«Los jóvenes buscan la brillantez; los viejos, en cambio, la sencillez». Entrevista a Sergio Gómez Reátegui

 

La presentación del poemario Sobre papel ajado (2021) será el 11 de diciembre a las 19:30 en Tierra Baldía (Av. del Ejército 847, Miraflores).

 

 

Por Ximena López Bustamante

Crédito de la foto (izq.) Fb del autor /

(der.) Ed. PanÓptico

 

 

«Los jóvenes buscan la brillantez; los viejos, en cambio, la sencillez».

Entrevista a Sergio Gómez Reátegui

 

 

¿Cuánto tiempo resisten los versos en reposo? ¿A qué mamífero dar rienda suelta cuando todos condenan tener corazón? Relaciones clandestinas, roles y otros enigmas de Sergio Gómez Reátegui en esta entrevista a profundidad

«Por poco y me lo tomo», dijo una voz gruesa, cachazuda, acriollada. Ahí estaba, brindando con mi fantasma. Su vaso vacío y el mío apenas sobreviviendo. Lo miraba con deseo, sin vergüenza, lo quería para él. Me llamó cuarenta minutos antes de la hora pactada. «Xime, puedo llegar antes. Te espero en diez minutos. No escucho nada, escríbeme estoy en la moto», dijo, y colgó. No altera mis planes, me apresuro, tomo lo necesario y salgo a nuestro encuentro.

Cerca de las seis de la tarde un martes de noviembre en la humedad de Miraflores no parece tener un mal pronóstico, y no lo tuvo. Mientras llego, me doy con la impresión de que pueden pasar las horas, me he podido trasladar de un lugar a otro y esa sensación desdoblante que los textos dejan en una no se va.

El personaje: Sergio Gómez Reátegui, fundador del colectivo difusor de poesía desde el 2015 La Poesía Embiste, autodidacta y hombre de ventas a tiempo parcial. El motivo: la reciente publicación de su primer libro Sobre papel ajado* (PanÓptico, 2021), conjunto de doce poemas que por ratos te intercalan entre paquidermo y hombre parece ser la voz poética. La resignación a un destino trágico visto de un modo simpático, siempre la frente arriba sin perder el humor. La aparente solidez de la bestia y el amor como su talón de Aquiles.

Y, es que, aunque parezca que «el amor es un animal que espanta», con sahumerio en mano, feneces conjurándolo.

 

 El poeta Sergio Gómez R.

 

1. Bohemia, gestión y escenario

 

Es repetitivo el reclamo tácito que toma voz en algunos poemas, desde «Testimonio» hasta «El poeta no sabe leer», pasando por «Mi prójimo». Un reclamo que poco se deja oír en la ebriedad de la noche.

Ximena López [XL]: La disconformidad de la voz poética con su generación y el embuste es clara, ¿consideras que esa generación a la que refieres sigue pululando la escena? ¿Hay cura para dejar de ser embustero?

Sergio Gómez [SG]: Claro, es algo que se repite hace como, más o menos, veinte años. Hay ciertos personajes en la poesía que realmente la denigran. Estos poetas son unos enteros mentirosos. Con dos cervezas convierten al amor en cualquier cosa. Esto lo he vivido y se ve, como te digo, desde hace años. Por ejemplo, Cisneros decía: «Yo no enamoro con poesía, no soy un canalla para enamorar con poesía». Tengo una desilusión enorme con el mundo de la poesía, con el circuito, con esa autenticidad que debería tener el poeta y no la tiene. Es una mentira. No sé si haya cura. En un poema digo: «los poetas de mi generación no saben en qué cama despiertan». Realmente pasa eso. ¿Y para llegar a eso? Tienen que mentir a diestra y siniestra.

 

[XL]: En «Mi prójimo», por ejemplo, se puede inferir la visibilización de actitudes que nuestra sociedad, lamentablemente, continúa arrastrando. Entre ellas la hipocresía y el falso dogma. ¿Cómo combatir el virus de la falsedad y el compadrazgo que muchas veces se confunde con amistad en un medio como el nuestro?

