Nací para morir en eso. 9+1 poemas de Felipe Fortuna

 

Por Felipe Fortuna*

Traducción del portugués al español por Joan Navarro

y Hermes Rafael Vargas

Curador de la muestra Fabrício Marques

Crédito de la foto www.correiobraziliense.com.br

 

 

Nací para morir en eso.

9+1 poemas de Felipe Fortuna

 

 

Borges y Bioy

 

Son tantos los libros, las vidas

amalgamadas y las ironías,

tantas las conjeturas,

los casos que no recordamos,

los nombres falsos que divierten,

las anécdotas de imposible desciframiento:

sería una exageración depender todavía de los sueños.

 

Entre nosotros hay más que un abrazo

antes de la hora de cenar. Hay un bulto

que escribe nuestras frases,

en confianza, como si transportase sin fatiga

el trabajo de todo un día.

Paseamos entre bustos en los parques

(los parques más infinitos) y parodias

que fructifican. “Nunca estaremos solos”,

ya se lo dije, mientras discutíamos

el origen sagrado de una palabra.

Hacemos juntos la invención

un día todo nocturno:

simbiosis de Borges, donde su nombre resiste,

y memoria de quien soy, no importa si otro

o si yo mismo.

 

 

Cerezo

 

No faltarían palabras.

Pero ese cerezo

sus ramas repletas, sus flores reventadas

en blanco roseado, vigorizador

no quiere mímesis ni metáfora pedestre.

No pide siquiera contemplación

o paseo reverencial

de quien lo avistó, todavía lejos,

y vino como llamado a la oración.

Ayer por la noche todavía se mezclaba

con la negrura del fondo, con el silencio

que ahora ha impresionado por ser tan nítido

por ser esa afirmación

y por saber que no dura tanto

aunque el poema, hecho de asombro

como la floración

fomente la expectativa.

 

 

 

Max Brod interroga

 

¿Por qué morir en esa casa

donde la sangre escupida

la borra? ¿Por qué hablar del miedo

como si hubiese ventana

para dejarlo allá fuera?

¿Por qué intentar irse

si la ropa que lo viste, el sombrero

que lo distingue mientras cae la nieve

proclaman que a ti, Franz Kafka,

te gusta mucho la hora fijada?

Hace meses que velo el cuerpo magro

y sus palabras de escarnio,

duras como las escuché

en la máquina de escribir.

Un burócrata no puede estar más equivocado.

Cuando dormías, escuché

lo que faltaba saber. Ahora

cuidaré todavía mejor del amigo:

voy a traicionarlo.

 

 

Escenario

 

Para Gerald Thomas

 

¿Existiría algo

más incisivo que

un escenario?

¿Allí donde el ser humano

mire desde lo alto

de su acto de representar

su sobresalto?

¿Y después conociese

su gesto intacto?

 

¿La luz sobre el rostro,

el corte en el diálogo,

la música y el actor

marcando paso a paso

su enlace,

la mirada y la voz

que alcanzarán rápido

lo que va más allá del espacio?

 

¿En qué silencio lo encuentro?

¿Y dónde se encuentra ese escenario

en mi multiplicado?

 

 

 

Las muchachas y el tigre

 

A esas horas en que es grande la tentación

de hacer un verso hermético, nebuloso,

pienso en las muchachas hambrientas

del domingo

que pasan sus largos dedos

por los vellos del sexo.

Un tigre lejano

garbea las patas mansas

sobre las hojas.

Algo susurra: ¿es ese el verso

hermético?

Avergonzado de mi calma indecisión,

pregunto a lo que pregunto: ¿qué existe

entre el tigre

y las muchachas hambrientas

del domingo?

En la hora de calor, ni el viento,

ni la curva del cielo, nada responde:

las muchachas duermen desnudas

sus piernas perfumadas.

Y el tigre,

no sé a dónde fue

entre los árboles del bosque.

 

El poeta Felipe Fortuna

 

Pieles

 

Es siempre así tu caricia:

dedos de abiertas superficies;

cuerpo de piel que respira;

la palabra sudor: la vida.

