Por: Álvaro Luquín
No ser rico ni santo y existir con la condición de que sea valida la hipótesis de nuestra existencia (escribe Ernesto). Vivir a costa del sueño, buscando en detrimento de la conciencia, aquella canción de luna por la que la madre apuesta su noche a la nuestra.
Lo que vieron las estrellas en el ojo de un sapo es un libro que, personalmente, me ha sorprendido. Al leerlo me pasó algo muy similar a cuando Radiohead saca un nuevo álbum ¿cómo carajos le hacen para reinventarse?
Ernesto Lumbreras posee un lenguaje sorprendentemente personal que, sin embargo, ha hecho un viraje fragmentario y sentencioso en este nuevo libro para, en palabras de Ernesto doblegar el pensamiento y soltar sus caballos al amanecer, aún a costa del peligro de sacudir los establos de la razón y del sueño.
El amanecer muchas veces es el ocaso de la vieja conciencia
y aún esperanzados levantamos la cabeza al cielo para darnos cuenta, muy tarde, que nunca prestamos atención a los lenguajes de su más hondo armario, pues estamos apuntalados en las vías de la mismidad mecánica; somos trenes que desaparecen en túneles sin salida. Aquello de la unción de una campana con el mar.
Aquí, Ernesto religa dos símbolos que me parecen son muy interesantes para hablar sobre la infinitud: La campana en su devenir marea, y el mar, crisol de los deseos más insulares,
en sus órficas nupcias más allá de los piélagos; donde el sueño del agua y la música se inmolan en aras de ser.
Castillo de pólvora, calaveras lloronas y mariachi fantasmas, una alegoría a la terrible crisis nacional que vivimos, porque, hasta la muerte cuando llora, llora escarcha. Y aunque hay conspiraciones que van y vienen, ninguna vale ni siquiera una mirada o, como escribe Ernesto, el frugal y hospitalario paredón de sus fusilamientos. Y a pesar de que Dios tiene conocimiento de aquello; no ha encontrado remedio ni guitarra, ni pañuelo de seda ni de lana para consolarnos el alma y las lágrimas.
Una patria destrozada por el monstruo de la corrupción y la avaricia, cuyo sufrimiento es tan grande que: -citando a Juan Bañuelos- se le nota tristeza hasta en el mapa.
PUBELO DE ABAJO es un apartado que comienza con una interrogante sobre la exactitud e inexactitud, citando a Borges: “trato de sobornarte con inexactitudes”, a Blanca Varela: “persigo toda sagrada inexactitud”, y a Rafael Cadenas: “quiero exactitudes aterradoras”. Y sí, el mundo, los símbolos que componen el lenguaje no son más que incertidumbres e inexactitudes. Las islas son llevadas a latitudes más oscuras y misteriosas, y es desde ahí donde el escritor intenta dilucidar, ya no las respuestas, sino las preguntas que se cree capaz de definir.
Escribe Ernesto: ¿Cuál es la palabra? ¿Acaso esa palabra existe y todo es un blofeo para seguir en el argot de las cartas? Sin embargo, me doy cuenta, como ese improbable jugador que quizás, también se da cuenta, de que no tiene ningún sentido dominar lo que no tiene dominio o lo que es indomable.
La realidad que acontece en el misterio del lenguaje con el cual el escritor limita su espacio de acción, oscila de la certidumbre a la incertidumbre, hasta que llega el momento en que se confunden. Es cuando llega la crisis y revela el delirio de todos los objetos, actos, personas etc. A cuenta de perecer en medio de sus entrechoques.
Este libro es un viaje a través de varios estados y visiones; territorios vedados a la cotidianidad por su necedad de evidencia y respuesta mecánica. Pues olvidamos que la noche -sapo infinito hecho de ojos- comparte nuestras desgracias, aunque sugiere que podrían ser de otra manera.
Alvaro Luquín. Guadalajara Jalisco, 1984. Estudió Artes Audiovisuales. Ha sido becario del programa de estímulos a la creación, Jalisco 2011-2012 y del FONCA, en el área de Jóvenes Creadores 2012-2013. Fue incluido en la antología de poesía joven de Jalisco Diez y nota, compilada por Luis Armenta Malpica. Ha publicado Praderas Silenciosas (La Zonámbula).