Por Jorge Villalobos*
Selección por Juan Domingo Aguilar
Crédito de la foto el autor
Los poemas no protegen de un cuchillo casero.
3 poemas de Jorge Villalobos
I
Cualquiera, digo, todos. Cualquiera puede situarse en
algún lugar de este tablero, verse en alguna ciudad,
algún libro, infancia, no volver del cuerpo del amor.
Todos, digo, cualquiera puede ser su peor noticia para
sus seres queridos, y algún día lo será. Todos, digo,
todos seremos el temblor desconsolado, la búsqueda de
algo más entre lo absurdo de esta partida, digo,
cualquiera puede morir sin despedirse, todavía no
tienes por qué despedirte, pero ese cualquiera, ese
digo, pueden ser los que te acompañan y caen en la
levedad de este tablero, con temas aún por resolver. No
me refiero a que ejecutes todos tus movimientos
pendientes. Solo digo, digo, que a veces nunca te
recuperas de este vacío desolador, de este brutal jaque
mate.
(de El desgarro, 2018)
Mi cartera está llena de poemas
He impreso y recortado mis poemas
a imagen de los billetes de diez.
El bolsillo trasero de mis jeans
está tan abultado que parece que sufro
alguna malformación en la nalga.
Tanto que me han devuelto la cartera
varias veces después de que algún buen señor,
al robarla, compruebe que solo hay poemas,
diga que se cayó, mientras le doy las gracias.
En los bares no aceptan mis poemas.
En las tiendas de souvenir tampoco.
En el estanco denunciaron
que pague con poemas, también la policía
me sancionó por ello y me advirtió
que no podía pagar la multa
con versos que no riman, y según
la ley, atentan contra el orden público.
Estoy sin abogado
porque tampoco acepta mis poemas.
Hice un crowfunding entre otros poetas,
pero solo me envían sus libros
para que los lea en la cárcel,
porque ahí tendré tiempo libre.
Ahora mi compañero de celda lee mis versos.
Él escribe también. Me mostró algunos,
antes de corregirle un par de fallos
por los que ahora quiere apuñalarme.
Los poemas no protegen de un cuchillo casero.
Ni sobornan tampoco. Ningún guardia
rellena los chalecos antibalas con poemas.
No sé si al cielo iré desnudo o no,
si al menos dejarán que lleve mi cartera
llena de poemas. Si, más bien,
el cielo debe ser una autopista
donde San Pedro cobre el peaje en su cabina,
por un sueldo precario como todos,
y donde me rechaza los poemas
también, ya sabes, órdenes del Jefe,
donde le enseño mi cartera abierta,
donde no llevo nada suelto,
donde no llevo nada más que todo
aquello en lo que he creído, sin descanso,
cada día de mi vida.
(de El futuro que te prometieron, inédito)
Cuando te preocupas por mí
Que el mundo es peligroso porque existen
las horas en silencio, sin noticias
mías, porque la noche es peligrosa
también y, sobre todo, si no estoy
contigo, aunque sea con un mensaje
de buenas noches, con una llamada
donde te diga alguna tontería,
por ejemplo, lo mucho que hablo sobre
ti a mis amigos, sobre nuestros planes
de viajar juntos a ciudades por
primera vez, ciudades donde nada
ni nadie nos moleste, ni la noche
ni el mundo ni las horas en silencio
vuelvan a parecerte peligrosas
y no tengas que enfadarte conmigo.
Pido perdón por todo el miedo que
has podido pasar. Pido perdón
porque te importo, porque estoy muy lejos
para abrazarte. Porque estos
versos no van a hacer que las distancias
desaparezcan. Porque este poema
está tan lejos, como yo de ti,
pido perdón, yo solo quiero hacerte
saber, con estos versos, de algún modo
mejor que unas palabras sin más, que
vuelvo a casa sano y salvo, que
sigo volviendo a ti y volveré siempre:
estos versos son pasos hacia ti,
todas las puertas me abren hasta ti,
y en ti no existen calles solitarias,
robos, desconocidos que evitar
o accidentes mortales en el coche,
ni estadísticas sobre el fin del mundo.
Puedes estar tranquila, porque el único
peligro que conozco es que no estés,
porque tú haces cualquier lugar seguro.
(de Para morir los dos basta con que uno muera, inédito)