Por Juan Cristóbal Mac Lean E.*
Crédito de la foto (izq.) www.blog.consultorartesano.com /
(der.) el autor
Los garabatos de la crueldad,
del El garabato y la gracia (inédito),
de Juan Cristóbal Mac Lean
La definición de garabato puede ir desde lo más decepcionante: “letras y rasgos mal formados”, “escritura mal trazada”, (Larousse) hasta algo más educado, como “rasgo irregular hecho con un instrumento para escribir o dibujar” (RAE). Pero, de todas formas, ¿acaso se puede esperar algo de un garabato, o qué más de sí puede dar nada más que un garabato, un garrapateo? ¿Y qué crueldad encima puede achacársele, a algo tan inane?
En todo caso, desde lo impropiamente escrito a mano, es decir lo i-legible, desde lo trazado en el grafitti de una pared o garrapateado al borde de un cuaderno, hasta los cuadros de Wols, Antoni Tapies, o Cy Towmbly[1], el garabato ha recorrido un camino tan largo como el de la pintura misma. Cuenta entre sus honores, o desdichas, el de ser el antónimo de la caligrafía, con la que sin embargo está fuertemente emparentado. La letra, en efecto, nunca dejó de acecharlo. Puede decirse, incluso, que el garabato está en el origen de la letra antes que en la correspondencia fónica. De ahí, también, su sesgada relación con el lenguaje –aunque no le ceda sitio, aunque ocupe entonces y correspondientemente, la posición del tartamudeo y de la afasia.
En cuanto a su relación con la crueldad, ésta se suscita, justamente, allá donde el garabato se cruza o colisiona con la letra (por tanto, con el lenguaje) y, justamente, no resuelve nada a favor de ésta. Más bien lo que hace es abandonar la representación (clausurándola) y funda, en la página o el lienzo, un nuevo espacio reacio a su propia determinación, más próximo al silencio y al vacío.
El proyecto de un teatro de la crueldad que imagina y esboza Antonin Artaud, a su vez, pasa por alejarse del guión y del texto, es decir de la letra («Renunciaremos a la superstición teatral del texto…”), o las instancias que determinan su carácter representativo, al que se trata justamente de ‘clausurar’, para otra vez retomar la expresión de Derrida, cuando aclara que “El teatro de la crueldad no es una representación. Es la vida misma en cuanto ella tiene de irrepresentable. La vida es el origen no representable de la representación”. Y cita a Artaud: «He dicho ‘crueldad’ como habría podido decir ‘vida»’.[2]
En sus cartas a Jean Paulhan de 1931-32, Artaud vuelve a exponer y propugnar ese teatro en el que “la literatura se impondrá sobre la representación” (habría que establecer qué se entiende aquí por ‘literatura’, pero de momento dejémoslo pasar) y en el que, sin atenerse a ningún texto-guión o autoría original, acogerá palabras ya no sumisas a su sola definición, se aproximará a «la Parole d’avant les mots» la Palabra antes de las palabras, y llegará así a “un estado más o menos alucinatorio”, propio de un antiguo “teatro sagrado” en que el lenguaje ya no se limita nada más que al lenguaje articulado y de palabras definidas. Quiere extender el lenguaje al espacio y “hacerlo hablar” tomando objetos y cosas como palabras, incluyendo “ideogramas de la China o viejos jeroglíficos egipcios”, añadiéndole al lenguaje otro lenguaje, buscando devolverle su “eficacia mágica”.
Del nuevo lenguaje que así surja “aún hay que encontrar la gramática. El gesto es su materia y la cabeza (…)”. Este lenguaje “Parte de la NECESIDAD de la palabra mucho antes de que la palabra se haya formado.” De tal manera, “Rehace poéticamente el trayecto que desembocó en la creación del lenguaje” o se trata, en el teatro de la crueldad[3], otra vez, de abrirse a “un impulso psíquico secreto que es la Palabra anterior a los vocablos».
De la misma forma el garabato, cruel, es anterior a las letras, las precede y les da origen. Está antes de que la palabra se haya formado, es anterior a los vocablos escritos, a las codificaciones y pertenece a ese mismo “impulso psíquico secreto” en que se guarece todo aquello que no responde al lenguaje articulado, no alcanza a expresarlo y late en los sueños, los mitos, o los espacios “sagrados” a los que quiere volver el teatro de la crueldad. Artaud también dice, de sus dibujos, que estos son parte de “la investigación de un mundo perdido.” En cuanto a la relación de garabatos y jeroglíficos con los sueños, cabe recordar esa cita de Freud que tan oportunamente recupera Derrida en su hermoso capítulo:
«Si reflexionamos sobre el hecho de que los medios de escenificación en el sueño son principalmente imágenes visuales y no de palabras, nos parece más justo comparar el sueño a un sistema de escritura que a una lengua. De hecho, la interpretación de un sueño es totalmente similar al desciframiento de una escritura figurativa de la antigüedad, al estilo de los jeroglíficos egipcios… «
Los primeros garabatos se habrán trazado, también, en las primeras arcillas de esos mundos perdidos, o a punto de perderse. O en la arena de las playas. O en la palma de la mano. O en el tronco de algún árbol.
