Por Víctor Vimos*
Crédito de la foto (izq.) Gabriela Giusti /
(der.) Portada de Locuelas hechizas,
proyecto gráfico de Marisa Nachif y
pintura de Gabriela Giusti
Locuelas Hechizas:
una suelta del sujeto identitario
en aras de una ampliación sensitiva del estar
En las reflexiones que siguen Reynaldo Jiménez, autor de Locuelas hechizas (2023), explora motivaciones, direcciones, contradicciones, ampliaciones, resignificaciones… múltiples estratos de matices vinculados a la generación de este libro.
Numerosas son las posibilidades de asomarse a este “textil poemático” y, sin embargo, para ensayar una aproximación, en este intercambio, he propuesto observar la oscilación de la respiración, de la voz, de la palabra, como punto de partida. Las indagaciones de Reynaldo apuntan hacia una región en la que el “estar” involucra afinar la atención a la influencia, mínima o ampliada, de la composición de la palabra y, por ende, de las posibles direcciones y acomodaciones que su flujo implique. ¿El tiempo? ¿El espacio? ¿El género literario? Son todos elementos que en Locuelas hechizas están considerados desde la preeminencia del balbuceo, la delirancia, el desajuste, presentes en una “fluidez convocante” capaz de incorporar el residuo, lo no visto, en un contexto en el que la ratificación de los límites de lo que tiene o no tiene sentido es una línea cada vez más estricta de supervisión.
Entrevista
Víctor Vimos [VV]: Entre las múltiples posibilidades que existen para buscar un hilo de diálogo inicial frente a Locuelas hechizas elijo la que pone en relación lo escrito y el modo en que esto se pronuncia. El hábito cultural automatiza la palabra con su sonido y, en un tejido contextual de otras palabras y sonidos, garantiza su sentido. En este libro, sin embargo, creo que una potencial pregunta generadora se asienta en la sospecha frente a ese hábito: ¿qué tal —parecería sonar por ahí— qué tal si lo escrito y el modo en que es pronunciado se deslizan entre sí, se desligan entre sí, de algún modo? Tanteo un poco más: ¿qué es posible —parece sonar por ahí— frente a ese palpitante deslizamiento, desligamiento? Lo que sea que sea posible está ahí y se manifiesta en la ambigüedad plena del desacoplamiento y el acoplamiento de lo que ha sido jalado, a través de un azar afectivo, a una serie de relaciones (visuales, sonoras) no previstas.
Reynaldo Jiménez [RJ]: La cualidad sónica —luego vibratorio-sinestésica— hace al tiempo real del desplazamiento, o sea la duración en tanto elemento vertebral de la composición. Mediante esa escucha de tercer oído es que se propone concentrar la atención: al ras del micromar de las sílabas (Perlongher), precipitando a su vez la polivalencia contra el universo (Leminski).