[SG]: Siendo auténtico con nuestros comentarios sobre la obra de la gente. Tendemos mucho a decir lo grande que es este poeta o el otro solo porque son amigos. Se ve bastante en los recitales y la verdad que no debería ser así. Yo pienso que la mayoría de los poetas de mi edad siempre se suben a ese banquito donde ya se sienten grandes poetas (risas). Pero yo no lo creo así. Están en un proceso, estamos en un proceso todos. No nos podemos comparar con los poetas como los del setenta, por ejemplo. Es alucinante, la verdad. Esas mentes que se dicen luminarias… Me parece alucinante.

 

[XL]: En tu labor como gestor cultural seguro te encuentras con frecuencia ante el disfuerzo y la pretensión de algunos artistas. ¿Cómo es que uno deja de ser ese «río que acaricia atravesándolas», para terminar «convertido en un ruidoso huaico que espanta»?

[SG]: Bueno, el texto que haces referencia es para esos poetas que hacen de su recital un espectáculo bochornoso. Yo hago eventos e invito a la gente a leer, luego de haberlos leído, por supuesto. Me he encontrado con situaciones dentro de algunos eventos donde hay micro libre, cosa que me parece lo más horrible, y se acercan personas a participar y terminan tirándose al piso. El otro se arrancó la camisa. Era un show. En esos casos, lo que toma preponderancia es la persona, que monta su espectáculo, y no el texto. Al final, el poema es cualquier cosa menos poema.

 

[XL]: Tantos años tras el escenario, siendo un asistente en tus propios eventos. Ahora que el reflector te apunta y lees, con buena quijada, tus poemas ante el público, alguna diferencia debe haber, ¿no crees? ¿Cómo es que te animaste a reunir todo lo vivido y, posteriormente, publicar? Cuéntame sobre este salto de gestor a poeta.

[SG]: Es que yo antes de gestor era poeta. Bueno, antes de todo, siempre he sido un lector. La poesía es consecuencia de mi lectura. Lo realmente importante en mi vida, que puedo recordar, a lo largo de todos esos años, han sido los libros en mi casa. Siempre a la mano, porque además tenía una tía bibliotecóloga de la Ruiz de Montoya, quien me invitaba constantemente a visitarla. Te decía que primero fui poeta. En el lejano 2008 empecé a leer mis poemas y así, poco a poco, fui entrando. Nunca fui muy cercano hasta que en el 2014-2015 decidí entrar en la difusión. Pienso en mis amigos y en que sus libros lleguen al lector. Mi trabajo es que llegue el libro al lector, ya que guste o no guste no me importa, pero que llegue. Hacer mi labor de puente. Yo calculo que de acá a tres o cuatro años pueda retirarme de la gestión y entregarme a la poesía. Literalmente a escribir poesía y a leer que son mis dos placeres. En realidad, leer es mi máximo placer. He reunido todos esos poemas hace muchos años, con otros poemas que, creo yo, tienen más riesgo, me refiero a los últimos.

A diferencia de los del medio, «Mulato Sour» o «Hartazgo», que son poemas que escribí hace mucho tiempo. Yo he ido juntando todos estos textos para olvidarme de ellos. Son más de diez años que venía leyendo estos textos en recitales. Este libro es por fin el cementerio de todo. Se acabó. Con eso quiero terminar con una etapa de mi vida que me ha perseguido mucho, que es esta etapa de los recuerdos, la melancolía, de un tiempo pasado. Sobre papel ajado también es mi juventud, esa que se me está yendo. Quiero cerrar eso, quiero mirarme a mí mismo para escribir una poesía que sea de contemplación. Salirme de mí para abrirme un poco.

 

Empiezo a notar el levísimo cambio que empieza a tener el timbre de su voz. Confirmo que no es juego esto de no poder abrirse, se lo toma en serio y mientras se queda mirando el vacío, interrumpo.

 

 

[XL]: Luego de leer «Responso del Caifán», creo que te debo un pésame. Dime, ¿quién fue en vida el Caifán? ¿Por qué lo mataste, o qué lo mató? ¿Queda rastro de él?

[SG]: El Caifán es un apodo que me ponen por una novela de Carlos Fuentes, Cambio de piel. Caifán es una palabra mixteada. Los mexicanos la aplicaban cuando querían decir «este pata cae bien» y lo resumían en «cae fine» combinándola con la palabra en inglés. Entonces tenías un resultado de cae-fine: caifán. Y, bueno, tengo ese no sé qué que caigo bien pues (risas).

