Por Maria Esther Maciel*
Traducción por Agustín Arosteguy
Curador de la muestra Fabrício Marques
Crédito de la foto el autor
Lo que soy es por un tris.
13 poemas de Maria Esther Maciel
Clase de dibujo
Estoy allá donde me invento y me hago:
De tiza es mi trazo. De acero, el papel.
Esbozo una cara con regla y compás:
Es falsa. Deshago lo que hice.
Trazo de nuevo el retrato. Evoco lo abstracto
Hago de la sombra mi raíz.
Harta de mí, me alejo
y constato: en el arte o en la vida,
en carne, hueso, lápiz o tiza
donde estoy no es siempre
y lo que soy es por un tris.
Paisaje con frutas
Dos peras sobre la mesa
esperan tu hambre
El día es verde
y el viento tiene colores provisorios.
Sobre el muro
un pájaro mudo
de mirada oscura
rebusca tu sombra
Él sabe
que nadie sabe
en qué azul
ocultas
tu absurdo.
(de Triz)
Encontrados y perdidos
Lidia, de niña, le gustaba sentarse a la vera del río para ver los peces esquivos. Día tras día, en ellos veía siempre la misma vida, el mismo desasosiego, como si, para ellos, repetir el movimiento fuese una especie de estilo. Esto la sorprendía. ¿Por qué a los peces no les era dado el hastío? – se preguntaba en sigilo. Lidia, que aún siente por ellos cierta fascinación, hoy respondería diciendo que las cosas, por más repetibles, contienen, todas ellas, un río – subterráneo o de superficie. ¿O sería un ritmo? Pero sea lo que fuese, es esto que garantiza a la repetición una dosis de imprevisto. O de vicio. Dicho sea de paso, toda la historia de Lidia se resume de cierta forma a esto: por más que ella busque el orden de los peces, algo la desvía.
(2007)
Al ritmo de Coltrane
En el sofá de la sala
dos gatos me miran
ariscos:
el de pelo oscuro
con aire obtuso
maúlla, felino
el de manchas castañas
araña el tejido
con ríspida blandura
De repente
uno de ellos
coloca la pata
sobre mi pierna
izquierda
como si quisiese
contarme
con los ojos
un terrible secreto.
(de El libro de las sutilezas)
Oficio
Escribir
el agua
de la palabra mar
el vuelo
de la palabra ave
el río
de la palabra margen
el ojo
de la palabra imagen
el hueco
de la palabra nada.
Elegía
Hay un rastro mineral
en tu ausencia: algo
que sin estar aún
queda: pedazo de cristal
que no se ve y brilla:
solidez en transparencia
elegancia de piedra, luz
de lo que es pérdida y no.
Hay un rastro musical
en tu ausencia: algo
que es sigilo y resonancia:
sintonía de cristales
sílabas de sí en el
silencio del sonido y del aquí.
Nocturno
(a T. S. Eliot )
El día es noche en el poema:
Sombras, piedras, lunas secas
encubren la estación de las flores.
Sobre el desierto
memory and desire
aún restan:
ecos entre las cenizas
de este verso.
Will it bloom this year?
En la tierra triste del poema
entierro el fin y el infinito:
me hago silencio, eclipse.
(de Triz)
Blackheath
La poesía me llama entre los árboles
de hojas incompletas.
El viento es frío, a pesar de tierno.
Cuervos manchan el azul sin peso
de esta tarde que no comienza.
El tren también me llama.
Y no voy.
(2000)
Sustancia
De aquel que amo
quiero el nombre, el hambre
y la memoria. Quiero
el ahora. El dentro y el fuera,
el pasado y el futuro.
Quiero todo: lo que falta
y lo que sobra
lo obvio y lo absurdo.
(de Triz)
Plan de vuelo
Traer para el papel
el cielo de todos los inviernos
las horas ásperas
la sal de esta piel después del sol
la muerte en una tarde con pájaros
la mirada en punto de no
(2005)
El corazón del padre
El corazón del padre habla
El corazón del padre falla
El corazón del padre calla
El corazón del padre para
El corazón del padre pasa
en limpio el corazón
de la hija que habla
…………………………………por un hilo.
