Por Daniel Rojas Pachas*
Crédito de la foto (izq.) archivo Museo Nana Gutiérrez /
(der.) Ed. Pampa Negra
Nana Gutiérrez y la poesía para todos los hombres sin ningún nombre
Yolanda Gutiérrez Bonelli mejor conocida como Nana Gutiérrez**, escritora del norte grande de Chile, declarada antipoeta, mariposa subversiva y una poderosa voz femenina capaz de revelar sin asco el hastío de la provincia, hace mucho que dejó de ser el secreto mejor guardado de la poesía en la fronteriza San Marcos de Arica. Ediciones como la que tienen en su mano, gracias a la importante labor que está desarrollando el sello Pampa Negra, así lo confirman.
Este libro, como diría Nana, es una ganga, dos por el precio de uno, pues han accedido a la reedición de un libro de 1974 editado por la Universidad del Norte con prólogo de Andrés Sabella, hoy inencontrable, el otro poemario, un manuscrito que pasó por una encomiable labor de transcripción de archivos, arqueología poética, a todas luces un rescate necesario. Pero no nos dispersemos, volvamos al manido título del secreto mejor guardado y hagamos el esfuerzo de derribar ese posicionamiento, pues Nana Gutiérrez no es un susurro que fetichistas de la poesía comparten o un dato al vuelo entre pasillos, es un hecho ineludible, un territorio de nuestra tradición poética que no podemos ignorar, si lo que deseamos es completar el mapa literario nacional, de Arica a Magallanes, además de entender mejor el devenir de nuestras letras, insertas en el gran panorama del Cono Sur y de Latinoamérica.
Nana no fue sólo una poeta con una obra sólida que podemos encontrar escenificada en originales y complejos poemarios, también fue una consciencia autorial que de modo intuitivo y sostenido logró entender su época y las limitaciones de la crítica, un espacio cultural, hasta hoy lamentablemente dominado por figuras masculinas que desde un centralismo oficial legitiman, encasillan o someten a la invisibilización a algunos de sus pares, sobre todo si estas, en muchos casos son mujeres, o voces que encajan en lo que con comodidad denominan minorías, cuando en realidad estamos ante voces que son verdaderos puntos de fuga a las etiquetas e ideas preconcebidas de nuestra realidad creativa. No pretendo con esta aseveración esgrimir una apología ideológica, pues el silenciamiento que pesa sobre algunos autores, la mayoría de las veces se debe a temes de estilo, el alejarse de lo documental, de lo meramente folclórico y local, el referente inmediato y al uso. Atreverse a explorar y experimentar y romper con las convenciones al salirse de los moldes seguros es una transgresión que se paga con la indiferencia de la voz que autoriza.
Muchos conocemos la historia de Stella Diaz Varín, compañera de ruta de Nana Gutiérrez dentro de la generación del 50, también poeta del norte, de Serena. Si comparamos la suerte que ha corrido la poesía de la Colorina. frente a la obra de Nana, notaremos como elemento común lo adverso que ha sido el camino para estas maravillosas voces. En el caso de Díaz, su poesía se ha visto recubierta por los ropajes del exceso, de la vida poética al límite, la bohemia y la actitud punk en desmedro de sus versos, muchas veces en lugar de citarse uno de sus poemas se impone una anécdota de bar, su relación de amistad con Jodorowski o Enrique Lihn e incluso, en contra de su voluntad como autora, pasamos directo al dato curioso franqueando el acceso a sus libros. Con mayor razón, el posicionamiento estético de la obra de Gutiérrez se ha visto menguado, en gran medida por su lejanía con el centro, ya que escribió y agenció su obra desde un pueblo abandonando, la frontera, un territorio que lejos de la caricatura, para muchos chilenos sigue siendo hasta el día de hoy, un cuasi Chile, un apéndice, un espacio ignoto y una alteridad que connacionales no logran asimilar debido a una consciencia limitada que cristaliza en Santiago y sus alrededores, lo que se entiende por realidad nacional. Sin embargo, Nana supo entender eso de forma temprana y en su poesía responde con valentía y fuerza ante la brutalidad de esos mecanismos de control que operan, instalando obras y representaciones mitificadas de una autoría. Los nanapoemas se mofan del escritor cumbre, su voz hace gárgaras con la idea del poeta único y esgrime una mueca ante el laureado, el referente nacional.
