Por Bolívar Lucio*
Crédito de la foto (izq.) www.cervantes.es /
(der.) Ed. El Conejo
Las muchas voces de un peregrino.
Sobre El Cóndor de Père-Lachaise
Fernando Iwasaki** escribe en el prólogo a su colección de cuentos El Cóndor de Père-Lachaise que es el escudo de Ecuador el que se encuentra sobre la cancela del mausoleo de un adolescente en un cementerio de París, pero eso no es estrictamente cierto. Recordé haber visto el cóndor repujado en hierro en la tumba Ycaza, sabía que faltan otros detalles en el escudo; pero supe que alguien que se apropia de un símbolo, lo modifica, enriquece y transmite “para hacer la historia más verosímil” y para tender un puente a los ecuatorianos, sería capaz también de cercarnos con sus relatos.
“La española cuando besa”, el primer cuento, toma, no sé si intencionalmente, el verso de una canción, popular en los años cincuenta. Habla de una española que nunca besa por frivolidad ni da un beso de amor a cualquiera, pero la historia es justo lo contrario: un ejercicio de libertad total en el lado oscuro del deseo y el sexo a ciegas. Todo esto en nueve páginas y desde el punto de vista de cinco personajes, recurso que revela, solo al final, lo que realmente había ocurrido. Si este relato había parecido ‘doblado’ al español de un inglés de la calle en Greenwich Village, el siguiente, “Otra de Mefistófeles y el Andrógino”, es una conversación de patio o habitación o mesa de café en Perú. El acento se oye y los personajes se parecen a esa voz. Las locuciones, el uso del lenguaje son el bastidor de un juego de disfraces, el viejísimo juego Hyde-Jekyll, los dos que son uno.
Conciso e ingenioso, el mejor recurso de “Una novela por palabras” es que las complejas vidas de los personajes existen en anuncios clasificados de treinta palabras que se publican cada sábado durante un mes. Aquí, hombres sin mujer y viceversa, equilibran, con distinta suerte, la satisfacción de la búsqueda superficial y el fracaso de la ausencia insalvable.
Tienen que pasar muchos años para que cartas manuscritas, billetes de teatro, revistas amarillentas traigan de vuelta y entero el mundo al que pertenecieron. “Los naipes del tahúr” es la falsa historia de un libro inédito que tiene el mérito de mostrarse completamente plausible y demostrar que Borges no es Rimbaud y que a veces es mejor dejar las cosas como están. En “El vuelo de las libélulas”, la protagonista, en un artículo de revista de avión, aprendió que este insecto vuela hasta 18 mil kilómetros para encontrar pareja. Su oportunidad, la suerte de tiempo, parece haber pasado y lo sabe, pero ella misma vuela hacia un destino donde hará más cosas que las que ha confesado. Si en el cuento anterior Iwasaki ironiza sin piedad la jerga de un miembro de una secta religiosa y oligarca, en “El beso de la Mona-Mujer” uno no puede dudar que los personajes hablan como lo hacen porque el autor nació y creció en San José Desamparados y luego se radicó en Andalucía. El lenguaje sería lo de menos si esta no fuera una historia de terror o mejor: de un detective seducido y aterrorizado en el trópico.
Dudas tampoco quedan respecto de qué está detrás de “El derby de los penúltimos”; desde la primera línea, los libros olvidados y los autores apócrifos se encadenan a las disyuntivas del traidor y del héroe, de la cobardía y el valor y esto da una pista inconfundible. La lengua gentilicia da paso al idioma analítico y la historia resuena en el tintineo de un puñal arrojado a los pies del contrincante y que brilla “como un pitón de plata o un relámpago negro”. El último, claro, no es un cuento si no un homenaje.
Fernando Iwasaki escribe en el prólogo que el cóndor sobre el escudo de la tumba del olvidado Juan Martín Ycaza era el que recuerda en un monedero que le regaló su abuela guayaquileña. Afirma que el Cementerio de Père-Lachaise es un “consulado fantasma para los desterrados”, que desde ahí traza una línea ecuatorial de París a Quito, a Sevilla, San José a Nueva York. La referencia es tan precisa, tan imaginaria como una cita bibliográfica en Borges y tan adecuada para que sus cuentos se publiquen en Ecuador por primera vez. Como Ishmael hacia final de Moby Dick, Iwasaki pide una pluma de cóndor para escribir y que sus cuentos vuelen lejos. Y la encontró.
*(Quito-Ecuador, 1978). Narrador, cronista y periodista. Su primer libro de cuentos, Salir de la isla recibió un premio del Ministerio de Cultura del Ecuador en 2008 y fue publicado al año siguiente. Durante 2018, fue tallerista del Invisible Presence Project en Londres y publicó un relato en A New Voice, un libro colectivo que reúne a escritores latinos y británicos. Colabora con la revista Mundo Diners.