 

Caricia de metal peluche,

dos placas plañideras que

patinan sobre las asperezas

cuando las asperezas se despiertan.

 

Caricia que araña la locura

con las uñas; con saudade; arde.

Sólo nací para morir en eso;

ninguna palabra llega cerca.

 

Hecha de carne y silencio,

de ritmo lento y de secreto,

el hierro en brasa el brazo la

pierna el cabello deshaciéndose

 

lo que la caricia va haciendo.

 

 

 

Otro soplo

 

Sucedió de nuevo:

lanzaron gas.

Gas en Damasco

máscara mortuoria

sobre la gente, ahora en el suelo

donde no pueden arrastrarse.

Ya sea neurotóxico o vesicante

ya sea cianuro o fosgeno

de hecho no hay ningún niño

que pueda deletrear.

Los sofocados no hablan.

Lo que era volátil

ahora tiene cabeza,

alcanfor equivocado

con troncos y miembros:

vapor hecho sólido

que, lento relámpago

sucedió de nuevo.

 

 

 

El dron

 

El dron llegó. Su vuelo de silencio

(al menos el que atraviesa el cielo escarlata)

invierte al mundo: no es una bomba ciega

que pulveriza el edificio y se escapa

es la máquina que acierta de lleno

y va y vuelve

con su misión de rapiña

sin querer aterrizar.

Avión crucificado. Y vuela sin sacrificio

sin kamikaze

sin esperar combustible

sin las manos adheridas

a los latidos cardiacos.

Sus ojos desarticulan la vida.

Sus telescopios se sumergen en el fondo

del cuerpo

que carbonizó: no hubo ni un silbido

el en aire.

El dron lanza asfixia,

está por detrás, está

por encima, está en la película sombría

que lo revela, en la sala refrigerada.

Y quién lo dirige

(sin turbulencia

sin el viento en la cola

sin la ascensión)

puede apagar los motores (concluye

el expediente)

pero también puede

(al igual que el dron)

sonreír en silencio.

 

 

Samir

 

Aquel muchacho que ve

el mercado lleno

se llama Samir. Él cree

en Dios de todas las formas:

como pájaro brillante, como agua

fresca entre piedras, como el silbido

del viento del desierto.

Pero ahora desmembrado

y con la cabeza confundida por las esquirlas.

Samir no ve.

Sobre el mercado la bomba apuntó al enemigo

Y se llevó a quien más podía:

desenrolló la alfombra a medio pelo

súbitamente la conversación cesó

y los órganos vitales se expandieron

en el bazar ya abarrotado,

algunas piezas en liquidación.

La madre de Samir

entra sobre la ruinas y ve.

Ve la humareda, ve los escombros

El apocalipsis allí, alabado Alá,

gritando ella ve, y ve

que los cuerpos son de otros,

no son pedazos de Samir.

 

La pierna de Samir

podría estar debajo de las columnas

la madre no la ve y grita por eso también.

El hijo que corría en el mercado

entre ropas baratas, guitarras, narguiles

frutas paños joyas y sedas

detuvo los negocios,

murió junto a los otros

sin demanda y oferta

sin saber en medio de la guerra,

cómo y por qué regatear.

 

 

 

Greenwich

 

La línea entre el aire y las aguas.

O solo la línea

ya desprovista de logros

y de las torpezas

que atravesaron todos los mares.

Un horizonte poblado

de donde se mira hacia lo alto

y después se desciende al río

y la isla queda atrás.

El Támesis plena las calles

hace una curva inmensa

(una curva preñada y lenta)

hasta que los pubs hayan cerrado.

Fantasmas de soslayo vienen por aquí

almirantes difuntos

vías férreas, telescopios

todo sube la colina.

El laberinto resuelto

apuntala los muros en el parque.

 

 

————————————————————————————————

(poemas en su idioma original, portugués)

 

 

Nasci para morrer nisso.

9+1 poemas do Felipe Fortuna

 

 

Borges e Bioy

 

São tantos os livros, as vidas

amalgamadas e as ironias,

tantos os pressupostos,

os casos que não lembramos,

os nomes falsos que divertem,

as anedotas de impossível decifração:

seria um exagero ainda depender dos sonhos.

