Miguel Hernández: el lugar secreto de la poesía

 

Por José Gregorio Vásquez

Foto de un enardecido Luis Hernández que arenga

al bando republicano en la Guerra Civil Española

Crédito de la foto David Seymour /

www.lazebra.net

 

 

Miguel Hernández:

el lugar secreto de la poesía

 

 

Tanto dolor se agrupa en mi costado,

que por doler me duele hasta el aliento.

 

1

La madrugada del 28 de marzo de 1942, luego de varios días sin poder hablar, apenas comunicándose desde el silencio a través de sus ojos ya agónicos, le visita la muerte al poeta Miguel Hernández. Ahora ya nada ni nadie podía detenerlo. Las huestes de la opresión franquista que quisieron ocultar la fuerza de esta palabra íntima de la tierra ya no pudieron retenerle más. Nunca se doblegó ante otros principios que no fueran los más íntimos y sinceros por los que vivió, por los que creyó en la poesía y en el alma sencilla de su pueblo ignorado. Luchó contra la injusta opresión que derramó sangre por toda España en un momento infausto de su historia. En sus últimos días escribió desde el más auténtico dolor y soledad que acompañan a un poeta en la vida. Escribió en esos viejos papeles; en esos pequeños y olvidados trozos dibujó la esperanza, la pena, el trago más amargo del hambre que atravesó su patria, pero también escribió la vida, escribió el sueño de una vida que dejaba a su pequeño hijo como herencia, sabiéndose ya en los días más postreros.

Desde ese silencio último que sopló aquella madrugada para volverse poesía; desde ese lugar secreto donde estuvo por muchos años su palabra, recordamos la obra y la trágica muerte de un poeta que sigue cantando lo que somos, lo que seremos, lo que son nuestros anhelos, los sueños ignorados de nuestros pueblos; los cantó con palabras nacidas de la magia del lenguaje puro y sencillo de la poesía; los dejó escritos en una obra singular que seguimos leyendo aún para poderlo escuchar desde la lejanía.

Su voz sonaba desde lo más hondo de la tierra y gritaba desde allí al corazón de una España enlutada. Su palabra nacida del aire transparente de Orihuela siempre mantuvo la sonoridad secreta de la poesía, la poesía que se hizo Miguel Hernández, que se hizo España, que se hizo canto de los pueblos, de esos pueblos abatidos y aniquilados, que se hizo canto profundo de dolor, de pena, de esperanza, de lucha, de música, de una música que haría de esos años infaustos en la historia de su país natal un eco inolvidable para el tiempo.

 

El poeta Miguel Hernández en la emisora del 5to regimiento. Madrid.

 

Los poetas somos viento del pueblo

 

2

Miguel Hernández Gilabert nació en Orihuela en 1910. Hijo del campo, del olor de la tierra creadora, del aire puro del río Segura, de las calles de un pueblo que siempre guardó en su alma, de la sierra protectora de su voz: esa fortaleza tatuada en el tiempo y en su poesía.

De niño preservó con empeño su deseo por las letras, por hacer de su mundo un mundo en la poesía y para la poesía. Su corta vida entregada al oficio de la escritura lo llevó siempre de un lugar a otro para hacerse poeta, ya no solo poeta pastor, sino el poeta que cantaría a la España profunda del dolor y de la muerte en los años de ausencia, de abandono, los años del franquismo aniquilador de la esperanza, los años de un tiempo desolado. Así de Orihuela, de esos recuerdos de la Tahona, donde recitaría sus primeros versos en compañía de sus amigos, de esos años donde cultivaría la devota palabra para su hermano de las letras Ramón Sijé, viajó a Madrid para hacerse conocer como escritor, pero esta ciudad lo despidió prontamente al no brindarle la oportunidad de trabajo y de solidaridad que esperaba. Su empeño fue más fuerte, su entusiasmo por aprender siempre por su propia cuenta fue más fuerte, su deseo por hacer de las letras su mundo fue más fuerte, es por ello que su obra comienza un nuevo recorrido y reconocimiento luego de la publicación de su primer libro Perito en lunas y con él regresaría nuevamente al mundo madrileño donde esta vez sería recibido más amablemente.

Siempre reclamó para sí el reconocimiento sabiéndose lejos de esos otros que escribían en su tiempo para ser celebrados solo por ser herederos de la academia o de la moda literaria. Reclamó la atención de poetas como Lorca, a quien le pidió comentarios a su primer libro y no lo hizo. Reclamó a Madrid el poco reconocimiento a su trabajo de entonces. No fueron muchos los que sí vieron en él la fuerza de un lenguaje poético verdadero. Aunque muchos lo sabían y sabían que en Miguel Hernández habitaba una auténtica búsqueda por la palabra, pero aún así, siempre lo dejaron al margen por las apariencias engañosas a las que se acostumbran algunos hombres de letras que viven en las ciudades. No se sintió a gusto en Madrid, por eso vuelve no solo a su Orihuela de nacimiento, sino a los otros muchos pueblos de España donde el dolor, el hambre, la soledad, la pobreza embargaban la esperanza.

