Por Rossella Di Paolo
Crédito de la foto Ed. Personaje secundario
Lo que va y lo que vuelve.
Sobre Something going (2020),
de Roger Santiváñez
Textos iniciales e iniciáticos en los que la voz poética va ensayando sus temas, sus formas y modulaciones como quien rasga las cuerdas de una guitarra y va enamorándose de una melodía y la sigue o la deja y la retoma…
Estamos ante poemas de los años 1975 y 1976, esto es, de cuando Roger tenía 19 y 20 años de edad, y los escribía en un cuaderno Atlas de espiral que compró para sus apuntes de literatura en San Marcos. Pero sus páginas rayadas se abrieron a otra cosa… o no tanto porque decir apuntes de literatura y decir poesía es casi decir lo mismo: apuntes, ayuda memoria, notas al vuelo, ensoñaciones…
Las primeras páginas del libro lo explican, tal como en los discos de vinilo una o dos hojas nos contaban sobre la producción o las composiciones (o poemas en este caso) y nos mostraban algunas fotografías (aquí, por ejemplo, la carátula del famoso cuaderno Atlas).
No es ociosa la comparación con los discos, pues la primera palabra que nos sale al encuentro es Remasterizados, concepto musical que bien puede aludir al hecho de trasladar algo de un soporte a otro, por ejemplo, de cuaderno a libro, o de puño y letra a letra impresa; o añadir o suprimir algunas palabras o versos en el proceso.
Tampoco es ocioso constatar que el poemario —como los discos de antes, como los sobres aéreos de antes— tiene dos lados, como quien dice lado A y lado B: Tinta mojada y Tinta seca. Pero la clave estaría en lo que aparece en la página final: “Roger Santiváñez (Piura, 1956) creció escuchando rock and roll”. De paso, esta biografía mínima quizá sea un guiño a Carlos Oquendo de Amat, quien al final de sus 5 metros de poemas escribió: “BIOGRAFÍA tengo 19 años/ y una mujer parecida a un canto.”
Elvis, los Beatles, Jimi Hendrix, podrían conformar la banda sonora que suena al fondo de estos poemas.
¿Y de que van estos poemas?
Van tras el amor, tras la escritura. Tras la escritura, tras el amor. No importa el orden, pues en este magma inicial son casi indistinguibles las muchachas y los poemas, Piura y Lima, las cervezas y los tronchos… todo aquí intercambia posiciones una y otra vez ante la mirada soñadora, alucinada, enamorada de Roger Santiváñez.
Hay aquí un adolescente que empieza a entrar en la juventud, y por eso podemos encontrar harta fantasía, ternura, miedo…
Admirando la risueña irreverencia de los poemas que Lucho Hernández escribía en sus cuadernos (varios de los cuales Roger pudo tener en sus manos gracias al poeta Luis La Hoz), Santiváñez va descubriendo su propia voz entre las líneas de su propio cuaderno anaranjado. Entre esas líneas se enganchan los cuerpos de las muchachas en flor y el chico tímido que las mira arrobado y gentil; el mar de Piura, el mar de la Herradura, el sol del norte, la neblina del sur, los versos cortos, cortísimos, apenas apuntes sobre la soledad, la yerba, los amigos de juegos y farras, la familia siempre en torno: mamá, papá, hermanas, hermanos…
Something going es un poemario de vacaciones, de sol, de mares lánguidos y dichosos. ¿Dónde están las clases? La mención reiterada al mes de abril las sugiere.
***
En Tinta mojada, nos sentimos cerca del Martín Adán de la Casa de cartón. Cuando el poeta enumera su amores (mi primer amor tenía doce años y las uñas negras… , mi segundo amor tenía quince años de edad…, mi tercer amor tenía los ojos lindos, y las piernas coquetas…, mi cuarto amor fue Catita), en su estilo Santiváñez hace otro tanto con Julia, Beatriz, Marianne… colocadas en playas bajo los amarillos del sol y de las cervezas, los primeros besos, o las conversaciones por el teléfono hasta las mil y quinientas, o el descubrimiento de la sensualidad entre senos y labios y risas inocentes…
Encontramos en esta primera sección algunos usos del verbo “haber” que ensayan cierta solemnidad de joven cronista: hubimos de volvernos salvajes; así habría de tornar abril; todos habríamos de transformar el mundo… pero estas formas desaparecen en Tinta seca, la segunda sección.
