Por José Aníbal Campos
Crédito de la foto (izq.) Ed. Barataria /
(der.) ©EÜK
Las Escalas de César Vallejo:
un viaje de las florescencias a los líquenes.
Conversando con la traductora Christiane Quandt
No ocurrió exactamente así, pero las circunstancias, el lugar y la ocasión del primer encuentro con la traductora y escritora Christiane Quandt* se confabulan para que ahora, en esta presentación, lo «literaturicemos» un poco:
Es 16 de marzo de 2019. Fuera llueve a cántaros. En el Colegio Europeo de Traductores de Straelen (Alemania), los residentes han dejado la soledad de sus celdas de trabajo y se han reunido en la cocina. Es el sitio de este laberíntico y curioso monasterio –o clínica de (des)intoxicación, si se quiere— en el que la labor de traducción se complementa con intercambios menos inmateriales: allí se comparten —en cuatro o cinco idiomas, o en un híbrido de varias lenguas— platos, opiniones, bromas, anécdotas, títulos de libros, cantos, vinos de variada graduación y buqué, anhelos y frustraciones —aunque sobre todo anhelos—; allí se materializa una convivencia ejemplar que apenas suele sostenerse cuando uno sale de su privado periodo de reclusión y regresa al mundo «real» y sus condicionamientos.
Una joven, la colega recién lllegada, entra en la cocina y mira con una mezcla de extrañeza y regocijo al variopinto cónclave en plena y ruidosa faena sibarítica. Tras las presentaciones de rigor en alemán: «Ich bin Christiane», la nueva compañera capta al vuelo un intercambio en castellano para inmiscuirse y, como por arte de magia —magia de las lenguas compartidas en sitios tan extravagantes—, integrarse al grupo en el acto. «¡Ah, pero traduces del español! ¡Qué maravilla! ¿Y qué estás traduciendo en este momento?» «A César Vallejo, las Escalas» «¿Y qué tal?» «Vallejo ist ein Arsch», responde Christiane. [Vallejo es un hijoeputa].
Y con esa pregunta queremos iniciar esta charla de traductor a traductora:
José Aníbal Campos [JAC]: De acuerdo, Christiane: Vallejo es un Arsch. Dinos, por favor, más al respecto. Aprovecha este momento, el día de su 127 cumpleaños, para descargar esa rabia traductora que se deriva de algo casi tan metafísico como la imposibilidad del amor pleno y recíproco.
Christiane Quandt [CQ]: Como toda traductora (utilizo el femenino genérico, los hombres están incluídos de manera implícita) que elige sus propios proyectos, vengo teniendo una relación estrecha con Vallejo y, muy especialmente, con sus Escalas. No es un trabajo por encargo, por suerte, de lo contrario me volvería loca de atar. Lo elegí yo misma en colaboración con el editor. Como sabrás, Vallejo es mucho más conocido por su poesía, y de su prosa, particularmente la que escribió en la primera fase de su obra, hay mucho menos recepción.
Conocí a Vallejo y sus Escalas durante mi trabajo como docente e investigadora en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Libre de Berlín. Me costó algún trabajo encontrar una entrada al texto, algo que me enganchara, pero luego me enamoré, como suele pasar con los fenómenos, las personas y los textos que demuestran alguna complejidad y requieren un esfuerzo por parte de su interlocutora. Pero una vez que acepté lo raro, lo complejo, lo ajeno, me enamoré. Vallejo en su primera fase —escribió Escalas en paralelo a su primer poemario Trilce—, tiende a utilizar palabras rebuscadas, raras en el sentido que no son muy conocidas y las utiliza de una forma creativa y extraña. Además, se vale de imágenes más o menos metafóricas, personificaciones o símiles, que atrapan a la lectora y nos arrancan de la realidad para arrojarnos directamente al ámago del mundillo ficcional de cada cuento. Para ilustrar el fenómeno, doy un breve ejemplo tomado del cuento “Liberación”, que trata de un delincuente encarcelado, Palomino, que vive en constante pavor de ser envenenado por la familia de la persona que asesinó. Cito:
“La familia del hombre que él mató, le perseguía de esta manera hasta más allá de su desgracia. No se contentaba con verle condenado a quince años de penitenciaría y arrastrar a su familia a una ruina clamorosa: llevaba su sed de venganza aún más abajo. Y ahora se embreñaba en recova por trás de los quicios de los sótanos y entre espora y espora de los líquenes que crecen entre los dedos carceleros, tanteando el resorte más secreto de la prisión; ahora se movía por aquí con más libertad que antes a la luz del sol para la injusta sentencia, e hincaba las pestañas de infame emboscada en la atmósfera que había de venir a respirar el condenado.”
