MARY JO BANG

EL TERREMOTO MIENTRAS ELLA DORMÍA

 

Durmió durante un terremoto en España.

Al día siguiente todo estaba lleno de cosas muertas. Bueno, no lleno, pero hubo unas cuantas.

Llegando a la puerta de entrada, sintió el crujido de un caparazón

 

bajo su pie. En el baño, una cucaracha enorme

descansaba patas arriba sobre el borde del mármol; la antena

muerta anunciaba el futuro, apuntaba hacia el ojo plateado

 

que más tarde se tragaría el agua con que ella se lavó la cara.

¿Quién no hubiera deseado la vuelta rápida

del sueño de anoche? La idea, lo sabía, era seguir despierta,

 

y mientras caminaba a través de la niebla gris del día, falsear lo vaporoso

como si se tratara de algo concreto: el humo de un cigarrillo,

por ejemplo, podría convertirse en un edificio diminuto de Lego

 

visto en la ventanilla de un autobús que bloqueaba la calle.

La gente a veces se piensa como una foto que coincide

con un anhelo inventado: un bosque de juguete, un grillo mutilado, el más

 

o menos precioso loto. La noche antes del temblor, ella tomó un tren

para ver una ópera bufa de trama inverosímil. Notó a un hombre

de abrigo tostado y corbata que se parecía mucho a Kafka.

 

El día después, llamó a un amigo para quejarse de los insectos.

Desde una ciudad lejana—su voz muy baja y un poco quejumbrosa—él le dijo

¿no te encuentras bien? ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

 

 

 

¿CÓMO HAN VENIDO A PARAR LOS MONOS A MI TRABAJO? (O, CAMBIO DE ROLES)

 

Ella apoyó el bolso en la mesita curva de café,

encendió la lámpara de piso, y llamó

al mono para charlar.

Quería saber ¿Qué

había hecho hoy?

 

Había trepado a la palmera,

dijo él. Ella sabía que no era verdad

pero no quiso insistir.

Tarde por la noche él —brazo sobre los hombros de ella— confesaría

que había pisoteado las campanillas de invierno.

 

Había estado mordisqueándose la cola.

Había compilado mecánicamente fotos de flamencos

cortadas de páginas de revistas

y había compuesto un collage enorme.

Lo había hecho enmarcar.

 

Había tomado diapositivas.

Las había enviado para consideración a una galería pretenciosa.

La curva de su cola tomó la forma de una S

mientras se deslizaba por el sofá.

Enfurruñándose dijo ¿ves

 

lo que has hecho?

Y ella lo veía. Y juntos lloraron.

 

 

 

GRETEL

 

Madre, estoy desnuda en este bosque loco de neblina.

Sólo la luna me demuestra amor.

 

El invierno me aplastará: brazos diminutos, pies pálidos,

lengua de óxido. Tengo mil visiones:

 

tú planchando un enorme vestido; comiendo

chocolate y miel, salchichas

 

y un durazno delicioso; el sol borracho

y relajado; la primavera estallando contra un cielo crudo

 

y el alarido de la tormenta; alguien corriendo.

Gritas vete, vete. Llévatelos, ¿sí?

 

Y él lo hace, a través de la carretera marítima con sus

barcos anclados en un sueño profundo. En ese lugar

 

de belleza complicada, es el fin del otoño

y casi todo está en calma, salvo cuando

 

el viento celestial sacude

la rama que había atado

 

a un fresno blanco ya marchito. El silencio, en sí mismo, es una estrategia,

un lenguaje de signos,

 

lujoso, fluido entre las manos

de aquellos que lo han aprendido en su infancia.

 

Sabes que no fuimos hechos

para vivir aquí, sólo para aprender abandono,

 

renuncia, para sujetar con manos húmedas el frío

metal de la vida, y después encontrar una forma de marcharnos.

 

 

 

USOS DE LA RESTRICCIÓN

 

El porche es gris—a medio camino entre sílex

y ballena—la casa, una fachada de sol tardío.

 

Dos mujeres sentadas afuera en el junio

de un año memorable mientras un niño duerme

 

justo detrás de una puerta abierta. Nota:

mantén la descripción en el mínimo.

 

Evita adjetivos, usa adverbios

moderadamente. El tren pasa, inquietando

 

las ventanas, corrigiendo el centro regular del sol

hasta que una banda negra lo cubre.

 

Se levanta de la silla, desaparece

de la vista. Nunca cuelgues un revólver en la pared

 

en el Acto I, a menos que planees

que alguien lo dispare en el último acto. Deja

 

al niño jugando en el patio de atrás; al perro,

suspirando en el porche; se sube al coche.

 

Ha estudiado literatura rusa. Ahora,

levanta la cámara hasta sus ojos.

 

La narrativa es aparentemente fácil.

Cada frase debe referirse a la pregunta

 

¿y después

qué pasó?

 

y apunta hacia el tren

que llega. Pastillas brillantes en su cartera, una tabla

 

de planchar abandonada, una lista de compras incompleta

pegada a una puerta de metal blanco: Pan,

 

Leche. Cordero, atravesada por una línea roja.

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