Leer lo vacío / o el eco en la escritura de «Marruecos» (2018), de Julio Prieto

 

Por Tania Favela Bustillo

Crédito de la foto (izq.) Amargord Ed. /

(der.) www.amargordtransatlantica.blogspot.com

 

 

Leer lo vacío / o el eco en la escritura de Marruecos (2018),

de Julio Prieto*

 

 

en una época en que todos “generan contenidos”

lo primero que No hay que generar son “contenidos”

Mario Montalbetti

 

 

Ya no leer entre líneas, sino entrelenguas, entrelugares, entrecuerpos y entrevoces, lo que se lee en Marruecos es ese intersticio. Quizás es por eso que el libro comienza con una bifurcación entre contar y contar, ¿qué se cuenta?:

Un marrueco, dos, tres marruecos, sigo contando (imagino que cuento)

Y en la siguiente página:

Qué cuento: nunca estuve, nunca supe, cómo no imaginar.

 

La disyuntiva se da entre contar el cuento o seguir el conteo, pero el relato se desdibuja y la numeración falla: “[…] hay un corte en la yema del dígito. […]”, escribe Prieto, y en ese resbalón de la palabra (dedo / dígito) la escritura también falla y sin embargo acierta: el que cuenta señala un lugar imposible: “Ayer volvió a mí un lugar en el que nunca estuve fuera de mis sueños. […]”. Ese lugar es y no es Marruecos, o podríamos decir que “marruecos” más que un país es un sustrato que pugna por salir a la superficie de la escritura de Julio Prieto. La insistencia en ese “nunca estuve”, que aparece cuatro veces a lo largo del libro, sitúa la experiencia en otro plano, genera otro sistema perceptivo distinto al habitual, y por lo tanto permite imaginar y construir el encuentro con el otro (lo otro) desde lo incierto, lo oblicuo, lo esquivo y lo borroso.

No se trata aquí entonces de reflejar el conflicto político y social que Marruecos supone (aunque la migración, la guerra y el desamparo estén ahí), ni tampoco de señalar su peso cultural (que se percibe como presencia tejida entre los textos), se trata más bien de internarse en ciertos pliegues, de modificar el ángulo de visión y permitir que lo indeterminado suba a la superficie como golpe de lo real. Lo que busca el poeta español es un realismo que no se enmarque en ningún discurso sobre la “realidad”. Prieto explora lo que Chesterton (vía Dickens) llamó un “realismo efectivo”, de ahí la alusión casi al final del libro: “[…] Una palabra ajada (cabriola) será la divisa de nuestro realismo. Inversiones en la galería, señales: moor eeffoc, lo romo escondido, yacente. […]”. En Marruecos lo real emerge a la superficie de la lengua para volver a sumergirse después: “[…] Algo se insinúa (tan pronto como se esfuma) en el tornasol de la tela. […]”. Y en ese juego de sugerencias, Prieto pone en el centro el hueco (la cicatriz): lo que no está, pero deja su huella. Leemos entonces lo que falta: entre los números faltan el siete y el nueve, y del relato falta casi todo. Leemos por lo tanto ese “casi”: leemos lo vacío.

Julio Prieto, como ese “zahorí errante” que emerge de su libro, tiene el don de descubrir lo oculto, las corrientes de agua bajo la tierra, y para hacerlo abandona los códigos culturales consabidos y se sumerge en el punctum barthiano:

Dice el sufí: en toda labor de almaizares hay un punto (punctum), un nudo de cuatro cortes que nos afecta sin fin y transforma el tejido, nuestra visión de las cosas de allí y de aquí

 

El poeta Julio Prieto en primer plano, leyendo.
Crédito de la foto: Carme Esteve i Pla

 

El punto, para el poeta español, supone perturbar la lengua (ese tejido de palabras) y la percepción que por ahí pasa: Marruecos, marrueco, merruego, merrueco, ¿de qué se habla?, ¿de quién? Al parecer se habla de un lugar; pero además de los hombres que lo habitan, hombres que se delinean sin precisarse. Se habla también de lo informe: de un hombre-animal o de animales-hombres a punto de ser cazados, fumigados o ejecutados. Prieto se mueve entre los pliegues de un vocablo, y ahí las fronteras se desdibujan y las identidades se entretejen:

Principio del tejido: se empieza por lo más simple (entrelinear el aire) hasta obtener una malla que habrá de albergar cuerpos (guarismos, células, la sangre de la herida y el ornato de la cicatriz son parte de la historia)

 

En esa malla cabe todo, por lo tanto, la unidad se resquebraja y al quebrarse lo primero que se desgarra es la unidad de la lengua ¿Desde qué lengua escribir entonces?, ¿desde dónde contar? El poeta español atraviesa siglos-signos distintos, del siglo XII al siglo XXI: arcaísmos, arabismos, neologismos, coloquialismos, etc., en fina disonancia, marcan la lengua: “[…] Hay un turbio eco, una asincronía entre el movimiento de los seis labios y los sonidos que caen de su boca –no hay tiempo en mí, no hay tiempo sin mí. […]”. Seis labios moviéndose, pronunciando: habibi, aleve, alfaquí, abencerraje, Mester, marras, badulaque, bodocazos, lábaros, babuchas, ganapanes, bendires, rabeles, albacara, espadañada: palabras antiguas que, como escribe Prieto, retornan a sus sueños y dibujan viejas–nuevas escenas, como ésta en la que asoma apenas esbozada Teresa de Ávila:

Habladurías en la morada: de otro tiempo en lo umbrío dejó su fe –un cerco violáceo o carmelita refluye bajo cierta luz, en el paladar una contusión que no llega y se expande, descalza por doquier (almadenejos en su palomarcico)

 

El eco de otras épocas se filtra en la escritura de Prieto; eco que, por cierto, resuena en marruecos y en hueco (palabra que se repite con insistencia a lo largo del libro), y es ese eco el que permite, entre otras cosas, el desdoble juguetón de ciertas palabras: luna / una; dos / dios; insomne / informe; siglos / signos; berrueco / marrueco; ratas / hartas; o, como lo señala Prieto, condensando en una frase uno de los ejes del libro: “[…] En nosotros se esconden otros”. Esos otros son también otras escrituras que de pronto irrumpen en su escritura: “[…] Hay golpes en la vida tan –mecanografía: la técnica se evapora en la yema del dígito. […]” o bien:

En el charco de la memoria, y cómo se empoza en la mirada. Salta

de charco en charco, de jarcha en jarcha. No me dejes, habibi

 

Frases en las que resuena Vallejo, modificándose y modificando a la vez la escritura del poeta español. O esta otra alusión a Bernat de Ventadorn, una escritura tan lejana de la del poeta peruano y sin embargo tan cercana en la mirada oblicua que propone Marruecos:

La alauzeta echó el vuelo contra el rayo, la vi mover –algo la movía y se dejó caer (el soplo en la cima dice su fábula: el dios existe y el mundo no)

 

 

En Marruecos no sólo irrumpen otras escrituras, también se superponen las coordenadas geográficas y culturales, lo que hace posible este cruce de ríos: el río de sangre (yawar mayu) de Arguedas y el río Turia (llamado guadalaviar en tiempos de los musulmanes): “Por los valles de piedra corren, rumorosas de tinta. Claman como locas en el lavadero: guadalaviar, guadalaviar! Sangre abajo cantan, sin alcancía. […]” O bien: “[…] Hubo ríos de sangre en la tierra, silencio y pavor en los rostros desmoronados, mas aún giran hacia el cielo las sombras de la primera danza. […]”.  O también: “[…] Tantos siglos (millones en el erizar de la materia) –tantos signos, y la sangre no llega”. Los signos y los siglos se entremezclan en ese derramamiento de sangre que supone la Historia:

Espectrografía del hematoma: cinco por barba, y no tiñe (ocho maravedís horros, sin limpieza de sangre)

 