 

Entre nós há mais do que um abraço

antes da hora de jantar. Há um vulto

que escreve as nossas frases,

em confiança, como se transportasse sem cansaço

o trabalho de todo um dia.

Passeamos entre bustos nos parques

(os parques mais infinitos) e paródias

que frutificam. “Nunca estaremos sós”,

eu já lhe disse, enquanto discutíamos

a origem sacra de uma palavra.

Fazemos juntos a invenção

de um dia todo noturno:

simbiose de Borges, onde seu nome resiste,

e memória de quem sou, não importa se outro

ou se eu mesmo.

 

 

Cerejeira

 

Não faltariam palavras.

Mas essa cerejeira

seus galhos plenos, suas flores espocadas

em branco roseado, revigorante

não quer mimese nem metáfora pedestre.

Não pede sequer contemplação

ou passeio reverencial

de quem a avistou, ainda longe,

e veio como que chamado à reza.

Ontem à noite ainda se misturava

ao negrume do fundo, ao silêncio

que agora espantou por ser tão nítida

por ser essa afirmação

e por saber que não dura tanto

embora o poema, feito de susto

como a floração

semeie a expectativa.

 

 

 

Max Brod interroga

 

Por que morrer nessa casa

onde o sangue cuspido

o apaga? Por que falar do medo

como se houvesse janela

para deixa-lo lá fora?

Por que tentar ir embora

se a roupa que o veste, o chapéu

que o assinala enquanto cai a neve

anunciam que você, Franz Kafka,

gosta muito de hora marcada?

Faz meses que velo o corpo magro

e suas palavras de escárnio,

duras como as escutei

na máquina de escrever.

Um burocrata não poder ser mais equivocado.

Quando você dormia, escutei

o que faltou saber. Agora

cuidarei ainda melhor do amigo:

vou traí-lo.

 

El poeta Felipe Fortuna

 

Palco

 

Para Gerald Thomas

 

Existiria algo

mais incisivo do que

um palco?

Lá onde o ser humano

olhe do alto

do seu ato de representar

seu sobressalto?

E logo soubesse

o seu gesto intato?

 

A luz sobre o rosto,

o corte no diálogo,

a música e o ator

a marcar passo a passo

o seu enlace,

o olhar e a voz

que vão alcançar rápido

o que vai além do espaço?

 

Em que silêncio o acho?

E onde fica esse palco

em mim multiplicado?

 

 

 

As raparigas e o tigre

 

Nessas horas em que é grande a tentação

de fazer um verso hermético, nublado,

penso nas raparigas famintas

de domingo

que passam os dedos compridos

pelos cabelos do sexo.

Um tigre longínquo

passeia as patas mansas

sobre as folhas.

Alguma coisa sussurra: é esse o verso hermético?

Envergonhado de minha calma indecisão,

pergunto ao que pergunto: que coisa existe

entre o tigre

e as raparigas famintas

de domingo?

Na hora de calor, nem o vento,

a curva do céu, nada responde:

as raparigas dormem despidas

suas pernas perfumadas.

E o tigre,

nem sei por onde foi

entre as árvores da floresta.

 

 

 

Peles

 

É sempre assim tua carícia:

dedos de abertas superfícies;

corpo de pele que respira;

a palavra suor: a vida.

 

Carícia de metal-pelúcia,

duas placas plangentes que

patinam sobre as asperezas

quando as asperezas se deitam.

 

Carícia que arranha a loucura

com as unhas; com saudade; arde.

Só nasci para morrer nisso;

palavra alguma chega perto.

 

Feita de carne e de silêncio,

de ritmo lento e de segredo,

sinto a ferro em brasa o braço a

perna o cabelo desfazendo

 

o que a carícia vai fazendo.

 

 

 

Outro sopro

 

Aconteceu de novo:

lançaram gás.

Gás em Damasco

máscara mortuária

sobre o povo, agora no chão

onde não rastejam.