Donde el poema
Entre el niervo y el hueso
Entre el eco y el hueco
Entre el más y el poco
Entre la sombra y el cuerpo
Entre la voz y el soplo
Entre el mismo y el otro.
(de Triz)
Las edades de Zenobia
1
A los dieciocho años, Zenobia tenía ojos ávidos y no usaba anteojos. Los cabellos, de un negro inestable, pendían en breves ondas sobre los hombros. Su cuerpo delgado le imponía una fragilidad que no tenía. Sonreía siempre como si escondiese el rostro bajo las sombras.
2
A los treinta y dos años, Zenobia tenía ojos obvios y aún no usaba anteojos. Los pómulos, de un rojo colorado, casi encubrían la nariz menuda. Los cabellos, reclusos. Una línea —casi arruga— le daba a su cabeza un aire de austera blandura. Pero ninguna dureza en el conjunto, ningún trazo oscuro.
3
A los cuarenta años, Zenobia tenía ojos sobrios y comenzó a usar anteojos de aros de tortuga. Los cabellos, cortos. El rasguño en la frente, ahora un surco. Su semblante era raro. La sonrisa esquiva: su punto de fuga. Una incierta elegancia se apoderaba de ella, casi absurda.
4
A los cincuenta y ocho años, Zenobia tenía ojos sólidos, bajo sus anteojos turbios. Con el susto de la edad aprendió que aún estaba a tiempo y quiso experimentarlo todo. En los cabellos plomizos, ninguna señal de pudor. Inmune al peso del mundo, parecía no tener culpa o miedo.
5
A los setenta y cuatro años, Zenobia tenía ojos estoicos por detrás de anteojos de armadura curva. Llevaba el cabello de nube al ras de la nuca. Y a pesar del luto, no perdía su luz. De todo, incluso de las cosas soturnas, sabía extraerle el jugo. Su vida era el resumen de su nombre. Todos decían que no moriría nunca.
6
A los ochenta y nueve años, Zenobia parece tener setenta y cuatro. Los ojos, bajo los anteojos sin aro, están inlágrimes. Los cabellos, ralos, de un blanco insomne. Es evidente que ya no hay dolor o noche para su alma. En el aura de la edad, ya sabe casi todo. Y todos ya piensan que ella es un milagro. O un sueño.
(de El libro de Zenobia)
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(poemas em su idioma original, português)
Que sou é por um triz.
13 poemas de Maria Esther Maciel
Aula de desenho
Estou lá onde me invento e me faço:
De giz é meu traço. De aço, o papel.
Esboço uma face a régua e compasso:
É falsa. Desfaço o que fiz.
Retraço o retrato. Evoco o abstrato
Faço da sombra minha raiz.
Farta de mim, afasto-me
e constato: na arte ou na vida,
em carne, osso, lápis ou giz
onde estou não é sempre
e o que sou é por um triz.
Paisagem com frutas
Duas peras sobre a mesa
esperam a tua fome.
O dia é verde
e o vento tem cores provisórias.
Sobre o muro
um pássaro mudo
de olhar escuro
perscruta a tua sombra
Ele sabe
que ninguém sabe
em que azul
ocultas
teu absurdo.
(de Triz)
Achados e perdidos
Lídia, quando menina, gostava de se sentar à beira do rio para ver os peixes esquivos. Dia após dia, neles via sempre a mesma vida, o mesmo desassossego, como se, para eles, repetir o movimento fosse uma espécie de estilo. Isso a surpreendia. Por que aos peixes não era dado o fastio? – perguntava-se em sigilo. Lídia, que ainda sente por eles um certo fascínio, hoje responderia dizendo que as coisas, por mais repetíveis, contêm, todas elas, um rio – subterrâneo ou de superfície. Ou seria um ritmo? Mas seja o que for, é isso que garante ao mesmo uma dose de imprevisto. Ou de viço. Aliás, toda a história de Lídia se resume de certa forma neste mínimo: por mais que ela busque a ordem dos peixes, algo a desvia.
(2007)
Ao som de Coltrane
No sofá da sala
dois gatos me olham
arredios:
o de pelo escuro
com ar obtuso
mia, ferino
o de manchas castanhas
arranha o tecido
com ríspida brandura
De repente
um deles
coloca a pata
sobre meu joelho
esquerdo
como se quisesse
me contar
com os olhos
um terrível segredo.