Creo que podemos estar de acuerdo en que este pasaje, a varios niveles, es sumamente complejo. Primero a nivel de lenguaje, de vocabulario, por la gramática y la sintaxis; luego a nivel de las imáganes que evoca y del estilo y, finalmente, en términos de función literaria y pragmática dentro del cuento y dentro del libro. Vallejo se vale de recursos fantásticos que recuerdan a Franz Kafka, pero su lenguaje es tan complejo como el de Thomas Mann. Los cuentos de Escalas no son barrocos, o floridos como los de los contemporáneos de Vallejo. En vez de coloridas y perfumadas flores vemos crecer líquenes y musgos. Y a esas complejidades multifacéticas me refería al decir que Vallejo era un Arsch. En el dialecto de mi abuela, el alto bávaro (Oberbayrisch), hablar de alguien como Arsch puede significar varias cosas, entre ellas, que es un ser despreciable o persona de moral cuestionable, pero también puede ser una expresión de altísimo respeto. Por ejemplo, cuando alguien te gana jugando a las cartas y lo hace de una manera elegante, se le llamará, sin falta, un Arsch en cuanto acabe la partida.
En mi relación con el texto de Vallejo —las traductoras casi siempre tenemos una relación más estrecha con los textos que con sus autores—es esa mezcla de respeto y desesperación la que quise expresar con tal insulto. El respeto que le tengo a un texto tan complejo y tan bello a la vez y la desesperación que me causa como traductora que pasa horas tratando de entender y llegar a apreciar —y finalmente traducir— esa fina labor de minería en las profundas galerías de la lengua que nos ha dejado Vallejo.
[JAC]: Las Escalas serían un buen ejemplo de esa simultaneidad que produce el llamado Zeitgeist, el espíritu de una época. Asombra ver cómo ciertos recursos de estilo o un determinado uso de las imágenes en estas prosas muestran su coincidencia con los recursos de una parte de la literatura producida en Alemania por aquellas fechas, como la del expresionismo. ¿Te ayuda, como traductora, el contar en tu lengua con ese ADN literario a la hora de trasvasar esos textos?
[CQ]: Muy buena pregunta. Para responderla, voy a dar un pequeño rodeo. Como latinoamericanista, he leído a los vanguardistas “antropófagos” brasileños, especialmente a Haroldo de Campos y su, para la época, revolucionaria noción de la traducción como acto de “transcreación” e incluso de “antropofagia”. Partiendo de la teoría de Benjamin, según la cual con cada idioma al que un texto es traducido este último se aproxima más al lenguaje divino, De Campos dice que toda traducción es un acto voraz, el traductor se convierte en un devorador que luego digiere el texto de partida (el sacrosanto “original”) para convertirlo en otro tipo de suelo fértil para la recepción dentro de su espacio linguístico cultural. Lo que en Benjamin se basa todavía en un concepto esencialista/místico, en De Campos se convierte en una filosofía de la traducción (des)constructivista. Esos conceptos son retomados por varios teóricos de la actualidad como por ejemplo Lawrence Venuti y Dilek Dizdar, para quien quiera saber más sobre el asunto.
