En exclusiva, Vallejo & Co. reproduce un texto escrito como homenaje por José Ignacio Padilla, uno de los principales investigadores,conocedores y promotores de la obra literaria y plástica de Jorge Eduardo Eielson, a pocos días de la muerte de este último, en el mes de marzo de 2006.
No conoceré el gusano ni la tierra
Por: José Ignacio Padilla
Crédito de la foto: Izq. Maria Mulas
© Centro Studi Jorge Eielson / Martha Canfield
Der. www.flickr.com/photos/casamerica/9897672136/
Había en Eielson un don, una gracia natural que le permitía caminar como quien se va desprendiendo de pequeñas excrecencias doradas: poemas, trapos, acciones. Sólo maravilla puede producir esa explosión de creatividad: poesía como para una vida de poeta; pero además novelas que se hunden en la profundidad compleja del lenguaje (habría que volver).
Pero si eso no bastara para convertirlo en un artista (o dos, o más): esa obra plástica instersticial, difícil de clasificar: los nudos que surgen del lienzo y de las paredes y se introducen en las habitaciones, poniendo de manifiesto el vacío o el espacio, haciéndolos vibrar.
Y si eso no nos ha descolocado ya: poesía vocal, poesía visual; instalaciones atravesadas materialmente por un concepto.
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Pero, claramente, la mayor sorpresa, cuando se conocía a Eielson, era él mismo. La sensación de que todo eso, claro, emanaba de él naturalmente. Que su trabajo mayor era algo no dicho o no hecho, pero presente.
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De lo que se trata es, como siempre, de salvar un abismo: el que va del objeto al lenguaje, del lenguaje al objeto. Sin mayor esfuerzo, Eielson podía concentrar el lenguaje hasta materializarlo; nos lo daba en esa cosa opaca o luminosa, o nos daba esa cosa opaca y luminosa, arrastrada por el ritmo de su respiración. No arrastrada; deslizándose sin roce. Y con la misma nitidez amarraba telas y texturas, ofreciéndonos el momento en que de la materia emerge la forma; del objeto, el signo.
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Tarde, después de tantos años, se celebra a Eielson. Con rapidez sospechosa. ¿Por qué lo celebramos? ¿Qué celebramos en él? Habría que detenerse antes de las simplificaciones. “Poeta puro”, “artista abstracto”, “la recuperación de lo pre-colombino”. Habría que detenerse a precisar el lugar de Eielson en la historia intelectual peruana.
Eielson enunciaba siempre desde una aporía: la distancia entre el signo y el objeto, la imposibilidad de imaginar una nación y la necesidad de superar toda imagen de nación; la urgencia de recuperar el pasado sin ser indigenista y traer un futuro que no sea la homogeneización cosmopolita.
En los “Paisaje infinito de la costa del Perú” y en los “Quipus” no está apropiándose de raíces ajenas para afirmar un Perú: propone una desorganización del tiempo: contra la República, pone pasado y presente en sincronía. Su obra no es nostálgica de un origen remoto: produce un origen, en el presente. Y la temporalidad de ese origen es la tensión dialéctica entre pasado y futuro.
Fundamentalmente anti-criollo, Eielson era también un criollo. Pero no afirmaba totalidades. Se detenía en la aporía, al borde del abismo, a desestructurarlo todo, en ese espacio donde ya no queda ni criollo ni anti-criollo, sino sólo la tensión entre ambos.
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Y en el medio, entre un lenguaje que calla, entre objetos que se acumulan, entre unos y otros: el cuerpo. La casa del cuerpo. La casa del lenguaje.
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¿Qué mejor homenaje a Eielson que recordar uno de sus Homenaje a Leonardo? [fig.] Si un cuadro fue hasta hace apenas medio siglo una ventana, ¿adónde nos lleva esta ventana? Si el lienzo se hacía invisible, si se borraba para ser superficie de inscripción, ¿por qué este lienzo se exhibe como marco, por qué se anuda sobre sí mismo y se hace objeto para nuestro cuerpo, bloqueando la ventana? ¿Por qué Leonardo es convocado en su escritura, ilegible, sólo para ser inmediatamente desplazado? ¿Y el nudo que tampoco se puede leer?
No hay mestizaje: no es un “quipu de Leonardo”. Se trata más bien de juntar lo que no se puede juntar, anudarlo todo en la aporía; desarmando a Leonardo y su pintura, desarmando el quipu y la escritura, oscilando, al menos por un instante, entre materia e idea, entre objeto y lenguaje.
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Sus proyectos: hacer de su vida un arte, hacer de su muerte un arte. Lo que tenía de misterioso era lo siguiente: pequeño, menudo, hasta frágil, vibraba como si estuviera parado en un nodo espacial, en un punto donde las ondas se concentraran; y desde ahí, irradiaba algo. Eielson era uno de esos ocasionales sucesos históricos, motores de energía que propician el develamiento de la poesía y que echan a vibrar lo que los rodea. Por eso, cuando se le conocía, era claro que él era la obra; y sus obras, los juguetes que se daba y daba. Y lo poemas, ¿qué eran los poemas?