A través de estos dos poemarios, que podemos leer y actualizar desde nuevas coordenadas, gracias al reposicionamiento que se hace desde Antofagasta, mediante la labor del equipo de Pampa Negra, es posible repensar la nana-poesía atendiendo a su belleza e innovación lingüística, a su prolijidad técnica y a su imaginación desbordada, pero además, tenemos la oportunidad de reconstruir la historia literaria desde un punto de vista inédito, los paratextos sirven como guía para descubrir las gestiones de una autora que fue traducida a múltiples lenguas, que escribió libros en coautoría con Winston Orrillo y Marco Denevi y presentó su obra junto al peruano Carlos Germán Belli, llegando a ser leída con atención por Sabella y el grupo Tebaida, además de su complicidad con Nicanor Parra, quien le obsequiaba títulos para sus libros y el hecho de ser referenciada, en múltiples ocasiones, por Pablo Neruda, al punto que su figura aparece en una de las películas recientes dedicadas al Nobel. Dato al vuelo, pero no menor en tiempos de easter eggs y cameos. Aunque se trata de un pequeño rol, la poeta Nana Gutiérrez aparece interpretada por Ximena Rivas en el film Neruda (2016), de modo que, si hemos ignorado su presencia en nuestras letras y en la llamada cultura popular chilena, no ha sido porque la autora lo haya querido así o no haya creado una poética a la altura, cincelado una voz además de poner en movimiento los conductos que un artista dispone en la época que le tocó habitar. Nana colocó a disposición del público su opus, por tanto, la ignorancia que pesa sobre su escritura se debe a la miopía o la mala fe de aquellos que edifican las taxonomías y los cánones que luego llamamos tradición, esto debido al facilismo de referenciar siempre al amigo, al que tenemos al lado, al que puede devolver el gesto, no siempre honesto de citar y dar validez a lo que se pretende instalar como una verdad que será asumida a ciegas. La poesía de Gutiérrez es un anticanto, un desacato a esas operativas, un artefacto explosivo. Hecha esta introducción querido lector, hablemos un poco de la poesía de Nana y miremos algunos poemas de estos dos libros, sin querer con esto condicionar la propia lectura que ustedes harán. La idea es abrir el diálogo y entregar algunas coordenadas y pasajes por los cuales podemos transitar en conjunto.
Lunallena
El primer poema que da título al libro establece un poderoso vaso comunicante con el resto de la obra de la autora, a partir del tema del hartazgo. En su libro ¡Manos Arriba! de 1968, nos entrega un texto que lleva por nombre “Nana poema Lunar”, el vínculo que salta a la vista es la mención al cuerpo celeste. Sin embargo, hay nodos más profundos. El texto del 68, como muchos de la autora inicia con un vocativo, un llamamiento al lector que lo conmina a escuchar y reconocer que el satélite que orbita cada noche por encima de todos, es una especie de demiurgo malévolo que nos observa con sorna y fija su mirada juiciosa y socarrona sobre un listado de tipos humanos y criaturas que pululan por la ciudad: viudas, jóvenes estudiantes, carabineros, monjas, chicas de clase alta, empleadas, profesores de química, maridos engañados, choferes distraídos. La sonrisa de la luna es maquiavélica y la voz del texto la equipara al rostro de la poeta. Valiéndose del autoescarnio, Nana hace un autorretrato que desacraliza su propia imagen.
