LA RUTINA DEL FUEGO. ENTREVISTA A CARLOS EDUARDO ZAVALETA

LA RUTINA DEL FUEGO. ENTREVISTA A CARLOS EDUARDO ZAVALETA

 

Por: Alejandro Mautino Guillén

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Una entrevista en un Pueblo azul, Un día en muchas partes del mundo, entre Pálido, pero sereno; Carlos Eduardo Zavaleta, con Un joven, una sombra.

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En la entrevista que concede a Roland Forgues, afirma que parte de una opción fundamental, el realismo. Esto por cierto, buscando describir los cataclismos y aluviones de Ancash ¿Usted elige los temas o éstos terminan eligiéndolo?

Lo uno comienza convertido en lo otro y uno no sabe en realidad cuál es primero. Pero yo, conscientemente, me inicié con una novela El cínico; sobre Lima. Yo siendo serrano y llegando a Lima por primera vez, me sorprendió por lo distinta que era la vida con relación a la sierra. Y por esa razón, y de modo consciente, escribí una novela sobre Lima. Pero luego, en el intervalo de eso y lo que vino después del año 1947 y 1948  se produjo en mi lo natural. Las cosas salieron poco a poco, merced a mis lecturas de distintos autores desde Dostoievski hasta los existencialistas franceses. Entonces, poco a poco, salieron mis recuerdos de mi vida en Corongo, en La pampa, Sihuas, Pomabamba, etc. De tal manera que todo vino a mí, incluso mi vida en Tarma; donde pasé tres años en el colegio. De modo que,  absolutamente todo me vino de forma natural y así salió. Y luego, al leer Retrato del artista adolescente de James Joyce, me di cuenta que había una técnica que yo podía seguir muy bien; que era la del monólogo interior, la de la expresión del pensamiento y dentro de ese pensamiento, meter incluso al diálogo. Es decir, que cuando él está pensando está pensando en lo que ve, está pensando en lo que siente y está pensando en lo que va decir. De tal manera que, así como había una técnica tan dúctil, entonces yo animé a mis recuerdos y es así que mi primer cuento, es un homenaje a James Joyce.

 

¿Cómo se elige ser narrador o ser poeta?  A Carlos Eduardo Zavaleta  lo conocemos como cuentista, novelista, traductor, ensayista, etc., pero no como poeta. ¿Publicó alguna vez poesía?

Nunca. Me cuidé mucho de ello, ya que le tengo mucho respeto a la poesía. Sin embargo, yo he traducido a  poetas  y mucha poesía, por ejemplo; la poesía completa de James Joyce, he traducido además muchos poemas de poetas contemporáneos. He traducido una obra completa de teatro de T. S. Eliot, fragmentos de poemas de Ezra Pound, también poemas de William Carlos Williams, de Allen Ginsberg, entre otros. De tal manera que,  realmente mi vida ha estado al cuidado de la poesía y de los poetas. Pero yo entendí que esa no era mi misión y que no tenía gran facilidad para ello. Entonces, lo que me preocupé fue cambiar a la prosa, porque la prosa que yo leía y veía de los famosos indigenistas peruanos, con la excepción de Ciro Alegría y José María Arguedas, era deplorable, absolutamente deplorable. No sabían describir bien las oraciones principales y subalternas, no las podían armar, no había cierta sonoridad y menos musicalidad en los párrafos. De tal manera que todo ese ambiente era meramente gesticulatorio, propenso a las interjecciones. Todas esas cosas no me gustaban, de ahí que era muy malo el panorama prosístico en el Perú e intenté alejarme lo más posible de esa tipo de escritura.

 

Algunos estudiosos como Roland Forgues, Manuel Jesús Baquerizo y Washington Delgado señalan que Zavaleta construye una arquitectura técnica narrativa que coincide con la psicología profunda: el mirador psicologista, como diría Forgues. ¿Cuál cree, después de mucho tiempo, la novela que más le ha costado elaborar?, en la entrevista a Forgues señalaba que era Retratos turbios.