Para mí, la traducción es un acto destructivo. O sea, a la hora de traducir, del texto de partida no queda, literalmente, nada. Reemplazo las letras, las palabras las frases en español por otras en alemán. Sólo quedan algunos topónimos, nombres de personajes y, en algún caso, números. Pero nada más. Si me quedo en las ideas hermenéuticas de Schleiermacher, que me obliga a dar vueltas en torno a un significado que jamás conseguiré entender ni traducir del todo, me veo limitada en mi labor. Pero si le doy la vuelta creativa a mi oficio, y lo veo como un acto voraz, me agencio una mayor libertad. Prefiero, mucho más, construir algo nuevo a base de lo que escribió Vallejo que intentar imitarlo y necesariamente fracasar. Ahora, eso no quiere decir que no busque inspiraciones en las literaturas germanófonas o que me falte el respeto para con el texto original. Para ciertas complejidades de la sintaxis en Vallejo, los cuentos de Thomas Mann, por ejemplo, son una bella cantera de la que puedo extraer algunos cristales que encajan perfectamente en mi traducción. Asimismo, en Kafka encontramos angustiosas imágenes onírico-fantásticas que pueden servir de inspiración, aunque el estilo de Kafka —al contrario de Vallejo— es simple, lacónico.
Para mí, el contexto cultural específico que fue la vida de Vallejo, no tiene, de por sí, paralelo en la literatura alemana. Porque son ámbitos diferentes, con distintas tradiciones, distintas líneas, distintos espacios culturales y personales. Además, estoy traduciendo un texto del año 1923 en el año 2019. Lo mismo vale en términos del uso del lenguaje. Es que Vallejo es peruano, pues. Nunca será alemán. La versión alemana de las Escalas siempre será otra cosa que el libro español. El gran malentendido en el mundo editorial y de parte de las lectoras es que las traducciones no se leen como traducciones. Aprendemos desde nuestras primeras lecturas que leemos, por ejemplo, a Siri Hustvedt, aunque sea en español o alemán, cosa que es simplemente falsa. Cuando leemos a Siri Hustvedt en alemán, leemos la traducción hecha por Uli Aumüller o Bettina Seifried. Lo mismo pasa con autoras actuales como Samanta Schweblin, que leemos en la traducción de Marianne Gareis, etc. etc. Todas las palabras que están en los libros traducidos al alemán las escogieron y teclearon nuestras estimadas colegas. Es más, Siri Husvedt nunca podrá leer su novela en alemán, simplemente porque no habla el idioma.
Con esto quiero decir que cada traductora parte de sus propias experiencias lectoras, las cuales, por supuesto, son limitadísimas. Pero, a mi modo de ver, tales limitaciones no deben encadenarnos, sino hacernos más libres. Lo curioso es que los resultados pueden ser muy similares en traductores “schleiermacherianos” y traductoras voraces. Pero el trabajo es mucho más divertido si te ves como creadora en vez de imitadora, abocada forzosamente al fracaso.
La traducción tiene siempre que ver con la empatía, el amor y la dedicación. Pero muchas veces, el mundo malentiende esa dedicación como esclavitud. Y la humanidad tuvo buenas razones para eliminar tal mecanismo de injusta sujeción.
[JAC]: Tu caso profesional me parece bastante poco común en el ámbito de la traducción en Alemania, donde hasta hace poco existía un grado de “especialización” que hace que los colegas que han empezado traduciendo determinados temas o géneros apenas consigan luego salirse de esa gaveta en la que los han encasillado. Tú, en cambio, pareces haber decidido “coger al toro por los cuernos” (Olvida, por favor, la metáfora taurina por la que yo mismo me estoy odiando ahora) y lanzarte a proponer a “tus” autores. Cuéntanos del precio que eso implica, y háblanos, por supuesto, de las satisfacciones de esa postura deliciosamente temeraria.