(de El libro de las sutilezas)
Ofício
Escrever
a água
da palavra mar
o vôo
da palavra ave
o rio
da palavra margem
o olho
da palavra imagem
o oco
da palavra nada.
Elegia
Há um vestígio mineral
na tua ausência: algo
que sem estar ainda
fica: fatia de cristal
que não se vê e brilha:
solidez em transparência
elegância de pedra, luz
do que é perda e não.
Há um vestígio musical
na tua ausência: algo
que é sigilo e ressonância:
sintonia de cristais
sílabas de sim no
silêncio do som e do aqui.
Noturno
(a T. S. Eliot )
O dia é noite no poema:
Sombras, pedras, luas secas
encobrem a estação das flores.
Sobre o deserto
memory and desire
ainda restam:
ecos entre as cinzas
deste verso.
Will it bloom this year?
Na terra triste do poema
enterro o fim e o infinito:
me faço silêncio, eclipse.
(de Triz)
Blackheath
A poesia me chama entre as árvores
de folhas incompletas.
O vento é frio, apesar de terno.
Corvos mancham o azul sem peso
desta tarde que não começa.
O trem também me chama.
E não vou.
(2000)
Sumo
Daquele que amo
quero o nome, a fome
e a memória. Quero
o agora. O dentro e o fora,
o passado e o futuro.
Quero tudo: o que falta
e o que sobra
o óbvio e o absurdo.
(de Triz)
Plano de voo
Trazer para o papel
o céu de todos os invernos
as horas ásperas
o sal desta pele após o sol
a morte em uma tarde com pássaros
o olhar em ponto de não
(2005)
Do coração do pai
O coração do pai fala
O coração do pai falha
O coração do pai cala
O coração do pai pára
O coração do pai passa
a limpo o coração
da filha que fala
……………………………..por um fio.
Onde o poema
Entre o nervo e o osso
Entre o eco e o oco
Entre o mais e o pouco
Entre a sombra e o corpo
Entre a voz e o sopro
Entre o mesmo e o outro.
(de Triz)
As idades de Zenóbia
1
Aos dezoito anos, Zenóbia tinha olhos ávidos e não usava óculos. Os cabelos, de um preto instável, pendiam em breves ondas sobre os ombros. Seu corpo magro lhe impunha uma fragilidade que não tinha. Sorria sempre como se escondesse a face sob as sombras.
2
Aos trinta e dois anos, Zenóbia tinha olhos óbvios e ainda não usava óculos. As maçãs do rosto, de um rosa rubro, quase encobriam o nariz miúdo. Os cabelos, reclusos. Uma linha – quase ruga – trazia à testa um ar de austera brandura. Mas nenhuma dureza no conjunto, nenhum escuro.
3
Aos quarenta anos, Zenóbia tinha olhos sóbrios e passou a usar óculos com aros de tartaruga. Os cabelos, curtos. O risco na testa, agora um sulco. Seu vulto era raro. O sorriso esquivo: seu ponto de fuga. Uma incerta elegância a tomava, quase absurda
4
Aos cinquenta e oito anos, Zenóbia tinha olhos sólidos, sob os óculos de lentes turvas. No susto da idade aprendeu que ainda era cedo e quis experimentar tudo. Nos cabelos plúmbeos, nenhum sinal de pejo. Imune ao peso do mundo, ela parecia não ter culpa ou medo.
5
Aos setenta e quatro anos, Zenóbia tinha olhos estoicos por detrás dos óculos de hastes curvas. Trazia o cabelo de nuvem rente à nuca. E apesar do luto, não perdia o lume. De tudo, mesmo das coisas soturnas, sabia extrair o sumo. Sua vida era o resumo de seu nome. Todos diziam que não morreria nunca.
6
Aos oitenta e nove anos, Zenóbia parece ter setenta e quatro. Os olhos, sob as lentes sem aro, estão ilágrimes. Os cabelos, ralos, de um branco insone. Já não há dor ou noite para a sua alma, é claro. Na aura da idade, já sabe quase tudo. E todos já pensam que ela é um milagre. Ou um sonho.
(de El libro de Zenobia)