«Las poesías completas de Abraham Valdelomar» (2020)

 

Por César Panduro

Crédito de la foto (izq.) El Conde Plebeyo Ed. /

(der.) www.es.wikipedia.org

 

 

 

Las poesías completas de Abraham Valdelomar (2020)

 

 

Abraham Valdelomar Pinto, vivió apenas 31 años, dejando tras sí no solo en una obra literaria valiosa y deslumbrante, sino en una vida fascinante en un período de renovación en la literatura y en otros ámbitos de la cultura. Valdelomar, no publicó en vida un libro orgánico de su poesía, apenas, mostró algo de su talento en una antología junto a otros contemporáneos suyos. Esto resulta paradójico, ya que “Tristitia”, su poema más publicitado, es extensamente conocido por la mayoría de peruanos. Su obra narrativa ha tenido una serie de ediciones no solo en nuestro país, editoriales extranjeras han sucumbido a la belleza de su prosa. Sin embargo, la edición de su poesía ha sido una tarea pendiente, a veces dejada de lado sin saber el motivo ni el por qué. Esta edición de la poesía completa de Abraham Valdelomar, es publicada El Conde Plebeyo editores, editorial independiente de la ciudad de Ica, lugar de nacimiento del poeta, en un esfuerzo por traer a la actualidad los poemas y zanjar esta deuda. La edición ha sido preparada por el poeta y crítico literario Ricardo Silva-Santisteban, el mayor especialista en la obra del escritor iqueño, responsable, además, de la edición de los cuatro tomos que constituyen hasta ahora la obra completa. Hemos escogido una breve selección de los poemas para el disfrute de los lectores de Vallejo & Co. Esperamos que los gocen.

 

El poeta Abraham Valdelomar

 

 7+1 poemas de Abraham Valdelomar

 

 

Desolatrix

 

La cruz abre sus brazos sobre el pecho del muerto,

cuya frente parece querer aún pensar,

y en su lívida boca juguetea un incierto

sonreír vago y triste. ¡Cuán incómodo está!

 

Sombra, silencio, frío, soledad infinita

en el estrecho ambiente. Apacible vagar

del perfume que exhala la corona marchita.

No se oye el badilejo, sobre la mezcla, ya…

 

Enjambre voraz dentro del cráneo horada,

y las que ideas fueron nutren a los gusanos,

que van hurgando, elásticos, la roña descarnada

 

hasta que muertos caen de los despojos vanos.

El cristo de metal se oxida entre las manos,

y desde aquel instante ya no se siente nada…

 

Lima-1914.

[En Variedades Nº 403. Lima, 20 de noviembre de 1915, p.

2876.]

 

 

 

Nocturno limeño

 

Ya la ciudad está dormida,

yo solo cruzo su silencio

y tengo miedo a que despierte

al suave roce de mis pasos lentos…

 

La iglesia eleva sus dos torres

en la oquedad honda del cielo

y cruza el aire el pentagrama

del poste del teléfono.

 

La luz de un arco parpadea,

giran ante ella los insectos;

cambia a mis pasos la quebrada

rara silueta de los techos.

 

Pasa un borracho hinchado el rostro,

llena la calle con su aliento,

alza los brazos, y gritando:

¡Viva el Perú!, se cae al suelo.

 

Ya la ciudad está dormida,

yo solo cruzo su silencio

y me parece que alguien sigue

mis pasos a lo lejos…

 

Pide limosna lamentable

un mendicante anciano y ciego,

habla de Dios, me dice: —¡Hermano!…

y extiende al aire su sombrero.

 

Ya la ciudad está dormida,

yo solo cruzo su silencio;

repite el eco en el vacío

el duro golpe de mis pasos lentos…

 

De estas cien mil almas que duermen,

¿cuál soñará lo que yo pienso?

¿Acaso aquella que esta tarde

sonrió a mi paso y me miró en silencio?

 

En los siniestros hospitales

se moverán insomnes los enfermos…

¿Quién llorará desconsoladamente?

¿Quién se estará muriendo?…

 

¿En cuántos labios juveniles

se contraerán frases y besos?

¡Cuántas mentiras adorables!

¿Qué desgraciados estarán naciendo?…

 

Ya la ciudad está dormida

y sólo cruza su silencio

el ruido que hace la pesada

negra carroza de los muertos…

 

Lima, octubre de 1915

 

Evocación de la ciudad muerta

 

Por la ciudad en ruinas todo invita al olvido,

los viejos portalones, la gran plaza desierta

y el templo abandonado… La ciudad se ha dormido.

¡No hagáis ruido! Parece como que se despierta…

 

Una sombra se esfuma tras los viejos casones

y se pierde en el templo, donde ha muerto el ruido

de los lánguidos kyries y de las oraciones.

En medio del silencio de sus meditaciones

la ciudad se ha dormido…

 

Las escalas de mármol que ascendieran antaño

los nobles con escudos de lises y de estrellas,

oculto desde entonces tienen cada peldaño

y ahora —¡pobres escalas!— nadie sube por ellas.