Es decir que el propio minimalismo de la composición se ha nutrido de esta micro(in)fluencia de variación, como si al seguir las estrofas de cuatro líneas se estuviera captando una transmisión que se desenrolla, o como a través de una moviola, de las que se usaban antaño para editar películas. En el durante de esos acoplamientos y desacoplamientos que mencionas con acierto, relativos a “lo que ha sido jalado a una serie de relaciones no previstas”, espero no haber perdido en ningún momento la certeza de su implícito: la delirancia, hasta el balbuceo, de un prisionero (del sistema de la lengua, del régimen del sentido). Respecto al azar afectivo, me gustaría derivar hacia una cierta confianza o reivindicación ontológica el accidente, el lapsus, la incompletud, la mancha, lo deforme, lo impermanente, el error, una especie de conjuro, por incorporante. Su propia porosidad anímica —prosódica y semántica— así como una rítmica que admite amorosamente toda arritmia (un incorporar contradicciones, un acopio de multiplicidades, en definitiva habitadas) se abre de entrada y, por inherencia reverberante, en sustain, hacia una dispersión transversal de intensidades potenciales que son semillas silábicas, sígnicas. Y así como los grados del blanco inagotable en la pintura de Turner, la presencia del silencio intermitiendo en mil matices: o sea, otra vez, duraciones…
[VV]: ¿El tiempo real al que haces referencia es, de algún modo, o tiene que ver de alguna forma, con la consciencia del presente en el que dura la ejecución/atención, ensamblaje/des-ensamblaje, en el que se revelan estas especies de partículas de captación rítmica que se forman en las estrofas de cuatro líneas? Tanteo un poco más: aquello que se revela y aparece, como has dicho, fuera de un campo de estandarización (lejos esa idea de verso libre, por ejemplo, ahí dispuesta para ser repetida constantemente), bordea un efecto múltiple de asociación que pone de lado, de forma radical, cualquier tipo de progresión narrativa (progreso opuesto a duración); a cambio, parecería disponerse como un flujo vivo de interacción silábica, como si en el tiempo que dura la inmersión (¿el vaciamiento?) un signo se transfigurara en otro y en otro y en otro, aun a riesgo de no limitar con nada, es decir, devenir ilimitado.
[RJ]: La incorporación compositiva de la durée al textil poemático —incorporatividad que lo aleja del “poema largo”, puesto que se comporta según el patchwork (trencadís, más que mosaico) o en cuanto construcción por añadido, con raíces aéreas, o como en ciertas arquitecturas futuro-arcaicas sin planos y en interacción con las posibilidades concretas del terreno (ah del ahora)— partiría de la consideración mandálica o yántrica del mismo textil, percibido soporte para una meditación: en las posibilidades imaginales de ese devenir ilimitado. Esa meditación bien podría asimilarse a esa inmersión-vaciamiento, en el sentido, también, de una entrega temporal (que aspiraría, de paso, a los tramos de posibles relecturas) a esos miniaconteceres, los cuales no quedarían, al menos es la intención, rotando meramente en un efecto, porque desde ese implícito que imanta los devenires se quiere decir o entredecir más que mucho. No bajar línea conceptual, travestimiento inventarial de un “nivel intelectual”, sino proponer un recambio de aire, una respiratoria más sensible hacia la propia materia verbalis.
De ahí, por ejemplo, la suma importancia que quiere cobrar, en las Locuelas, la presencia hormigueante de los verdaderos anónimos del panteón: los singulares de las letras dentro de la combinatoria naturalmente inagotable; los trabajadores y sostenedores como puentes que son los artículos y las preposiciones; los fonemas en sí, cromática y tímbricamente considerados (evocando una voz o voces en el recuerdo del futuro instantáneo que hace, entre otras cosas, al aquí más que evocado, convocado devenir lector).
Rebarajando términos a través del hilo lento, casi un detenimiento en el matiz, matiz que habita hasta en lo anónimo, tanto como en lo anómalo, la palabra rara, enrarecida, el amor a primera vista, la inquietud, lo extranjero, lo que se extraña, la cosa entrañada, la tripa al aire y el ridículo en lo posible desfantasmado. Hablas diversas, procedencias sin aparente mutualidad, estadios digamos de conciencia que pueden albergar aun algo banal o las aparentes apariencias y apareamientos de andariveles.
Por supuesto la experiencia común que busca asimismo la comunidad de los incomunes, o sea de todo rango y gradación, siempre a partir del continuo de la desmentida, donde el personaje elocutorio no se instalaría más en una identidad narrante ni en una concatenación determinista (la progresión narrativa, la voluntad demostrativa). Oscilar: lirismo y expresionismo, incantación y burlesque, rezo e imprecación, etc. Es de desear que sea el lector quien “incomplete mejor” la informalescencia de la partitura (balbuceo materializador de sagrada intuición), por, presente de aunar en tempo, leer en el detalle ampliado que va hilando, va bailando, aunque babea la caracola, mientras la transfigura materializa su matiz. Acaso esa eternidad en el matiz, con una intermitencia de parpadeo que pone en blanco, filtra infinitos silencios. El antropos queda chiquito, en el maremagnum caósmico cuya conciencia es apenas intermitente; así y todo, puede ser un rasgo hiperrealista, observar silencio en tanto ausencia de marco.
