Lo “oculto e inocultable” de Carlos López Degregori. Sobre «99 púas» (2018)

 

Por Marta Ortiz Canseco*

Crédito de la foto Ed. Esdrújula

 

 

Lo “oculto e inocultable” de Carlos López Degregori.

Sobre 99 púas (2018)

 

 

Los poemas de Carlos López Degregori** (CLD) aparecen en numerosas antologías peruanas y latinoamericanas. En años recientes han visto la luz Campo de estacas (Colombia 2014) y Herida de mi herida (Chile 2015), dos antologías de su obra, a las que se suma ahora 99 púas, gracias a la editorial Esdrújula, de Granada (España). Esta antología, que recorre su obra desde sus primeros poemas, aparecidos en 1978, se abre con un revelador prólogo de Luis Fernando Chueca (de quien tomo prestado el título de esta reseña) y se cierra con una entrevista realizada por Jorge Eslava al autor. Se trata, como CLD afirma, “del testimonio de 40 años de escritura” y contiene sus poemas preferidos, que también son representativos de los diversos campos y estructuras formales que ha explorado.

99 púas alude a los 99 poemas de que está compuesto, y a su vez se estructura en tres partes de 33 poemas cada una. Lo primero que llama la atención de esta antología es entonces la presencia de los números. El mismo CLD afirma que tiene una pequeña obsesión con los números, en especial por el número 3, como vemos en poemas como el titulado “El talento y el poeta”, donde se alude repetidas veces a este número: “desventurado / hoy 14 de septiembre / nazca por tres veces” (p. 43), que me recuerda inevitablemente a aquel verso de César Vallejo que dice “ya la tarde pasó dieciséis veces”.

Toda lectora tiene una tendencia, una inclinación, un lugar hacia el que escora casi de manera involuntaria. Mi gran defecto como lectora es que en gran parte de la buena poesía encuentro a Vallejo. En estos poemas de CLD leo guiños constantes a su figura, como en el mencionado tema de los números. Pero también es notable la constante alusión a su propia persona, un recurso muy utilizado no solo por Vallejo, sino por gran parte de los poetas modernos. López Degregori se menciona a sí mismo en muchos de sus poemas, pero con una particularidad: casi siempre a través de sus iniciales. Leemos “CLD” de vez en cuando (“y las vendí a c l d / un 14 de septiembre / tres meses antes de nacer”, p. 45), y este recurso nos saca de la lectura, como si al pensar en esas iniciales y en lo que significan la lectura cambiara de registro, accediéramos a otro nivel. ¿Cómo se leen unas iniciales en un poema? En mi lectura fluida las iniciales detienen el flujo, me hacen parar, me incomodan. Simples letras sueltas que funcionan como altos en el camino.

 

El poeta Carlos López Degregori.

 

Precisamente ese incomodar, ese universo inquietante, es lo que destaca Chueca en su prólogo al libro. Se trata de una poesía concebida como un trabajo de “desentierro o desencierro”, un “hurgar en el misterio”, pero también una poesía que persiste en los “desacomodos y los riesgos”. Creo que parte de estos desacomodos provienen del juego con la propia identidad de la voz poética: “Sea borrado tu nombre carlos lopez degregori y Roxana” (p. 69); “Igual a CLD / un escarabajo enconado de sombra / pero distinto” (p. 89).

Otras veces, en lugar de mencionarse a sí mismo, enuncia algún tipo de identidad: “Tu padre no soy / Tu madre no soy […] Pero tortuga sí soy / arrastro el mundo en mi concha / pisoteo los huesos de la playa / el barro sagrado / […] Arena soy / sierpes cantoras / remeros con los oídos cubiertos de cera / y la carne viva a latigazos / años erré / me convertí en porquerizo…” (p. 91-92). Este poema, titulado “Cielo forzado”, me hace pensar en el “Soliloquio del individuo”, de Nicanor Parra: “Yo soy el individuo / primero viví en una roca / (allí grabé algunas figuras) / luego busqué un lugar más apropiado / yo soy el individuo”.

Se trata de un estar. Así: en negrita. Un enunciar ese estar en el mundo, identificándose con algunos de los elementos que lo componen, hacer una especie de narración de su existencia, de la humanidad. Pero al mismo tiempo que se enuncia ese estar, como si claváramos una bandera en nuestro lugar en el mundo, en ese lugar que ocupamos, en esa tortuga o en esa arena o en ese individuo que somos, al tiempo que observamos y enunciamos eso, por lo mismo, se nos hace extraña esa realidad que nos define, se nos vuelve ajena. Así es como definiría yo ese “hurgar en el misterio” que comenta Chueca.