 

Las sombras de las damas, las de venas azules

y manos transparentes, cuando agoniza el día,

lloran en los palacios decorados de gules

la tristeza infinita de las salas, vacía.

 

Y quedan los recuerdos que son como trofeos:

sedosos miriñaques y mitones bordados,

calados abanicos y griegos camafeos

que plegaran las vestes de los hombres rosados.

 

Y los trajes sedosos, brillantes como soles

que las damas lucieran en noches virreynales

enhebrados en perlas, con luces tornasoles,

largos, como las colas de los pavos reales…

 

Pasa, sin hacer ruido, llevando a un caballero

bajo el arco que forman los frisos de la puerta,

la calesa que guía el viejo calesero

por la empolvada ruta de la calle desierta.

 

Y marchan en silencio con la luna de estío

hacia el viejo palacio de los Inquisidores…

La luna, castamente se copia sobre el río

y se disipan estos cuadros evocadores.

 

Por la ciudad en ruinas todo invita al olvido,

los viejos portalones, la gran plaza desierta

y el templo abandonado… La ciudad se ha dormido.

¡No hagáis ruido! Parece como que se despierta…

 

 

 

Tristitia

 

Mi infancia que fue dulce, serena, triste y sola

se deslizó en la paz de una aldea lejana,

entre el manso rumor con que muere una ola

y el tañer doloroso de una vieja campana.

 

Dábame el mar la nota de su melancolía,

el cielo la serena quietud de su belleza,

los besos de mi madre una dulce alegría

y la muerte del sol una vaga tristeza.

 

En la mañana azul, al despertar, sentía

el canto de las olas como una melodía

y luego el soplo denso, perfumado del mar,

 

y lo que él me dijera aún en mi alma persiste;

mi padre era callado y mi madre era triste

y la alegría nadie me la supo enseñar…

 

El poeta Abraham Valdelomar

 

El hermano ausente en la cena de Pascua

 

La misma mesa antigua y holgada, de nogal,

y sobre ella la misma blancura del mantel

y los cuadros de caza de anónimo pincel

y la oscura alacena, todo, todo está igual…

 

Hay un sitio vacío en la mesa hacia el cual

mi madre tiende a veces su mirada de miel

y se musita el nombre del ausente; pero él

hoy no vendrá a sentarse en la mesa pascual.

 

La misma criada pone, sin dejarse sentir,

la suculenta vianda y el plácido manjar;

pero no hay la alegría ni el afán de reír

que animaran antaño la cena familiar;

y mi madre que acaso algo quiere decir,

ve el lugar del ausente y se pone a llorar…

 

 

 

XI

 

Mi amor animará el mundo.

¿Qué haré el día en que sus ojos

tengan para mí una mirada de amor?

Mi alma llenará el mundo de alegría,

la Naturaleza vibrará con el temblor de mi corazón,

todos serán felices:

el cielo, el mar, los árboles, el paisaje… Mi pasión

pondrá en el universo, ahora triste,

las alegres notas de una divina coloración;

cantarán las aves, las copas de los árboles

entonarán una balada; hasta el panteón

llegará la alegría de mi alma

y los muertos sentirán el soplo fresco de mi amor

 

 

 

La casa

 

Ya la casa está vieja. Ya no es la misma casa.

El jardín florecido se extinguió. A la desierta

alcoba ya no sube, escaladora experta,

la vid de frescos pámpanos, en racimos escasa.

 

Ya el asno con la alfalfa florecida no pasa

ni el viejo panadero se detiene a la puerta

ni platican los padres… ¡Ya la casa está muerta!

¡Ya no hay voces hermanas!… ¡Ya no es la misma casa!

 

Soledad. Muros rotos. Un acre olor de olvido.

Hieráticas, las viejas blancas aves marinas

se posan en la triste morada solitaria

 

y sobre los escombros del hogar extinguido

el ñorbo abre en el aire su corona de espinas,

¡su corona de espinas, perfumada y precaria!

 

El poeta Abraham Valdelomar

 

Abre el pozo, como vieja pupila…

 

Abre el pozo su boca, como vieja pupila

sin lágrimas. El ñorbo se envejeció trepando.

El horno que en la pascua cociera el bollo blando

como una gran tortuga, silencioso, vigila.

 

La araña, en los rincones, nerviosa y pulcra, hila

la artera geometría de su malla enredando.

Las abejas no vienen de libar, como cuando

miel destilaba el pecho que ahora dolor destila.

 

Los restos de mi dulce niñez busco en la oscura

soledad de las salas, en el viejo granero,

y sólo encuentro la honda tristeza del pasado.

 

El corazón me lleva por el viejo granero

y encuentro en los despojos, viejo, decapitado,

el caballo de pino del que fui caballero.

 

 

 

 

 

*(Ica-Perú, 1888 – Ayacucho-Perú, 1919). Poeta, ensayista, narrador, dibujante, dramaturgo, periodista y promotor cultural. Creador del grupo literario y de la revista Colónida.

 

 

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