Se neurotóxico ou vesicante

se cianeto ou fosgênio

de fato nenhuma criança

consegue mais soletrar.

Os sufocados não falam.

O que era volátil

agora tem cabeça,

errada cânfora

com troncos e membros:

vapor feito sólido

que, lento relâmpago,

aconteceu de novo.

 

 

 

O drone

 

O drone chegou. Seu voo de silêncio (a

menos que atravesse

o céu escarlate) inverte o mundo:

não é a bomba cega

que pulveriza o prédio e a fuga

– é a máquina que acerta em cheio

e vai e volta

com sua missão de rapina

sem sequer aterrissar.

Avião crucificado. E voa sem sacrifício

sem kamikaze

sem aguardar combustível

e sem mãos grudadas

aos batimentos cardíacos.

Seus olhos deslocam a vida.

Seus telescópios mergulham fundo

no corpo

que carbonizou: não houve nem silvo

nem ar.

O drone lança asfixia,

está por trás, está

por cima, está no filme assombrado

que o revela, na sala refrigerada.

E quem o comanda

(sem turbulência

sem vento de cauda

e sem ascensão)

pode desligar os motores (findo

o expediente)

mas pode também

(igual ao drone)

sorrir em silêncio.

 

 

Samir

 

Aquele garoto que vê

o mercado ficar cheio

se chama Samir. Ele crê

em Deus de todas as maneiras:

como pássaro brilhante, como água

fresca entre pedras, como o assobio

do vento deserto.

Mas agora desmembrado

e a cabeça confundida aos estilhaços

Samir não vê.

Sobre o mercado

a bomba apontou o inimigo

e levou quem mais podia:

desenrolou-se um tapete até o meio

subitamente a conversa cessou

e os órgãos vitais se espalharam

no bazar já tão repleto,

algumas peças em liquidação.

A mãe de Samir entra

entre ruínas e vê.

Vê fumaça, vê escombros

o apocalipse ali, louvado Alá,

aos gritos ela vê, e vê

que os corpos são dos outros

não são pedaços de Samir.

 

A perna de Samir

pode estar sob duas colunas

e a mãe não vê e grita

por isso também.

O filho

que corria no mercado

entre algibeiras guitarras narguilés

frutas panos jóias e sedas

paralisou os negócios,

morreu junto com os outros

sem demanda e sem oferta

sem saber, em meio à guerra,

como e por que barganhar.

 

 

 

Greenwich

 

A linha entre o ar e as águas.

Ou apenas a linha

já destituída das conquistas

e das torpezas

que atravessaram todos os mares.

Um horizonte povoado

de onde se olha para o alto

e depois se desce o rio

– e a ilha fica para trás.

O Tâmisa preenche as ruas

faz uma curva imensa

(uma curva grávida e lenta)

até os pubs fecharem.

Fantasmas de soslaio vêm por aqui

almirantes defuntos

vias férreas, telescópios

tudo sobe a colina.

O labirinto resoluto

finca muros no parque.

 

 

 

 

 

*(Río de Janeiro-Brasil, 1963). Poeta, ensayista, crítico literario y traductor. Se desempeña como diplomático. Aparte de libros de ensayo y crítica literaria, ha traducido Louise Labé y Basil Bunting. Ha publicado en poesía: Ou vice-versa (1986), Atrito (1992), Estante (1997), Em seu lugar, (2005), A mesma coisa (2012), O mundo à solta (2014), Taturana (2015), O rugido do sol (2018), Um livro de amizades (2021) y Cerejeira (2023).

 

 

————————

 

 

*(Rio de Janeiro-Brasil, 1963). Poeta, ensaísta, crítico literário e tradutor. E diplomata. Além de livros de ensaio e crítica literária, traduziu Louise Labé e Basil Bunting. Como poeta, lançou os livros: Ou vice-versa (1986), Atrito (1992), Estante (1997), Em seu lugar, (2005), A mesma coisa (2012), O mundo à solta (2014), Taturana (2015), O rugido do sol (2018), Um livro de amizades (2021) e Cerejeira (2023).