Yo creo que ahora viéndolo bien, los que más me han costado trabajo han sido Pálido, pero sereno y Los aprendices.  ¿Pero, por qué?, porque yo creo que nací como cuentista nato.  Para mí hacer un cuento era como respirar, pero luego comencé a extenderlos y ampliarlos. De ahí me di cuenta que tenía una prosa bastante elaborada, muy medida, muy difícil de extender durante páginas y páginas. Y entonces tuve que prometerme a mí mismo,  extenderme un poco, pero no demasiado. Entonces vinieron las novelas cortas de cien a ciento veinte o ciento cuarenta páginas. Eso es lo que yo daba más o menos como una forma de respiración. Y para lanzarme a la novela de trescientas y cuatrocientas páginas lo tuve que pensar mucho, pero como la atmósfera de esos años (1960 – 1970) se llenó de novelistas, incluso de latinoamericanos, también mis propios compañeros de generación se lanzaban a la novela siguiendo el ejemplo de Mario Vargas Llosa. Con este ejemplo y además, la dedicación de las editoriales a las novelas latinoamericanas de ese tiempo, dije: “no tengo más remedio, puedo hacerlo como una prueba con mi prosa, sí puedo extenderme”. Siempre pensaba yo que extenderme sería una trabajo muy difícil y me preguntaba  por qué Jorge Luis Borges no había escrito nunca una novela. Y sin embargo, sí lo había hecho, la novela Las palmeras salvajes de  William Faulkner tiene más de cuatrocientas páginas y Borges la había traducido estupendamente. O sea que el estilo de Borges daba para la novela, lo que pasa es que él  sin duda no quiso o tal vez no encontró un tema a desarrollar tanto. Porque él combinaba pensamiento y poesía, tal vez no le quedaba aliento y la verdad es que sí podía llegar. Otra prueba la dio Julio Cortázar con su novela Rayuela, y esto es una prueba de que la extensión de la prosa y la poesía no están separadas. Se puede cuidar una página como se puede cuidar quinientas.

 

Cuando hablamos de Pálido, pero sereno, ¿Nos es posible postular que es una novela total? (hasta ahora un criterio arbitrario). Es decir, en ella vemos un conjunto de cuentos, pasajes, episodios que nos conducen a personajes de algunos cuentos anteriores como: “La primera mujer”, “La mujer del héroe”,  “Eclipse de una muchacha”, etc. ¿Cómo están estructurados estos elementos en su novela?, ¿Nos es posible sostener esta teoría de novela total?

No lo sé. Yo nunca he manejado ese concepto de novela total. Aunque eso se vio en el año  1965 cuando nos reunimos en Arequipa y Mario Vargas Llosa pronunció su ponencia sobre la novela total. Pero a mí me parece que ya, la gran novela total, estaba escrita. Y la más grande para mí es El Quijote, que es la novela de novelas; donde todo aparece: lo íntimo y lo extraño, lo de adentro y lo de afuera; lo de cierta aproximación al personaje y a su cultura. Y luego leer a Tolstoi, leer Guerra y paz, ¿qué otras novelas pueden ser totales?, Los hermanos karamasov  de Dostoievski;  donde el autor ha puesto toda clase de técnicas para que lo cercano y lo lejano, el país y el terruño pequeño, todos estén juntos. De tal manera que eso he querido hacer sí, voluntariamente sí, conscientemente sí en Pálido, pero sereno.  Esta novela es mi homenaje a Ancash, en general a través de Caraz, Sihuas, del Callejón de Huaylas y de los Conchucos. Yo he querido convertir a Ancash en una especie de símbolo de un problema, de una región problema y que al final, resultó desembocar en un país problema. A través de Ancash me dedico a pintar todo el país con sus bellezas, con sus infortunios y con sus esperanzas. Además me dediqué también, al mismo tiempo, a los que viven fuera del país. Hay una buena cantidad de millones de peruanos que están repartidos por todo el mundo y todos los días pensando en el Perú, unos quieren volver y otros no. Esa especie de vuelta al hogar es lo que me ha seducido y me ha hecho pensar en la vuelta de Ulises a Ítaca

