Por Javier Galarza
Crédito de la foto www.eurasiahoy.com
Música sabia. La poesía de María Malusardi
Falta música sabia a nuestro deseo
Arthur Rimbaud
Para Mijail Bajtin “la lírica solo vive gracias a la confianza en un posible refuerzo coral”. La traductora Selma Ancira utiliza esta cita en la introducción a las Cartas del verano de 1926, año en el que los poetas Rainer Maria Rilke, Marina Tsvietáieva y Boris Pasternak tuvieron un intenso intercambio epistolar.
Los que necesitamos de la poesía lírica solemos buscar ese “refuerzo coral” que menciona Bajtín y rara vez se encuentra. Para estos rastreadores del oro al final del arco iris, la poeta María Malusardi* se ha transformado en un referente ineludible. Un lugar al que cuidar, una voz en cuyo eco abrevamos, provocándonos el deseo de propagarla como un incendio.
“Todo poema es una carta al padre” escribió Paul Celan, citando a Kafka como referente, un escritor que aparece una y otra vez en el imaginario de la autora de “el descenso de jacqueline du pré y otros poemas”. Acaso podemos pensar al padre como una función o límite que posibilita la obra a cambio de un duelo que la escritura bien sabe transitar. El ausente tácito donde reposa un crimen común.
Si leemos artista de trapecio (2014), uno de los grandes libros de la autora, vemos que la poeta suele utilizar una estructura circular en la que, a través de las páginas, cada línea va trazando una música arrebatada que suena desde un lugar que solo su obra habilita y hace posible. Esa estructura agrega, de a poco, elementos que son parte del torbellino que es la escritura. Música que alcanza la perfección en el sastre (2015), libro en el que los elementos se suceden en un cuento alucinado y oscuro donde cada personaje cobra nuevas formas a través de un coro ancestral que nos hipnotiza, arrebata y transporta.
En el desvío y el daño, la poeta traza el itinerario del deseo, un camino con atajos y extravíos, donde el sueño y la vigilia recomponen un mapa, pero solo para perderlo. Porque el deseo, en la poesía de María Malusardi, está homologado a la escritura y los rastros del sueño y de la piel se extienden en el poema: “… si te vas de mi escritura las palabras perderán sensualidad”. Es la música del texto el lugar del encuentro: el ritmo inasible del crecimiento de las plantas da sombra a los animales que somos. Y es en lo onírico donde la poeta busca reparación y daño, lugares remotos para que su pluma actúe. “El sueño es una segunda vida”, escribió Gerard de Nerval en Aurelia, el libro donde pierde el hilo de su cordura. “el desvío y el daño” asume por momentos la forma de un inventario que, lejos de lograr un orden, lo trastoca:
“estás apto para el poema para desintegrarme y pedirme que yo sea el hospital de tus ausencias: es el desvío.//
caen sobre mí las piedras de la lujuria: es el daño”.
La escritura es la operación donde el poema suena como un libro dentro de otro, un proceso de condensación o continuidad a través de una obra, donde reconocemos la voz lírica de esta poeta inmensa que es María Malusardi.
Que me permita la autora este juego textual: dedicarle, para cerrar estas líneas, estas palabras de Maurice Blanchot sobre Kafka: “Ahora has hecho lo que no has hecho; lo que no has escrito, escrito está: estás condenada a lo imborrable”.
