Por: Lorena Huitrón Vázquez
Crédito de la foto: El autor
Lenguaje sobre y bajo la tierra:
El chico que se declaraba con la mirada,
de Roger Santiváñez
A inicios de la década de los ochenta, el movimiento Kloaka, surgido en Perú, buscaba la restitución del arte a la vida cotidiana y una ruptura del lenguaje que cambiara la poética latinoamericana. Se apoyó en la crudeza de la realidad, la inconformidad por la clase política y una necesidad de expresar ese malestar a través del arte, de la música —aparecerían bandas de punk rock como Kilowat y la Kola Rock, Medias Sucias, Durazno sangrando (Chicha rock) y Delpueblo (rock fusión)— y en especial de la poesía.
En 1988 el poeta Roger Santiváñez, uno de los fundadores del movimiento, publicó El chico que se declaraba con la mirada. Los once poemas que componen el libro no sólo dejan sobre la mesa los principios del movimiento Kloaka, sino que exploran la vulnerabilidad, la importancia, como siempre, de la memoria, el pasado que en realidad nunca muere y es, tal como lo escribe el poeta, “una muchacha montando en bicicleta por el parque y la glorieta”. Piura y sus barrios, adolescencia, alcohol, mujeres, fútbol, “cadáveres, sexos mutilados, cuerpos sangrantes y hachas, polillas y curas” son los personajes de un universo en el que Santiváñez nos muestra el relato de iniciación de un adolescente:
Con Jimmy en el 71/2
Yo, Roy. Tú, Jimmy.
La primera vez que fui. Yo estaba parado en la esquina:
Casa de los Linares. Viernes, después del Colegio. Soledad. Pateando latas. Muchacho varado por la marea de una adolescencia sin nadie. Los años, los quince años. Un cielo encapotado rojo turbio. Mis sueños de carey poblando el vacío del aire. Me quería inmiscuir en el viento. Pronto vendría la noche, oscura como la muerte […]
De prisa el muchacho viaja con sus amigos en un Toyota azul, suspira en los burdeles y por las chicas del Colegio que se fueron de Perú o hacia rumbo desconocido. Charo, Karina, Irene, Gloria, Lourdes, todas ellas son amor, nostalgia, belleza, en ellas el adolescente siente que sus recuerdos se salvan. Sin embargo, le pesa la infancia por la ausencia del padre, la soledad, la educación católica y los abusos de los sacerdotes. Para él la escritura es un modo de vengar esos crímenes. No obstante, es en ese acto de escritura donde quedan sublimados la inmundicia y el tormento:
[…] y veo que frente a mí tuve un amor impresionante, lo tuve como se tiene una salida al mar en la nave desierta de la noche. Volví a encontrarme con lindas niñas de Piura subidas en motocicletas giratorias, hechas un amor con las faldas levantadas y los blue-jeans abiertos con las piernas retocadas por el sol de Colán. Oh nunca computé mi soledad, mi pánico, mi canción escrita. Estos días de silencio son el fuego donde amé tu silueta dispuesta sobre carteles iluminados con faros amarillos, en noches repletas de gente en microbús por todo el tiempo, mandolina de juguete, despierta, desmádrate, huevos de paloma mía. Ahora lloro al recordarlo.
El ajuste de cuentas entre el chico y su pasado lo hace el lenguaje. Ese “desmádrate” resulta inagotable: muestra la fragilidad tensísima, dando tanto de sí y a punto de romperse. Santiváñez lo muestra en cada uno de esos poemas; en esa repetición, como lo mencioné al principio, revive al pasado aunque el adolescente diga lo contrario. Como diría Mario Montalbetti sobre el significado no domesticado de los versos: “tiene un resto que no logro cerrar y que por ello mismo se mantiene vivo, reacio a la servidumbre de un significado impuesto desde afuera”.[1]
El chico que se declaraba con la mirada se presenta “tan vulnerable como fuerte” del mismo modo que “el adolescente abofeteado” de René Char: arrastrándose por aquello que le dejó Piura, el romance que descubrió y que rememora con tristeza, usando el disfraz de Dominó en el Club Grau en una tarde de carnaval, y con esa investidura escribe para hacer un libro de amor a partir de lo podrido, redimiendo a la orfandad de la juventud y a la rabia en la escritura.
[1] Mario Montalbetti, “En defensa del poema como aberración significante” en Cualquier hombre es una isla. Ensayos y pretextos, Lima, FCE, 2014, pp. 58 y 59.