Los caminos del agua. 13 poemas de José García Obrero

 

Por José García Obrero*

Selección de poemas por Víctor Rodríguez Núñez

Crédito de la foto el autor

 

 

Los caminos del agua.

13 poemas de José García Obrero

 

 

Agosto

 

Qué cerca de la herida estaba.

Agosto era la mosca de la siesta

surgiendo de un fulgor desconocido

mientras el ojo por la cerradura

buscaba la tersura de los campos.

Un orfeón de grillos y chicharras

hacía crepitar el horizonte

y el cucharón sopero del gazpacho

pintaba el delantal de las abuelas.

Agosto era una piedra contra el fruto

y néctar que vertía la Vía Láctea.

Más tarde la impaciencia en la saliva

escapaba hacia el curso de los astros

y el brillo del velamen de la noche

quebraba de placer los escondrijos.

Agosto era un pueblo lejanísimo

secándose en las hojas de septiembre.

Era áspero y rudo, era un barreño

donde hervía la carne desplumada

y arrancaba en los cuerpos de los niños

coágulos de tierra y de gramíneas.

Qué cerca de las flores en la lengua;

qué cerca de los pozos los mechones;

qué cerca de un eclipse en las pupilas;

qué cerca de la piel y las bengalas;

qué cerca de la herida estaba agosto.

 

 

 

Desarraigo

 

Nos refleja el cristal del desarraigo;

volvemos al niño aquel que rompe espigas,

que arroja sus preguntas hacia el aire

y le llueven sin fuerza y sin respuestas.

El rastro de las horas, desde entonces,

solo conduce al aura del silencio,

al frío que detiene cuanto late

(lento fluir de arcilla por la sombra),

un misterioso insecto que alimenta

a la bestia que acecha en lo invisible.

Por eso la clausura cotidiana

deja en el aire surcos de ceniza

mientras crece tu raíz en otro suelo.

Rompe el viento el cristal y las espigas.

Toda certeza el viento la deshace.

 

 

La infección

 

Sentarse en el cubículo para ordenar vivencias:

existió un sol herido por el mar de Catania;

una cesta de mangos junto al libro de Carpentier;

una pintora con ojos de pecera en Battery Park.

Apenas rastro de virutas insípidas de tiempo,

tan solo un amasijo de almanaques

y un puñado de verbos desguazados

pudriéndose sin prisa en su anaquel.

Cada jornada se clausura con idéntico ceremonial:

entregar las llaves; agachar la mirada;

girarse y lamentar lo que se ha ido.

Ya de vuelta a los espacios interiores,

bucear en el fluido de la noche;

esforzarse en olvidar, entre las sombras,

la infección, los días de obligado aislamiento,

su incapacidad de prevenir nuevos contagios.

 

 

 

Abstinencia

 

A fuerza de ignorarla llega un momento

en que la sed desaparece.

Desde ese día, un deseo soterrado

te somete de manera imprevisible.

Puede ser en la fila central de sala

de cine o en un ambulatorio:

los ojos agrietados, la respiración

rota como un ala de nieve

dan avisos al labio que termina

por beberse sus adentros.

Das media vuelta y acudes crujiendo,

como otoño, a la amargura.

Persigues el porqué de esos terrones negros

que te cubren los párpados.

Una larga lombriz se ha enroscado en tu lengua:

el agua se ha olvidado de tu nombre.

 

 

 

El arca

 

Bajo el diluvio del habla bajo la luz del ser.

Miguel Veyrat

 

Durante muchos días y noches, la lluvia.

No una lluvia cualquiera: un diluvio de insectos,

un diluvio de ranas golpeando los torsos.

Ríos de hormigas devoran a su paso el horizonte.

El sol, cegado por una fina capa de ceniza,

se hunde en la textura del silencio,

hasta que el grito rasga su tapiz

y acaba dando forma a la palabra.

Todo se crea, nombre a nombre, en el diluvio.

Ríos de instantes anegan para siempre la quietud;

las aves en bandadas llevan el tránsito en su vuelo.

Cuando bajan las aguas, lo efímero se queda

para siempre (en las montañas la nieve lo confirma).

Entre los dos picos del monte Ararat,

se instala la nostalgia: un olor a madera que se pudre.

Tras el diluvio, esta certeza: bajo una luz y la siguiente,

lo que ahora es, ahora es memoria, ahora, olvido.

 

 

 

Cena y ceniza

 

I

Has confundido cena con ceniza

y esa fría paronimia te ha llevado al silencio.

Era cuestión de tiempo y combustión.

Entra, pues, en materia y avanza enmudecido.

La ceniza es ceniza y no será otra cosa.

Nosotros, sin embargo, resistimos al aire

que hace ondular adentro el brillo de la idea.

La ceniza es ceniza y espera con paciencia.

 

 

II

Se sacudió del pelo la ceniza

para anunciarme su dolor:

¿Lo ves ahora?

Ni en cien años podría restañar

las márgenes borrosas

de estos inmensos lodazales.

Mientras eso decía

yo me adentraba en su caudal

y era tan limpia el agua,

que la luz se quebraba

contra la superficie.

Así, cegado, toqué la arcilla

al fondo, adherida a las algas,

y era su consistencia y forma

idéntica al dolor de mi ceniza.

 

El poeta José García Obrero

 

Sombras

 

Has llegado a una esquina de ti mismo.

Cruzaste nebulosas, tiempos, herrumbres

hasta dar con la copa

del árbol más antiguo de tu bosque.

