Por José Aníbal Campos
Crédito de la foto importantísima foto de «los vieneses»,
recién encontrada por el autor de esta serie.
De izq. a der. (de pie): Paul Celan, Milo Dor,
Hans Weigel, Ilse Aichinger, Reinhard Federmann.
(Sentados): Hans Werner Richter e Ingeborg Bachmann.
Memoriosa encrucijada de amapolas (IX Parte).
Los meses vieneses de Paul Celan
(diciembre de 1947-junio de 1948)
Milo Dor
«Se le encoje a uno el corazón. No cabe imaginar ni sentir un contraste más cruel que él que se manifiesta entre la figura radiante de Milo Dor y el hecho de que ahora esa persona magnífica, capaz de engrandecer con su mera presencia cualquier recinto al que entraba, se vea ahora sujeta a la estrechez de un ataúd»[1].
Con esas palabras a pie de tumba despedía Michael Scharang, un buen amigo suyo, a este grandioso escritor injustamente olvidado y, sobre todo, a un hombre recordado por su palpable generosidad y su voluntad de ayudar a todos.
Alguien me ha contado que, en cierta época, cuando Milo Dor sabía de las penurias de un artista o escritor (fuera de la tendencia que fuera, fuese amigo suyo o no), levantaba el teléfono para hablar con el mismísimo Canciller Federal austriaco Bruno Kreisky y animarlo a que, de algún modo, se asistiera a ese o a esa colega. Pero no crea el lector que se trataba sólo de un gesto aislado, individual y personalista. De eso nada. Varias de las instituciones y leyes que protegen hoy a escritores y artistas austriacos se deben en buena parte a su comprometida gestión, ya fuera desde el PEN-Club de Austria, desde la Literar-Mechana (la institución que administra los derechos reprográficos de los creadores austriacos) o de la Sociedad de la Literatura. O tal vez, simplemente, gracias a sus muchos contactos entre la masonería.
Yo mismo, sin ser austriaco, soy testigo y beneficiario de esa permanente voluntad de ayudar. Unos meses antes de ese día de diciembre de 2005 en que Michael Scharang pronunciaba las memorables palabras junto a su tumba, había recibido yo en Lugo, Galicia, un último correo suyo en el que me manifestaba su regocijo por saber que pronto, por fin, podría reunirme con mi familia, algo a lo que él, de cierto modo, había contribuido con creces.
De ahí que este capítulo de la serie sobre Paul Celan en Viena sea el que más me ha costado escribir, el más arduo.
Pero vayamos a los hechos. En torno a un autor como Celan se ha tejido una gigantesca telaraña de leyendas. Una de ellas es la que atañe a la intervención exclusiva de Ingeborg Bachmann para que Celan fuera invitado a Alemania, a esa ya célebre primera lectura pública en el balneario de Niendorf en mayo de 1952, durante un encuentro del Grupo 47. La verdad es algo distinta. Sin pretender negar la importante intervención de la Bachmann, fue Milo Dor el que escribió a Hans Werner Richter la carta definitiva para que esa invitación, finalmente, se produjera. En esa misiva, fechada el 17 de septiembre de 1951, Dor, en un tono casi apremiante, decía:
«Te escribo expresamente con motivo de otro colega al que sin falta habría que invitar. Se trata de Celan, de quien puedes leer algunos poemas en nuestro anuario […] Sé lo que opinas de sus poemas, pero creo que hay muy pocos poetas que posean su musicalidad y su fuerza en el aspecto formal».
La carta, entre otras cosas, revela los prejuicios que Richter, figura aglutinadora del Grupo 47, albergaba ya en contra del poeta de Czernovitz. Revela, además, que a pesar de que Celan no estimaba demasiado el criterio poético de Milo Dor (como se pone de manifiesto en una carta enviada a su amante Erica Lillegg en marzo de 1951 («Milo es un tipo entrañable, pero de poesía no entiende mucho»), su amigo serbio-austriaco sí que tuvo al menos un buen ojo para la suya y desde esa fecha temprana se esforzó por divulgarla, con independencia de las opiniones que le merecieran los rasgos de carácter de su amigo[2].
Milo fue, en varios momentos, un sostén emocional y económico importante para Paul Celan. La propia llegada a Niendorf en mayo de 1952 estuvo cargada de malentendidos que afectaron el ánimo del poeta. La mujer de Hans Werner Richter lo toma por un poeta francés y lo cubre de cumplidos por su perfecto alemán. El arribo al balneario de «los vieneses» (como le escribe a Gisèle Lestrange) lo ayuda a superar ese primer mal trago:
«Los otros, quiero decir, los vieneses, que hubieran podido aclarar esos malentendidos, no había llegado todavía. […] Pero allí estaba Milo Dor, al que aprecio y al que los demás ya conocían. Todo fue a mejor» (Carta a Gisèle Lestrange del 31. 5. 1952).
