Por Mario Pera
Crédito de la foto Ed. Dharma Books
Las intenciones de un inmaculado corazón.
Sobre Balara (2017) y Asgard y otros poemas (2017),
de Roger Santiváñez
Las dos caras de una misma moneda. En el centro la poesía asciende como un fuego que diseña los jardines de la memoria, y en ellos el amor, al ritmo de las fugas en el lenguaje que se quiebra, que resuena entre arpegios desgarrados y silencios cavilosos. La poesía entre estas páginas late entre la Nada, que todo lo copa, y el estío, que incesante intenta volver para que el pasado reaparezca y nos reconforte. El corazón del poeta vuelve a escena enfocado por una nueva luz que se aproxima al pasado como quien recoge los pedazos de un sedimento que, en parte, se deleita al trasladar al poema la oralidad del lenguaje, sin ingresar, esta vez, tan profundo a las aguas del coloquialismo que hasta ahora ha animado su propuesta poética como un elemento esencial, siendo hoy el juego con la cadencia de las palabras un ingrediente tenaz que permite al lector ingresar en una musicalidad propia que abona en su favor para sumergirlo en cada poema.
Se trata, entonces, de un libro construido como un bifronte en el que dos poemarios, Balara y Asgard y otros poemas (o viceversa), se engarzan para formar dos piezas de un mismo engranaje, la máquina de un universo que se retroalimenta entre sí, creando algunos lazos comunes o vasos comunicantes que ofrecen buen viento al lector para sortear esta marea de versos con los que el poeta Roger Santiváñez vuelve al ruedo poético y vuelve a recrear en alegorías un mundo que trina (o aúlla) en la palabra.
Asgard y otros poemas
Cabe recordar que Asgard es un mundo mítico gobernado, en las sagas nórdicas, por Odín. En su poemario, Santiváñez trae aquella leyenda a la frescura de los pastos andinos, del despejado cielo norteño del Perú, y es así que en medio de las alegorías los recuerdos familiares, amorosos, de la infancia y juventud deambulan rompiendo el silabeo gramatical aceptado para reconstruirse en un cover personal del lenguaje que batalla contra sí mismo para no despedirse y no desaparecer, los dulces encabalgamientos bien zurcidos en el lenguaje. Para Santiváñez ciudades como su natal Piura o Lima, recintos arqueológicos como Aypate o lugares turísticos como Canchaque o Poclus son también los territorios de lo legendario, de lo divino que continúa su camino ya no entre las actuales calles del Perú, sino en la memoria que se empoza entre las líneas de su mano, esa misma con la que ha escrito estos poemas. Asgard y otros poemas (2017) se forja así como un poemario que le canta a la belleza del chirriar entre palabras y de la absoluta armonía en el lenguaje. Quizá podemos leerlo como el ruido de una angustiada noche que baja a nuestros oídos y nos susurra que tras la más densa oscuridad siempre retornará el amanecer.
Balara
Este poemario es un grito subversivo. No apto para lectores proclives al conformismo de una poesía fácil de digerir, si aquello puede llamarse acaso poesía. Santiváñez esparce en el viento las semillas de poemas que crecen de modo imbricado, se adentra en el oleaje de la palabra cantándole al sueño, al recuerdo de aquel ardor que en su memoria aún flamea. Leemos aquí a un poeta comprometido con el trabajo del verso como unidad, con lograr exprimir de cada verso la mejor imagen posible en el marco del brillo de la hermosura del lenguaje y así, trabajando verso a verso, crear poemas que son pura esencia, logrando retirar el máximo de ripio posible. Atrae Santiváñez al lector a su canto a través del preciso corte entre versos y estrofas para alcanzar la musicalidad exacta en los encabalgamientos y, de alguna manera, el preciosismo con cada poema a través de un trabajo de pulido detallado. Vuelve a burilar el amor, la naturaleza y resalta la belleza que podemos apreciar en el día a día, si tan sólo nos detenemos a ver pasar el tiempo y el paisaje, la vida en su entero resplandor, veremos lo que el poeta ha plasmado con cada palabra en Balara.
Muere, o renace, cada poema con un verso o palabra que como coda el poeta siembra en la mente del lector para quizá con ello dejar en la mente la idea central que quiere que rumiemos. Las referencias intertextuales resultan interesantes como disparadores. Desde el sonido de las olas en las playas de Piura, el sol quemando las arenas del amplísimo desierto de Sechura hasta los recuerdos que como chispazos surgen de la poesía del Padre César. Vallejo. De Pound, de Nerval, de Eielson o Guillén e incluso de la pintura de Kandinsky oscilan, entran y salen, para esclarecer algunos poemas logrando enhebrar en su discurso lírico diversos senderos que permiten al lector ingresar en la dinámica sinuosa de este poemario.
Coda
De alguna manera, Roger Santiváñez hace un alto en su producción poética para ofrecernos dos poemarios cuyas ramas se elevan paralelas indicándonos tal vez los nuevos rumbos por los que puede empezar a discurrir una nueva etapa de su poesía, mucho más calma, contemplativa, pero no por ello menos lúcida o subversiva. ¿Qué más subversivo en estos tiempos que detenernos a observar el apacible fluir de la vida a orillas del río Cooper o en las praderas de New Jersey? Sosiéguese lector, con las bucólicas fragancias de estos poemarios. Y juzgue.