En lo que atañe a los versos de Lunallena, la poeta expone una prolongación de su inconformidad y una lectura de la realidad que se atreve a preguntar ¿de qué plenitud estamos hablando?, ¿llena de qué? Desafiante, la voz del texto nos remite a 1974, una nueva década en que el país se encuentra golpeado por una de sus peores crisis humanitarias, con sutileza, Nana demuestra que la sonrisa de antaño se ha tornado una mueca envuelta por la desgracia y si bien su mirada sigue atenta, hay algo que falta, hay ausencias que nos pesan, de modo que el poemario principia con una interrogante y un vacío explícito.
En su poema «Homenaje», la autora no sesga en su práctica de entablar diálogo con la finitud, por tanto, la radiografía que hace de su existencia exalta la escatología y la materialidad. Nos habla de osamentas y el carácter efímero que tiene nuestro transitar. Esta actitud del hablante que auto inflige ataques a su identidad y que resalta lo pasajero de nuestra existencia, lo podemos leer a partir de las ideas de Nietzsche, expuestas en La genealogía de la moral: “el autoescarnio ascético de la razón, decreta lo siguiente: «existe un reino de la verdad y del ser, pero ¡justo la razón está excluida de él! […]». El autoescarnio expuesto por el filósofo alemán refiere a la exclusión de lo mundano, la carne, la realidad supeditada a la idea y a los esencialismos. La postergación del individuo ante sus propias construcciones. Indalecio García señala al respecto:
Esto lo habría considerado Nietzsche como muestra de la crueldad hacia sí mismo por parte del hombre ya que, al tiempo que se determina como finalidad de la razón humana el conocimiento de la verdad, se niega la posibilidad de que esa finalidad sea alcanzada.
En la obra de Parra y también en la poesía de Gutiérrez, existe un autoescarnio como correlato de la desacralización, primero del sujeto y su genialidad. Se ataca lo corpóreo del yo, no por ser lo más evidente y superficial, sino para exaltarlo, dar cuenta de la existencia y su valor. De ese modo se invierte el foco de atención hacia el mundo material y a partir de lo temporal, se pasa al mundo de las ideas, las edificaciones de la razón, la noción de verdad, la estructura social y sus instituciones, y desde luego la mirada a la belleza y la poesía.
El “anti” no es ir contra lo poético, sino rescatar la poesía de las trampas esencialistas en la que ha quedado aislada del mundo, ya que al parecer existen motivos, porciones de lo real, que no son estéticas para ciertos -ismos y escuelas literarias, de modo que tópicos vitales han quedado expurgados del reino de la verdad y de la torre de marfil construida por algunos escritores. El arte a la luz de la antipoesía se puede explicar a partir de algunas ideas de Enrique Lihn sostiene sobre el lenguaje. Para el autor de La pieza oscura, hay que restituir la palabra y los discursos a su carácter de artificio: “a condición de que abandone la pretensión de reflejar la realidad, uniformándola y asuma un disfraz declarado”.
El disfraz declarado que sostiene la poesía de Nana rompe con el uniforme y manipula los ropajes ideológicos, ya que son artificios, artefactos, tecnologías con las que se permite jugar. Siguiendo estos presupuestos, en su poema «Verano» evidencia la belleza detrás de las cosas simples, como la mirada de su mascota e incluso el cabello que encontramos en la ducha, a primera vista no parecen imágenes a las que una poesía de corte clásico y temas elevados recurriría, sin embargo, Nana busca instalarse como una voz que opera con humor irreverente y desenfado, dando curso al ya mentado autoescarnio y la deformación de las maneras instituidas por las generaciones previas, las cuales remiten a una tradición romántica, decimonónica y modernista. Lo antipoético lo asume como una puesta en escena, una praxis que enfrenta la mirada al yo y a la alteridad, ponderando los límites de la comunicación. Esta filiación con lo antipoético como un giro que afectó a su generación, la del 50, Lihn lo explica de modo directo en el prólogo a Los dones previsibles (libro de Stella Díaz Varín): “estimulados por el ejemplo de Nicanor Parra, nos alejamos rápidamente de ese tipo de poesía, del hipnotismo de las Residencias de Neruda, del gigantismo de De Rokha”.
