Por Jesús Montoya*
Crédito de la foto (izq.) el autor /
(der.) Ed. Eclepsidra
Mínima migración de encuadres[1].
Entrevista con Alejandro Sebastiani Verlezza
La premisa de Los hilos subterráneos (Editorial Eclepsidra, 2020) es ser su hechura. Quiero decir, no una desembocadura ontológica presentada en flujo al lector, sino el retajo como hechura. Su rastreo de materias orgánicas lo hacen la cimentación nominal de una coordenada de lecturas y experiencias. Este libro dispone, en ejercicios íntimos, su umbral: «me dio por soltarle las fechas a mi diario del año 2011». Seguidamente, en la nota de entrada, Alejandro Sebastiani Verlezza (Caracas, 1982), anexa que se trata de una «rapsódica confluencia» como «foto carnet». Es decir: ¿un diario retratado en verso y prosa? A decir verdad, la pulsión de las formas aquí busca decodificar una poética subyacente.
Esta proporciona diferentes tipos de conexiones con trabajos anteriores de Alejandro Sebastiani Verlezza, en los que el ejercicio de la poesía aparece como migración de soporte, sujeto y lenguaje: Posdatas (2011), Canción de la encrucijada (2016), Partir (2018), a los que se suma el diario Derivas (2013) y, también, sus obras como artista visual. Los poemas en prosa de Posdatas (2011), cuyas letras minúsculas se van descomponiendo en artefactos sonoros en verso, mayormente trabajados en los dos siguientes volúmenes, solidifican la aparición intermedia de un testimonio de lecturas e imágenes.
Todo esto, de alguna manera, pasa a ser comprimido desde un registro formal de contenido en una reescritura. Así, la reconstrucción, la intervención y la transfiguración de ese diario, anterior incluso al publicado en el año 2013, crean una idea de desestabilización. Es como si cada uno de esos textos antecesores hicieran una contribución de miradas posibles; como si, acaso, la «foto carnet» fuera el centro del recorte, un collage de procedimientos.
La mixtura sería la gran síntesis de la obra, que no solo convive en el juego de transposición genérica, sino también en las capas referenciales: el poema como encuadramiento cinematográfico; el poema como reciclaje de materias verbales; el poema como arquitectura urbana; el poema como figuración continua de la noción de taller, por donde son instaladas distintas citas, nombres y poéticas infiltradas, como las de Octavio Armand, Vicente Gerbasi, Igor Barreto, Alfredo Silva Estrada, entre otros. Estas poéticas ordenan los versos como grietas resonantes, mientras que los trazos en prosa llegan a parecer, algunas veces, marcos escenificados (entre paréntesis).
Habría que ir, en definitiva, al libro Superficies (1980), de Octavio Armand, para observar cómo los paréntesis son presentados aquí en hilos, incluso en su autorreflexión incesante, ya no desde el ensayo, desde la poesía o desde el diario, sino a través de ese cúmulo en aras de una «foto carnet». Esto devendría, además, como el efecto producido de una identidad elidida en fragmentos traídos del español, del inglés y del italiano, cuya resonancia funge como raíz perdida. Una raíz de autotraducciones y ludismos lingüísticos (véase el ejemplo en la muestra de la vita di Aldo Boldini), de (mínimas migraciones) y de residuos que se numeran a través de meses, canciones y libros; una vida en tránsito donde lo literario se refunde en una ciudad borroneada de violencia.