 

 

Pero fue ese Madrid, sin embargo, el que le permitió la cercanía y el reconocimiento de dos amigos entrañables que celebrarían siempre su obra: Pablo Neruda y Vicente Aleixandre. Neruda dejaría para el tiempo este sentido texto para decirnos del poeta español:

Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!

 

El poeta Miguel Hernández leyendo en la Plaza Ramón Sijé.

 

Miguel Hernández es uno de esos seres que al extinguirse se encienden.

Hermano de la tierra y del sol.

María Zambrano

 

3

Su obra es hoy el hilo puro de la piedra que se guardó en la entraña de España para decir, para gritar, para cantar su pena y su alegría. No muchos lo quisieron escuchar. Quizás esos muchos fueron los mismos que tampoco quisieron desterrar aquella sombra nefasta que los inundó. Y los pocos que sí lo hicieron fueron los extraños, los amigos de otro tiempo, los que vieron en su obra ese destello. Vendrían posteriormente a Perito en lunas otros textos tan significativos como este inicial, así, en 1936 El rayo que no cesa; Viento del pueblo en 1937; Cancionero y romancero de ausencias 1941, El hombre acecha, que en 1939 se extravió y sería publicado en 1981. Paralelamente la magia y la fragua de su obra dramática tendría en los libros: Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras,1933; El torero más valiente, 1934; Los hijos de la piedra, 1935; El labrador de más aire, 1937 y Teatro en la guerra, 1937, un estilo que posibilitó un diálogo directo con el pueblo español, con el sentimiento profundo de un pueblo que veía en las escenas de estas obras sus relámpagos amargos. También nos legó maravillosos cuentos infantiles que serían la gran herencia, desde la cárcel, para su segundo hijo.

A la obra de Miguel Hernández, luego de su muerte, la quisieron negar, olvidar, arrinconar, inclusive borrar, pero nada pudo el franquismo. La fuerza de su lenguaje, la música de su poesía, la forma sencilla de su expresión llegaba más lejos de lo esperado y así atravesó el tiempo y se hizo canto en la España, imponiéndose a la negación y el abandono, y luego de los años conseguiría resonancia en las voces de Ibañez y Serrat, entre muchos otros. Llegó así al oído del alma de todos los pueblos españoles y de la América, y a las lenguas de los otros países europeos. Hoy sigue sonando entre nosotros, sigue brotando su aroma en nuestro tiempo, que sabemos a veces reseco y olvidado.

 

 

Tu risa me hace libre

 

4

La obra de Miguel Hernández crece en secreto desde la poesía más sublime hecha con la vitalidad de la más humilde y sentida palabra, esa que se despoja de la falsedad y de la forma superficial de las horas muertas de la vida.

Hoy queremos recordar a esta voz de nuestras voces de la lengua castellana. Recordarla para volverla a escuchar silenciosamente. Porque al recordarla nos permitimos avivar algo de esa entrañable nostalgia con la que se vive y se lucha, con la que encontramos el secreto sonido de su métrica, el ruido y la imagen protegida por el poeta en esta obra que siempre nos espera para acompañarnos, para llevarnos por las calles de Orihuela, por las calles de Madrid, por la tristeza, por el dolor, la pena, por la amargura, la desesperada soledad y la muerte. Su poesía avivó en el alma con celo y con orgullo la palabra, el canto de la pradera. Su voz es la incesante voz de los solitarios que nos piensan desde sus sonidos.

 

 

 

Esta es la fecha de la conmemoración de la vida y de la muerte de un poeta. Este es el día que no puede quedarnos ajeno ni detenido. Todo está escondido aún es su palabra. Sabemos algunas cosas de Miguel Hernández, de su obra, de su vida, de su pena, y sin embargo, quizás nada sabemos. No sabemos si es más terrible la victoria que una derrota. Pensamos siempre lejos y desaparecemos en el lenguaje vacío que dibujamos en el papel.

Más de las veces comunes, verdaderas, el poeta yace vencido, olvidado y vive enajenado y enajena su palabra para decir lo que otros quieren. Ese no fue el espíritu de Miguel Hernández. Ese no es el espíritu de un poeta que canta desde el alma, porque es el poeta, el que, sin duda alguna, nos protege.

Aquí están estas palabras y no otras para seguir intentando escuchar hoy la voz, el dolor y la vida de Miguel Hernández: el rayo que no cesa…

 

 

 

 

 

*(Orihuela-España, 1910 – Alicante-España, 1942). Poeta y dramaturgo. Uno de los más relevantes de la literatura española del s.XX. Miembro de la famosa Generación del 36. Obtuvo el premio de la Sociedad Artística del Orfeón Ilicitano (1931). Al empezar la Guerra Civil Española se alistó en el bando republicano. Publicó en poesía Perito en lunas (1933), El rayo que no cesa (1936), Viento del pueblo (1937), Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941) (1958, póstumo), El hombre acecha (1937-1938) (1939), Nanas de la cebolla (1939) y Elegía (1910-1942); en dramaturgia Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras (1933), El torero más valiente (1934), Los hijos de la piedra (1935), El labrador de más aire (1937) y Teatro en la guerra (1937).

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