Por Paula Ilabaca Núñez*
Crédito de la foto (izq.) la autora /
(der.) RIL/Aérea Ed.
Luminosa Mercedes.
Sobre El desierto y el oro (2017),
de Mercedes Roffé**
Estar y no estar, eso pienso cuando leo una antología. Se está de manera precisa gracias a los textos seleccionados. Sea mi mano de autora u otra ajena, hay una búsqueda, una unión, un hilo que une el tejido de los textos que ahí habitan. Pero al mismo tiempo no estoy, no soy yo ese que escinde, elije, reúne. El que elije, pienso, es mi yo lector. Estar y no estar: si yo decido los textos, quiero hacer música. Quiero que todos leviten, que canten, que bailen. Que se ensombrezca la tez sonriente, que se rememore ese rostro que nunca más volví a ver. Que vivan los lectores a través de mi palabra. Que mi libro sea político, estrictamente político, porque mi voz, sea masculina o femenina, proviene de una mujer, de mi mujer, y vivo en la lucha por existir.
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Este es un libro compuesto de muchos libros. Entonces su lectura es como habitar muchos paisajes, muchas casas, muchos recovecos, adornos. Detenernos y continuar, pasar por las páginas en blanco como un silencios en medio del camino. Para la apertura de “El desierto y el oro”, se decidió un prólogo de la autora. No es el único texto que nos acompaña en este viaje. Este primero es una invitación. Una compuerta entreabierta. Desde allí me surgió una visión de su obra, que yo conocía de manera parcelada y aislada, y surgieron en mí, ideas y trazados de caminos por los que intenté avanzar.
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Creo que el relato interno de los poetas, mujeres y hombres, está escindido por esa voz que habla en su texto y esa voz creadora que tras bambalinas urde todo el quehacer de la palabra. Mercedes aborda esta temática en su generoso prólogo a esta edición de su poesía:
Las palabras vuelan cuando reverberan, cuando enlazan su vuelo con el vuelo trazado en la memoria de la lengua antes por otras palabras, cuando redibujan con su vuelo el vuelo y el cielo de la lengua, de una lengua que no es —como ironicé en algún momento— un idioma nacional ni regional, sino más bien el palimpsesto de mitos que nos hacen la vida inteligible.
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Me gusta el gesto que ella propone acerca de una lengua desposeída de nacionalismos y regionalismos, me hace pensar en una lengua más cercana a la música. Y claramente es la música el hilo conductor de este libro. El poema se traza de un lado hacia otro en sus primeros libros. Entrar en los textos de “Cámara baja” (1987) es realmente lo que necesita un ojo que escucha y que está atento a estos movimientos. Incluso si no fuera un ojo adiestrado, creo que, la potencia liberadora de lado a lado del verso, así como su perfecto trazado sobre el blanco de la página:
Una ópera boba en la que yo enloquezca y tú,
como te corresponde, huyas
Un cello insistirá
Un retazo de aquello que alguna vez te haya hecho llorar buscaré
y de aquello de lo que rías teñiré las aguas
Todo se inundará
sí
Todo será
tu risa
Todo lo es
Y hablando de “óperas” en el prólogo del que hablaba antes, la autora nos dice que uno de los títulos de sus libros “La ópera fantasma” (2005) es una “explícita remisión a la ópera de Dun”. Sobre este mismo libro se dijo en su momento: “En “La ópera fantasma”, Mercedes Roffé, una de las voces más destacadas de la poesía argentina actual, acude a la música como modo de regresar a la palabra”.
Quizás por eso Mercedes menciona que la palabra vuela. Pienso entonces en la palabra de su poema, que va de un lado a otro va con su peso exacto y glorioso formando figuras. ¿Acaso esta palabra ave o pájaro es también un fantasma? Pienso que la figura del fantasma de la palabra también se anticipa cuando ella señala que las palabras en el poema forman un reino de ausencias. Y es precisamente en esta “Ópera fantasma” donde vemos que la palabra habita con otra corporalidad el formato de la hoja en blanco. Se anuda, se acorta, dirige el vuelo con otra simetría. Lejana y concisa, no por nada Mercedes mencionaba en una entrevista que se sentía cercana a la obra de nuestra Soledad Fariña. Las une la misma música en este apartado, una misma sombra también las enlaza desde el blanco y negro de la escritura. Golpes, goterones, golpes y goterones:
corrientes aguas puras
intemperie primera contenida
un dolor escandible gota a gota
contra el fondo de un valle
Égloga oscura
Y está presente también la sangre en la sombra en el apartado del que hablábamos:
una ronda
una ronda de niñas exhaustas
desangradas
un recreo de sombras
deslizándose
en ángulo
por la pared
Canción de las niñas bobas
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Escudriño en las páginas de “El desierto y el oro”. Escudriño y me voy a blanco, a negro, a nube. Nado de tramo a tramo convertida en ser de agua. Subo y bajo, evalúo peligros y vértigos. Elaboro una ruta, aparece vertida. Es un canal y un precipicio. A veces estoy en un cuadro de Il Gioto, a veces me detengo en El Bosco. Parece que no pararé nunca. Y siempre hay una música interna, que no deja de sonar. Seguramente al decir de Deleuze, devengo sensación.
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Hace casi veinte años, crucé el desierto de Atacama. De viaje en familia, avanzando hacia el norte en un auto. Avanzábamos por la carretera como en una plegaria devenida en mantra. No había cómo escapar. No había cómo salir. Si parábamos la misma sensación de la parada anterior se repetía, entonces no valía la pena detenerse, sólo se debía avanzar. Me mantenía en un péndulo: trataba de no estar consciente y buscaba un estado entre el sueño y la vigilia que me permitía una sensación que añoraba. No sabía cuál era esa sensación. Sólo sabía que había grabado el paisaje para repetirlo cuantas veces lo quisiera.
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Nunca he visto el oro en su máxima pureza, sin embargo su palabra me remite a sangre, cuerpos, luchas, ardides. Pensé en un momento que su mención en el título podría ser lo “luminoso” de este libro. Sin embargo el oro es oscuro desde lo fonético, debido a esa misteriosa “o” que sale desde lo hondo de la tráquea. Es oscuro y gutural, es de ida y vuelta, pero en lo oscuro, siempre en lo oscuro. Quizás, repito mucho el quizás en esta presentación, quiero ser cuidadosa, indagar con cuidado, esta oscuridad se enlaza con la caja de resonancia de la que tanto habla Mercedes.
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El paisaje del desierto es ostentoso en su sencillez. Despojado de toda presencia, su única visita es el color. Sus arenas se mueven en música: por ejemplo, presenciar en él un atardecer es ver arenas moverse con el viento y la bajada de la temperatura. Así es este libro, estos libros: un constante movimiento por las páginas, por la cultura, por las visiones errantes y casi nunca erráticas, qué lujo, de la voz, las voces que habitan en Mercedes Roffé.
Santiago de Chile, 2017
*(Santiago, 1979). Escritora. Licenciada en Letras y Profesora de castellano por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Obtuvo el Premio de la Crítica de Prensa Literaria en Chile (2010) otorgado por la Universidad Diego Portales y el Premio Pablo Neruda (2015) para poetas jóvenes menores de 40 años. Ha recibido en dos oportunidades la Beca de Creación, mención Poesía, que otorga el Fondo del Libro y la Lectura del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile. También se desempeña como editora de editorial Cástor y Pólux. Ha publicado en poesía Completa (2003), la ciudad lucía (2012), La perla suelta (); y en novela La regla de los nueve (2015).