Por: Diego L. García
Crédito de la foto: (Izq.) Kriller 71 ediciones/
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Monodrama (2015) de Carlito Azevedo*,
o la celebración de lo incierto
En este libro publicado en 2015, el poeta brasileño Carlito Azevedo despliega una de las poéticas más interesantes que pueden leerse hoy en día. De alguna manera, es posible ubicarlo en una constelación de poetas americanos que parecen concebir la escritura como una agonía lingüística librada desde adentro de la máquina; entre ellos podemos mencionar a Mario Arteca, Daniel Freidemberg, José Kozer, Eduardo Milán, Alberto Cisnero, por dar sólo algunos nombres.
Monodrama es una obra unitaria, con textos en verso y en prosa, que se monta sobre algunas líneas conceptuales más o menos definibles: el desenfoque de la voz (por ejemplo, en el sujeto inmigrante que dice algo y a su vez otra cosa), la totalización –imposible– de la mirada (lo inaprensible del recuerdo, el desborde de la textualidad), y la fragmentariedad de “lo social” como un punto escurridizo.
En el brillante prólogo, Ana Porrúa resalta que en su poesía: “Lo que importa (…) no son las historias sino los restos de escenas o imágenes”. Es esta cuestión de “los restos” (el trabajo con los restos) lo que lleva a Azevedo a articular una lengua a contracorriente de las “convenciones” (en el sentido político dado por Charles Bernstein[1]). Más allá de la apelación a escenas marginales (“los entregadores de pizza portorriqueños”, “sacando de adentro de un bolso ácido con pins coloridos”), nos encontramos con textos que recolectan aquello que el tejido no pudo embolsar en un primer ensayo (es decir, se hacen cargo de lo descorporizado, aquello que se escribió en la ausencia de la letra). Nos referimos a textos como “Limpieza del aparato” (en prosa), donde de manera genial Azevedo retorma zonas que quedaron afuera de los límites del poema “Muchacha con xilófono y flores en Telegraph Av.”:
“…a pesar de que todo aquello haya existido de verdad (…), el bolso, los pins antifascistas (todavía guardas uno, que ella te regaló cuando fueron juntos a ver “L’ambassade”…), no hace falta hablar de las monedas contadas para el café, el croissant y la lavandería, el amigo griego alcohólico e inconsolable…” (“Limpieza del aparato”).
Como una ampliación –siempre incompleta– de la escena, el poeta devela la vaguedad de los bordes de su percepción. Porrúa señala: “La escritura hace equilibrio (sin apoyarse nunca sobre un suelo fijo y sedentario) en ‘las cuerdas podridas de la/ percepción’. Y es esta percepción lo que se expone, lo que los poemas dejan al descubierto como materia inestable, al borde de una explosión inminente”. El diálogo con la propia escritura, dentro de un mismo texto o entre textos distintos, funda un espacio de enunciación inacabado y provisorio, y lo que allí leemos es, más que un producto de exhibición, un proceso vital con sus “podridas” mañas de testificación bajo la lupa. El texto arrastra su proceso, es esencialmente proceso porque este “decir” no acata el cerramiento de un trazado: “Cuando volaron la sinagoga, digo, la mezquita, digo, la discoteca, él podría haber estado presente, él estaba presente, él estuvo presente…” (“Calle de las veletas”).
La poesía de Carlito Azevedo podría ser leída como una celebración de lo incierto. Una voz (un coro) cuyos enunciados no emergen como un bloque material sobre la certeza de un yo perezoso sino que por el contrario, enfrenta a las moles de la autoridad discursiva (citando otra vez a Bernstein) “contrabandeando” en los restos de la mirada un sentido desperdigado que tensiona la lectura hacia la incomodidad. Una incomodidad que celebramos.
Veámoslo en este fabuloso poema de la serie protagonizada por “el ángel boxeador”:
En ese instante
el ángel boxeador
deja de describir
la escena a la que está
asistiendo
y piensa si algo de nosotros
sobrevive al fin
del junco
pensante
hipótesis remota
sí
pero al fin hipótesis
pero al fin remota
entonces el ángel boxeador
se promete
en esa improbable
hipótesis
agotar todas las
posibilidades
de contrabandear
en la hora de la muerte
y hacia dentro de la muerte
burlando
el lavado cerebral
del paraíso
alguna cosa
alguna
más mínima
cosa
de esa chica
la sonrisa
el color de sus ojos
la forma de
sus botines
Otro poema:
Estoy hablando de días soleados,
estoy hablando de días oscuros, es decir,
estoy hablando de flores, sí, de lomos
de libros, por lo tanto, de grabados de oro, es
decir, de niños jugando y nadando en el agua,
de la inundación, de quemar las cartas del escritor famoso,
del humo subiendo y dejando aquella mancha
en el techo, no estoy hablando de las colinas de Berkeley
sino de los entregadores de pizza portorriqueños de
Berkeley, de los entregadores de pizza húngaros de
Santiago, se diría que de libros que no se abren, de
puertas que no se abren, de sueños que no,
de una pesadilla recurrente, de una resina,
de un caballo corriendo, no son libros de arena.
[1] Charles Bernstein, La política de la forma poética.