 

Hay un tema que creo a ambos nos obsesiona: la mujer. ¿Qué concepto tiene Carlos de la mujer y cómo llega a insertarla dentro de un cuento o una novela? En muchos de sus cuentos y novelas, la mujer es pieza fundamental. Así, encontramos  a mujeres perversas, atractivas, calculadoras, decididas, carnales, valientes, amantes, pasivas, con iniciativa, etc.  Háblenos un poco de las “mujeres” de Zavaleta. 

Bueno, la pregunta la esperaba hace mucho tiempo y es que desde mis primeros cuentos están las mujeres. Desde un texto del 1948 ambientado en Sihuas está la figura de la abuela. Está en esas miradas terribles que hay cuando los ríos se desbordan, entonces, ella domina al grupo familiar, incluso a los hombres los pone, digamos así, en vereda y los obliga hacer ciertas cosas y les niega otras. He ahí cuando llega la destrucción del puente y cuando  el pueblo de Sihuas se ha roto casi en dos,  entonces la gente huye desesperada por los cerros y ahí  estaba la matriarca, la abuela, para poner orden o también está en “Una figurilla” la presencia de la abuela.  Y  desde luego,  no está distinta de Matilde,  de Los aprendices. Matilde es la que inicia la novela, es la que  incita a su grupo, ella es limeña, pero ella incita a su grupo compuesto por algunos de la sierra a conocer la sierra. Es ella la de la iniciativa, porque ella no conoce la sierra y porque hay cierta revolución pequeñísima, cierto malestar social y político en Sihuas. Y luego,  siempre que tomo un personaje mujer, como que yo mismo siempre me llamo la atención varias veces y me digo ¡cuidado! como si fuera un semáforo ¡cuidado! ésta es una mujer. Porque para mí, como soy hombre y la inconsciencia es masculina, entonces, uno tiene que aplicarse seriamente, voluntariamente, esta figura que es distinta. Hay una frase de André Malraux en La condición humana que no me olvido: “el se volvió a mirar, lo que vio, no era un hombre era otra clase de ser”. Por ejemplo, está en  “La primera mujer” ambientada en Caraz, “La mujer del héroe”; que es un homenaje a la mujer de Phillips. Todo eso yo lo entiendo desde la mirada del hombre, del enamorado  y sobre todo del hombre asombrado de que exista una mujer. Que exista un ser  distinto y que es como un imán poderoso;  porque él cree que es quien guía al mundo y  la que guía en verdad es ella. Yo me he enamorado de cada una de esas personajes, vean “Eclipse de una muchacha”; se trata de dos mujeres, una en el pasado y la otra en el presente, una es la esposa y la otra es la primerísima novia, la chiquilla, la que derrota al tiempo, años y años él la va pensando. Es una pregunta importantísima la que me haces, ya que yo me preocupo mucho: dos y tres veces, cuando se  trata  de un personaje femenino. Porque creo en principio, tal vez es mi temor, temo que no la voy a dibujar bien, que dibujo fácilmente a los hombres, pero no a las mujeres. Y  con el tiempo  a resultado casi igual, personajes y personajes,  hay que preocuparse de todos. Comencé teniendo mucho miedo a los personajes femeninos y luego haciendo algo por lo que me pareció que no era una mujer sino una anciana;  y ésta era como yo mismo, como mi madre, etc., entonces, escribirla ya me resultó muy  fácil  y a través de ella, ya pude dirigirme.

 

En la novela Pálido, pero sereno la madre de Pablo, podría ser señalada como un ser perverso, frío y calculador. Pero Pablo no la odia, al contrario,  la evade para buscar un acercamiento posterior. La evade, pero cuando  está lejos del  país, busca en otras mujeres (en Linda,  Kate,  Elaine) la dependencia que le produjo su madre, incluso es un sujeto inestable en varios aspectos, pero está condenado a dos: a su madre principalmente y a Lucía. ¿Se podría postular que Pablo persigue inconscientemente un anhelo edípico, visto  desde la posición de un segundogénito frente a la madre?

