Reproducimos en Vallejo & Co. la nota de Emilio J. Lafferranderie sobre Capital/Contracapital (2016) de Luis Enrique Mendoza. El texto fue publicado originalmente en el portal web Transtierros (www.transtierros.blogspot.pe).
Por: Emilio J. Lafferranderie
Crédito de la foto: Izq. Ed. Lustra
Der. www.citylights.com
Luis E. Mendoza, la vida colonial y la Pax Peruana,
sobre Capital/Contracapital (2016)
Pensar la Historia como un monumento abstracto o una suma de vacilaciones autobiográficas, son los dos peligros que logra evitar la escritura de Luis E. Mendoza. La línea matriz del libro discurre por otro ámbito: un lugar donde las palabras pueden enunciarse como una “trama de revueltas” sin obedecer a ninguna lógica externa más que a su propio movimiento. Ese espacio es la Historia comprendida no como una sucesión de causas y razones sino como una “grieta” donde se alojan desvíos, violencias y coexistencias de tiempos y nombres diversos. Desde esa zona discontinua se construye la escritura de Mendoza hacia la línea de base del libro: el análisis del proceso por el cual la Historia se adhiere al Capital configurando modos de vida, formas de acción y disputas territoriales. A primera vista, la ambición poética del autor puede ser percibida como excesiva para los actuales oficios literarios. Sin embargo, desde el inicio, el libro se ocupa de demostrar que cualquier idea que asocie la impotencia al poema no es más que un síntoma de la Estructura.
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¿Hay un pensamiento por fuera de esta lógica? ¿No constituyen los reclamos frente al Capital, una posición reactiva que no demora en asimilarse al mismo orden? ¿No hay en el uso de las supuestas libertades la confirmación de que el fin de la Historia ya se ha realizado y cualquier ensayo que busque negar ese hecho no hace más que profundizar su carácter definitivo y espectral? Y si fuera así, ¿no implicaría que toda escritura sobre el Capital no hace más que probar su omnipresencia? Trabajar estas preguntas – y el libro revela con sobriedad que el autor es consciente de todas las variables que están en juego en un planteamiento de esta escala – implica la necesidad de organizar los versos bajo un principio que pueda circular entre lo narrativo, lo fragmentario y el análisis crítico. El autor lo denomina “ensamblaje” y lo opone a la noción de texto entendido como suma de coherencias formales, tal vez con la idea que solo así la palabra poética pueda separarse de los discursos orgánicos de la Historia. Aquello que se pierde en ilación, se convierte ahora en superficie de pensamiento.
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Tres son las líneas que se ensamblan en el libro: los gráficos, los versos-intervalos y una voz anónima (escrita en cursiva) que sumadas permiten traducir un diagrama de ideas que navega entre la mirada analítica y una cadencia de tono parcialmente conversacional. El paso siguiente, radica en construir una relectura del proceso por el cual un territorio – “¿nuestros paisajes? ERAN TODOS/ ¿nuestros bocados? LOS TUYOS” – resulta expropiado, al igual que un horizonte de sentido, en las rutas de la colonización. Luis E. Mendoza busca fechar ese momento – aunque solo sea como un ejercicio ritual – y crear un mito de origen bajo los nombres de Alonso de Alvarado, Alonso Mercadillo y Francisco de Orellana: “Rompieron fuerte sobre la famosa tierra/Colgando fuerte sobre la sal de los cerros/A lengüetazos 10 mil Fords sobre las llamas/ Lope de Aguirre arranca 46% para la Pax Peruana”. Estos son “los buenos muchachos” que podrían polarizar el libro en una curva que va de colonizadores a sojuzgados, pero el autor se ocupa de ubicarlos en otra parte, en una “grieta” y hacerlos compartir algo más complejo que un determinado uso de la tierra. Se trata de nombres coloniales que anticipan a sus dobles actuales: el “burócrata” y el “vice ministro de finanzas”. Esas superposiciones temporales que van desde la conquista de América hasta los mecanismos del Estado contemporáneo son en definitiva aquello que hacen de este libro una inteligente memoria-menor, una mediación verbal sobre un pasado agrietado que no busca enseñarnos nada ni reconciliarnos con sus efectos. No es un problema de reconocimiento ni claridad comunicativa. No es esa la función conceptual que Mendoza asigna al poema. La práctica que está en los versos prefiere mantener abierta la ruptura y ampliarla: “A partir de ahora hay que aislar ciertas cosas”. Ese método de aislamiento crea una división entre los datos de la historia-enciclopédica y la palabra-poética, que permite colocar un muro de contención frente al discurso tutelar del documento, del referente, de la estadística (“el Producto Bruto Interno/o las definiciones in vitro colgadas en las tetillas/de un burócrata”). El libro aísla para afirmar fragmentos. Y los ubica ensamblados en la superficie como si fueran piezas que nunca hemos observado ni medido el lugar de su existencia: “la mujer cantándole a su niño, los ligeros movimientos de cabeza […] el cormorán marino, el Martín Pescador, la metralla del día/ la gran garza real, la garza de cuello blanco/ y los peces y la ardilla y la nutria y el pato aguja/ Y las pequeñas aves/Barbudas, lampiñas con o sin extremidades y con humo blanco en sus tobillos/ y todo lo que quisiste decir y no pudiste decir, capital/contracapital”.