Hace algún tiempo, publicamos en Vallejo & Co. el prólogo del ensayo Mejorando lo presente. Poesía española última. Posmodernidad, humanismo y redes (2010, Caballo de Troya ed.). Un ensayo escrito por el escritor Martín Rodríguez-Gaona que nos ayuda a entender la situación de la poesía española contemporánea haciendo énfasis en la multiplicidad de tendencias y su vínculo a los nuevos soportes y formatos.
En esta ocasión, toca profundizar en la poesía de David González, para lo que Rodríguez-Gaona analiza el poemario Ley de vida (1998).
Por: Martín Rodríguez-Gaona
Crédito de la foto: Izq. www.i.vimeocdn.com
der. DVD Ed.
Camino de los tigres.
Ley de vida (1998), de David González
Ley de vida es un libro atípico en el panorama español, no tanto por su mezcla de versos y prosa, sino por estar concebido desde una marcada perspectiva de clase: la del proletariado suburbano. David González (Gijón, 1964), a través de un contenido lirismo busca la objetividad como un medio para comunicar la experiencia marginal, con sus escenarios de precariedad, violencia y frustración, exhibiendo la fragilidad de los sectores más deprimidos frente a las drogas, las enfermedades y la delincuencia.
Frente a una propuesta tan extrema, creemos importante establecer las particularidades de la escritura de David González con respecto a otros autores de referentes similares. A diferencia de Historias del Kronen, la exitosa novela de José Ángel Mañas, Ley de vida no es un libro de ficción, ni tampoco está centrado en el universo juvenil, aspirando a brindar espectáculo o entretener. Su perspectiva no corresponde tampoco con la de una crónica “comprometida”, pues refleja la realidad de un sector social desde la voz de uno de sus protagonistas, con los conflictos que esa propia identidad brinda para el ejercicio literario.
Quizá en este sentido, que une lo marginal y la vocación literaria, haya una relación más directa con la obra del narrador y poeta estadounidense Charles Bukowski. Sin embargo, cuando es asimilada con solvencia, una influencia nunca es gratuita, ni epidérmica. Si el modelo bukowskiano es reconocible, se debe a un cruce de sensibilidades, a una coincidencia biográfica e ideológica. De otra parte, en los textos vitalistas la impostura es uno de los errores más evidentes, riesgo en el que no cae González, pues construye un universo sólido, lleno de matices, y que sabe explotar desde distintas perspectivas.
Ley de vida, entonces, es un libro deliberadamente antipoético, pero cuyo oficio lo coloca en las antípodas de la traducción espontánea de la realidad. Sus narraciones, minimalistas, escuetas y eficaces, se basan en la descripción y el diálogo, con un uso inteligente de lo coloquial y un oscuro sentido del humor, que nunca cae en la ironía. No hay nada ornamental o bello en estos versos; el lujo de David González está enfocado en recrear paradojas y plantearlas para el escrutinio del espectador.
Así, los poemas y las narraciones del libro desvelan, una y otra vez, que la pobreza produce frustración, resentimiento y termina por envilecer todas las relaciones humanas. La violencia que esta condición provoca se expresa desde el entorno familiar, y a partir de allí se perpetúa en una cadena en la que se van añadiendo nuevas víctimas y verdugos (un abuelo suicida en “Cuerda”, un padre maltratador infantil en “El último baile”, hasta, finalmente, el hijo antisocial que termina encarcelado).
Siguiendo esta línea, Ley de vida no sólo esboza un poderoso documento en el que se expone una serie de males sociales sino, más significativamente, las razones por las que un individuo se convierte en un anómico, en uno más entre los muchos que se niegan a integrarse. Todo encaja con un determinismo aplastante: desde los sueños rotos y la rabia (“Esto no es Hollywood”), pasando por la frialdad de los intercambios humanos incluso en la familia (“Los trapos sucios”), el egoísmo y la traición como formas de supervivencia para el infierno carcelario (“Salida de emergencia”, “Cerillas”) hasta la infancia como un resquicio de pureza, cuando todo era posible, incluso el amor (“Matemáticas”, “El último baile”).
El arriesgado planteamiento de Ley de vida, al indagar en asuntos incómodos, reconoce que no hay respuestas sencillas, pero asume la duda como una actitud superior a la pasividad, la complicidad o el cinismo. Quizá lo más grave de estos poemas es que evidencian la crisis del modelo de la sociedad de bienestar, el cuestionamiento a ese mundo de la burguesía por el que todos sus personajes tienen una relación ambigua, como si la asimilación de sus valores por las clases medias bajas estuviese condenada al fracaso, sabiendo inviable una auténtica movilidad social.
Los poemas de Ley de vida no están escritos ni para sorprender, ni para transmitir mensajes de denuncia o redención. Son, simplemente, inevitables: el poeta David González se habla a sí mismo para intentar comprenderse. A esta dificultad, que aleja casi siempre de los lectores masivos, en este caso debe añadirse que el público literario de los grupos sociales que el libro retrata es casi inexistente, estando absorbido por los medios de comunicación o la subliteratura. Paradójicamente, el poeta de Ley de vida sabe que las clases medias son sus interlocutores naturales, aunque frente a estos su posición sea más distante, correspondiendo a una empatía difícil por ambas partes.