La presente entrevista al editor y promotor cultural español Constantino Bértolo, quien habló fuerte y claro sobre las dudas y suspicacias que se ciernen respecto a algunos premios literarios. Esta nota fue tomada de El Confidencial.
Por: Víctor Lenore
Crédito de la foto: www.microrevista.com
Constantino Bértolo: «Los premios literarios deberían tratarse
como un caso de corrupción»
En literatura, fueron los grandes premios, organizados por grupos editoriales con el fin de publicitar sus productos
La burbuja inmobiliaria. La financiación irregular de partidos. La evasión de capitales a paraísos fiscales. Todos sabemos que estas lacras fueron endémicas (y apenas criticadas) durante la Transición y el apogeo del bipartidismo, cuando la economía española jugaba en «la Champions League de la economía». ¿Cuál fue el reflejo cultural de toda aquella época? Constantino Bértolo veterano crítico y editor, lo tiene claro: en literatura, fueron los grandes premios, organizados por grupos editoriales con el único fin de publicitar sus productos. Durante mucho tiempo, cuando tenían presupuesto, también colaboraron los ayuntamientos, que usaron el gancho de la cultura como camino para la promoción turística.
Lo explicó magistralmente el Colectivo Todoazen, al que Bértolo pertenece, en el artículo ‘El año en que también hicimos promoción’, que se puede encontrar en el libro ‘CT o la Cultura de la Transición. Crítica a 35 años de la cultura española’ (2012). El mes pasado, Todoazen volvió a la carga con un texto implacable, titulado ‘Cloacas y premios literarios’: «Hay quien señala que la historia de estos premios tiene su punto de inflexión en el año 1980, cuando el escritor Juan Benet, representante de la más alta literatura, aparece como finalista del Premio Planeta, que había venido siendo hasta entonces el anatemizado paradigma de los premios y sus oscuras, digamos, circunstancias».
Hoy, todo el mundo sabe que estos premios son meros actos promocionales, donde se negocian los ganadores. No tienen la más mínima credibilidad cultural, como reconoció abiertamente el filósofo Fernando Savater, miembro habitual de jurados: «Sospechar del Planeta es como sospechar de los Reyes Magos». ¿Deberíamos empezar a ignorar estos tinglados en las secciones de Cultura? Bértolo responde que sí y expone sus argumentos.
Entrevista a Constantino Bértolo
¿Cómo diría que ha cambiado en España el panorama de los premios tras la debacle financiera de 2008?
Los nuevos tiempos de indignación y rechazo a la corrupción no parecen haber alterado mucho los terrenos de la cultura, salvo casos como los del arquitecto Santiago Calatrava. Algunos premios han rebajado los emolumentos y otros como el Torrevieja han desaparecido, pero creo que no ha habido cambios significativos. Ciertamente, en estos años ha disminuido el monto de los adelantos editoriales, y eso puede que haya servido para que algunos autores o autoras se haya acogido más hipócritamente a ese argumento tan Bárcenas del “es que hay que vivir”, sin que aclaren nunca si ese «hay que vivir» es en vivienda propia o alquilada, en Chueca o en Usera, con hipoteca o sin hipoteca, con hijos en escuela pública o en el Colegio Studium, en New York o A Coruña.
Situémos el sistema de premios españoles: ¿es igual, mejor o peor que el de nuestros vecinos?
Creo que un sistema de premios a obras inéditas convocado por las editoriales que publicarán las obras premiadas es, casi en exclusiva, patrimonio nacional, si bien en bastantes países hijos de la madre patria el contagio ha funcionado con éxito.
En su opinión, ¿cuál sería el sistema de premios ideal? ¿Abolirlos todos? ¿Que estuvieran organizados al margen de las editoriales? ¿Que hubiera algún tipo de participación o control público?
Hay que matizar. Personalmente, entiendo que el sistema de premios literarios, convocados por las editoriales o por otro tipo de instituciones, no constituye una buena práctica cultural en ningún caso, porque siempre que se premia un libro en realidad lo que se está haciendo es devaluar otros muchos más. Se establece un sistema de visibilidad basado en lo noticiable, que privilegia a los libros premiados mientras que castiga a los que no entran en esa dinámica editorial. Dicho esto, hay que añadir que el tipo de premios convocados por editoriales privadas para originales no publicados introduce como posible que la editorial pueda actuar como juez y parte y, por lo tanto, surge la sospecha de manipulación. Para que esta sospecha se despejase, sería necesario que la transparencia y publicidad de los procedimientos fuera máxima, tanto en premios de editoriales privadas como en los otorgados por otras instancias e instituciones públicas.
¿Qué más se podría hacer para mejorar los premios?
Podría encomendarse a alguna organización representativa de los autores la redacción de unas normas generales y la supervisión de su cumplimiento. Entiendo, aunque no comparto, que en las actuales circunstancias culturales los premios pueden estar cumpliendo papeles que subsidiariamente alivian las pobrezas de nuestra realidad. Hay premios, muchos, pero no precisamente los más ‘visualizados’, que tratan de cumplir con honestidad un papel de promoción y reconocimiento en una sociedad lectora tan pobre cuantitativa y cualitativamente como es la nuestra. Lo que en ningún caso cabe admitir es que la deshonestidad de tantos premios manipulados reciba como recompensa un tratamiento informativo privilegiado, sin que tales prácticas originen el rechazo tanto de los medios como de la ciudadanía y sus instituciones políticas y culturales.
¿Qué grado de complicidad tienen los escritores en el tinglado de los premios?
El mismo que cualquier otra clase de corrupto o corrupta.
Quizá los premios tienen cierta utilidad: la de servir de punto de partida para debates culturales. ¿Tal premio es merecido? ¿A qué intereses obedece? ¿Qué tipo de lector prefieren las editoriales?
Creo que esto sería como darle la medalla al mérito moral a Bárcenas porque gracias a él se ha hablado y condenado la corrupción económico-política. Debatir sobre el Estado y la Justicia puede ser un tema apasionante, pero no veo por ello la conveniencia de volver a instaurar la pena de muerte.
Dice que explicar la estafa de los premios literarios es tan plomizo como leer la columna anual de Rosa Montero sobre el Toro de la Vega. ¿No cree que, en realidad, hay que ser tan pesados denunciando como lo es la industria promocionando los premios?
Creo que sería más eficaz que los medios se negaran a asumir tanto la publicidad indirecta referente a estos premios (convocatoria, desarrollo, desenlaces, reseñas…), como la publicidad directa que las editoriales quisieran contratar. Y por supuesto, deberíamos tratar a los corruptos como corruptos y no como exitosos iconos del mérito, que es lo que actualmente hacen.
Describe los premios literarios españoles como una cloaca. ¿Cómo sería nuestro panorama literario sin premios?
Sería algo más higiénico. Se evitarían las filtraciones nocivas, insalubres y peligrosas en el sistema de abastecimiento de lecturas, imaginarios y semánticas.