El poema-foto sale a retratar(se) en su proyecto: un diario en verso que parece, en algunas ocasiones, un soliloquio propagado de anotaciones y escrituras en reordenamiento. Es, efectivamente, este reordenamiento lo que revela su lente de lectura: disposición de una onomatopéyica oralidad que aparece y se esfuma entre anécdotas mezcladas por distintos tramos, como si por un lado estuviéramos leyendo la experiencia de un día, y por el otro su traducción poética, comportándose como molduras y capas de un mismo cuadro. En el fondo, el diario calca el paisaje similar a una sutura: «a veces encuentro paisajes agradables, como para perderse un rato en ellos, / autopistas, caminos sutiles, llenos de escaleras, pero suena el teléfono una y otra vez». Allí, el poema se dice a sí mismo «conversacional» en la coreada identificación de su movilidad: la ciudad Universitaria, el Guaire, Sabana Grande. Cada locación hurga la visión del habla sola que se prescribe en los fragmentos: «tengo tiempo queriendo atraparla/ es la multiplicidad de los lugares/ por aquí siempre viene un Solo/ ensimismado». De esta manera, el diario yace como la plástica hechura en otros: «la leve intuición/ (en algo se parecen al collage)/ estar ante la superficie/ triza sobre triza», en tanto que la poesía su realidad sonora: «yo solo quiero/ mezclar todas estas voces/ sus conversaciones/ sonidos volátiles/ culos sobre sillas/ interjecciones/ todo en un solo centelleo/ varias voces cabalgando sobre mi línea». Esta obra encara cada una de estas posibilidades, fluctuando una mixtura a ser explorada como un rasgo de la poesía venezolana actual.
Entrevista
Jesús Montoya [JM]: ¿Crees que el ensamblaje de este libro parte de una poética que ya había sido explorada en tus obras anteriores?
Alejandro Sebastiani Verlezza [ASV]: La exploración de Los hilos subterráneos se abre, sin yo advertirlo demasiado, en poemarios anteriores, como Posdatas, Canción de la encrucijada y Partir. Se trata, siento ahora, en retrospectiva, de una apuesta por el ensamblaje y la yuxtaposición en la extensión de la página, la posibilidad de ir abriendo un espacio coral, donde mi voz se desdoble y expanda. Ahora que me lo preguntas hay, sí, cierta unidad: hay un constante ir hacia y una inclinación por el movimiento. Por eso es un libro que a su vez es varios libros: puedes entrar con el desparpajo de los niños cuando están jugando dentro de los penetrables y persiguen con las manos la ruta imprevisible de sus filamentos. Y los textos parecen como suspendidos en el aire, flotando, según el pasar de las páginas: así van lloviendo poemas, estampas oníricas, traducciones. En lo que tú llamas “poética subyacente” encontré una forma para jugar con las libertades de la poesía. De ahí la variedad de tonos, pues muchos hilos van y vienen, siempre manteniendo en cada capítulo la referencia de un mes del año y explorando diferentes universos expresivos. Recuerda a Novalis: “Nada más poético que las mutaciones y las mezclas heterogéneas”.
[JM]: ¿Se trata del cierre de un proyecto?
[ASV]: Me parece que sí. En Los hilos subterráneos se asoma un cierre y la apertura de otro ciclo, una metamorfosis de la voz que he ido explorando en los últimos años. Hay un impulso hacia la polifonía y la multiplicidad de registros sintetizados a partir de la secuencia que fui creando con capítulos correspondientes —colgantes— a los meses del año, lo cual me permite ir desplegando diversos tonos y posibilidades: entre el poema brevísimo y el de largo aliento, conversacional, a veces la glosa; siempre buscando la creación de atmósferas y yuxtaposiciones, dinamismos, la sensación de que mientras transcurre la lectura vayan resonando distintos yoes y sus ecos. Parto de este principio: si la poesía es una presencia —y una visita— no importa en qué forma se exprese. Por esta vía le saco provecho a lo que podemos llamar, ciertamente, ahora que lo mencionas, un cierre. No te puedo decir que es “un proyecto” en el sentido de que lo he calculado todo previamente. Así se fue dando, así vino el impulso y lo atendí, simplemente.
[JM]: Con estas obras no solo me refiero a los libros de poemas publicados hasta la fecha, sino también a los collages y, claro, a tu diario Derivas (2013).
[ASV]: Ya en Derivas podemos advertir el asomo de este impulso, digamos, contrapuntístico. Si bien es un libro más atado a la prosa reflexiva y autobiográfica, pues a fin de cuentas fue una tesis de grado que tuvo la oportunidad de publicarse; ahora, con la distancia de los años, es posible advertir que hay momentos en los cuales la prosa busca romper la linealidad y ondular. Y así aparecen trazos más rapsódicos, impregnados de plasticidad. Este libro, me parece, se corresponde con mi búsqueda dentro del collage, no solo por su sensibilidad atmosférica, llena word paintings, sino por el impulso de buscar un diálogo —o cierta unidad— en los formatos. Si nos detuviéramos ahora a contrastar las páginas de Derivas y ciertas piezas mías, encontraríamos similitudes, vínculos con Posdatas, Canción de la encrucijada, Partir y Los hilos subterráneos.