[CQ]: Tanto en mi vida como en mi trabajo trato de mantener cierto balance: entre fases de estrés y fases de distensión, por un lado, y, por el otro, entre proyectos muy entrañables para mí y otros que no lo son tanto. Por fortuna, estudié traducción especializada, lo cual me permite ofrecer, además de las traducciones “bonitas”, traducciones oficiales de partidas de nacimiento, certificados de divorcio, etc. Ese tipo de textos no tiene mucho valor artístico, pero me permite seguir adelante con proyectos como Escalas. La labor de las traductoras literarias —me atrevo afirmar que a nivel global— no está muy bien remunerada ni reconocida. Dichas sean las cosas como son: nadie se hace rico traduciendo literatura. Las traductoras somos el último eslabón en la cadena del mundo editorial. Somos invisibles. Tenemos que luchar por un honorario mínimo y unos plazos realistas. Muchos trabajos sólo se logran con una beca o un apoyo desde afuera, ya sea porque tienes una pareja que te ofrece cierta estabilidad financiera o porque consigues una estancia en una casa de traductores como ésta de Straelen. En Alemania existen varias posibilidades, afortunadamente. Pero no es algo natural. Hay colegas y personas afines que luchan todos los días para mantener esas estructuras.
Hablando de un modo más general, Alemania tiene cierta infraestructura de apoyo a las bellas artes, pero en el ámbito de la literatura todavía no hemos llegado al nivel de Austria, por ejemplo. Me parece un poco hipócrita de parte de los ministerios de la cultura cuando, a conveniencia, hablan de Alemania como el “país de los poetas y pensadores” y sus autoras y traductoras están luchando para sobrevivir.
En fin, para soportar el peso económico de nuestra profesión hay que hacer lo que llamamos un cálculo mixto, tener una pareja rica, heredar una fortuna o ser una idealista incorregible. De todas formas, me parece sumamente importante hablar de ello y no atender sólo a la belleza de éste o más cual proyecto o a la relevancia de traducir a este o aquel gran autor, sino tener también en cuenta que los libros traducidos no surgen de la nada. Son hechos por personas. Hay un traductor, un editor y a veces un agente de por medio. Y en muchas ocasiones, las traductoras ni se mencionan en las reseñas de libros traducidos. Como dije antes, la invisibilidad del proceso de traducción y de la persona que traduce tiene graves implicaciones económicas, sociales y a veces personales.
[JAC]: Aparte de ahora Vallejo, háblanos de los demás autores latinoamericanos que has traducido, de los modos de llegar a ellos y de darlos a conocer en el ámbito alemán.
[CQ]: Mi pasión por la literatura latinoamericana se inició durante mis estudios en Germersheim, un pueblito donde no hay nada salvo la facultad de traducción e interpretación de la universidad Johannes Gutenberg de Maguncia. El pueblo es tan chiquito que ni cine tiene (y no es metáfora), o sea que sobra mucho tiempo para leer. Terminé escribiendo mi trabajo final sobre la autora brasileña Clarice Lispector, una de las figuras más interesantes de todas las literaturas latinoamericanas. No llegué a traducirla, porque ya había traducciones. Pero al terminar los estudios y mudarme a Berlín, me puse a hurgar en las bibliotecas en busca de autoras de la actualidad cuya forma de escribir fuese más o menos en esa dirección. Una buena excusa para estar al tanto con las autoras actuales es la revista alba. lateinamerika lesen (www.albamagazin.de) que publicamos un equipo de traductoras, académicas y entusiastas de las literaturas latinoamericanas en Berlín. Editamos textos actuales principalmente, pero también tenemos varias secciones temáticas, dedicadas a voces perdidas, vanguardias literarias, figuras que fomentaron el intercambio cultural entre Alemania y las Américas y, finalmente, traductoras.