De modo que no considero que sea casual, la mención a la mariposa en el poema “Verano”. El insecto alado es una recurrencia en la poesía de Nana. En sus poemarios suele aparecer aparejada a la noción de rebeldía y libertad y opera como un elemento esencial en su libro Insectario. La mariposa sirve como alegoría y resume su sentir poético, una experiencia alada y libre.
Se trata de un signo que remite a la creación y las posibilidades de decir, sin embargo, el poder de evocación de este elemento textual, no sólo queda en la referencia directa e intercambiable, como una metáfora tradicional, sino que Nana se apropia de todo el campo semántico del insecto e incluso se vale de vinculaciones extravagantes, no sólo referidas al vuelo, sino también a su proceso de incubación, la relación con el entomólogo, sus colores y muchas otras posibles referencias que pone en escena. Finalmente, en el poema «Cómo estoy», la voz del texto se expone atrapada en dos tiempos, aislada del mundo, una actitud propia del insilio. El mundo representado es una gran casa sumida por el luto, la oscuridad. Esta paratopía que escenifica evidencia un enrarecido afuera, pues se trata de la exclusión en el propio hogar, la paradoja de no tener seguridad en el hábitat. La lectura que se puede hacer de este texto considero que apunta por un lado a la situación política de Chile en esos años, sin embargo, no podemos eludir que esta condición de sentirse siempre al margen, habitando los extramuros, es una condición constante en la poesía de Nana, pues en versos anteriores ella revela que el sentimiento de fatiga y spleen es algo propio del erial provinciano, el territorio perdido al interior de lo que se conoce como el gran país. El contexto de producción de los años setenta sólo agrava una condición que la autora ya sentía como propia y familiar, al decirnos en versos escritos una década antes:
Se preguntarán, ¿cómo estoy?:/ ¡Fregada! en este pueblo/ sin compasión./ Escuchando una radio/ taladrante, leyendo un diario/ con faltas de ortografía/ viviendo sin lluvia/ sin hojas, sin simpatía./ Caminando por las tardes/ al Correo, como provinciana/ o jubilada sin palomas./ (¡Tal vez si hasta llegue/ a sentarme alguna vez/ en la Plaza de Armas!)/ Se preguntarán, ¿cómo estoy?/ Les digo:/ ¡Con el agua al cuello!
No quiero cerrar mi lectura de Lunallena sin mencionar el texto «Basta», que nuevamente desde su título expone el uso constante que la poeta hace de formas apelativas del lenguaje. Los poemas de Gutiérrez presentan numerosas interjecciones, vocativos y enunciados performativos. Algunos de estos enunciados lingüísticos son apropiados de macroestructuras prestigiadas por los grandes relatos: el habla filosófica, religiosa, política, las formas de cortesía y el lenguaje del locutor televisivo o cartelón publicitario. Gutiérrez se apodera además de formas que atraviesan el día a día, las saca de su contexto cotidiano y las traslada al poema, dando cuenta que el lenguaje creativo que practica no sólo busca trabajar imágenes y metáforas como lo hiciese la generación previa, cantando y embelleciendo la realidad al generar una representación peculiar del mundo. En este libro Gutiérrez busca hacer cosas con las palabras, demuestra su intención de edificar una puesta en escena que llama a la acción, a la movilidad y a transformar los hechos, dando al poema el carácter de acto. En este caso quiere llamar nuestra atención sobre algo que le molesta y que el hablante desea termine. En un gesto metadiscursivo la autora introduce a sus lectores críticos como parte del problema que el poema tematiza y expone al público la manera en que su poesía es pensada por el medio cultural chileno y cómo de manera reduccionista la encasillan y buscan etiquetarla. Nana se enfoca en el rol del escritor y su propia gesta como autora frente a los espacios que legitiman o en este caso deslegitiman su voz.