Es un concepto algo freudiano. Hay el caso y me puse en el caso de un segundogénito y  esa posición del segundo frente a los padres y frente al primero es muy difícil. Pues hay una elección inconsciente de los padres por el primero por eso él está celoso. Y  yo,  como soy el cuarto,  he podido mirar todo eso y ver en el caso de éste segundogénito que es Pablo, este deseo de amar  a los dos padres. Pero resulta que quien dirige es ella (la madre), ella es la que manda y dirige, la que dice esto es bueno y esto es malo, de modo que el marido la sigue. Así hay un padre cuyo poder reside en la madre. Entonces, lo que quiere él es quererlos.  ¿Él porqué  pelea con su padre? porque su padre es intransigente y no tiene voluntad propia, entonces, lo que él quiere es liberar a su padre de su madre y hacer que el hombre sea hombre y no puede. Por eso llegan al insulto y todo lo demás y luego desgraciadamente el padre sufre del corazón,  resultado de una discusión que tienen;  uno muere y el otro tiene que irse con su beca a otro país. Pero Pablo se acuerda plenamente cuando vuelve y se dedica a su madre porque lo que desea es quererla. Debe ser por un encanto femenino que me persigue, ahí está el encanto femenino de la vida en esto y así Pablo quiere aproximarse, aunque  ella está enferma, rezongando al borde del colapso nervioso y él sólo quiere acercarse. Por un lado desapareció el padre, entonces es mejor todavía hacer la unidad de madre e hijo, por lo menos  una comprensión. Y lo logra muy remotamente, porque la madre no está consciente de lo que hace, la madre está perturbada y tal vez por eso Pablo se dedica más a su novia  y esposa. A él le encanta lo femenino y lo que quiere es vivir la vida. Y más aún, cuando uno está lejos, todos sufrimos y somos mitigados por las manos suaves  de las mujeres y eso es algo inconsciente, no es algo que uno diga yo no voy a hacer eso, es algo que sale como una especie de necesidad. Hay algo que me viene a la mente, cuando Washington Delgado hablando de esto, dijo que Zavaleta había creado personajes dignos de Shakespeare cuando habla de la madre, del padre y eso me gustó muchísimo y agregó  la novela que estábamos esperando de Zavaleta.

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Cuando Manuel Jesús Baquerizo habla de la “estética de la encrucijada”, tomando la expresión de Carlos Fuentes, señala que Zavaleta esboza el encuentro dramático entre la ciudad y la aldea, entre lo andino y lo occidental.  ¿Cómo reelabora Zavaleta el sincretismo cultural en su narrativa?, porque hay un dominio de contextos: ciudad-aldea, aldea-ciudad, para luego situarse en otro espacio mayor, la gran ciudad,  la metrópoli, el mundo.

Yo lo hice eso de un modo objetivo, mirando los hechos y no fabricándolos. ¿De dónde provengo? de la sierra, de un pueblo pequeño. Y luego fui a la gran ciudad y me pareció algo maravilloso, no porque fuera hermosa,  sino porque la vida en ese lugar es una cosa distinta. La vida resulta de otro modo, se resuelven los conflictos de distinta forma, los problemas del colegio, los  problemas de la calle, los problemas del país, etc., asimismo era la sede del problema. Y por otro lado, es decir, la sierra era la cede huérfana, la cede hermosa, pequeña, diminuta para nosotros mismos. Entonces era un camino que va desde lo más pequeño a lo más amplio.

 

Zavaleta forma parte de la generación más notable en la renovación de la narrativa peruana y que ha contribuido al desarrollo de la narrativa contemporánea ¿Qué lo singulariza técnicamente hablando, de otros escritores de su generación? 

