El texto que presenta Vallejo & Co., a continuación, pertenece al proyecto Plexo América.
Por Liliana Velandia
Crédito de la foto (izq.) Ed. Libros del cardo /
(der.) Ali Al-lami
Mundos en movimiento.
Sobre Trenes (2019),
de Roxana Crisólogo*
L’œil est tout un monde en train de regarder.
Gaston Bachelard
Soy la pequeña que ve el mundo
desde la rueda de chicago
a falta de electricidad dos muchachos
le ayudan a alzar vuelo.
Roxana Crisólogo
El grabador traza surcos sobre un material rígido, dibuja formas imprimiendo fuerza en la superficie, como el campesino que abre surcos para poner allí las semillas o el obrero que abre la tierra y con herramientas instala un camino, un riel, una ruta. Luego está el paisaje sobre el que se han abierto esas grietas, los ojos que miran los mundos y los conecta con su mirada, ¿quién puede mostrar las grietas de su memoria y dibujar con ellas un paisaje? El poeta, la poeta. Sólo aquel ser que se reconoce en movimiento sabe que es la única constante en el mundo: “Una extranjera viajando en tren a Moscú”; nos subimos a su palabra y alzamos vuelo con ella.
Adentrarse en la poesía de Roxana Crisólogo es más que acudir a las ensoñaciones de una poeta peruana migrante en Finlandia, es viajar por los surcos que se han abierto en ella y por los que ha transitado, no importa si viajamos en trenes, buses o camiones de todo el mundo, su escritura está en movimiento y nos conecta con los paisajes en donde pone sus ojos. Leyéndola hacemos posible el habla, la marcha, la danza de la poesía. Su voz reconoce: “empecé a dibujar un/ nuevo cuadro/ en el lugar de la estación/ más proclive a la desilusión/ y al olvido”. El instante poético que sin la escritura desaparecería.
En Poética de la ensoñación, Gaston Bachelard argumenta que “Cuanto más lejos se está del país natal, más se sufre la nostalgia de los olores”. Pero no hay sufrimiento en esta etapa “Verde con olor a menta” o de “pescado frito”, sabe que los olores se repiten y están en todas partes. Manifiesta sí que el país natal es igual de extranjero o extraño, hecho de ciudades difusas donde “todo está a medio hacer/ a medio destruir/ o en medio camino de algo”, por eso dialoga con el paisaje, para completarlo, para poseerlo con su trazo, el trazo del cuerpo que danza sobre las geografías y el trazo de la palabra en el fondo blanco.
Si es evanescente la identidad que puede dar un territorio llamado Perú la voz poética podría cimentarse en lo familiar. Sin embargo, ya no importa la identidad que da el nombre, lo que cobra sentido en la poesía de Roxana Crisólogo es la identidad que se construye con la acción en espacios donde la lengua materna zozobra, como un puente colgante, entonces su voz aflora y enmienda con todo su cuerpo. “A mí me gustaba danzar no diré mi nombre/ solo que me gustaba danzar/ fue esa falta de manos esta ausencia de voces/ lo que me hace contar// Yo bailaba entre otras razones / porque hacía falta decirlo de pie/ bailaba sobre una alfombra de arena/ a miles y miles de kilómetros de Lima”, finalmente remata la estrofa: “todo lo que se puede dar forma en la mente/ giraba como un abanico oriental en mi rostro”. Su identidad familiar también está hecha de migraciones, todo se mueve y abre surcos, sus lectores transitamos el camino abierto.
¿Cuándo fue que nos instauraron en la cabeza que pasamos de ser nómadas a pueblos sedentarios? La lengua, la identidad, el país natal, el cuerpo, la memoria y la sociedad son imaginarios que fluyen, se transforman, imposible la quietud o el concepto cerrado, aunque se presuma “pensé que los había dejado reposando/ en las barracas eternas de la desmemoria”. De forma puntual, Roxana Crisólogo ha definido en entrevistas y notas su identidad como transnacional, en su poesía revela que hay un ethos sociocultural híbrido y múltiple, que como lo planteó Bauman es propio de una modernidad líquida y globalizada. Lo que nos quiere decir su poesía no es la experiencia de una poeta peruana migrante en Finlandia o en cualquier otro lugar hacia donde desplace el cuerpo, es mucho más que eso. Nos muestra que su identidad híbrida está en el paisaje, lo que ve a donde quiera que vaya es tan híbrido como su voz.
Por otra parte, estos poemas de Roxana Crisólogo ponen en evidencia que hay una epistemología en los viajes, el movimiento construye, abre los surcos del conocimiento: “me ha tomado más/ de lo que hubiera imaginado/ el camino de regreso/ reunir las enseñanzas del paisaje”. La forma en la que ha logrado integrarse al paisaje es viajando por él, aunque no lo pida “Me dirijo al Tigre un día lluvioso/ mis botas mojadas/ mis anteojos nublados/ oigo más de lo que debería escuchar”, viajar a y entre los espacios o personajes que la habitan —pasado e instante—, para ponerlos en el mismo tren y repartirlos entre líneas que va trazando con el cuerpo.
Aun cuando no haya tren y sea ella la voz que transporta o conecta tan variados mundos “es lo que un arriero/ acostumbra hacer/ y no le queda más que el privilegio/ de sus palabras”. Sabe que ve más o escucha más de lo que una persona común percibe, y nos regala en su poesía esa potencia integradora.
Termino de leer sus poemas y siento que existe un mundo posible sin fronteras, en el ojo de Crisólogo, en el mío que la leo, viajo con ella sin importar a dónde vamos ni de dónde venimos y siento mi propia experiencia migrante. Los Trenes en los que viajé gracias a su poesía me hacen menos extraña “por momentos sentí/ que viajaba un país entero” llamado Tierra, pues he visto ese mundo en movimiento lleno de conflictos, murmullos y abrazos entre turcos, nigerianos, peruanos, finlandeses, rusos, vietnamitas, japoneses, alemanes, israelitas, uruguayos, chinos, ingleses, coreanos, latinos: argentinos, colombianos, brasileros, bolivianos, chilenos… Al fin y al cabo, en una fiesta solo necesitamos empatía y mover los cuerpos, el mundo ya tiene su danza propia.