[JM]: ¿Puedes abundar más sobre la poesía y el collage?
[ASV]: El collage, por su parte, se ha ido integrando en mi práctica con el montaje, la fotografía, a veces el dibujo. Ahora me gusta llamarlos fotocollages. Es posible que mañana les de otro nombre, pero por los momentos este me gusta y funciona para lo que estoy experimentando. Quiero dotar a estas piezas de movimiento, animarlas. Quizá convertirlas en calcomanías, afiches, pancartas y portadas, como pasó con un libro de Adalber Salas Hernández, publicado en Fata Morgana, Estábamos muertos y no podíamos respirar. Paul Celan, escritura y desaparición.
[JM]: ¿Animarlos, en qué sentido?
[ASV]: Recuerdo que hace muchos años estaba en una fiesta en La belle époque de Bello Monte y vi cómo en una pantalla se cruzaban fragmentos de películas con música y cantos. Este es un formato que me sigue interesando y quiero explorarlo. Una suerte de fotodocumental poético.
[JM]: ¿Hay algún riesgo en el collage?
[ASV]: Si no hay una apuesta formal, compositiva, puede quedarse en el mero gusto de recortar y pegar, la manualidad por la manualidad. Pero si mantiene el mismo impulso analógico de la poesía, se abren las posibilidades infinitamente. En Los hilos subterráneos aparece una cita de Ígor Barreto, proviene de El llano ciego: “En cine existe un recurso de puesta en escena que podría resultar revelador. Me refiero a la aplicación de la «geografía imaginaria», mediante la cual se construye una locación uniendo con el montaje partes o imágenes de distintos lugares”. Cada pieza, digo yo, plástica o poética, debe —debería— tener su propia geografía, imaginaria, pero también imaginal, en el sentido que le da Henry Corbin, es decir, interior, profunda, anímica.
[JM]: ¿Hay alguna relación con el diario, como género, que te haya marcado en la hechura de Los hilos subterráneos?
[ASV]: En Los hilos subterráneos encontramos las huellas de un diario. Yo escribí la primera versión en el 2011 y la fui desarmando y recomponiendo a mi aire, durante mucho tiempo, como lo asomo en el envoi inicial. Así dispuse que cada mes del año podía funcionar como un capítulo, o un cuaderno. Por esta vía fui dando con el rostro polimórfico del poemario y me di cuenta de que era un taller abierto que me ofrecía experimentar con libertad. Quedaron del diario la alusión a los meses en el encabezado de los capítulos: “marzo–i sensi, sempre i sensi”, “septiembre–vita”, por ejemplo, como para dar una idea de la atmósfera general que domina cada capítulo. Bajo este recurso pude organizar la variedad de tonos que se recogen en el libro y abrirle paso al heterónimo. La dinámica del montaje siempre está rondando.
[JM]: Si bien, como dices, Los hilos subterráneos parte de la experiencia de un diario, supongo que durante estos años has escrito otros, ¿sigues cultivando el género?
[ASV]: Durante varios años escribí diarios, pero ya no lo hago, me di cuenta de que la energía empleada en esa actividad podía tomar otros cursos. Llegado el buen día, con mi cuchillo afilado, me dispuse al descuartizamiento. Fue un acto liberador, como darle con todo a la piñata de experiencias y remanentes del pasado. Sí te puedo decir que mientras escribí los diarios hice muchos drenajes personales, muy necesarios, transcripciones de sueños y apuntes a los que les fui sacando provecho poético y por este camino fue apareciendo El libro de las derivas. Es posible que a partir de Los hilos subterráneos pueda dar un curso sobre el diario como el taller personal del artista.
[JM]: ¿Sabes de otro autor en nuestra generación que también le haya sacado provecho poético al diario?
[ASV]: Sobre este punto particular pienso en Néstor Mendoza. Siempre me ha dado curiosidad la inquietud que impulsa esta zona de su trabajo. A la par de explorar su yo poético, los fragmentos que he leído de su diario reflejan muchos de los dramas que han experimentado los creadores de nuestra generación y una conciencia ensayística muy clara. Un diario de poeta, bien puede decirse.
