La presente reseña fue publicada por su autor, originalmente, en Cuadernos Hispanoamericanos, N° 804, junio de 2017. Realiza un análisis de Todos los Madrid, el otro Madrid (Antología poética) (2016), de Edwin Madrid.
Por Eduardo Moga*
Crédito de la foto (izq.) Ed. Pre-Textos /
(der.) Jean-Luc Bertini
La poesía nos salva
Tras una dilatada carrera literaria, que empezó en 1987 con ¡Oh! Muerte de pequeños senos de oro y que conoció un hito importante en 2004, con la publicación en España de Mordiendo el frío, premio Casa de América de Poesía Americana, el ecuatoriano Edwin Madrid (Quito, 1961) publica ahora Todos los Madrid, el otro Madrid, una antología de todos sus libros, más un largo fragmento de Levantar el vuelo, inédito, ordenados al revés de lo que es habitual en los compendios poéticos: del más reciente, Al sur del Ecuador, publicado en 2015, al más antiguo, el ya mencionado ¡Oh! Muerte de pequeños senos de oro.
Recorrer este prolongado camino depara una primera y esencial constatación, que cabe intuir en el final del poema “El austríaco”, inspirado en la figura de Thomas Bernhard, perteneciente a Al sur del Ecuador. Allí escribe Madrid: “Y se refugió en su escritura, escribió cientos y / cientos de poemas, buenos y precisos poemas / incluso para la inconsciencia de la sociedad / de los sanos. (…) / Y el tiempo restante tomaba el lápiz guardado en / la funda de su bata y se precipitaba hacia su cuaderno / con desenfreno. Existía para su escritura. / El señor TB / no estaba loco, solo lanzaba al rostro del mundo los más / bellos, espléndidos, grandes y sonoros escupitajos”. Ese “existir para la escritura” es algo que se desprende con nitidez de la poesía de Edwin Madrid. La poesía lo ha colonizado todo: ocupa todos los espacios, trata de todos los temas, lucha contra todos los enemigos, aspira a todos los cielos. En suma, llena el ser: justifica la vida. De esta presencia omnímoda se derivan algunas de sus características principales. La más destacada acaso sea la pluralidad, sin fin aparente, de formas, temas, estilos y registros empleados. Muchos poetas despliegan unas obsesiones concretas y labran una manera definida de crear, y se ciñen a ese molde desde su primer hasta su último verso: son autores de cauce único, hondos quizá, pero previsibles y repetitivos. Madrid, en cambio, invade todas las jurisdicciones de la poesía, echa mano de todas las técnicas y exhibe una panoplia inagotable de preocupaciones y asuntos. Cada libro suyo pone el foco en algún aspecto de la realidad o la conciencia, y lo hace con un estilo, esto es, con unas fórmulas retóricas singulares, diferentes de las utilizadas en sus demás obras. En general, puede decirse que sus primeros poemarios beben más perceptiblemente de los esquemas vanguardistas –acentos irracionales, discursos cartilaginosos y enrabietados, incursiones oníricas; es revelador que cite a Breton en “Rabito”, de ¡Oh! Muerte de pequeños senos de oro– y que, conforme avanza en su producción, la expresión se reconcentra, se ajusta a una realidad más reconocible, se aleja, aunque nunca se desliga del todo, de la experimentación y la ruptura.
Junto a la omnipresencia de la poesía, otra preocupación es constante en la obra de Edwin Madrid, y definitoria de su naturaleza: la fascinación por la mujeres y las relaciones sentimentales que se establecen (y se rompen) con ellas. El propio Madrid resume ambos leitmotiv en el fragmento 83 de Levantar el vuelo: “crecí / entre los murmullos de [las] mujeres y la furia de la poesía”. Muchos de los poemas recogidos en Todos los Madrid, el otro Madrid narran peripecias amorosas, acercamientos y separaciones, fantasías y decepciones, o bien encuentros eróticos. Mordiendo el frío, una apócrifa autobiografía sexual, es el poemario más visiblemente pasional del conjunto, pero incluso en los poemas o libros más luctuosos, como ¡Oh! Muerte de pequeños senos de oro, la parca –elemento imprescindible del clásico binomio, eros y tánatos– aparece voluptuosa, con esos pechos áureos por los que el poeta siente comprensible propensión. “El manjar más antiguo del mundo”, de Pavo muerto para el amor (2012), poetiza, en prosa, un cunnilingus –una práctica, por cierto, poco reflejada en la poesía occidental–, aunque disimulado en un relato gastronómico (o una receta culinaria), sobre la exquisitez de la ostra, bajo la advocación de Giacomo Casanova: “Poco a poco, deslice los dedos. Cuando lo tibio sea calor abrasador, retírese con elegancia y exhiba la concha sobre una almohada blanca y blanda como una nube. Échele suficiente vino e inmediatamente recójalo a sorbos largos y profundos. Moviendo la lengua de arriba abajo, sentirá que toda se retuerce de placer. Entonces deje de lado la boca y actúe como si fuera el mismísimo Casanova”. Para equilibrar las cosas, en “Nuestra señora de la biblioteca”, de Mordiendo el frío, lo descrito es una felación.