Selección de artista del hambre (inédito)
artista del hambre (fragmento)
hubo un día y no recuerdo si el temblor de la palabra o el relámpago en la lengua empastaron mi boca con muertos hubo un día ese día el hambre traficó y cayeron huesos como panes hubo ese día y sollozaba entre añicos quería matar afilar el vidrio ese borde eficaz para darle un envión un vuelco a tanto error a tanto desamparo
hubo un día en que nací entre artistas del hambre para (estilísticamente) inmolarme en el delito
los filósofos anuncian el ser de las heridas los poetas escarban arrastran cortan de raíz más tarde duelo y mato porque sí porque me dejan porque me empujan porque el mundo se ha enredado en mis tobillos mato porque no puedo dirimir en esta jaula ni entender en este sueño el éxito de mi condición
no soy ese niño que mira desde el otro lado de la ventana de un bar ojos de brea hirviendo las huellas del encierro y sus reptiles y aunque no soy ese niño mastico mis dedos para que alguien me brinde un sorbo de su mirada no soy ese niño sino un animal que arrancan del harapo los poetas exégetas de la compasión
en medio del poema una vaca muge y deja correr su leche contra mi ojo aprieta sus cualidades ácidas el párpado arde gotea diluye los barrotes alimenta la vaca me alimenta me engorda me sacrifica me ofrece en el mercado
desde que el hambre es una religión una región una enfermedad de los muertos el hambre un modo de tejer desde que el hambre es el poema en esta jaula puedo soñar con ciervos: degollarlos
esta jaula es una calle abierta al público que pasa y no aplaude quien no ve no desampara (y muerto está) quien se asoma a mi dolor huele la carne la salud del alma disecada quien renuncia y corre traga un vendaval de cuerpos los desechos de la historia coágulos de basural
puedo soñar con ciervos porque sí porque maté porque mis muertos de vuelo amplio y cuernos impetuosos porque maté porque parí en el renglón de los que hacen que la guerra estalle cada vez debajo de mis uñas
cadáveres hacinando mis débiles poemas: el paraíso del hambre
los poetas no se ensucian tocando pobres las palabras queman arde el combate los poetas no se ensucian tocando pobres sólo reciben su estiércol emparejan versos mientras artistas del hambre aguardan la generosidad de su avaricia
maté porque no escribí porque nunca supe que la vida me arrimara el sol para nacerme maté porque no nací porque no crecí porque nunca tuve la voluntad: corregir el cielo en los cadáveres que arañan mis bolsillos
De el descenso de jaqueline du pré y otros poemas
el descenso de jacqueline du pré (fragmento)
preludio la ceniza de mi infancia: mi madre arañaba los ojos del incendio y me dormía así los cuentos de la noche encallaban el árbol en su sombra el agua ardía en el devenir de los infiernos donde la música esparce sus caballos y me deja
no puedo quejarme de los huesos: la música se ha enfermado en mí he roto la cuerda un acto de confusión y de olvido miles de manos entre sábanas riéndose intentaron elevarme sostenerme en la gloria me he dormido sobre la escena no hubo tiempo para el desarraigo estoy aquí: los dedos tiemblan cuando amanecen sobre la madera intacta del silencio
los rosales se amontonan sobre un libro (es la escena) se borran al nombrarme al estallar se enredan el aire de mi pelo se desgarra estropea mis pies la flor que me despide rozo el invierno de los rostros intentan retenerme forzarme alguien me desnuda y trae a dvorák despacito calma los dolores sabe: nadie como yo lo ha comprendido nadie como yo les ha sacado idioma a las heridas
no puedo pensar que los huesos se remiendan con el agua la música ha tramado mis jerarquías y mis sombras escribo apuntes nunca serán la voz: ni dvorák ni elgar escribo con el límite de mis huesos soy la ruina de los que me escuchan y lloran el sol me olvida recoge sus telares mi violonchelo indaga el azoro en mi cuerpo recoge el ritmo de su condena
artista del trapecio (fragmento)
hubo un día y no recuerdo si nací y en el trapecio maduré como una fruta herida y si nací canté en la cuna el porvenir mi esclavitud y si soñé con la familia con insectos y si la falta de equilibrio regresara y el cansancio que arrastra la vida en el agua en la palabra: mi cosecha mi excepción mi salto al vacío
hablo del día que caí y ya no supe más de mí ni de mis ceremonias: la infelicidad el trapecio roto la indigencia del poema
hablo del día que caí porque no supe si nacía o colgada de aquel sueño respiraba la vida de otros: desde allí narraba con distancia precipicio dolor: quién levantó los ojos me vio caer y no dijo nada?
un artista del trapecio sobrevive porque sabe: algún día dará el salto infatigable hacia la pulverizada soledad su agitada introspección el rumor de sus sombras al tramarse
hay una zona rota en el trapecio la misma zona rota en el poema un hueco amargo sentencioso severo un desliz el ardor al caer las marcas de la luz en la mirada y junto a mí los que me aman con indiferencia
di contra una superficie de metal el sabor aceitoso del océano el filo de la escama iniciando un corte mi cara seca y de pronto una lluvia de ojos y no supe si me desmayé a destiempo o me rompí los huesos contra el griterío de las piedras
ser artista del trapecio asegura eterna identidad con el lenguaje amoroso de las sombras la muerte en las alturas del poema
mucho viento un día en el trapecio un vaivén y escalofrío la familia en desventura flores silvestres hilando el sacudir de alas el estruendo el avión que nos arranca el cielorraso de la infancia y ya no hay dónde acudir ni por qué humanidad soñar