[JM]: ¿Cómo afecta lo documental esta escritura «foto-carnet», su figuración de «autorretrato» o aquella actividad que tú mismo expones como un «habla sola» de los fragmentos?
[ASV]: La misma disposición de los capítulos por meses contribuye a crear la atmósfera ilusoria del libro enmarcado dentro de un período de tiempo. De hecho, uno de los capítulos se llama “agosto–cámara en mano”. El asunto de la foto “tipo carnet” es otra travesura más para establecer un cruce entre géneros en apariencia lejanos al poema: el diálogo, el aforismo, la traducción, la glosa, entre otras posibilidades expresivas. Ciertamente, de repasar el libro con atención (y distancia), cuelo pequeños autorretratos, pero muy asordinados; juego con la posibilidad de que el poema está hablando de una experiencia concreta, sin ser necesariamente así. Cuando digo “cámara en mano”, además, pongo el acento en el movimiento y aquí volvemos a la combinación y la suspensión de los poemas en la página, como si fueran “móviles”, penetrables, colgantes que se bambolean según el impulso que les dé el viento y el cuerpo que los toque. En el sentido más mítico, la alusión a los hilos remite al tiempo y en consecuencia al destino. Pero estas ya son, como diría Antonio Tabucchi, poéticas a posteriori.
[JM]: Por otro lado, me gustaría preguntarte sobre la anulación del yo dentro de ese ensamblaje, ¿piensas que trayendo recortes de diferentes recintos –escrituras–, lo confesional de ese yo acaba por hacerse, digamos, una resonancia “ilegible”?
[ASV]: El yo, aquí, es una ilusión: el rostro que aparece hoy puede esfumarse mañana y abrirle paso a otro. Sus resonancias van, vienen, aparecen, cambian, según los estados anímicos que voy atravesando. El yo, o el “yo”, a ratos se reconcentra, o se expande: le vuelas una parte y le crece otra. Pero es solo una apariencia, una veladura, una insinuación para poner en movimiento el juego del poemario. Lo estrictamente confesional así va hablando en voz baja, hasta desaparecer y servir como correlato en función de la misma polifonía de estas hilaturas, pues, volátiles. Volvemos a la cuestión de Los hilos subterráneos y los rostros que lo habitan: según cómo lo abras —y por dónde— conseguirás un libro distinto. Más que anulación, pensemos en la aparición del distanciamiento, a través de la persona interpuesta, o dramatis personae, como decía Pound, para desplegar el juego compositivo que te he estado describiendo.
[JM]: Y, con respecto al collage, ¿cómo ves tu experiencia con el trabajo visual en diálogo con poetas cuyas búsquedas son similares en Venezuela?
[ASV]: Siempre, desde que me recuerdo, he estado cerca de la expresión escrita y visual. Escribía canciones para acompañarlas con la guitarra y pintaba. Por este camino, más adelante, llego a la poesía, pero siempre atento a los vasos comunicantes. Podríamos hacer el ejercicio de ponernos a buscar los poetas de Venezuela que en la actualidad tienen una vinculación con las artes visuales, la fotografía, el dibujo, la pintura, el collage. Si bien van a surgir muchos nombres cercanos, notaremos que al menos desde la década de los sesenta hay una predisposición y un interés por integrar sus expresiones a las artes visuales. Últimamente me interesa el trabajo del italiano Massimo Nota y la belga Katrien De Blauwer. En nuestro contexto he revisitado últimamente a Yolanda Pantin, Jairo Rojas, Raquel Abend, con quien hice un libro de artista hace muchos años; Florencio Quintero, Pamela Rahn, Euro Montero. Tú mismo, Jesús, en tu poesía —y puntualmente Rua São Paulo— entablas una relación con la fotografía que me interesa. Si empezamos a jalar de este hilo vamos a llegar a la generación de los sesenta, como decía, y me parece que ahí empezó a gestarse la zona franca. Vas a notar que hay poetas con una relación intensa con lo visual, lo cual en el llamado “mundo del arte” genera muchas prevenciones y reticencias. Se quiera reconocer, o no, es una frontera. Ahí está, existe, la transitamos y con desparpajo. Como la poesía no tiene dueño, y sopla donde quiere, podemos hacer múltiples incursiones, acaso para atisbar las regiones más recónditas.