En cuanto al recorrido que no narra, pide contemplar un jeroglífico, corteza de muy cerca, irregularidad de toda suerte y en primerísimo plano, a la manera, ojalá, de un despliegue microtonal o intertonal. El matiz, desde ya, afecta, hace a la confluencia afectiva de las intensidades esparcidas, no poseídas por nadie, potencias acaso sin más destino que el propio pasaje: la presencia impermanente de la atención donada.
[VV]: La anudación de fragmentos que, originalmente, arrastran un origen diverso pero terminan siendo o duran confluyendo en un todo, es parte de la estructura del patchwork; aunque en Locuelas hechizas nos quedaría pendiente, pues no es posible agarrarlo ahí tampoco, la transición de ese todo, quiero decir, la forma en que su interpretación respiratoria-sonora tiende a reacomodar pasajes, tramos, estancias, y por tanto a reorganizar sus posibles direcciones. Aquí, quizá, sospecho, aventuro, el textil está menos cercano a esa versión en el que el poema, en tanto objeto lingüístico, categorizable dentro de la tradición literaria, por ejemplo, transmite, comunica, representa, empodera, y más abierta a devenir una forma múltiple de incorporación de patrones respiratorios, cíclicos, capaces de seguir e interrumpir el gesto automatizado y, por eso mismo, de aterrizar en una acción corporal consciente. El mantra, como has señalado, está más cerca de esta disposición. Pero también el rezo, la maldición, la intervención chamánica, la curación con palabras o silbidos, expulsados todos estos de la “tradición poética”. Aquí: ¿qué tipo de poema —si es dado aún esa referencia paralela— podría emerger?
[RJ]: Al decir nudo, anudamiento, nodo, retorna el quipu, al menos como parte de un horizonte nocional. He ahí un vínculo estrecho con el textil. Una dinámica de comprensión rítmica. Me gustaría considerar más, insisto, la noción de textil, en este caso, que la de algún tipo de poema. Aun a pesar de la resonancia un tanto metálica de la cosa, prefiero aquello de inscripción poemática, lo poemático que uno puede hallar, de pronto, en casi cualquier párrafo de Néstor Sánchez, sin que medie en ningún momento la pretensión de un poema, aunque sea todo el acervo de la poesía leída o aun la por leer lo que más pudiera estar influyendo en esa escucha necesaria, liminar y subliminal. Avanzar acaso la lectura por anudamientos que son la mostración un poco ansiosa o coleccionista de los propios signos implicados, una especie de celebración introspectiva de las resonancias y reverberos que los signos y sus intersticios emiten, a la altura justa de un ras versal.
Me importa acotar que Locuelas hechizas no ha sido escrito bajo intención de provocar o irritar o jugar a la originalidad “técnica”, sino que fue surgiendo, a lo largo de muchos meses, con una especie de fluidez convocante. Se imantó.
[VV]: Es posible pensar en los nudos, los núcleos del Quipu, como puntos de intersección e intercambio de energía; del mismo modo, las unidades rítmicas que componen Locuelas hechizas pueden leerse como puntos de circulación y redirección de la energía, no ya del significado de la palabra o no solamente, sino de aquello que su énfasis, su acento, su dislocación es capaz de, como has dicho, imantar; jalar, traer, poner en relación no esperada pero viva, no esperada pero activa. ¿Esto puede leerse también como la descripción de un estar, un estar en trance en el que la apertura e incorporación construyen una vocación para la actualización de las formas de decir y por ende de las formas de devenir en tiempo real?