Sin embargo, pienso que el Caifán tiene que partir. Es el cementerio, pues. De aquí empezamos para otras cosas. Todo ese mundo se terminó. Yo había leído la novela de Fuentes. Primero me apodaron y luego leí la novela. Me gustó. Después vi una película de Juan Ibáñez, Los caifanes. Ahí me terminé de convencer de que en realidad era medio caifán, porque hay una escena en el que el jefe de Los Caifanes, el Capitán Gato, responde la pregunta de uno de los de atrás. La pregunta decía: «Gato, tú que has andado en todas las azoteas del cantón, Gato, dime, ¿qué mujer te ha dolido más?». Y el Gato dice: «mi madre, me pegaba, me cuereaba». Y el otro replica: «yo no hablo de mujer de respeto, hablo de mujer de pasión». «Todas hieren igual», dijo el Gato, «lo que pasa es que unas cicatrizan y otras no, nos tienen con el agua en el cuello». Ahí es donde me dije «este es el camino del libro que quiero escribir. Hacia ahí voy. Ese es el lugar donde me siento más cómodo escribiendo». En el libro, por ejemplo, he querido mostrar las heridas de una caída en picada por no ser el «para siempre» de un amor, además de un ajuste de cuentas.

 

[XL]: Expones una situación en «Hartazgo», por la que más de uno ha pasado, que te saquen la bandera amical o te friendzoneen (como dirían en mi generación), ¿Eso ha mellado tu innata pulsión galanesca? ¿Aún se conserva aquel vino joven? Ya sabes lo que dicen del vino…

[SG]: La he perdido completamente, pero no por culpa de eso. Yo siempre he sido galán. Mira, mis amigos ven mis redes y mis fotos con amigas jóvenes, guapas y uno que otro saca otro tipo de conclusiones. Siento que es por ese galán que solía ser y mi facilidad con las mujeres. «Tú eras bravo», me dicen. Y me humillan (risas). Se quedaron con el chip del pasado, porque hoy por hoy tengo amigas, pero amigas de verdad, a las que quiero mucho y no cortejo. Debo admitir que la he perdido [la pulsión galanesca] también por el feminismo. El feminismo me ha golpeado. Yo hago eventos y, bueno, están muy mal visto los tipos que organizan recitales, festivales.

Si miras las redes, por ejemplo, vas a ver un montón de denuncias de estos tipos que te invitan a leer y de ahí te dicen: «Ximena, nos metemos una bomba. Ximena, vamos a tu casa, qué linda estás». Es decir, han malogrado el perfil de gestor, lo han destruido. Lo que yo hago cuando invito a mujeres a leer. Primero, por supuesto, las leo. Pasa el evento y ya no tenemos más qué hablar. No digo ni hola. No hay un aventajamiento de mi parte, digamos. Pero yo decidí, desde ese momento, viendo a muchos amigos que tuvieron problemas de este tipo, a no pasar el límite. Por esos tropiezos uno puede perder su trabajo, su reputación, esta “maquinaria” los bota del medio. Los hace mierda. Entonces decidí esperar a que me afanen a mí y no viceversa. El problema es que nadie lo hace, pero qué vamos a hacer (risas).

 

[XL]: Para que nos siga dando sed, «Mulato Sour», poema donde sitúas al personaje poético en una especie de cita, donde advierte que ya no será postre de nadie, ningún sour a beberse y donde todo terminará en poses extravagantes con su chama. ¿Quiénes, quién o qué representa esta expresión «las chamas» usada en tu libro con frecuencia y simpatía, y a quiénes dedicas el libro?

[SG]: Mira, esto es así. Yo tengo terror de subirme a un avión, soy consciente que nunca voy a viajar cruzando el charco, que no voy a conocer París o España. Reniego, a veces, porque no me cuadra subirme más de cinco horas a un avión. Pero, bueno, ahora camino por el Perú y me doy cuenta que me siento en otro país sin haberme subido a un avión.