Tres años antes, en 1949, Milo Dor fue a visitar a Celan a París. En otra evocación que daremos a conocer próximamente de manera íntegra, un ensayo titulado «Un extranjero en Viena y en cualquier otra parte», Dor cuenta detalles de ese nuevo encuentro, ocurrido un año después de que Celan abandonara la capital austriaca:
«Paul era en Viena un extranjero y siguió siendo un extranjero en Francia. Allí fui a visitarlo en la primavera de 1949. […] Yo estaba contento de poder verlo de nuevo y de continuar nuestras interminables charlas sobre un Dios indiferente y sobre un mundo que había enloquecido. […] Después de la gran carnicería, la élite intelectual de Francia se hallaba en busca del sentido de la vida y de la responsabilidad de los seres humanos en tiempos de libertad y de falta de la misma. A nosotros, que habíamos escapado de la aparente libertad vienesa, aquello nos parecía refrescante.
Como me había comprometido con mis empleadores franceses a escribir una serie de reportajes sobre la vida cultural de París, me afané visitando teatros, exposiciones, cabarets y otros eventos culturales, y me tropecé un buen día con un acontecimiento que no sólo me fascinó a mí, sino también a Paul, un acontecimiento que al mismo tiempo nos divertía, porque recordaba mucho una pieza de teatro surrealista».
El acontecimiento al que se refiere Milo Dor fue, en efecto, sonado en toda Europa. Un soldado estadounidense desmovilizado llamado Garry Davis había roto el pasaporte de su país y levantó una tienda de campaña delante del Palais Chaillot, donde unos meses antes se había anunciado la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU, y exigió que esa organización le extendiera un pasaporte como «ciudadano del mundo».
Milo Dor cuenta que, a raíz de que los intelectuales franceses crearan un Comité de solidaridad con Garry Davis, él y Paul Celan decidieron participar del efímero movimiento:
«Escribí una especie de carta de bienvenida o de declaración de solidaridad en lengua francesa, Paul también se involucró poniendo su granito de mostaza, y fuimos juntos hasta las oficinas del Comité para entregar el documento. Para nuestra sorpresa, allí recibieron con gran alegría a los dos apátridas, el rumano y el serbio, que pretendían unirse al movimiento de ciudadanos del mundo y nos fueron pasando de uno a otro. Hasta el mismísimo Albert Camus, uno de los portavoces más prominentes del movimiento, con su inevitable Gauloise en la comisura, nos estrechó la mano».
Nos enteramos por este testimonio que Celan estrechó la mano a Albert Camus, de lo cual no hay referencia alguna en la correspondencia recientemente publicada. Pero mucho más importante que ese detalle tan caro a la chismografía literaria es (re)encontrarnos en casi todas las descripciones de Milo Dor con un Paul Celan lleno aún de vitalidad, de ilusiones libertarias, de energías creativas. Los ejemplos recogidos en la correspondencia compilada por Barbara Wiedemann dan fe de un trato cercano (con Milo y con Federmann, Celan emplea siempre el tuteo; al contrario de lo que ocurre con su otro contacto en Viena, el «interlocutor poético», si se quiere: Klaus Demus, al que trata casi invariablemente de usted); con el escritor serbio-austriaco parece recuperar siempre esa tendencia juvenil suya a la boutade, al retruécano, a la broma irónica, al sarcasmo. Sobre Dor no recayó nunca la sospecha del antisemitismo (que a tantos afectó en la última etapa de la vida de Celan), el tono empleado con él es testimonio de una confianza situada más allá de las ambiciones literarias.
Y a través de Milo Dor sabremos algo más, en la próxima entrega, de la Viena que acogió a Paul Celan entre diciembre de 1947 y junio de 1948.
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[1] Ein gemeinerer Gegensatz ist weder denkbar noch empfindbar als der zwischen der strahlenden Erscheinung Milo Dors und dem Umstand, daß dieser herrliche Mensch, der jeden Raum, den er betrat, allein durch seine Anwesenheit größer werden ließ, nun angewiesen ist auf die Enge eines Sarges.
[2] La carta a Lillegg, llena de exaltadas declaraciones amorosas, dedica una parte a pedir a su amante que se ocupe de poner en contacto a Milo Dor con Klaus Demus para que este último colabore con el primero en una selección de sus poemas, destinados a otra antología preparada también por el serbio, el anuario Stimmen der Gegenwart (Voces del presente). Valga acotar aquí que entre los méritos de la reciente compilación de cartas publicadas por Barbara Wiedemann está el poder establecer patrones comparativos entre las maneras en que Celan se dirige a colegas varones y el tono y trato de sus cartas a colegas mujeres con las que mantiene una relación afectiva. Sobre el recuerdo que guardaba Milo Dor de Celan véase además, en mi traducción, este artículo publicado en 2006 en Cuadernos Hispanoamericanos: file:///C:/Users/anibalcampos/Downloads/cuadernos-hispanoamericanos–153.pdf.
Si quieres leer el artículo anterior dale click aquí:
Memoriosa encrucijada de amapolas (VIII Parte). Los meses vieneses de Paul Celan