[RJ]: Pues sí, se trataría de intentar un trance (una suelta del sujeto identitario en aras de una ampliación sensitiva del estar) o mejor dicho de aportar un soporte para ese estar alterno, donde y cuando la lectoría deviene una escucha intersticial, incorporante. Encender las lucecitas velocísimas de la intuición y, por qué no, provocar, de paso, algunas risas. Ahora sí considero que el significado de las palabras es sumamente importante, no es que esté trabajando a espaldas o a contrapelo del significado, sino más bien intentando el viaje hacia los étimos, incluso para desbaratarlos (revalorarlos) poniéndolos (poniéndose ellos, más bien, y uno editando ese montaje) en contextos semánticos variables. A veces se me presentan palabras que sinceramente no sé o no recuerdo qué significan, pero que por sonido se me imponen desde algún estrato inconsciente, por así decir, y es después que las busco en los diccionarios. Puede suceder que se produzca un desencaje en este sentido (el del sentido) pero de pronto abrirse segundas, terceras lecturas posibles… aun incorporando esa incorrección, así como cualquier otra incorrección en cualquier otro sentido… Me interesa muchísimo la polisemia, ese tremendo desafío a los traductores (y a los intérpretes simultáneos), las palabras-dentro-de-las-palabras, las palabras que se articulan en la unión o el intersticio entre otras dos, las rimas en condición de asimetría, incluso las “rimas semánticas” (este elemento que hace pareja o enroque con aquel otro, no necesariamente colocados en posiciones de visibilidad), y, como antes mencionaba, hay un foco particular en todos los elementos “ripiosos” así como en los “obreros de la frase” (artículos, preposiciones, pronombres, signos gramaticales, espacios). Diría que atravesando el lenguaje pero siempre en busca de la palabra…
[VV]: Si hago una pausa y salgo del texto no significa que me desprenda del proceso que has descrito pues la sensación es que una labor de esta naturaleza “atravesar el lenguaje para dar con las palabras” como has dicho es, a la vez, una labor aprendida/aprehendida; por cómo me embarco en la lectura/trance de Locuelas hechizas siento en mi propio estar una involucración gradual de la respiración, de cierta vocalización de las palabras “cortadas”, “saltadas”, de cierto movimiento de la cabeza o los pies, un compás, un acompasamiento orgánico. Pregunto entonces: ¿es posible ubicar esta labor de aprender/aprehender en algún lugar de eso que se conoce como “el oficio del poeta”? ¿es, quizá, algo que la excede (en el sentido que desbarata su etiqueta ligada al “género” “poesía” y revela/descubre una forma otra de estar hacia la poesía?
[RJ]: Me importa mucho eso que mencionas sobre la colocación corporal en la lectoría. Afectaría pneumática, respiratoriamente, por cierto. Es a partir de ese reajuste irregular y continuo en pos de la partitura respiratoria, que se propondría a esa actitud corporalmente receptiva. Lo que ocurre en la respiración es determinante, porque ahí donde se forman sonoramente las palabras se colinda con los desplazamientos más inefables del sentido, aun dentro de una concretud cuasi tangible, según la actitud matérico-tonal de las Locuelas. Ello no quita el simultáneo e indisociable “efecto inteligible” o, en otros términos, la cosa mentale leonardesca, al aunar consciente e inconsciente, forma e informe, macro y micro, condensación y expansión.
Ahora, en tu pregunta se abre la posibilidad de considerar la experiencia verbalescente de lo poético, en cuanto instancia no menos abierta de receptopercepción activando a fin de cuentas (y cuentos) un juego, una variante ludomáquica (ludomágica) donde ligereza y azar convergen con gravedad y valoración compositiva de los elementos en danza. El acompasamiento orgánico que tan puntualmente describes no exime a la lectoría de una cierta y necesitada deformidad, al menos si el textil es observado desde el punto de vista de los criterios poéticos (el habitual “buen poema”) en uso.