Bueno, yo tuve la suerte de ser el primero en la Generación del 50. Hasta el año 1948 no se dedicaban seriamente a escribir cuentos, a escribir novelas cortas, excepto Ciro Alegría, porque la primera novela de José María Arguedas  Yawar Fiesta,  es para mí  una novela fallida, en las demás en cambio, recobra el aliento. Pero aparte de Arguedas y Ciro Alegría se había conseguido, desde el punto de vista artístico, poco en el cuento y la novela. Y luego tuvimos una especie de igual oportunidad que nos daban a  través de los géneros literarios de presentar el Perú al mundo. Es así que  yo tuve la suerte, leyendo a James Joyce, William Faulkner,  Fedor Dostoievski,  León Tolstoi, etc., de emprender un camino en serio y además, un dominio en serio del lenguaje: dominio de la frase,  dominio del párrafo, dominio del capítulo. De tal manera que,  sin eso,  no había un dominio del mundo suave, permeable, artístico: capaz de ser recibido gratamente por el lector. No se preocupaban mucho de lo que diría el lector, entonces estudié, me dediqué a eso y publiqué. Y en el intervalo del gobierno de  Odría,  en el que cerraron todo, no había revistas ni nada, entonces comencé a escribir para mí mismo, para guardarlo y estar listo para mi libro de cuentos, que lo tenía listo desde 1953 cuando estudiaba en Columbia en Nueva York ya estaba listo. Estaba esperando para volver y,  apenas llegué,  me recibió Eleodoro  Vargas Vicuña  que ya acababa de publicar Ñahuín. Entonces me dijo: “que bien hermano que has llegado” y no sé qué más, “¿y tú que estás haciendo?”, -me dijo- y le respondí: “tengo un libro La batalla y está listo, ¿qué podemos hacer, cómo podemos publicar?”  Y entonces coordinamos con  Jorge Puccineli, y así nació  nuestra revista “Letras peruanas” la que publicó nuestros trabajos. Y ahí se percibía la variedad de estilos, de miradas que yo ya tenía sobre distintos autores que estaban dedicados, tanto a la sierra como a la costa. Pero me preguntabas sobre mi generación. Evidentemente estaba en un grupo en  el cual luego de cuatro o cinco  años de escribir solo alrededor de la revista que habíamos fundado con Jorge Puccinelli y Alberto Escobar, “Letras peruanas” en el 1951, comenzamos a ofrecer ensayos, cuentos y sobre todo, crítica de libros. Y ya desde ese momento, llegan los demás integrantes de la generación como compañeros a nosotros que éramos los  promotores de revistas. Llega el primer cuento de Julio Ramón Ribeyro, “La huella”; un asunto sumamente kafkiano. Luego llegan más cuentistas como Rubén Sueldo Guevara del Cuzco y luego los que escribían cuentos brevísimos en Lima como Luis Alberto Ratto, Luis León Herrera, todos con el deseo de enaltecer el lenguaje y enaltecer al cuento.

 

Háblenos de sus maestros, que aprendió Carlos, técnicamente hablando, de los escritores europeos, norteamericanos y latinoamericanos. 