Sobre esta identidad, que es misteriosa o incómoda, CLD afirma en la entrevista: “siento que alguien o que muchos alguien van a mi lado. Cada uno aporta algo y el resultado en una identidad fracturada, una sucesión de rostros y existencias que se miran al mismo tiempo en un espejo poliédrico” (p. 274). Se trata de una identidad que no terminamos de comprender; al fin y al cabo, ¿quién comprende su propia identidad, quién conoce el lugar que ocupa? Esa identidad es mencionada por CLD en la entrevista final del libro como uno de los ejes que vertebran su poesía, a los que añade la memoria, el tiempo y el cuerpo.

 

 

La presencia del cuerpo es de hecho constante en estos poemas. Encontramos manos, voces, frentes, ojos, cabellos: “Dejaron una mano en la puerta de mi casa […] / Me la probé / y se ajustó perfectamente a mi antebrazo” (p. 201). Vuelvo al extrañamiento mencionado por Chueca, pero también al interés que CLD muestra por el campo de la medicina, carrera que quiso estudiar, pero que abandonó por las humanidades. De ahí la presencia de la enfermedad como amenaza, como algo que desestabiliza nuestro cuerpo y nuestro espíritu; pero también su relación con el cuidado de los cuerpos. Y aquí comienzan a aparecer las figuras femeninas: encuentro muy sugerente la relación explícita entre los cuidados femeninos y la “herencia” de esos cuidados por parte del poeta, como en el verso “fui tu padre abuela” (p. 48), o cuando comenta en la entrevista que él es ahora el encargado del cuidado de su madre: “podría decirse que soy madre de mi madre” (p. 276).

En relación al tema del tiempo, me gustaría volver a Vallejo: hay versos de CLD que leo como si fueran una lupa a otros versos de Vallejo. Es un diálogo, pero va más allá, es como un estar en casa. La poesía de CLD está en la casa de Vallejo, se desenvuelve muy bien en ella, toca sus muebles, revisa sus papeles, pasa la mano por sus libros, pero no descoloca nada; al salir ha dejado su estela, ha probado sus formas, sale al mundo con un aire nuevo, pero a su vez oscuro, inquieto, incómodo. El poema en prosa titulado “Los escondites” me parece un eco maravilloso de la poesía de Vallejo: “Hay tardes que duran unas pocas horas y las pasamos adormecidos en una siesta de moscas y vino. // Hay otras que no pueden transcurrir y tiemblan detenidas en la fatiga de un inmenso caballo” (p. 206). Aquí leo el famoso verso “Hay golpes en la vida tan fuertes… yo no sé”, pero también otros de Trilce como el arriba mencionado “ya la tarde pasó dieciséis veces” y ese tiempo estirado / encogido tan característico de Vallejo.

Hay un desconcierto y una incertidumbre frente a la existencia. Como en la frase de Pasqual Quignard, “nacemos con el desconcierto de haber sido concebidos”, en el primer poema de la antología leemos: “Un buen día / Nos descubrimos en el agua / Y decidimos nacer muy lentamente” (p. 21). Este es un poema de juventud, aparecido en su primer poemario, y me llama la atención su capacidad para contener una especie de ciclo vital que se dilata y se contrae al gusto del poeta: desde ese nacer lentamente, asistimos a la vida, mientras contemplamos la muerte de soslayo. Transidas siempre de misterios, gravitamos en estos poemas en torno a lo “oculto e inocultable” que nos ofrece CLD.

 

 

 

 

*(España). Investigadora. Doctora en Filología hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid (España). Obtuvo la beca FPI para investigación en la Universidad de Los Ángeles (UCLA-Paris), la Pontificia Universidad Católica del Perú y Birkbeck College (Reino Unido). Trabajó como Profesora asociada en la Universidad de Alcalá de Henares (España) y, actualmente, es Profesora adjunta en la Universidad Internacional de La Rioja (España). Fue editora de Los heraldos negros (de César Vallejo, 2009) y publicó la antología Poesía peruana 1921-1931: vanguardia + indigenismo + tradición (2013).

 

 

 

**(Lima-Perú, 1952). Literato por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá (Colombia). Miembro del grupo La sagrada familia. Recibió el Primer Premio de Poesía en los Juegos Florales de la Universidad Javeriana (1976), el Premio en la Bienal de Poesía de la Asociación Cultural Japonesa del Perú (1990) y Premio en el Concurso Internacional de Poesía El Olivo de Oro (1997). En la actualidad, se desempeña como catedrático en la Universidad de Lima. Ha publicado en poesía Un buen día (1978), Las conversiones (1983), Una casa en la sombra (1986), Cielo forzado (1988), El amor rudimentario (1990), Lejos de todas partes (1994), Aquí descansa nadie (1998), Retratos de un caído resplandor (2002), Flama y respiración (2005), El hilo negro (2008, Antología de sus poemas en prosa), A quien debemos temer (2008), Una mesa en la espesura del bosque (2010), Aguas ejemplares (2012, reedición), Temblor de Judas (2018), 99 púas (2018) y Lejos de todas partes 1978-2018 (antología, 2018).

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