Además, como parte del trabajo de difusión, he querido seguir todo lo que se ha publicado este año en el medio nacional, intentarlo al menos. De un aproximado de veinticinco libros publicados, como quince son escritos por mujeres. Da un gusto tremendo. Pero entre esos libros, ya sean de hombres o mujeres, siempre encontraba dedicatorias al papá, a la mamá, al hijo, a Inti Sotelo, Bryan, etc. Entonces me preguntaba yo a quién se lo dedico. ¿Qué culpa tienen mis padres de estos menesterosos poemas? Ellos ni lo van a leer, no les interesa porque no tuvieron el hábito de la lectura. Bueno, si te das cuenta, este libro es un conflicto con todas las mujeres con las que realmente he podido relacionarme. Así que las únicas que me pueden salvar son ellas: las chamas. Recuerda que las mujeres más bellas del universo fueron venezolanas. Tienen muchas coronas en su haber. Además, es una manera de homenajearlas, porque a veces les dan con palo a ellas. Les dicen de todo, tú no sabes cómo son los hombres. Yo, en cambio, les rindo pleitesía.

 

Tras la pregunta, el autor me narra cómo surgió el título del poema, antes titulado El poema enojado. «La historia empieza conmigo en un recital como asistente, época previa a la de gestor, en el Koka Kintu, con amigos. En ese lugar vendían un trago de colores atípicos llamado “Mulato Sour”. Mi pata en ese entonces me dijo: “Sergio, ese debe ser el título”. Yo accedí, a la gente le provocaba mucha risa».

De pronto, suena el eco. Dos a tres tocadas como una cierta contraseña de golpes que solo el personal del lugar lo sabría. Al inicio no lo oímos. Pasó de nuevo, Sergio termina lo que queda de sour en su vaso. Esta vez, sí nos dimos cuenta. Le digo: «adelante». Un hombre vestido de negro, sombrerito quirúrgico negro, mascarilla negra, mandil negro, zapatos negros, pantalón negro. El hombre de negro. Entra tímido, sabe en el fondo que está interrumpiendo algo, no entiende muy bien, pero ingresa iluminado a pesar de su vestimenta. Le agradecemos la advertencia que en buena pro nos vino a dar. «Las personas ya están llegando», dijo. Sucede que la noche de ese día Sergio tuvo un evento en la primera plana de Tierra Baldía, espacio lleno de arte, libros, buenos sours y eventos culturales entre semana. Apenas y ves el color de las paredes, cuadros de todo tamaño y tipo invaden los laterales de aquel lugar. Libreros empotrados como enraizados en las habitaciones, libros de todo tiempo, de diversos olores, variadas texturas. Si te paras unos segundos a contemplar, podrías descubrir una paleta de colores tierras y olivos que podrían hacerte sentir el impresionista que nunca fuiste. «Flaco, dame dos más de estos, por favor», solicita el autor.

 

 

 2. La lectura como campo de entrenamiento y el amor como K.O.

 

[XL]: En alguna vieja entrevista sobre tu primer blog, «Los poemas del Caifán», mencionaste, entre otras cosas, algo que llamó mi atención: tu tía bibliotecaria. ¿Fue ahí, acaso, tu primer acercamiento con la lectura?

[SG]: Mira, yo vivía en un barrio populoso. O sea, ¿tú has visto esas películas con barrios faites? Ya pues, yo vivía en uno. En un barrio populoso, de broncas. Ahí el sinónimo de poesía era “mariconería”. Breña, en los noventas, no era muy amigable. No tiene jale en ese mundo. Como en mi casa siempre había libros, me fui acercando más a ellos, fui leyendo mientras las peleas seguían afuera. Empecé con narrativa, me gustaban las novelas. Leí todo Vargas Llosa en los noventa, ya sabes el protagonismo que tuvo tu paisano (risas). Ya después me fue gustando la poesía. Pero como te contaba, vivía en un barrio que asociaba a los poetas con “maricones”. Esto no puedo maquillarlo, eso decían, es algo real. ¿Sabes por qué? César Calvo lo dice en un poema: «que se nos acuse de maricas, y para que ciertos cadetes nos dejen a solas con sus novias creyendo que lo somos» (más risas).

Entonces, hay eso. La gente del barrio tiene eso. Mi relación con la poesía era clandestina, no podía compartirla con nadie. Era algo entre los dos, el libro y yo. Por eso me cuesta mucho hablar de algo tan íntimo. He conversado con poca gente sobre esa relación. Es difícil que me abra, me cuesta mucho. Mira, y esto te lo digo con total sinceridad, me ha pasado lo mismo que a Onetti. Con toda la diferencia que hay entre él y yo, y tratando de recordar la cita, Onetti decía más o menos: «La cita de hoy me estropeó la noche de ayer». Yo ayer no sabía qué iba a decir acá, no sabía si lo que iba a decir iba a ser interesante, no sabía si lo que iba a decir iba a estar bien o mal. Me malogró toda la noche, no he podido dormir bien. Bueno, ahora después de dos copas, ya estoy un poco más relajado. Pero para que veas que no es algo que a mí me guste. Compartir con personas sobre mi relación clandestina me cuesta, nunca me he abierto. Por ahí va el asunto.

