Vallejo & Co. a modo de homenaje al poeta peruano Carlos Germán Belli (1927) por sus 90 años de nacimiento, publica esta breve selección de 7 poemas.
Por Carlos Germán Belli*
Selección Mario Pera
Crédito de la foto Youtube
Los oficios hórridos humanos.
7 poemas de Carlos Germán Belli
¡Oh Hada Cibernética!, ya líbranos
con tu eléctrico seso y casto antídoto,
de los oficios hórridos humanos,
que son como tizones infernales
encendidos de tiempo inmemorial
por el crudo secuaz de las hogueras;
amortigua, ¡oh señora!, la presteza
con que el cierzo sañudo y tan frío
bate las nuevas aras, en el humo enhiestas,
de nuestro cuerpo ayer, cenizas hoy,
que ni siquiera pizca gozó alguna,
de los amos no ingas privativo
el ocio del amor y la sapiencia.
La cara de mis hijas
Este cielo del mundo siempre alto,
antes jamás mirado tan de cerca,
que de repente veo en el redor,
en una y otra de mis ambas hijas,
cuando perdidas ya las esperanzas
que alguna vez al fin brillara acá
una mínima luz del firmamento,
lo oscuro en mil centellas desatando;
que en cambio veo ahora por doquier,
a diario a tutiplén encegueciéndome
todo aquello que ajeno yo creía,
y en paz quedo conmigo y con el mundo
por mirar esa luz inalcanzable,
aunque sea en la cara de mis hijas.
Sextina de los desiguales
Un asno soy ahora, y miro a yegua
bocado del caballo y no del asno,
y después rozo un pétalo de rosa,
con estas ramas cuando mudo en olmo,
en tanto que mi lumbre de gran día
el pubis ilumina de la noche.
Desde siempre amé a la secreta noche,
exactamente igual como a la yegua,
una esquiva por ser yo siempre día,
y la otra por mirarme no más asno,
que ni cuando me cambio en ufano olmo,
conquistar puedo a la exquisita rosa.
Cuánto he soñado por ceñir a rosa,
o adentrarme en el alma de la noche,
mas solitario como día u olmo
he quedado y aun ante rauda yegua,
inalcanzable en mis momentos de asno,
tan desvalido como el propio día.
Si noche huye mi ardiente luz de día,
y por pobre olmo olvídame la rosa,
¿cómo me las veré luciendo en asno?
Que sea como fuere, ajena noche,
no huyáis del día; ni del asno, ¡oh yegua!;
ni vos, flor, del eterno inmóvil olmo.
Mas sé bien que la rosa nunca a olmo
pertenecerá ni la noche al día,
ni un híbrido de mí querrá la yegua;
y sólo alcanzo espinas de la rosa,
en tanto que la impenetrable noche
me esquiva por ser día y olmo y asno.
Aunque mil atributos tengo de asno,
en mi destino pienso siendo olmo,
ante la orilla misma de la noche;
pues si fugaz mi paso cuando día,
o inmóvil punto al lado de la rosa,
que vivo y muero por la fina yegua.
¡Ay! ni olmo a la medida de la rosa,
y aun menos asno de la esquiva yegua,
mas yo día ando siempre tras la noche.
(a modo de un pintor primitivo culto)
Yo, mamá, mis dos hermanos
y muchos peruanitos
abrimos un hueco hondo, hondo,
donde nos guarecemos,
porque arriba todo tiene dueño,
todo está cerrado con llave,
sellado firmemente,
porque arriba todo tiene reserva:
la sombra del árbol, las flores,
los frutos, el techo, las ruedas,
el agua, los lápices,
y optamos por hundirnos
en el fondo de la tierra,
más abajo que nunca,
lejos, muy lejos de los dueños,
entre las patas de los animalitos,
porque arriba
hay algunos que manejan todo,
que escriben, que cantan, que bailan,
que hablan hermosamente
y nosotros rojos de vergüenza
tan sólo deseamos desaparecer
en pedacitos.
Amanuense
Ya descuajeringándome, ya hipando
hasta las cachas de cansado ya,
inmensos montes todo el día alzando
de acá para acullá de bofes voy,
fuera cien mil palmos con mi lengua,
cayéndome a pedazos tal mis padres,
aunque en verdad yo por mi seso raso,
y aun por lonjas y levas y mandones,
que a la zaga me van dejando estable
ya a más hasta el gollete no poder,
al pie de mis hijuelas avergonzado,
cual un pobre amanuense del Perú.
La tortilla
Si luego de tanto escoger un huevo,
y con él freír la rica tortilla
sazonada bien con sal y pimienta,
y del alma y cuerpo los profundos óleos,
para que por fin el garguero cruce
y sea ya el sumo bolo alimenticio
albergado nunca en humano vientre;
¡qué jeringa! si aquella tortilla
segundos no más de ser comida antes,
repentinamente una vuelta sufra
en la gran sartén del azar del día,
cual si un invisible tenedor filoso
le pinche y le coja su faz recién frita,
el envés poniendo así boca arriba,
no de blancas claras ni de yemas áureas,
mas un emplasto sí de mortal cicuta.
El nudo
Esa increíble infinitud del orbe
no codicio ni un mínimo pedazo,
mas sí el espacio de tu breve cuerpo
donde ponerme al fin a buen recaudo,
en el profundo de tus mil entrañas,
que enteras conservaste para mí.
Al diablo el albedrío de la vida,
sumo don de los hados celestiales,
y nada más que estar en ti prefiero
sujeto a tu carnal y firme lazo,
que si vas a las últimas estrellas
contigo ir paso a paso yo también.
Es así el vivir día y noche siempre
bien atado a ti con el carnal nudo,
aunque en verdad del todo libremente.
pues de la tierra al cielo voy y vengo.
[Bonus track]
Asir la forma que se va
Hay quienes creen en la Divinidad, únicamente acosados por el pavor ante la posible nada.
Igualmente hay quienes adoran la forma artística ante el temor de que termine por
desintegrarse para siempre. Pero en este caso la angustia no es la única causa, sino que
a la vez hay una tácita devoción, tan antigua como los propios objetos estéticos. Es la
fe en la forma, no por el riesgo del vacío, sino por el puro placer de disfrutarla.
Igualmente como cuando se adora a la Divinidad por sí misma, y aun si no existiera. En
realidad, ni espuria ni imputable a barrocos o parnasianos decadentes. No hay que
avergonzarse de ella. No hay que reducirla a la postración. Obrar así no es otra cosa
que renegar de nuestro continente. Porque los cuerpos en que moramos también poseen un
contorno, también una estructura donde se encuentran en perfecto orden y concierto los
secretos órganos vitales. Aferrémonos a ella, como nos aferramos a nuestra forma corporal,
ante el embate del tiempo, ante la aproximación de la ineludible muerte.