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Eielson ha muerto. No más teléfono y no más correspondencia a Via Stampa, Milano (Lima-No, bromeaba). Eielson ha muerto y nos toca decir algo. Hace unos días un famoso pintor local dijo, comentando su obra múltiple: “Para mí fue fundamentalmente un gran poeta”. Cuánta mezquindad en una frase. (¿Será ésa, eso, la colonia?)
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Pensar que Eielson era un poeta –y lo era— estabiliza demasiado la figura. Habría que pensar la multiplicidad de su trabajo, y encontrar ahí, nunca en un objeto o en otro, en una posición o en otra, sino entre los tejidos de la idea, en lo que lleva de un punto a otro y siempre a otro, en el reenvío constante, encontrar ahí, la figura: constelación o nudo.
Constelación o nudo: figuración, configuración: noción sutil que no sería ni materia ni forma, sino acaso concepto, esquema en el ámbito de la imaginación y la percepción, que se deshace a cada instante y que Eielson mismo usaba para circunscribir su espacio.
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Recordar ahora la última intervención pública de Eielson en Perú. Su participación en una videoconferencia, hace 3 o 4 años, en el auditorio de una millonaria fundación.
Prensa, costosos mecanismos institucionales, un evento burocratizado, entre solemne y momificado. ¿Y cómo desarma Eielson toda esa estructura fantasmagorizante? Aparece en silencio, por un minuto, cubierto por una máscara azul ultramar, llena de estrellas. Después se la quita. Ríe.
Así, con un solo gesto, y antes de que empiece el espectáculo, ha pateado el tablero. Ese gesto es el último refugio del artista, su línea de fuga. Impresiona como intelectual; conmueve como ser humano.
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Cuando conversábamos, las pocas veces que conversamos (Carlos, Lula, yo) nunca hablábamos de su trabajo. Pocas veces hablaba de “sus cosas” –aunque siempre volvíamos al arte, a la música (jazz, claro), a discutir poéticas. Más bien él abría botellas, nos pasábamos algún chisme, bromas ligeras y crueles, anécdotas. Nombre tras nombre tras nombre tras nombre… el siglo entero aparecía –entre carcajadas— para mostrarnos la palidez de nuestro conocimiento (de papel), la escasez de nuestra experiencia. Entre sonriente y asustado, siempre. Delicado, pero inflexible. Aun enfermo, vibraba. Y la luz, con él.
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La poesía final de Eielson estaba despojada de la excesiva belleza de sus primeros años. Escrita desde una calma sin pretensiones, para algunos era de una simplicidad exasperante. Pero cuánta potencia tras esa superficie en disolución. “No es necesario escribir bien / Para escribir un poema / Se necesita sólo amar / Y amar solamente / Aunque lo mejor es siempre / No escribir”
Y en su último libro (2005), escrito desde la enfermedad y la muerte, ¿qué potencia se adivina tras la humilde perfección formal?
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Así que, ¿qué decir ahora que ha muerto? ¿El vacío; los años de olvido; escuchar en silencio los vacíos homenajes? Pronunciar otro vacío homenaje. Pensar nuevamente por qué son necesarios en nuestro triste país 40 o 50 años para empezar a mirar esa constelación. Pensar tristemente que 50 o 60 años no alcanzan para borrar la mezquina sonrisa limeña.
Pensar también que Lima no existe.
Y pensar en el cielo gris de Milán, en invierno, a media tarde.
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Jorge decía que cuando uno finalmente sabe algo, cree saber, finalmente cree que sabe algo, aun si pequeño, es justamente cuando ya todo se acaba. (Se reía).
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[Cuatro poemas del libro Del absoluto amor y otros poemas sin título. Valencia, Pre-Textos, Octubre 2005]
No conoceré el gusano ni la tierra
Sobre mi calavera
Mis cenizas irán directamente
Al cielo así lo espero
Dejaré sólo mis vestidos
En mis cuadros
Y en mis pobres libros
Mi corazón siempre asustado
No habrá ninguna ceremonia
Sino música y un minúsculo diamante
En el bolsillo para que no se queme todo
Mientras yo partiré
Vestido de payaso
Desbaratado pelele después del fuego
Pero tomando un vaso de vino
Con Michele
Después de mucho tiempo vuelvo
A mi casa de mar
Abro un viejo armario
Y una cascada de perlas
Inunda la habitación. Me aferro
A una mesa una cama una cortina
Pero las perlas
Atraviesan toda la casa
Y siguen rodando hasta la playa
Arrastrándome con ellas
Ya en el abismo azul
Me siento igual a ellas
Y como ellas
Por fin en casa
El tiempo que pasa ahora
Por estas palabras
Pasa también por nuestros huesos
Como el agua entre las piedras
Nos arruga la cara y la camisa
Crea remansos en los ojos
Burbujas en el corazón
Y en la orina. Así el tiempo
Resbala sin remedio
Por nuestra calavera
Hasta volverse verso
Inexplicable sonrisa
Cascada de ceniza
Los verdaderos poetas aparecen
Sin que nadie se dé cuenta
No tienen nada en la cabeza
Escriben versos en el aire
Quieren a todos tiernamente
Sin que nadie los quiera
Son los únicos que lloran
Cuando afuera llueve
Y sin que nadie se dé cuenta
Desaparecen