 

[XL]: También dijiste, en la entrevista que Marcelo Ferrando Castro te hizo para Árealibros, que «escribir es un cortocircuito para mí». ¿Aún lo sigue siendo? ¿El poema se escribe solo? ¿Tienes algún proceso, ritual o menester al momento de escribir?

[SG]: Sí, siempre lo ha sido. Es difícil. Han pasado más de diez años y he publicado doce poemas. ¿Te das cuenta? Es así. Es un cortocircuito, porque escribir siempre ha sido para mí un manicomio en mi cabeza. Es terrible, no es algo normal. No es que yo me siente y escriba. No puedo dormir, estoy toda la noche detrás del poema. Escribo, borro, escribo, borro, escribo, borro. Y todo el maldito día estoy así, como un loco.

Entonces, para mí es un fastidio horrible. Es muy raro. El poema llega, me invade por partes. Me llega un día la imagen y la trabajo, escribo el poema aun sabiendo que el poema no está bien, pero lo escribo. Soy perfeccionista, pero los poemas malos no hay que botarlos, hay que dejarlos ahí. Lo dejo, entonces. Y así me vuelve a pasar otra vez con otra imagen, la vuelvo a trabajar y la vuelvo a dejar ahí, sabiendo que ese texto no vale la pena. Finalmente, llega el momento donde uno todo eso, el trabajo de tejedor. Empiezo sacando un poco de acá, otro poco de allá, hasta dejar un buen poema. Es un trabajo más pensado, porque lo primero te llega como inspiración y escribes, pero al unirlo con coherencia y belleza requiere un trabajo más concienzudo, más pensante. Todos los días yo estoy despierto a las 4:30 de la mañana. A esa hora tú me vas a encontrar en línea mientras estoy leyendo o escribiendo un poema. No se escribe todos los días, pero sí leo todos los días. Sí o sí.

 

 El poeta Sergio Gómez y la entrevistadora, Ximena López

 

[XL]: En la «Balada del Caifán» te proclamas poeta. Según tú, ¿cuál es la función de este (poeta)?

[SG]: Yo pienso que el poeta tiene que añadirle excelencia a la escritura. Escribir bien. Función política, social, entre otras, no me interesan. Veo algunas entrevistas dónde se les pregunta a poetas sobre política o temas afines, y pienso «¿qué me importa lo que piense un poeta de política?». Te va a decir lo que ya sabes que te va a decir: «Viva la igualdad, la justicia» y todo ese rollo. Con todo, no te podría responder cuál es la función del poeta. No tengo un Olimpo en la cabeza para sentirme tan importante y poder decir que tengo una función dentro de la sociedad. Creo que la única función que se tiene dentro de la poesía es ser auténtico con uno mismo. Eso es importante. Los jóvenes buscan la brillantez; los viejos, en cambio, la sencillez. Ese camino recorro en el libro.

 

[XL]: En el combate que es la poesía es donde uno se permite dar de escupitajos, recibir precoces uppercuts ni bien se empieza la primera estrofa, otra ceja rota o carecer de estilo, quizás un knock out, pero no la derrota. «Porque se puede estar destruido, pero no derrotado», decía Hemingway. Es que así son los poetas, como boxeadores, reciben duros golpes (de la vida) y luego están dispuestos a contarlos. ¿Así lo hiciste tú, cierto? ¿Cuál fue el golpe más duro que recibió el autor? ¿Algún K.O.?

[SG]: Te diré que la gente siempre ha sido bien generosa conmigo, aunque yo sienta que es un engaño porque, como hago eventos, constantemente creo que la crítica nunca es tan directa conmigo, justamente por eso. Quizá sienten que en algún momento les pueda dar algo, pero yo no me fío de esas personas. Me fío solamente de mis amigos más cercanos, los que me leen. Tengo cinco personas a las cuales yo les doy mis poemas y sé que sus comentarios son auténticos. Sobre esas cinco personas me apoyo, al resto difícilmente les creo. Sin embargo, los golpes más duros, los que más me han golpeado han sido referentes al amor.