La lengua para Prieto es un artefacto político que construye y organiza las estructuras de poder, de ahí la importancia de introducir el desajuste y la extrañeza, de subvertir, mediante la acción poética de las palabras, todo discurso de autoridad, resistiéndose a la correspondencia unívoca y totalizante del signo. En esa búsqueda constante por desautomatizar la lengua, Julio Prieto recurre a otras leguas, los seis labios pronuncian estas tres palabras: jauf, polizei, gratwanderung; esta vez es lo extranjero, una lengua extraña la que migra y perturba a la lengua. Antes de buscar la traducción el lector reconoce una sola palabra: polizei, como si el poeta estuviera jugando con las posibilidades de lo legible y lo ilegible. La palabra polizei introduce de inmediato un estado de alerta: la poesía y la policía (a pesar de su semejanza fónica) siguen siempre caminos opuestos. El texto genera nuevamente un montaje temporal:

De noche pasamos junto a las ondulantes criaturas. Son inmensas, pero el silencio nos hace más rápidos. De pronto un hilo de luz nos detiene, hay que mostrar papeles. Los juglares del camino se dirigen a nosotros. Sonríen de manera extraña. Con sus maracas de colores, sus brillantes chalecos nos aturden (luz en los ojos, polizei). Siempre sonriendo, nos ponen en fila. Empieza la función, el más elocuente explica cómo será: vamos a ser olisqueados por sus corderos tricéfalos. Doblándose de risa, nos los presenta: primero conoceremos al cordero pasivo –luego a Azabache, el cordero activo

 

Foto de las curiosas cabras trepadoras de árboles de Marruecos.

 

Lo imaginario y lo real se funden en la extrañeza de la escena que nos remite, sin embargo, a una fuerte sensación de realidad.  El lector camina por esa cuerda floja en la que la lengua y el poder se encuentran: el juego de la traducción apunta al desequilibrio y al miedo, y es el mismo Prieto el que nos da las claves para decodificarlo y poder seguir el camino:

Armaduras abandonadas –el óxido y en su manera el miedo (el jauf). No llega o tarda la traducción –antruejo, broma carnavalesca

 

Y más adelante: “[…] La migración por la espina (gratwanderung) al libre y abierto cielo. Hay que pensar rápido, la clave del equilibrio es no mirar el abismo. […]”.

El abismo se introduce en cada una de las ciento seis prosas que componen Marruecos, prosas porosas que, a pesar de su carácter de fragmento, entablan, por momentos, vínculos unas con otras, generando ritmos entrecortados a través de una sintaxis inestable en la que las correspondencias entre las palabras no se ajustan a lo que el lector espera. La escritura de Julio Prieto se mueve entre la reflexión, el canto, la letanía y el gemido, pero en ese frágil equilibrio la balanza se inclina más hacia lo gutural, al ruido incómodo que se genera con el grito, el chirrido, el chasquido, el resuello, o hacia ese “murmullo ensordecedor”, como si Prieto quisiera poner al descubierto esa “vida sorda, indestructible”, de la que habla en una de sus prosas. Prieto no cuenta nada y, sin embargo, como lo dijimos al principio, muestra mucho al señalar el vacío. En ese negarse a hacer relato o incluso a seguir la secuencia numérica de esos dígitos que se anuncian al inicio (que iría del 0 al 9), estaría, pensando desde una idea de Montalbetti, lo “des-seriado” de Marruecos; en suma, lo que hace de él un libro “fuera-de-serie”.

Habría mucho que decir de Marruecos y del acierto que supone su publicación por parte de la Colección Transatlántica/ Portbou de Amargord Ediciones, pero ya serán otros lectores los que se internen en los distintos pliegues y exploren el silencio (“el silencio es un océano”) y la palabra (“la palabra un riachuelo”) que discurren entre las aguas de estas prosas.

 

 

 

 

 

*(Madrid-España, 1968). Poeta, profesor universitario, crítico literario y traductor. Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Nueva York (EE. UU.) y, actualmente, se desempeña como profesor de Literatura hispanoamericana en la Universidad de Potsdam. Desde 2006 reside en Berlín (Alemania). Ha publicado en poesía Sedemas (2008), Bilingües (2013), De masa menos (2013) y Marruecos (2018); en ensayo Desencuadernados: vanguardias excéntricas en el Río de la Plata (2002), De la sombrología: seis comienzos en busca de Macedonio Fernández (2010) y La escritura errante: ilegibilidad y políticas del estilo en Latinoamérica (2016), entre otros. Recientemente coeditó Poéticas del presente: perspectivas críticas sobre poesía hispánica contemporánea (junto con Ottmar Ette, 2016).

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