El único punto de partida en todo momento ha sido aquí el anhelo de habitar la propia singularidad, algo muy cercano al monstruo. Por desconfiar del “buen poema de nuestro tiempo”, en cualquier caso, prefiero hablar de textil, de gesto poemático, donde se trabaja más con el residuo o el efecto residual libremente asociativo que con estructuras verbales del tipo sujeto-verbo-predicado que sobrecargan de procedimientos ultralegitimados (y en consecuencia asientan dispositivos de reconocimiento) los anaqueles de la Sección Poesía.
[VV]: Quisiera asociar esa mención a lo “residual” con la dinámica inherente a la acción ritual en la que el gesto y la palabra que él convoca no tienen una frontera definida, no acaban y empiezan en puntos distinguibles del todo, parecen, al contrario, existir como un elemento que remueve el “residuo”, afectivo, sensorial, racional, cromático… con el que están compuestos los puentes de encuentro con la realidad. Gesto y palabra, como describes también en las Locuelas, esperan ahí la presencia de un tercero que ante ellos, lo propongo, ¿deviene lector?, quiero decir, ¿se extiende, se transforma —de algún modo y en algún sentido (la tentación del plural está latente aquí)— para entrar en este estar en el viaje del azar, lo lúdico, lo imantado?
[RJ]: Puedo nomás decirte que el libro de “palabrejas artesanales” (en traslación intercastellánica de “locuelas hechizas”) se ha ido escribiendo desde una interzona de cultivada soledad (dicho esto con todas las torpezas y escorias inherentes a cualquier proceso de individuación, para recurrir a esa experiencia nocional jungiana), intentando, en un esfuerzo por asimilar la contradicción a la dicción, vía condensación más expansión (viceversa); abolir o por lo menos restañar la llaga votiva, trauma de origen, susto originante, implicados en el hecho de vivir bajo condición, es decir en esta libertad condicional dentro del marco y los parámetros de la socialidad, en un estado-de-cultura introyectado que es asimismo este sistema-lenguaje: contra ese imperialismo del sentido, la celebración del fonema, los eternos retornos de la vibración.
[VV]: No alcanzo a pensar cómo se construye un trabajo así si no hay un eco en la vida cotidiana, es decir, cómo Locuelas hechizas aparece en tu vida, qué dice de las elecciones que has tomado, de la forma en la que te paras frente al tiempo, de tu trabajo que se multiplica y se difunde ampliamente, qué ves de ti y en ti ante la poética que has descrito en los pasajes anteriores de este intercambio.
[RJ]: Debo insistir que junto o entremezclado al proceso de escritura, tanto de las Locuelas cuanto en general, persiste un continuo de necesaria, pero a veces difícil soledad. Sensación o más bien sentimiento que se atenúa muchísimo cuando, como en el caso de nuestra conversación, recupero o recuerdo ese propósito afectivo impulsor que no voy a negar, que tiene que ver también con la publicación (en este caso, sin ambages, la autopublicación, ante la dificultad de encontrar, en su momento, un editor afín a esta pieza en particular), ese segundo tiempo, ya materializada la inscripción, simple necesidad de compartir “lo encontrado”. Y es que prevalece el anhelo de ofrecer un aporte, especie de disensión curativa, aun a contrapelo de las preferencias ideologales de la época. Recalco el aspecto instintivo del proceso de gestación/materialización/reflexión. Y me quedo, a fin de cuentos, con la desnudez (lo más amorosamente posible) involucrada.
*(Ecuador, 1985). Poeta. Residió en Perú antes de trasladarse a EE.UU. donde, en la actualidad, cursa estudios de doctorado en The Ohio State University (EE.UU.). Obtuvo el Premio Internacional de Poesía Pedro Lastra (2020) y el Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade (Ecuador, 2022). Ha publicado en poesía Acta de Fundación.