Sin embargo, hay también el mostrar de dientes de un cachorro de tigre a través de preguntas incómodas:
Qué puede uno hablar
Sobre algo que es solo sueño
−nostalgia vaga−
El tiempo no es como una flor
¿Habrá algo como una flor?
Estos versos ya plantean el leit motiv de la obra de Santiváñez, la sensación de andar como flotando, la conciencia intermitente de que el amor y la escritura se confunden en la realidad y en los sueños. Pero no del todo, pues allí está la pregunta vigilante: ¿Habrá algo como una flor?
Otro ejemplo:
Hemos de ser los perdidos del bosque
−¿cuál bosque?− ¿el asfalto?
Si algo empieza a ir en estos primeros poemas son varias posibilidades de escritura. En una de ellas, la ciudad, sus ruidos y problemas comienzan a abrirse paso:
Tus ojos, tus sueños
Ser pueden asfaltos ensuciados, ambulantes
A pura linterna y humo, estrellados en lo negro
Asimismo, empiezan los juegos de palabras que tendrán también su lugar en libros posteriores.
Los jóvenes no quieren decir sus problemas,
Polemas, palomas, pomes
(ya estás borracho)
En un bar, aserrín, mesa
Tan larga, tardes sin preocupa
Ción por el reloj.
Al final todos hablan.
Pero, por sobre todo, lo que va yendo es la conciencia de escribir, de querer escribir a como dé lugar tanto que a la voz poética se le mezclan constantemente amor y poesía:
De algo que no llegó a ser
Y nos dejó comenzando un poema
O, como se ve también aquí:
Qué se hizo de lo depositado en
Tu belleza, en tus senos ansiosos
De un beso o un poema
No me es difícil
Decirte que ya no sigas esperando
Pero no lo hago
Prefiero que sigas haciéndolo,
Como yo o mis poemas
Me gustó especialmente el modo como Roger nos presenta un action painting a la manera de Jackson Pollock:
En este poema ella no habría
De entrar, pero se me está filtrando
De hecho ya es la dueña de esta
Memoria, de estos versos que desde
Hace días voy redondeando.
Action painting y something going traslucen la misma actitud vital, sin programa previo, o como dice Roger “no tenía muy claro de qué iba el poemario —disperso, extraviado, errático”.
Sin duda, todo en estas páginas es movimiento, keep walking.
La soledad que busca al poeta o que el poeta busca. Este apartamiento es clave para entender el fondo de fervor bajo su sensualidad. Su habitación y las calles del mundo pierden límites en el silencio nocturno, un silencio en cuyo centro idealiza, rememora, sueña…
Salir otra vez a la calle
A las largas calles nocturnas del mundo
Esa es mi preocupación
Como caminar en la engañosa amplitud
De mi cuarto, entre la forma del silencio
En ese silencio, la aparición del poema o los blancos que lo flanquean es como una revelación extraña y perturbadora. Esos espacios en blancos tan cegadores como la luz de una zarza ardiendo en el desierto.
Al parecer estoy tranquilo
Y nada me impide una sonrisa,
No sabría precisar qué es lo
Que me empuja a mirar
Muy lentamente
Los espacios en blanco de esta
Hoja,
Como si esto fuera un poema.
Hablé de fervor, sí. Pero también debo hablar de travesura. Something going ya ensaya versos parricidas o casi parricidas… Por ejemplo: si Antonio Cisneros escribió: A mí me jode el viento… (“Tres églogas”), Santiváñez replica:
El viento que a algunos
Poetas jode y a otros no, a mí
Me da frío simplemente
O me place sentirlo en setiembre
Travesura que con el tiempo se volverá decidida y afín con los poetas de Hora Zero, hermanos mayores en rebeldía contra esa Lima que no les da oportunidades y solo busca aplastarles la cabeza contra el piso. Roger y Mariela Dreyfus luego fundarían el también insumiso colectivo Kloaka.
Gracias a Something going, Santiváñez nos permite atisbar en su joven corazón, y reconocer, alegres, que no ha cambiado en lo esencial, y nos permite advertir sus primeros modos poéticos que lo acompañarían con toda su frescura y belleza en los libros que siguieron.
Lima, 18 de noviembre 2021