos íbamos a quedar calladas? ¿o que alguna
vez íbamos a abrir la boca? ¿o que había algo
específico que decir que algún día nos diríamos?
¿o que un hasta luego y adiós, y que se hablaría,
ni ella ni yo, sino otros, en impersonal? ¿Que las cosas
hablarían a través de nosotras, de los versos y el pan?
Cosa sencilla para poetas: ya nos hablaríamos,…
Restos
La espera rojo cadmio,
el párpado cae al vacío.
nada, veo.
mojado, me dicen tus ojos.
lágrimas, que reflejan casa,
puertas que prefiero detrás.
no entres, me dices.
Doy un paso y tú ves telarañas,
dedos callados, temor. Madre
viene con amargura, no quiere
ver, no quiere mirar,
no a través de cinco vasos.
Vino no, dices,
no anestesia para el hoy.
cristales rotos, tragos,
demasiado tarde,
pastillas para después.
Respiro debajo de la mesa.
cierra puertas y masculla,
escucha como con seda suave él
le susurra a ella
palabras lindas, dulce deseo,
en forma de alta traición.
al lado de su sillón, los restos
de rodillas que buscan tierra firme,
rojo cadmio, y si existieses a mí
me buscaría amisamí en ti.
Gato Encerrado
Gato encerrado,
dijo él, tres pelos y una historia
la nariz hacia delante
un cambio de registro
gato manso, dijo
como quien no quiere la cosa
trastornado de mente
orejas levantadas
la vista hacia el horizonte
es algo que hay que ver.
no puedo con la tontería ya
ni la idiotez, ni el ruido.
apenas soporto la radio,
y a un gato sólo si supiera cantar.
gato elefante, lo llamaría él
sin yo poderlo apreciar
me mostraría tarde
color pardo, de la tierra
ojos hondos, pelo negro.
Higo chumbos, pinchos,
hojas. Y pasos en la tierra.
Piedras van dejando huellas
de olor pantano. Uno, dos,
tercer zapato, en camino,
hojas blandas. Dirección futuro
me señala con ojos que saben
más que mente. Si tú supieras,
no me mirarías. Así, por lo menos no,
no así. Mírame más tiempo.
Un padre muerto
Quiero hacerte gafas
de membrana, para que veas
las aves,
que sabrías hacer bailar
en juego y llamitas.
Todo
cambió sin tu mirada.
Un hombre y su sombra
Para G.I.
A su clase se puede entrar con pistola, con ganas
de suicidio o enseñando las piernas. Todo eso, poco es.
A su clase se puede entrar con pucho, vino malo o
peste a noche anterior. Todo eso, lo mismo da.
Aun si fuera con mugre en los pies descalzos y las manos
sucias, comiendo frutabomba. No que eso pase en los países
de las universidades asillonadas. Pero poder, se podría, eso sí.
El profe se lo permite todo al estudiante, menos
que no sepa volar. Regla número uno en clase del hombre
de la sombra. Allí va él, en busca de la Ciudad Oculta,
los laberintos de los mataderos de las salas del Witte Singel,
que demasiado blancas aparentan ser.
Weniger Licht! Exclama, quiere ver, y así flirtea
con su propia sombra. Su sombra se ríe de él, y él
se ríe de su sombra. No que esto le sea angustioso,
en el fondo se lo pasa bien. Y cuando uno
menos se lo espera, tirachinea a los que le rodean
en plena luz. Nada de otro mundo: un pequeño gesto
de agresión contra lo intangible e inocente.
Así dos pájaros de un tiro: matar el aburrimiento con juego de tirachinas,
y lanzar el aullido como anuncio del apocalipsis. Le ronca la luz, le ronca.
Le ronca el día y la peca ingenua, le ronca.
A lo lejos se le sale un viejo anhelo a comunidad perdida,
llama, grita, llama otra vez. Busca
una mirada conjunta,
una voz hermana,
una desde abajo,
desde la noche que se cree la más oscura.
Sin mucha esperanza prueba a ver si hay respuesta.
Silencio, y después
se queda solo, confirmado
en sus ideas del statu quo del apocalipsis que ya fue.
Nada nuevo: relamiéndose los jugos de la carne, masticando
huesos y escupiendo dientes, el profesor perro del desierto.
Pero hay días en que ocurre distinto: en que luz y sombra
se ponen de acuerdo para dejar ver, dejar hablar, dejar entender.
Cuando uno ve la sombra de la luz a la luz de la sombra.
Le ronca la amistad, dice, y se ríe. La inevitable y generosa compañía
de los solitarios perros del desierto, aunque al profesor le ronque.
Un acontecimiento que uno sólo puede ver a la luz de la noche,
como si de un soneto del acantilado se tratase: la amistad.
Calma
Una pared y una línea fina de sombra helada se dibuja en el portal.
Piedras, nada, sonido.
Nunca le había picado una abeja.
Quiero llenarle el vacío de poemas aguijón
y sus ojos con metáforas,
Pero ¿sabes lo que dices? me pregunta,
el perro me mira con asombro. Cuando miro de vuelta, se le mueve el rabo.
A veces todo se detiene. Como si también los sonidos se hubieran vuelto estáticos. Me gusta el tren de las ocho y media de la mañana. Semidespierta. Un sol que me ciega. Me obliga a cerrar los ojos como si quisiera darle calma al paisaje. Esa calma que sólo hay cuando no hay mirada. Tarde, vi el rocío, morado. Lo vi, justo antes que se hiciera de día.
A veces siento la necesidad de convertir el fue en un fuese,
bien indefinido, no fait accompli.
Un autobús va como si fuera de vacaciones,
otra manera de rodar, tampoco fait accompli.
Y me dice
Para el zorro Fieret
Y me dice túmbate,
me dice arrópate.
Y me dice ahora,
ojos abiertos,
desenróllate en ti,
tú a, tú b,
tú etcétera.
Me dice llanto, estrella,
ojos de zorro, y mira,
tú a, tú b, tú etcétera.
Y cuando llegue el otoño,
tú llovida, me dice,
disuélvete,
Y en eso, me dice, tú a,
tú b, tú etcétera,
a la luz de la sombra
pero con lucidez, me dice,
te nombro Gala, Medusa,
o Penélope Zorrita, tú a,
tú, etcétera.
Multilingüismo
lengua racha
lengua fuera
lengua suelta
lengua múltiple
lengua táctil
esto me pasa por hablar