«Las afueras» (1997), de Pablo García Casado, análisis por Martín Rodríguez-Gaona

 

Hace algún tiempo, publicamos en Vallejo & Co. el prólogo del ensayo Mejorando lo presente. Poesía española última. Posmodernidad, humanismo y redes (2010, Caballo de Troya ed.). Un ensayo escrito por el escritor Martín Rodríguez-Gaona que nos ayuda a entender la situación de la poesía española contemporánea haciendo énfasis en la multiplicidad de tendencias y su vínculo a los nuevos soportes y formatos.

En esta ocasión, toca profundizar en la poesía de Pablo García Casado, para lo que Rodríguez-Gaona analiza el poemario Las afueras (1997).

 

Por: Martín Rodríguez-Gaona

Crédito de la foto: www.todocoleccion.net

der. www.cordopolis.es

 

 

En los límites del determinismo posmoderno.

Las afueras (1997), de Pablo García Casado

 

Las afueras, de Pablo García Casado (Córdoba, 1972), es uno de los primeros libros de poesía más importantes de las últimas décadas en España. Este hecho se desprende no sólo de su notable factura, sino de la recepción entusiasta con la que fue recibido por las nuevas generaciones en un medio saturado, sea por propuestas herméticas de resonancias místicas o por aquellas circunscritas a una tradición castellana y realista. Sus desenfadados versos apuntaban, nada más y nada menos, a un cambio inminente de paradigmas en la poesía española contemporánea.

La habilidad de García Casado le permitió reunir tres condiciones para ser celebrado a su vez por la crítica y por el lector común: su exploración de un costumbrismo contemporáneo, la plasmación de una nueva sensibilidad generacional y, quizá lo más determinante, el presentar sus logros formales de manera consistente y reconocible (i.e. una familiaridad clásica, además de la innovación). Los motivos del porqué esta escritura, pese a la entusiasta recepción obtenida, no llegó a constituir una escuela son varios, y suponen desde la ya referida saturación del medio por otras vertientes institucionalizadas hasta la exigua confianza de las editoriales de poesía en un público juvenil, sin olvidar la posible ausencia de autores de calidad con un universo parecido.

En nuestra opinión, el que la obra de García Casado no alcanzara a instituirse en un modelo para sus contemporáneos -como fue costumbre con otras poéticas exitosas- podría obedecer a que el poeta respondía a un concepto distinto de la actividad literaria, que no encajaba en la cultura corporativa dominante en aquellos años. Es decir, el autor de Las afueras nunca pretendió arrogarse representatividad mediática alguna, una circunstancia que evidencia tanto la reducida agenda temática de los medios culturales masivos como un sentido más independiente de la creación artística.

Así, el autor de Las afueras se revela como un poeta con una subjetividad compleja, irreductible a una identidad normalizada. Para este fin sus versos son simultáneamente líricos y dramáticos, manejando siempre una certera distancia con respecto a sus personajes y situaciones. Desde esta adecuada perspectiva se logra evocar un universo coherente, sin sacrificar la proximidad imprescindible para transmitir emoción.

La estrategia que sostiene al libro es el retrato de un joven que intuye el desarrollo casi programado de su vida, la cual se observa con cierta lejanía entre escéptica, irónica y melancólica. Se suceden así distintos rituales de juventud (la vida nocturna, los amores furtivos, la confusión afectiva, etc.). Los retratos de pareja son invariablemente tragicómicos: la voz femenina, cuando cobra protagonismo, es un grito, un permanente reclamo, mientras el varón resulta siempre patético, antiheroico, dependiente y voluble.

De esta manera, el libro es planteado como un melodrama en cinco partes, que expone la crisis de la joven pareja. El recorrido propuesto representa un aprendizaje previo al matrimonio, marcado por la agresividad, la desconfianza y el absurdo. La observación de los acontecimientos está anotada en clave antropológica, con un sesgo emparentado con la espectacularidad de los reality shows: “sabe esa puta lo que es sentirse como el trapo / donde te limpias la polla después de la faena?/ no no quiero hablar fuera de aquí a la puta calle”.

La clave del encanto de Las afueras, sin embargo, está en las resonancias que establece con las vivencias de sus lectores. La narratividad permite trabajar un lirismo ficcional, que evita todo patetismo mediante el empleo reiterado del ridículo. Consecuentemente, García Casado no apela a lo sublime –la emoción desde el lenguaje elevado- sino a la identificación, a la representatividad, a la empatía sociológica. El poeta se deja imbuir por escenarios del imaginario popular industrializado, pero su propuesta es muy distinta a la del pop culturalista de Pere Gimferrer o Luis Alberto de Cuenca: los protagonistas aquí han perdido su identidad, y ya no se lamentan, pues se reconocen como parte de un melodrama que se repite en toda geografía citadina. De una forma oblicua, Las afueras, en sus situaciones reales pero exageradas, también es parte de la españolísima tradición del esperpento.

Formalmente, los poemas de Las afueras están cerca de la estrofa clásica, lo cual es importante para la exposición visual o conceptual de los relatos. Lo tradicional, no obstante, se abre a otras influencias cuando el poeta escoge productos tecnológicos y comerciales y los transforma en símbolos: el automóvil, el detergente Dixan, los contestadores telefónicos, etc. Así, las pulsiones autodestructivas son recreadas a través de escenografías cotidianas como coches, bares y apartamentos. La narración elíptica, la oralidad y ciertas licencias vanguardistas -como la ausencia de puntuación y las minúsculas- desrrealizan lo cotidiano y van desvelando sutilmente el peligro oculto tras los convencionalismos del consumo: “qué será de nosotros cuando los centros comerciales / las librerías y las cafeterías sustituyan esta variedad de utilitarios de tres puertas”. El poeta se reconoce prisionero de la otra cara de la sociedad de bienestar.

Este es el aspecto más inquietante de la propuesta. El determinismo posmoderno, pese a ser retratado con una amabilidad warholiana similar a la de los productos de un supermercado, esconde el cansancio de la vida en la periferia. Un orden que se impone, fuera de cualquier redención cínica, como una losa sobre los habitantes de la urbe.

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