Por Pablo Fidalgo
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Nada me une a esta orilla.
5 poemas de Pablo Fidalgo
Paciencias
Yo alquilé un cuarto en el barrio de Santos
para pasar el invierno más frío de mi vida.
La mujer de la casa sólo hacía paciencias.
Santos era la tierra de la infancia.
Meninos do rio. La casa está en el mar.
El tren es una máquina de un mundo superior
que arrasa con todo lo que fui.
Amo las piedras de la calle, cómo se resbala con la lluvia,
cómo la ciudad fue hecha sin pensar en nadie.
En el 25 de abril alguien dio a un soldado la orden de disparar
pero él no lo hizo y evitó una guerra.
Amo el águila del Benfica
dando la vuelta al estadio antes de cada partido.
¿Cómo decirlo? Nada me une a esta orilla.
Si aquí veo sólo un poco de odio
me iré a la otra orilla y empezaré otra vez.
Si alguna vez hago un amigo
le hablaré de cómo es mi tierra natal
para asustarlo y mantenerlo lejos.
Con el tiempo aprendí que un poco de odio
es el inicio de todo el odio.
Esto es Lisboa. Me preguntan por qué vine aquí
y eso es ir demasiado lejos.
Si quieres saber por qué vine
deja que se te vea con los que no tienen nada.
Entra en el juego de perder todo como yo lo hice.
Esto es Lisboa: la ciudad en la que he de escribir
el libro alucinado que siempre quise escribir.
Sé que esta es la única orilla
por eso trato de mirar el río sin pensar
que mi presencia aquí es una venganza.
Creo que lo que amo es la doble vida
que todos tuvieron en África y en Portugal.
También a mí se me acabó.
¿Recuerdas el tiempo del primer escándalo
cuando parecía imposible que hubiera otro y otro?
Alguien dijo vergüenza sólo para hacer cosas malas.
Esto no es una parte de mi vida, vine a quedarme.
¿Tú ves salir palabras del río, las ves golpearse
contra las aguas del mar?
Yo habito un lugar del margen
donde puedes beber cuanto quieras
sin que nadie diga nada.
¿Tú qué sientes cuando me ves navegar
en este río innavegable?
Porto-Vigo
Durante toda mi juventud en el autobús
vi mi luz encendida y todas las demás apagadas.
Vi mi tiempo entrando en el tiempo de los otros.
¿Cómo decir que te estaba buscando
cada madrugada, vigilando el sueño de los demás?
Creo que en otro tiempo los hombres
se sentaban junto a los caminos de día y de noche
para ver pasar jóvenes como yo hacia la guerra.
Durante toda mi juventud yo me ocupé
de que alguien me viese venir.
Creo que las palabras deben ser lavadas una por una.
Odié a aquellos que me hicieron creer
que habíamos descubierto el mundo juntos
cuando sólo yo lo sufrí.
¿Quien pasa el dolor, como una madre,
posee más? No lo creo.
Y sin embargo este poema habla de eso.
Un hombre deja su vida
y llega hasta mí, toma la palabra,
la huele, la prueba, la saborea.
Yo le digo, qué bello el hombre como tú
que no se cree nada.
Él dice, qué necesario el hombre como tú
que se lo cree todo.
Cómo le cuesta al hombre que no cree en nada
dejar la palabra.
Cómo le cuesta aceptar
que no va a creer en nada nunca más.
Rumble in the jungle
¿A quién le sirve preguntarse tantas veces
si el daño mereció la pena?
Cada vez que me golpea yo pienso
que en mí hay una sabiduría antigua
que él jamás alcanzará.
Habla Mohamed Ali. Golpea Foreman.
He estado toda la vida reservándome
para encajar el golpe que nadie encaja,
agotando a mi adversario con los ojos,
hablando y bailando, bailando y hablando
la noche entera.
He dado un significado al verbo encajar:
hice un sitio para el que quería vencerme
y le di un lugar a su violencia.
He renunciado a ir a la guerra
y eso me ha quitado mi única pasión: boxear.
Habla Mohamed Ali. Golpea Foreman.
¿Qué debes ver en mi cuerpo contra las cuerdas,
en mi forma de moverme?
Que sigo siendo un salvaje
y que el salvaje se reserva para otra vida
que sólo él ve en el horizonte.
¿Qué me queda a mí de todo eso?
Yo también tiemblo en la noche,
yo también soy un esclavo que ha escapado
o que quizá ha comprado su libertad.
Yo también tengo frío cuando hace calor
y calor cuando hace frío.