Es sabido recordar a James Joyce, William Faulkner,  Jhon Dos Passos,  Ernest  Hemigway; pues aprendí muchas cosas: la seriedad, la parquedad, la presencia  de la poesía, la sutileza y el modo de narrar. Y luego, los otros europeos son extraordinarios: Albert Camus, Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre, entre otros. Un ejemplo extraordinario de los italianos es, por ejemplo, Alberto Moravia que a los veintidós años escribió una novela llamada Los indiferentes. ¡Que extraordinaria novela! hay que detenerse en ver, ese deseo que tiene de pintar a la sociedad. Cuando llegó Aldous Huxley al Perú yo le serví de cicerone y me dijo, “¿bueno, Moravia le gusta a usted?” y yo le dije que sí, mucho, y me dijo: “bueno a mi no,  porque este quiere ser Flaubert, quiere ser un segundo Flaubert; quiere explicarlo todo aquí y allá y no deja las cosas que sean; sino que el quiere hacer sus grandes comentarios”, y bueno, este es un comentario de Huxley. Pero en la obra se ve todo el trabajo que le cuesta al escritor estructurar la novela, como una afinación muy suya, es poético y muy doloroso. Pues se trata de cómo una generación se aficiona mucho del dinero, habla también de los grupos sociales más bajos. Hay una pareja de hermanos que se venden, su dios es el dinero,  etc. Luego hay ejemplos de  escritores latinoamericanos que merecen subrayarlos, escritores como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa. Antes, en Horacio Quiroga o en  el grupo de La Plata con Juan Carlos Onetti, Roberto Artl, que por cierto, gustaba tanto a Cortázar, todos son en conjunto,  un ejemplo maravilloso y son brazos que nos están tirando para escribir. Tenemos suerte en verdad porque no solos  podemos escribir, sino que nos ayudan a escribir los escritores.

 

Ha mencionado a Jean Paul Sastre, éste afirmaba que una obra de arte es mitad de quien la hace y mitad de quien la lee en este caso.

Bueno yo creo que en el Perú falta esa otra mitad. Uno se desvive en hacer bien las cosas y la reacción es  a veces bastante fría. Pero  algunos tienen suerte y entonces  los lectores por lo general se prenden de los escritores comerciales y populares. Pero hay otros que están en la sombra y ojalá llegue su época alguna vez, porque si no estarán dormidos como lo están muchos libros en las bibliotecas. Lo que yo temo mucho, muchísimo, es que la informática; ese deseo de aprender brevemente todo, de saber brevemente de todo influya en el libro. Ya  no hay lecturas copiosas, largas, cientos y cientos de páginas como sin duda se ve en las playas de Europa. Pero en cambio, las nuevas generaciones se dedican a lo concreto: la comunicación sintética y breve. La minificción, por ejemplo, que está gustando mucho o de pronto,  el olvido a unos,  para aplaudir a otros. Pero por otro lado, creo en el valor de las cosas, en la esencia de las cosas, que alguna vez permitirá que se vea el valor auténtico de algunos escritores. Ayudé  a algunos, meses de meses, a que escriban, a que corrijan, a que se gradúen y  a todo lo demás, en dos o tres casos lo he conseguido. No voy a decir los nombres, pero los triunfos son extraordinarios  y de pronto, están callando, por su propio peso, por  conducta, etc. Sobre todo, siendo profesor en San Marcos me ha gustado muchísimo ayudar, donde he visto calidad y talento, incluso me he metido en varias revistas. Pero hay que rescatar lo que es de valor, no el nombre, no al grupito determinado que se cree importante. Nosotros los de nuestra generación nunca nos creímos importantes, nosotros trabajamos para los demás,  nunca  fuimos parricidas, nunca condenamos a la generación anterior. Nuestras primeras páginas  incluso estaban dedicadas a Ciro Alegría y José María Arguedas, estaban dedicadas a Estuardo Núñez,  a Porras Barrenechea, a Martín Adán, nosotros les cedíamos el paso a ellos. En cambio la generación que vino después ni se preocupó de nosotros, con el primer número de su revista nos bombardeó y nunca más, se ocupó de nosotros. Cuando hubo un miembro de esa generación en el año 1970 ya había publicado cinco o siete libros, asimismo publicaba en  México,  Niebla cerrada, entonces,  ese señor muy distinguido en los años 70′ dijo: “he aquí un nuevo intento de Zavaleta de entrar en la literatura”, -y me dije-, cómo uno va estar en contra de los suyos, porque él nació en una fecha y no en otra, es una ridiculez, concluí.

 

Alejandro Mautino Guillén (Huaraz, Perú) es profesor de Literatura peruana y latinoamericana en la Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo. Dirige la revista de literatura e investigación «Casa de Asterión». Su libro «Para ahorcar pájaros con tu cabello» fue declarado finalista en la XVI Bienal de poesía Premio Copé 2013.

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