En el contexto de la revista hubo un intercambio con una editorial mexicana llamada Mantis Editores y allí encontré el primer libro que traduje: Claustro, de Lucero Alanís (título alemán: Das Margeritenkloster). El libro me fascinó desde el inicio. Es una suerte de prosa poética que tiene una trama, pero, más que “lo que pasa”, lo importante son los modos de la narración, así como las bellas y horríficas imágenes que encuentra la autora para hechos muy traumáticos. El texto trata de una joven que ha vivido una serie de traumas horribles, empezando por el abuso sufrido a manos de su padre —que termina llevándose a su hermana gemela como nueva esposa—, pasando por la situación violenta en un colegio católico, hasta terminar en un hospital psiquiátrico cuyas estructuras —tanto físicas como de poder— se superponen a las memorias del colegio. La protagonista, Margarita, se salva por obra y gracia de su viva imaginación y se refugia en unos mundos situados en el umbral entre lo real y lo onírico, universos multicolores alejados de las violentas manos de sus verdugos. Por desgracia, el libro no se vende muy bien, pues se publicó en una editorial minúscula que no tiene los medios para lanzar una gran campaña de marketing. Pero no me importa, el libro existe y fue una experiencia intensa traducirlo. Al mismo tiempo, la historia de esa traducción es prueba de que el trabajo voluntario en alba sirve no sólo a nuestras lectoras sino que establece redes que pueden dan lugar a resultados palpables.
Después de Claustro traduje dos libritos de poesía, uno de la misma editorial de Guadalajara y otro de un amigo mío argentino que vivía en Berlín, Cristian Forte. El último libro que traduje es una novela sobre la ciudad de Berlín en los años 80, de la argentino-berlinesa Esther Andradi, titulado Berlín es un cuento (en alemán: Drei Verräterinnen). En paralelo a Escalas estoy trabajando en otro proyecto muy interesante, en el que entré por vía de la editorial alemana de Claustro, Ripperger & Kremers. Es una selección de cartas del pintor Francisco de Goya, todas intercaladas en las pinturas tratadas en cada carta. En ese proyecto soy coeditora y traductora a la vez. Además de ello, estoy editando con dos amigos míos, Peter Holland y el poeta berlinés-español Julio Prieto, una antología de ensayos sobre poesía actual en lengua española.
Dicho de un modo general, me identifico como traductora, pero también como agente cultural. En la revista alba nos proponemos buscar lo bello y todavía desconocido que quizás el próximo año llegará a publicarse en una editorial grande acá en Alemania (como pasó con Valeria Luiselli, Samanta Schweblin y Ariana Harvicz, todas traducidas por primera vez en alba). Es un hobby que me da la oportunidad de conocer de cerca las escenas literarias latinas y de establecer útiles redes de contactos en todo el subcontinente. Entrevisté, por ejemplo, a la afamada autora mexicana Guadalupe Nettel (publicada también en: otrasinquisiciones.com/?s=Nettel), a la que pude conocer personalmente cuando recibió el Premio Anna Seghers en Berlín en el año 2009. Existe una traducción mía de uno de sus cuentos, pero su novela fue traducida por otra traductora más establecida. No es fácil entrar en las grandes editoriales. Y en lo personal, no estoy demasiado segura de que sea eso lo que quiero conseguir. En realidad, me gusta mucho tener mi independencia y escoger mis propios proyectos, aunque sean de poco alcance. Si con las traducciones que hago llego a tocar el corazón de una, dos, tres personas, para mí será haber logrado algo grande. Esa es la razón por la que hago lo que hago: quiero transmitir mi pasión por las literaturas latinas, que, pasado el Boom hace ya varias décadas, en Alemania están un poco fuera de moda.
[JAC]: Estimada Christiane. Muchas gracias por esta esclarecedora charla.
[CQ]: Gracias a ti por la bella entrevista.
*(Alemania). Traductora del español y del portugués al alemán. Vive con sus dos hámsters enanos en Berlín. Es redactora de la revista de literatura latinoamericana alba. lateinamerika lesen, que publica novedades de las literaturas latinoamericanas, con traducción al alemán, en Berlín. Fue docente de Literatura latinoamericana en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la FU Berlín (Alemania). Ha publicado traducciones de la obra de Ricardo Lísias, Carmen Ollé, Ana García Bergua y Guadalupe Nettel. Además, tradujo Das Margeritenkloster (‘Claustro’, 2017) de la mexicana Lucero Alanís y Drei Verräterinnen (‘Berlín es un cuento’) de la argentina Esther Andradi. En la actualidad trabaja en la traducción al alemán de Escalas (melografiadas) del peruano César Vallejo, y en la traducción del poemario O Martelo de la brasileña Adelaide Ivánova.