Y ahora que dejas de ser solo carne

para oler a humedad de viejo sótano,

¿ha servido vaciarse, airear las estancias?

Hay una puerta que te lleva al inicio,

al momento anterior a franquear la puerta.

Mejor no abrirla entonces para no detenerse,

para no caminar sin movimiento, sin avance,

agitada quietud de los embriones,

fluido antenatal que la luz desconoce.

La sombra blanca se traduce en penumbra.

 

 

 

Huellas

 

Ten piedad en mi boca, liba, lame,

amor mío, la sombra.

Antonio Gamoneda

 

Desde la oscuridad desciende nieve sucia,

una capa de vidrio que se pierde y olvida,

y asciende hasta los ojos el olor de la hierba

insistente, invencible, como algunas palabras

que callamos.

¿Me acompañas atravesando el frío?

Esta tarde el silencio es dueño de las calles,

y solo los ladridos lo parten con estrépito,

mas pronto se reagrupa y fortalece.

¿Me acompañas a casa sorteando la sombra?

Guardo sol escondido en un cesto de fruta,

guardo algún filamento de calor estival,

el color pasajero de un mechón ahora blanco.

¿Me acompañas a casa evitando la noche?

Dejaremos grabado nuestro andar en el hielo

hasta que cruja debajo de los pies una canción.

Este manto de miedo que la noche dispone

solo puede apagarlo

el roce de un aliento en otro aliento.

 

(de Tocar arcilla al fondo)

 

 

 

Parto

 

Hubo un instante

en que nadie en el mundo

había muerto.

Una línea finísima

de tiempo impreciso

en que todas las cosas

chocaban

suspendidas

en el fluido

caliente

de la casa.

Vino después

un giro brusco:

la luz blanca

y el primer golpe

y un ruido

de engranajes

y esta penumbra.

 

 

Tatuaje

 

La piel es periferia

de esta ciudad

que arroja

contra el azul

el blanco.

 

 

 

El poema

 

La bestia devora al pájaro.

El pájaro era vuelo fulgurante,

sombra azul sobre las tapias blancas;

un brillo de belleza bajo la luz

excesiva de una ciudad que ciega.

La bestia devora al pájaro.

Crujen los huesecillos en las fauces

del implacable cazador airado

que destruye la vida en un instante.

Pero el poema ocurre: un vuelo

levanta ahora la espalda de la bestia

porque un pequeño corazón de pájaro

aletea en el latido del pecho asesino.

 

 

 

Lector

 

Un deseo que devora

y a la vez alimenta

acciona las bisagras

gastadas por el óxido

del tiempo. 

Frágil el aire,

la atmósfera lechosa

de tanto hablar a oscuras,

quiere escapar afuera;

iluminar las nubes

con palabras de fuego

anillado a los pájaros.

¿Entiendes el mensaje?

¿Rompe al fin 

la sal de tus tobillos el cristal?

 

 

 

Stella Maris

 

Hoy traes mar a la vista: un mar pequeño, oscuro,

lindante a tierra fértil, buena para la obra.

Hoy traes el mar pequeño con su pequeña nube

tan próxima y redonda, que pudiera quedarse

con nosotros si ofrecemos la palma de la mano.

Nube de luz, gota de aliento que clama al horizonte

el fin de la sequía, detienes la cadena de derribos

como si fueses piedra abriéndose entre llamas.

—Hoy todo debe alzarse— anuncias al viajero;

esta tierra es sillar con que elevar tabiques,

esta tierra es sumisa al paso del arado,

esta nube describe los caminos del agua.

 

 

 

Pueblo

 

Pequeño conjunto de casas blancas

como un desdoblamiento

o espejo de las nubes,

y esperando la embestida del azul,

el rojo de la tierra

es una mano enorme que sostiene animales.

 

Después de algunos pasos aparecen figuras

que insisten en bailar con el tronco desnudo

de encinas y alcornoques.

Varios hombres regresan

(comunidad pequeña, tribu imbatida),

tras el tránsito largo por terrenos baldíos,

por las ruinas recientes

de las viejas columnas.

Brasas. Los ojos son dos brasas calentando la idea

y un céfiro suave las atiza, constante,

hasta que rompe el pecho un crepitar de hogueras.

 

Hay hembras de arenisca dando a luz a los hombres.

 

Pueblo: campanario, cigüeñas,

cipreses, cementerio,

el sabor de otra piel bajo los astros,

el quiosco nocturno,

una puerta invisible

que dirige la orquesta

del deseo entre grillos.

El azadón del cielo

alza la tierra roja.

 

(de La piel es periferia)

 

 

 

 

 

*(Santa Coloma de Gramenet-España, 1973). Poeta y traductor. Reside en Córdoba (España) desde 1997. Obtuvo el Premio Ciudad de Burgos. Forma parte del equipo de redacción de la revista Caravansari y es colaborador del suplemento cultural Cuadernos del Sur y del Diario Córdoba. Ha publicado en poesía Es autor de Un dios enfrente (2013), Mi corazón no es alimento (2014), La piel es periferia (2017) y Tocar arcilla al fondo (2021). Ha traducido al español el cuaderno Mal (2015) y la antología Penumbras (2019), del poeta catalán Jordi Valls. También ha elaborado, junto con Elena Román, la antología bilingüe Joven poesía de los Países Catalanes / Jove Poesia dels Països Catalans (2020).

 

 

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