[JM]: ¿El collage estaría más amparado en la imagen desde la propia escritura? ¿O no deja de trasladarse desde tus collages a la escritura? ¿La apuesta es, pues, la unción?
[ASV]: Aquí, en este ciclo, sí. Para mí la imagen puede tener una desembocadura poética y plástica: hay todo un juego de trasvases, terrenos compartidos, laderas, linderos, fronteras, pero también momentos donde la imagen poética y la pictórica toman cada una su propio rumbo, por cuestiones meramente formales (soportes, técnicas de impresión, diseño, instalación, etcétera). Aquí es donde muchos críticos, galeristas, curadores —el muro que decide qué es arte y qué no— empiezan a mirar a los poetas que nos movemos por estos caminos con una ceja en alto. Entonces nos colamos en las librerías, las salas de lectura, los hogares de nuestras amistades más queridas y las redes. Pero volvemos a lo mismo: si la poesía es una presencia, su potencia se manifestará sin importar la forma que asuma. Bajo este punto de partida tenemos libertad para explorar y la responsabilidad de concretar una síntesis personal.
[JM]: ¿Aldo Boldini es el inicio de una heteroglosia a ser ampliada?
[ASV]: Necesitaba una coartada para darle rienda suelta a una voz en mí que se expresa en italiano. Al encontrar esta persona interpuesta —la he identificado con la biografía de mi padre– logré abrir una posibilidad poética que había permanecido soterrada. Toda la impronta, toda mi memoria de la lengua italiana, por este camino heteronímico, tiene ahora la posibilidad de salir. Después me pareció natural hacerle su propia fábula mítica a Boldini. El inicio es sencillo: de pronto sentí una tarde que por el oído derecho se me atravesó una corriente sonora –era una flecha– y a medida que fui prestándole atención empezaron a sonar las palabras italianas y todo el universo que albergan.
[JM]: ¿Cuál será su lengua en devenir?
[ASV]: Pasados los años se fueron conjurando alrededor de Boldini algunos poemas, los fui traduciendo al español; vienen en italiano, otras veces llegan en el dialecto familiar (que contiene a su vez dos vertientes: el centro y el sur de Italia), entonces estoy muchas veces ante la situación de traducir del dialecto al italiano y del italiano al español. En el tramo final de Los hilos subterráneos juego con la posibilidad de irle cambiando los títulos al libro: Vita di Aldo Boldini; Osservazioni, frammenti, aforismi di Aldo Boldini; Osservazioni, frammenti, aforismi di Aldo Boldini scritti e anche tradotti allo spagnolo da Alejandro Sebastiani Verlezza. En la más reciente versión el libro tiene otro título (y es el que más se acerca al definitivo): Los secretos. A veces no sé si, en su estación final, este libro aparecerá firmado como Boldini como autor y yo su traductor. O si acaso lo firmaré yo. O si compartiremos la autoría. Es un asunto por resolver, todo dependerá del giro que le dé. Esto lo digo porque Boldini no es alguien que escribe: él dice cosas y “yo” las recojo. Si vuelves por un momento a la nota bene del libro verás que allí evoco a Octavio Armand y a Santos López, quienes hace varios años me sugirieron que estudiara de lleno la lengua italiana, ya que el oído lo tengo incorporado de nacimiento, pero necesitaba adentrarme en los caminos gramaticales. Verás entonces la mención al agua y los antepasados que la beben: Boldini tiene que ver con lo remoto que encuentra en el presente una forma donde contenerse. Dentro de este ciclo llegaron otros poemas, tú conoces algunos asomos, recogidos en El viaje del padre.
[JM]: En ese sentido, ¿cómo ves la marca de bilingüismo y juegos de traducción dentro de la tradición venezolana?
[ASV]: Está muy presente y de muchas formas. Estas coordenadas las fijó muy bien Carmen Verde Arocha en la presentación de Partir. En aquel momento la poeta hizo el trazo: hay, entre nosotros, al menos desde el siglo XIX venezolano, toda una estela de poetas que se mueven en la traducción. La lista es larga y los resultados lujosos. Pero el asunto aquí es que yo me he descubierto en la necesidad de traducirme a mí mismo y darle salida a muchos diálogos internos. O mejor aún: de traducir una parte de mí que empuja por hacerse presente, como parte de una jugarreta de la psique que no sé bien, aún, a qué puerto me llevará. Es, tal vez, el momento más misterioso de toda esta exploración.
