Por Lorenzo Oliván*
Crédito de la foto (Izq.) Foto de la autora/
(der.) www.tigresdepapel.es
Las metamorfosis de Beatriz Russo
Sobre Nocturno insecto (2014)
En Nocturno insecto, la palabra “nocturno” marca un espacio poético de oscuridades, de cámaras secretas que escapan al control del propio yo, de incesantes puntos de fuga alejados de la luz de la razón. Le sirve también a Beatriz Russo para advertirnos que va a situar en el centro mismo de su intimidad la principal materia poética de estas páginas. Y, por último, “nocturno” es un término que lleva sedimentado un hondo sustrato de temporalidad, crucial para entender el libro: en la noche resulta mucho más fácil sentir el paso del tiempo, por la misma razón que hace que la noche nos acerque a la elegía.
La figura de la niña, y lo que simboliza, enmarca el conjunto, o traza un círculo perfecto dentro de él, pues lo abre y lo cierra. Vinculada en el texto de arranque a la idea del reloj de arena, tiende, así, un arco temporal con la mujer presente. La niña alberga el don de un “mirar sin huellas”: “es ajena al vapor hirviente que produce mirar atrás” y, por eso, se convierte en “la presa que ha de ser salvada”. Símbolos como el del nido, la crisálida o la oruga no se entienden sin ella. Y no solo marca una contraposición de tiempos, sino que se erige en escudo contra lo más desasosegante que recorre el libro.
Kafka, en La metamorfosis, utilizó un ortóptero inconcreto como correlato que aglutinase el problema de su marginación o alienación, y generó desde ese centro fuertes ondas expansivas que hacían saltar en pedazos la institución familiar y los totalitarismos. Lorca, en su fabuloso bestiario de Poeta en Nueva York (citado muy significativamente por Beatriz Russo en el arranque de su libro) trazó de una manera sonámbula una enorme crisis personal, a la que vino a sumarse el choque violento que supuso enfrentar su mundo de referencias y el de la gran urbe en pleno crack del 29. Con esas sombras tutelares al fondo, a través de los poemas de Nocturno insecto discurre una doble tensión subyacente, alimentada de forma onírica por un poderoso y fecundo pensamiento en imágenes.nEn su mayor parte habla en ellos una intimidad sobre la que actúan simbólicos insectos, de tal modo que lo que ante todo se pone en pie es un yo y una identidad amenazados.
El extremo de esa dinámica se alcanza en los poemas tercero, cuarto y quinto donde se acierta a intuir una violación. La fuerza desproporcionada de los insectos, su viscosidad, sus bocas y extremidades punzantes trazan el perfil de una relación yo-los otros nada complaciente, sin concesiones: el acento puede resultar en ocasiones lírico, pero también marcadamente duro, irónico y hasta sarcástico. De la misma forma que del choque niña-mujer dimana una constante y muy lograda tensión poética, surge otra parecida de la polaridad que se establece entre la elevación del mirlo y el pájaro en todas sus variantes por un lado, y, por otro (y cito a la poeta), el galán de alcantarilla, las avispas que quisieron hacerla reina, el ejército de bárbaros, la mosca portadora de la muerte o la infidelidad del saltamontes. “Correr en dirección opuesta al aliento de los siervos”, a eso aspira esta voz, en un acto de autoafirmación contra quienes la quieren cabizbaja, sometida y silenciosa, o aspiran a rebajarla, como ella misma dice, a reposapiés de un palco.
El libro tiene algo de psicoanálisis sonámbulo e hiriente que ahonda en la oscura grieta abierta entre la mujer y su infancia. Por eso se puede decir que Nocturno insecto proyecta la luz más viva y verdadera, la que necesita de las más negras sombras para poder apreciarla en su justa profundidad y en su justo valor.