El texto es una imprecación, pero a la vez una declaratoria de principios, pues cierra con un verso demoledor que demuestra que ella no escribe para una élite o para camarillas, sino que su búsqueda es el diálogo perpetuo con los anónimos de siempre:
mi poesía (…)/ se acurruca se/ estira penetra/ hace muecas se/ ajusta como/ guante de/ imprenta a/ todas las manos/ a todos los/ hombres así/ sin ningún / nombre.
Nanapoemas al streak
Este libro que podemos entender como un rescate, da cuenta de un periodo en la poesía de Nana que empieza con llega a su punto más alto en el poemario Insectario y que incluye la publicación de su libro objeto Tiempo de palomas. No es casual que muchos de estos textos llegaron al público a través de dicha edición, en algunos casos con cambios de nombres y ligaros ajustes. El elemento decidor en esta poesía es la escritura epigramática, parca y abierta, muy cercana al microtexto o microcuento. Los poemas tienen una marcada función intertextual, pues su sentido se resuelve desde el fragmento y en diálogo con estímulos directos de los medios de masas, principalmente la contingencia, las noticias y la apropiación que Nana hace del lenguajear del locutor televisivo, del periodista que narra los eventos diarios, el showman del programa de concursos, los actores y modelos de la publicidad y el relator del tiempo. Son poemas además que demuestran el humor negro de la autora y su capacidad de síntesis e ironía. En “Sibarita”, poema con que inicia el libro la autora pone de manifiesto su malestar y lo compara con el crecimiento de una flor, sin embargo esta condición que aparece como una constante en la personalidad de sus hablantes, no le impide la búsqueda de la alteridad, en el poema “SOS”, valiéndose de un espíritu lúdico nos remite a los servicios de llamada al consumidor o teléfonos de ayuda o también a los avisos clasificados, solicitando una alteridad en este caso revestida como una voz con la cual pueda dialogar. Se trata de la necesidad imperiosa del otro, del reconocimiento en los demás y la apertura de su mismidad al mundo. La poesía de Nana muchas veces reviste la forma de la autorrepresentación mediante constantes alusiones a retratos y radiografías, en los cuales se permite introducir ciertos rasgos de la entidad de carne y hueso, lo que Mijaíl Bajtín llama el “acontecer social y ético”. Nana alude a la altura de Yolanda Gutiérrez, el color de sus cabellos, rasgos reconocibles que diluyen las fronteras entre su situación empírica, la persona que firma o sea la autoría y la voz que habita en los textos, o sea sus múltiples hablantes, alter egos y figuraciones textuales, esto lo vemos en el poema “Radiografía” que dialoga con el texto “Autorretrato” de LunaLlena, ambos se complementan para hablarnos de una mujer solitaria, alta, ingrávida que ve pasar la vida, que observa el tránsito de los incautos y distraídos.
En cuanto al poema “OEA”, texto que he analicé en extenso en un artículo reciente publicado en México, el cual está dedicado a Tiempo de Palomas, la autora:
hay una manifiesta burla a la OEA, mostrando la poca importancia que puede tener esta institución para la voz del poemario, al punto de enviarlos al diablo. Vale la pena recordar que en Chile se realizó en el 76 la VI Asamblea con la visita de Henry Kissinger. Si bien el texto es de gran simpleza, hay que reconocer su valentía, debido al contexto de producción de la obra en el marco del llamado apagón cultural. El poema demuestra un rechazo a la limpieza de imagen que trataba de hacer ante el mundo la dictadura y el rol que jugaron numerosas entidades internacionales, incluida la Fifa y sus agentes, cuando visitaron el Estadio Nacional, para luego declarar un estado total de tranquilidad.[1]
Finalmente el texto que cierra esta compilación se titula “Antipoeta” y al igual que el poema “Basta” sirve de manifiesto para la autora, no sólo porque ella se definía como una cultora de la antipoesía, sino porque usa sus versos con actitud juguetona y expone las faltas de ortografía y los juegos de palabras construidos a través de una “marriposa” que “Buela”, primeros coqueteos con la poesía a los cuatro años y una constante que delata su actitud desafiante, desde pequeña una transgresora buscando nadar contracorriente al querer demostrar a sus profesores y las voces que representan la autoridad y la corrección, que la palabra es materia prima para la creación y se puede torcer la norma, aunque sea dentro del terreno de la imaginación.