En todo caso, puede decirse con toda propiedad: en el principio fue el garabato.
Para ceder a la letra, para dar paso a la escritura, hacia el lenguaje articulado y el alfabeto, el garabato también hubo de perder en el camino, necesariamente, toda esa secreta oscuridad primordial, prelinguística y mágica en que signos y garabatos danzaban cogidos en una respiración mayor y sideral, telúrica. El largo y lento abandono de los dioses empezó, quien sabe, con la primera letra –aunque lo primero que se haya hecho con ellas fuera dedicarles himnos.
Y finalmente hemos de referirnos aquí, por cierto, a los propios dibujos, rostros y garabatos de Artaud. Se conservan unos 60 de ellos.
Siempre inquietantes, extremos, más o menos desastrosos. Al ir viéndolos, inmediatamente se tiene la certeza de que quien los había trazado se volcaba, se jugaba entero en ellos. Lo ocuparon, sobre todo, en sus últimos años. En 1939, los psiquiatras que hicieron un informe para trasladarlo al sanatorio de Ville-Evrard lo dijeron claramente: Artaud sufría de… ¡graforrea! No paraba de garrapatear, garabatear, dibujar palabras, cuerpos, partes de cuerpos, rostros, cruces, manchones. Muchas veces, lo hacía canturreando, como quien conduce un conjuro. Se trataba, dijo, de «sonoridades verbales que ayuden a la comprensión». La impresión de extrañeza, urgencia y desastre está resaltada con los títulos de los dibujos, títulos o palabras escritas en los márgenes: La máquina del ser o dibujo para mirar de traviola, El cuerpo de la tierra, La execración del Padre-Madre, Las ilusiones del alma, La torpeza sexual de dios, La proyección del verdadero cuerpo…
Y, para volver a la terminología del mismo Artaud, a veces hay en ellos algo muy cruel y devastado, vecino del horror y los límites del pensamiento, tal vez más cercano de las inscripciones e invocaciones, objetos de la magia que del arte. Él lo exponía así:
“Y bien, lo que yo dibujo no son temas de arte transpuestos de la imaginación al papel, no son figuras afectivas; son gestos, un verbo, una gramática, una aritmética. Ningún dibujo hecho sobre el papel es un dibujo; es una máquina que sopla (qui souffle). Es la investigación de un mundo perdido y que ninguna lengua humana integra y cuya imagen en el papel ya no es ni siquiera una calcomanía, una especie de copia disminuida. “(en «Dix ans que le langage est parti», 1947)
Finalmente, en relación al desempeño y la exaltación del garabato a manos de la pintura, a partir de cierto momento, éste fue ampliamente recuperado, con toda su dolorosa crueldad, por ejemplo, en los decisivos garabatos (y nunca fue más justa la palabra) de Wols. Wols. Alfred Otto Wolfgang Schulz de nombre jurídico. Nacido en 1913, fallecido en 1956, lo vio todo y a veces la pasó muy mal en vida, entre tanta matanza /Segunda Guerra/. Pintor muy extraño y muy glorioso, practicó el garabato como nadie y lo llevó a su gloria, ya sin vuelta. Algunos de sus garabatos son tan bellos que, por ejemplo, uno de ellos le arrancó este poema que Alejandra Pizarnik se lo dedica a él:
estos hilos aprisionan a las sombras
y las obligan a rendir cuentas del silencio
estos hilos unen la mirada al sollozo
La suerte actual del garabato halló su culminación (admito que pueda ser una apreciación muy personal) en dos grandes pintores de fines del siglo pasado y principios de éste: Antoni Tápies y Cy Twombly. Si el garabato estuvo en el origen del arte, ahora campea en lo que para algunos es su final ¿Pero es realmente así? Habrá que pensar…
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[1] La función de las notas al pie y las referencias, bibliografías, son ahora diferentes. Cuando se trata de pintura, por ejemplo, simplemente se le pide al lector interesado que busque los nombres propios en Internet y mire algunos cuadros… cosa que hasta en su teléfono lo puede hacer…!!
[2] “El teatro de la crueldad y la clausura de la representación”. J. Derrida, Anagrama Cuadernos Anagrama, 1976. Para las citas de Artaud: “Le theatr et son doublé” (TD) Gallimard 1964.
[3] Más de una vez, Artaud rodea la palabra crueldad de precauciones: “no se trata de la crueldad vicio, de la crueldad repleta de apetitos perversos y que se expresan con gestos sangrientos” y más bien se trata de “un verdadero movimiento del espíritu, que se calcaría del gesto de la vida misma”. Pero también hay un “ciego rigor que aportan todas esa contingencias que la vida no puede dejar de ejercer en la tortura y el pisoteo de todo, ese sentimiento implacable y puro, es eso la crueldad.” Las últimas citas, TD, 167-170.