 

[XL]: Es casi imposible no notar similitudes de tus textos con etapas de César Calvo. Niñez de barrio, galantería altamente evidenciada en la juventud, bohemia claramente vivida, pero ¿qué hay de tu lado espiritual? ¿Te ocupas en ello?

[SG]: No existe, no tengo lado espiritual. Muy poco. Me da risa todo eso. Hay un poema que dice: «soy cristiano porque Jesús convirtió en vino el agua». Ahí, digo: «dogma». Yo creo en mis amigos. Lo que más me ha dado la poesía ha sido eso, amigos. De alguna u otra forma, todo esto me acercó a otras personas que comparten y gustan del centro que compartimos, la poesía, de donde vienen mis amigos.

 

[XL]: Pasas de ser un inmenso elefante, un pez entre lenguas marítimas, por ratos paciente como un buey, en otras un bicho ante la luz de Ofelia. ¿Es acaso que el amor diluye a la bestia? ¿Consideras al amor un «para siempre»? ¿Te sientes listo para su llegada?

[SG]: Sí, definitivamente. El amor me vuelve una mejor persona, sinceramente. Además, el amor no se encuentra así nomás en cualquier lado. Si mi pareja me dijera que tengo que ser entregado, fiel, así, asá, yo lo voy a hacer. Porque el amor no se encuentra así nomás. No se encuentra (titubea). La verdad es que cuando era joven, no. En ese tiempo veía todo diferente, muy efímero. Podía estar con varias flacas a la vez, esa cosa que no se puede entender que vive en la cabeza de muchos hombres, eso de: «tú estás conmigo, pero yo te saco la vuelta con otra flaca, pero yo realmente te quiero a ti». Es una cosa que no se puede entender, pero a mí me pasó mucho de joven. Sin embargo, con el tiempo he aprendido a valorar el amor de una mujer. La poesía me hizo ver todo eso en el papel, me hizo entender que yo había procedido mal, porque todo esto es consecuencia de mi proceder como pareja.

 

[XL]: En esa caída libre que fue el abandono de una mujer, el autor confiesa haber tenido uno que otro paracaídas salvavidas de la mano de grandes autores de la literatura.

[SG]: Lizardo Cruzado y ese poema que escribió a los precoces catorce años. Uno que hablaba de un hombre que estaba caminando por la calle y se encontró con una mujer y esta lo saludó. El hombre volteó, giró abrazado de amor, ¡quién me ha reconocido!, pensaba. La dicha le subió de las uñas al corazón. Giró, pensando todavía, ¡alguien me ha reconocido! Una soledad tremenda la de este hombre. Volteó girado de emoción y la mujer le dijo, lo confundí con un amigo, disculpe y se fue.

Yo siento que de él se me quedó la influencia irónica. Luego, está César Calvo con Ausencias y retardos: «Más allá de los mástiles ardiendo y tus ojos y tu voz y tus manos de yeso y tus pechos mordidos por la nieve». Todo ese mundo, toda esa poesía me descuadró totalmente. Me volvió loco. Luego, Henry Miller con Trópico de Capricornio y esa serie de sucesos que no recuerdo bien, salvo un epígrafe que decía algo así como: «yo estoy mostrando ante ti el cuadro de mis infortunios para que tú te des cuenta que lo que a ti te pasa es nada en comparación a lo que yo estoy viviendo y eso te de alguna satisfacción». Eso me encantó, me quedé con eso. Sobre todo, en ese libro cuando hablaba de que, si un hombre dice su verdad, el mundo le estallaría en los pies. Es así. Es difícil decir la verdad, complicado. Nos acomodamos mucho.

 

[XL]: «Se escribe un poema para no tener tiempo de sufrir», decía Calvo, mientras que tú afirmas que tu «corazón es un animal disecado». ¿El fin de un poema es el fin de una batalla?