No es aventurado afirmar que la literatura de Nana Gutiérrez ha sobrepasado los extramuros de la oficialidad literaria en Chile, pues los textos que nos legó poseen rasgos de estilo que el lector llega a identificar con claridad, y constituyen una indiscutible búsqueda del goce estético, sus libros además contienen un diseño consciente y un trabajo preciso sobre el lenguaje. Tomemos como base las detalladas imágenes que presenta a la hora de configurar sus representaciones del desacato, primero sobre el propio cuerpo como territorio, luego sobre la comunidad que encierra y coacciona su feminidad y raciocinio.
En sus versos encontramos una personalidad marcada por el hartazgo. El ejercicio de introspección es el mecanismo que le permite proferir sus versos hacia la sociedad como conjunto, la realidad con mayúscula y los soportes que fijan el tejido institucional. En ese interregno, la poeta cuestiona su hábitat y a quienes le rodean. Además, se pregunta por el oficio de poeta, quién es el escritor y qué función cumple el intelectual a la luz de un mundo que ella preveía, a mitad del siglo pasado, de espaldas a la imaginación.
Al explotar en sus poemas el discurso trivializado del presentador televisivo, la publicidad, el coloquio diario y los medios masivos de comunicación, desacraliza la noción tradicional que tenemos de la lírica. Con ese ejercicio parte su deconstrucción de la palabra creativa, libre de ataduras. En cada texto se permite disparar a múltiples formas de discursividad, incluidas las voces mundanas y menos especializadas, por tanto, bien puede dedicar su versificación a los metarrelatos que dan legitimidad al arte, como a la verborrea del párroco de barrio, la cháchara del comentarista de noticias, la diatriba de los vecinos, la editorial del pobre diario de provincia y la educación bajo la tutela de sacerdotes y monjas.
Nana edifica una obra desde los márgenes, específicamente desde Arica, espacio inhóspito para el editor, crítico y gestor de capital. Esta realidad no ha cambiado mucho, sin embargo, a mediados del siglo pasado, la incomunicación era mayor. La poeta trabajó en un erial y en condiciones de aislamiento, sin dejar por eso de instalar formas originales, a través de un compendio de obras capaces de tensionar y resistir la desmemoria y el silenciamiento de una crítica constreñida por marcos editoriales, jurídicos, exegéticos y comerciales, muchas veces consagrados a la fórmula y su reiteración, como dijese, respecto a la cortesía y sus mecanismos: “Ay, Señores, como odio, como/ odio yo, estas presentaciones!”.
Leuven, Bélgica 2023
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[1] https://www.eslocotidiano.com/articulo/tachas-479/tiempo-palomas-artefacto-poetico-antipoeta-ariquena-nana-gutierrez-daniel-rojas-pachas/20220814120912072727.html
*(Chile, 1983). Escritor y Editor. En la actualidad, reside en Bélgica a cargo de la dirección del sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo Barroco, Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla y Mecanismo destinado al simulacro y las novelas Random, Video killed the radio star y Rancor. Sus textos están incluidos en varias antologías de poesía, ensayo y narrativa chilena y latinoamericana. Más información en su web www.danielrojaspachasescritor.com
**(Arica-Chile, 1924 – Arica-Chile, 1985). Pseudónimo de Yolanda Teresa Gutiérrez Bonelli. Poeta y narradora. Conocida como la antipoeta, fue parte de la Generación del 50 de los literatos chilenos. Obtuvo el Premio Municipal de Poesía de Arica (1968). Publicó Manos Arriba (1968), Por el rabo del ojo (1970), Abril (1971), Calendario (1972), Correspondencia (junto a Marco Denevi, 1972), Luna Llena (1974) y Tiempo de palomas (1975).