Este texto fue publicado originalmente por su autor en fecha 22 de noviembre de 2015, en el suplemento «El Dominical» del diario El Comercio.
Por: Víctor Ruiz Velazco*
Crédito de la foto: Centro Studi Jorge Eielson
Morir es una obra maestra
Olivia vive en Oklahoma, Estados Unidos. Atrás quedaron sus estudios de literatura inglesa, su trabajo académico en importantes centros de estudios. Vive desde hace tres décadas consagrando su vida al arte. No tiene parientes, al menos no del lado del padre, hombre de ascendencia nórdica, con apellido poco común y de quien, además del apellido, heredó el nombre. Se podría decir que le ha ido bien como artista; sus piezas forman parte de colecciones privadas distribuidas en tres continentes, ha expuesto en muestras individuales y colectivas y es invitada constantemente como jurado de diversos premios y concursos de arte. Vive sola. Un día decide digitar su extraño apellido en un buscador de internet y encuentra que al sur, en una región que jamás llamaría América, en un remoto país llamado Perú, nació en 1924 un hombre con un apellido como el suyo, un hombre que tras ganar un premio nacional por su primer libro de poemas, escribir una docena de artículos y ensayos en periódicos y publicar, junto a otros dos amigos, una antología de «la nueva poesía peruana», accedió a una beca para estudiar artes en Europa, adonde emigró en el lejano 1949 para no volver. Entonces, como no podría ser de otra manera, Olivia le escribe.
Tras una correspondencia incesante, Olivia y Jorge Eduardo Eielson, quien para entonces acaba de cumplir ochenta años, se encuentran en Milán en la primavera de 2004: han descubierto que son hermanos. Jorge Eduardo ha descubierto, además, que su padre no murió como le había contado su madre, cuando este tenía tan solo seis años y fue entregado en adopción a una familia amiga de la suya manteniendo sus nombres, y en cuyo seno creció junto a dos hermanas con distintos apellidos al suyo. Descubre que su padre, Oliver, tras prometerle a su madre que volvería al cabo de unos meses decidió instalarse en Estados Unidos, donde se casó y tuvo dos hijas a quienes nunca les habló del hermano peruano que tenían. Descubre que no le guarda rencor.
Tan solo unos años antes, a partir del 2000, Jorge Eduardo Eielson empezaba a ser leído, nuevamente, en Perú. El trabajo hecho por el colectivo More Ferárum, bajo la dirección de José Ignacio Padilla y las sendas antologías y estudios preparados por Luis Rebaza terminan de presentarlo a las nuevas generaciones en su completa dimensión (Ricardo Silva Santisteban, en los setenta, y las publicaciones de la Rama Florida llevadas a cabo por Javier Sologuren, en los cuarenta y cincuenta, habían hecho lo propio con sus contemporáneos). En 2001 Eielson da una videoconferencia en Fundación Telefónica. Casi quinientos asistentes pudieron ver su imagen proyectada sobre el écran, tras una máscara azul que tenía impresa la constelación de Centauro. Hasta entonces, su figura era equivalente a la de un mito viviente; un artista que tras abandonar Lima en 1948 solo había vuelto en tres ocasiones a su tierra natal: la primera en 1967, para presentar una exposición de su obra plástica; la segunda nueve años después, en 1976. Ese año Eielson había decidido volver al Perú de forma definitiva. En los meses que permanece en Lima intenta, sin suerte, comprar la casa de Barranco en la que creció César Moro, poeta que, como él mismo, se autoexilió debido a las absurdas convenciones sociales de su tiempo. Tras meses de vaivenes en que le es imposible llegar a un acuerdo con los nuevos dueños de la casa vuelve a Europa para instalarse definitivamente en Milán y solo regresaría una vez más al Perú, en 1987. Entonces asiste a la Bienal de Trujillo junto a poetas como Blanca Varela, Javier Sologuren (con quien, junto a Sebastián Salazar Bondy, realizó la antología La poesía contemporánea del Perú, pica en Flandes que separa la vieja de la nueva poesía peruana, desplazando a Chocano como paradigma de poeta y poniendo en su lugar a autores como Eguren, Vallejo, Martín Adán, Westphalen, Abril, los hermanos Peña y Oquendo de Amat; nuestros poetas fundadores), Antonio Cisneros y Rodolfo Hinostroza, entre otros. Lo que hay en medio son centenares de obras que trascienden sus propios soportes: «poesía escrita», narrativa, ensayo, pintura, performance, instalaciones unidas a través del signo del nudo/quipus como metáfora de la quietud y el movimiento, unión de contrarios que no se aniquilan sino que confluyen armónicamente atravesando espacio y tiempo, y que tendrá, hacia el final de sus días, la necesidad de des[a]nudar para presentarnos una visión del futuro.
Pero es 2004, hace tan solo unos meses Eielson perdió a Michele Mulas, su compañero por más de cuarenta años. Su estado físico ha sufrido un deterioro constante desde entonces, sin embargo el descubrimiento de que tiene una hermana le llena de dicha. Ella lo acompaña en su último verano en Cerdeña, de donde era natural la familia Mulas. En octubre de 2005, vuelve a Milan y Olivia regresa a su tranquila vida en Oklahoma, donde continúa su labor artística hasta hoy. Para Eielson ya es lejano aquel 1969 en que solicitó a la NASA poner en órbita una pieza suya (Tensión Lunar). Asunto por el que, contra todo pronóstico, recibió una respuesta formal: la carta, fechada el 20 de agosto de 1969, a solo un mes de la llegada del primer hombre a la Luna, aunque gentil, resultó negativa. Martha Canfield cuenta que la obra de arte no era sino una pequeña caja que contendría las cenizas del artista: «Como otros artistas que admiro y que amo, yo también he tratado de hacer de mi vida una obra maestra. No creo haberlo logrado. Pero trataré de hacerlo con mi muerte. Es la última posibilidad que me queda», responde Eielson ante la consulta de su amiga. Poco antes de su partida, sin embargo, Eielson pidió que sus restos fueran dispuestos al lado de Michele en el cementerio de Barisardo. Y allí reposa desde el 8 de marzo de 2006, como una escultura subterránea más, o como el reflejo terrestre de una constelación celeste y oscura.
Dato:
Poesía escrita. Poesía reunida de Jorge Eduardo Eielson será editado en cinco tomos. Los
(Poeta en Lima y Poeta en Roma) se presentarán el viernes 27 de noviembre, a las 21:00, en la Feria del Libro Ricardo Palma.