[SG]: Sí, claro. En realidad, después de ver el libro y tenerlo en mis manos, me doy cuenta de que es un león muerto. Se acabó, eso se acabó. Todo lo que está en el libro, todo lo que hay dentro del libro, el deseo que no se dio, el amor que no se dio, la embriaguez, todo se termina ahí. Por eso yo nunca pensé publicarlo, no dejaba atrás esas heridas, seguía en esa locura, leyendo y hablando sobre aquel amor como un pelotudo. No cerraba esa etapa. Gracias a esta publicación, he terminado esa batalla. Estoy iniciando, nuevamente, no solo en la poesía, en la vida misma. Estoy algo avinagrado, pero no es tarde (risas).

 

 El poeta Sergio Gómez R., leyendo

 

3. Batallas actuales

 

[XL]: En el poema «Stone en octubre» dices: «a la poesía hay que esparcirla como epidemia», verso que fácilmente se aplicaría a lo ya vivido mundialmente. Considerando que el resultado de la epidemia por Covid-19 generó solo muerte y encierro, ¿Qué es lo que generaría la dispersión de poesía por el mundo, cual bacteria?

[SG]: La gente sería más sensible ante las cosas. Tendríamos un poquito más de corazón. Entenderíamos que la desgracia de uno es nada alrededor de las grandes desgracias e injusticias que pasan en el mundo. Por lo menos en mi caso, la poesía me ha hecho sentir cosas que la vida tan simple que llevo no me hubiera hecho sentir nunca. Porque la poesía me ha conectado con otras tragedias, con otros momentos, con otras desdichas. Conectar con el otro que escribió el texto te cambia. Ese es el poder del poema: te cambia. Mueve todo.

 

[XL]: Finalmente, te despides desde un campo de entrenamiento. ¿Practicas algún deporte, además de la lectura diaria?

[SG]: Box. En pandemia bajé de peso y empecé a entrenar. Tengo una pelea el doce de diciembre con un pata. Nos vamos a agarrar a golpes. Pero la verdad es que siempre me ha gustado pelear. Hay una belleza en la pelea, en el golpe, en el puño. También en el miedo, porque hay miedo de saber que el otro te puede romper todos los dientes o la quijada. El mismo miedo, quizás, que se puede sentir al leer tus poemas frente a la gente y hacer el ridículo. El mismo ridículo que podría hacer el doce en la pelea, si no me preparo. Por eso hay que tener buena quijada para leer tu propia poesía.

 

[XL]: Lo menciono porque a veces poetas y boxeadores derraman la misma sangre, y es que escribir y boxear son igual de salvajes cuando se toman en serio, con el corazón. Pero te vas tranquilo, ¿cierto? ¿Adónde te vas? ¿Prepararás un segundo libro?

[SG]: Sí, tengo todo el deseo. Por ahora lo tengo en la cabeza, lo estoy maquinando. El tema central será el boxeo. Relacionarlo con la poesía. Muchos narradores lo han hecho, sin embargo, en poesía se ve poco. Mira, cuando era niño en mi barrio jugaba con mis amigos y nuestras hondas a matar pajaritos. Era nuestro deleite, así nos divertíamos. A ver, mata un pajarito ahora, para que veas todo lo que te va a decir la gente. Entonces, yo me formé de esa manera. Estoy acostumbrado a la violencia, a vivir en un mundo violento. Aún sigo despegándome de esta primera publicación, pero tengo esta idea. Aterrizarlo a un libro es mi deseo.

 

Hace ya buen rato que excedimos el tiempo que solicité. El autor no luce un solo gesto de quererse parar. Invocando su segundo libro, en medio de anécdotas que va contando y carcajeando, una puede ver a esa bestia enternecida sentada en aquel trono virreinal de madera gruesa y pesada, esas sillas antiguas que ya no se hacen, tiene los brazos apoyados en cada costado, el pecho alto como mirando al cielo, me dice «¡salud!» por última vez. Y yo recuerdo un verso suyo que dice: «Soy un hombre sensible y bueno. Las mujeres adoptan a estos animales cuando son sensibles y buenos».

 

 

 

 

 

*(Lima-Perú, 1975). Poeta y gestor cultural. De formación autodidacta, ha tenido participación en actividades culturales y distintos recitales en los últimos cinco años. El 2015 publicó una plaqueta con Vagón Azul Editores. Es creador de la página de difusión poética La Poesía Embiste que ha registrado en video voces importantes de la poesía peruana como Rossella Di Paolo, Leoncio Bueno, Hildebrando Pérez.

 

 

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