Cuando me miran con piedad yo también les digo:
si vamos a ganar ¿por qué estáis tan tristes?
Habla Mohamed Ali. Golpea Foreman.
Cuando peleas sabes que no puedes dejar
ni siquiera un guante en el suelo. Es el final.
Pienso en ti, que cuando ya no podías más,
me seguías viendo en pie,
era simplemente imposible tirarme al suelo.
Pienso en ti, que me ves escribir durante el viaje,
conocido o desconocido,
que me ves inclinado, rezando, inmerso,
y pienso en todos aquellos a los que di un momento de paz
que no se merecían.
Último diario
Y en los diarios de aquellos días
sólo fascinación, seres a los que deseo parecerme,
malentendidos, frases que diría un muerto,
malos gestos, orgullo, vergüenza, ansia.
La desesperación de un joven
que trata de educar una mirada distinta
para cuando ya no haya nada que mirar.
En los diarios de aquellos días
planes de viaje, notas sobre Liguria y Sicilia,
frases hechas, estamos siempre solos,
esto se ha cerrado, frases en italiano,
en portugués, vivir en Lisboa,
ningún gesto radical, y odio, demasiado odio,
te crees en posesión de la verdad.
Y una sola certeza: la raza que yo amo no es la mía.
En los diarios de aquellos días
nada sobre tu belleza,
nada sobre tu sonrisa,
nada que pueda durar para siempre.
En los diarios de aquellos días
estoy partido en muchos trozos
que se creen el centro del mundo,
y que quizá lo sean. Pero tú habla,
no escribas diarios, abre las ventanas.
¿Sabes cuántas veces he tenido que oír
juego descubierto?
Puedes descubrir los juegos que quieras
pero la lengua está de mi parte.
Yo sé guardar secretos
porque envejezco sin nada que perder.
Tú ¿quién serás finalmente?
Tantos años preguntando por mis diarios
y ahora que podrías leerlos
ya no estás.
Tú ¿qué sientes cuando alguien como yo
que te ha avisado de que así no quiere vivir,
de que así no quiere despertar,
finalmente un día no despierta?
Un año sin volver a casa
(Fragmento)
Todos hablaron siempre de la juventud, de mi risa
pero, ¿y si mi seriedad ya madura
fuese mejor que mi risa
y yo no me hubiera dado cuenta?
¿Si eso fuera ser un hombre?
¿Si eso fuera lo que he sembrado?
¿Es esa mi conquista, mi lucidez?
Pasamos nuestras vidas preguntando
¿Llegaste bien? ¿Te cuidarás? ¿Me escribirás?
¿Llevas todo? No lo llevo.
Y tú, ¿te salvaste de las frases hechas, de las malas costumbres?
Y tú, ¿te salvaste de tu propio viaje?
Ahora hablamos desnudos sobre la guerra civil.
Esta es nuestra isla, ganar es no vestirse nunca,
es salir de casa al amanecer desnudos
y entrar en el agua.
Y en la última página de los cuadernos,
entre todos los planes de vida,
se repetía año tras año:
fiarse de alguien, de quien sea, pero hasta el final.
¿Cómo crees que puedo amar mi vergüenza de esta forma?
Todo el día nadamos escondidos entre rocas
tratando de saber qué se dice de nosotros en el puerto.
Me gusta lo que dije que me gustaba
y no puedo añadir nada más
porque toda esta muerte me está haciendo sentir
más vivo que nunca,
porque no distingo las épocas de mi vida,
porque no sé qué clase de mujer serías
ni qué clase de hombre seré yo al recordarnos.
Te escribo, finalmente, para saber cuántas habitaciones
tenía nuestra primera casa.
Uno de los cuartos se me borró.
Recuerdo que te levantabas muy temprano,
yo pasaba toda la noche escribiendo,
tú me decías que fuese a dormir,
pero al amanecer, mientras desayunabas,
yo te leía la historia de mi educación.
Quizá en esa habitación no ocurrió nada
digno de ser recordado
o yo me encerraba en ella para escribir
pero no escribía nada, y tú me sacabas de allí
casi sin aire.
Quizá ese libro lo escribí solo,
y esa fue la primera ruptura.
Sin embargo hoy necesito saber
cuántas habitaciones tenía nuestra primera casa,
y a qué hora te levantabas para ir a trabajar
y sostenernos.
Nuestra juventud sabe suficiente de nosotros
como para no tomar en serio ningún gesto,
ni que tú me pidas que me vaya
ni que yo ya esté tan lejos.
Nuestra vergüenza no se apaga
porque aún se cree mejor
que la vida posible que empieza hoy.