[JM]: ¿Quiere decir que para ti hay una sintonía entre las posibilidades creadoras, de la traducción? ¿Hay poéticas con las que te sientas relacionado en este sentido específico?
[ASV]: Absolutamente: en este terreno se ha gestado un terreno muy fértil en Venezuela y los diferentes tipos de exilios e insilios de las últimas dos décadas han puesto el abono y ni hablar de estas interminables cuarentenas. A partir de la poesía y la traducción como posibilidad creadora se me abre un territorio donde he encontrado estímulos en las obras de Márgara Russotto, Verónica Jaffé, Adalber Salas Hernández, muchísimas conversaciones con Victoria de Stefano, Paolo Gasparini, así como tus indagaciones en el tema, las que hemos compartido mientras conversamos y las que han salido en la revista POESÍA. La fuente de este asunto, como siempre, está en los cruces lingüísticos del universo familiar, el hecho de transitar entre la lengua italiana y los dialectos, el español y las adquisiciones, los descubrimientos, personales. Volvemos a la síntesis.
[JM]: ¿Hay una relación entre poesía, traducción y variación, en el sentido musical?
[ASV]: Exacto. Más allá de trasvasar contenidos de una lengua a otra, está la posibilidad de ir haciendo variaciones, recreaciones, transformaciones. Me pasó hace mucho tiempo, cuando traduje un poema de Eliot que me gustó mucho: hice varias versiones del inglés al español, más que todo para estudiar la composición interna y el ritmo del poeta, pero después le fui agregando variantes que cada vez se alejaban del original. El mismo trasvase me iba llevando, mientras iba escuchando lo que pasaba. Cada nueva versión cambiaba más y se distanciaba de Eliot. Y yo, a su vez, retocaba y cambiaba sus retoques. Al final descarté las traducciones, me quedé con la recreación y titulé al poema: “Otra conversación galante”. Habría que volver a Pound y al Manifiesto Antropófago para dar con el make it new! Ahí tenemos que llegar.
São Carlos/La Candelaria
Octubre, 2021
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[1] Una versión anterior de esta introducción fue publicada en la revista POESÍA (Universidad de Carabobo).
*(Mérida-Venezuela, 1993). Poeta y traductor. Licenciado en Letras mención Lengua y Literatura hispanoamericana y venezolana por la Universidad de Los Andes (Venezuela) y magíster en Estudios Literarios por la Universidad Federal de São Carlos, universidad donde actualmente cursa el doctorado en la misma área. Es miembro del comité de redacción de la revista POESIA de la Universidad de Carabobo (Venezuela). Obtuvo el Premio de Obras para Autores Inéditos, el I Premio Hispanoamericano de Poesía “Francisco Ruiz Udiel” y el II Premio Franco-Venezolano a la Joven Vocación Literaria. Se desempeña como traductor y profesor de español. Ha publicado Las noches de mis años (2016), Hay un sitio detrás de los incendios (2017) y Rua São Paulo (2019); ha traducido el disco de poemas Catecismo salvaje (2021), del poeta brasileño Wilson Alves-Bezerra.
**(Caracas-Venezuela, 1982). Poeta con incursiones en las artes visuales. Participó en la residencia para escritores en Rianxo (Galicia) con Axóuxere Editores. Ha publicado en poesía Posdatas (2011), Canción de la encrucijada (2016), Partir (2018), Los hilos subterráneos (2020), el diario Derivas (2013); preparó la antología Del fluir de Santos López (2016) y la compilación de ensayos de Armando Rojas Guardia La otra locura (2017). Editó, junto a Adalber Salas Hernández, las antologías Tramas cruzadas, destinos comunes (2013) y Destinos portátiles (2013). Ha participado como artista en las muestras colectivas Ciudad volátil, arquitecturas transitivas de la vanguardia caraqueña (2009), Confluencias (2012), Reflejos vagabundos (2013), Caracas horizontal (2013), Manifiesto país (2014), Fragmentos a su imán (2019).