Pivotando alrededor de estos ejes, la relación de intereses y objetos de atención de Edwin Madrid es muy amplia: Pavo muerto para el amor repara en la comida y la gastronomía (e incluye un poema autofágico, cuyo protagonista, después de devorarse a sí mismo, queda “reducido a una boca inmensa que querría comerse el mundo”); De puertas abiertas (2000) reflexiona sobre la casa, metáfora de la existencia y la identidad; Lactitud cero (2005) –un poemario en cuyo título se plasma otra de las constantes de la poesía de Madrid: el juego verbal– practica la sátira, al modo latino, contra los poetas de su país, y quizá también de otros lugares: como un Marcial contemporáneo, escribe: “Te confieso, Lelio, que, aunque para todos seas el gran poeta ecuatorial, para mí no eres más que un hombre con facha de tendero que en los recitales quiebra la voz en trémolos atiplados como putita de academia”; Caballos e iguanas (1993) recrea el mundo indígena e imita –y, a la vez, desmitifica– el relato de la conquista, en ocasiones con su propio lenguaje, lo que alumbra algunas de las mejores composiciones de la antología, en las que se mezcla la parodia, la epopeya y la crítica histórica, como “De cómo y por qué se llegó a destas tierras” o “El almirante desde la tierra más hermosa”, en cuya última estrofa leemos: “destas tierras es para desear para nunca dejar / en la cual todos los hombres de nos sean contentos / con hasta veinte mujeres de cabellos correndios / e oro cuanto ouiere menester / y esclavos cuantos pudieren escoger / especería y algodón cuanto pudieren cargar / y almastica y lignáleo cuanto ouiere / e creo también roibarbo y canela e otras mil especias / ques harto y eterno lo que nuestro Redentor / dios a Vuestras Altezas Rey e Reyna”; en fin, Celebriedad (1991) –otra paronomasia– constituye un largo y vigoroso discurso en el que se entrelazan el sueño, el alcoholismo y la locura: “beber nunca es obediencia / beber nunca es sumisión / beber es bibir”. En otros poemarios aparecen cuentos infantiles –a los que Edwin Madrid da la vuelta como un calcetín: subvertir el orden establecido, o al menos zarandearlo, es una de las funciones ineludibles del poeta–, fábulas americanas, poemas sobre los toros (cuya voz es la del toro: otra subversión), escenas urbanas –de una Quito poliédrica, ásperamente amable– y composiciones sobre la historia de la evolución, carentes de signos de puntuación. Merece la pena resaltar la dimensión reivindicativa de Edwin Madrid, que se plasma en las piezas americanistas, entregadas al canto de la naturaleza del Nuevo Mundo o de su atormentada historia; en la incorporación de las culturas indígenas a su cosmos poético; y en la inquietud social, de hoy mismo, como la que se refleja en “La encendida”, de Al sur del Ecuador, que ensalza la figura de la mujer trabajadora, de la mujer que no se rinde, sostén de todo, y cuyo final casa con la ola de ira ciudadana que ha barrido tantos países: “Llegar a la cima del Cotopaxi y abandonar el pueblo para / patear la ciudad. Quito, fría y sucia, pero suya, no la venció / ni hoy ni nunca y le puso hijos para que brinquen y pataleen / por sus entrañas, incendiando, rayando las montañas / (…). Mujer macho, mujer de cojones como tantas que nos han / enseñado a movernos, agitarnos, sacudirnos, reclamar, remover, / vibrar, hormiguear. Por todos los cielos: ¡indignarse!”.
Muchos poemas de Edwin Madrid son relatos líricos: sucesos con un sustrato o una estructura narrativa, pero cincelados con los instrumentos de la poesía: transformación lingüística, vínculos analógicos y asociaciones musicales, y emparejamientos, esto es, repeticiones, permutaciones, enumeraciones y paralelismos. A estas herramientas, Madrid añade el humor, aunque con visos negros. Su lenguaje es accesible, coloquial, pegado a la calle, al mundo, pero también crujiente, consciente de sí: nunca pierde intensidad. Se percibe elaborado, pero también natural, y esa es una de sus mayores virtudes: el artificio no le resta espontaneidad. Su vocabulario, sensual, vivo, no rehúye lo anómalo: desde los juegos verbales hasta el léxico indígena que enrarece –y enriquece– el texto o el francés macarrónico que emplea en un largo trecho de Celebriedad. Siempre preocupado por la recreación de lugares, o, mejor, de atmósferas, Madrid cultiva lo material y no lo abstracto; y, si lo hace, es siempre una abstracción tangible: un concepto metamorfoseado en cosa, o en recuerdo de cosa. Muchas formas están presentes en Todos los Madrid, el otro Madrid, aunque siempre que garanticen la libertad expresiva: no hay apenas escansión ni rima, ni poema estrófico alguno. Con el espíritu voraz y multitudinario que lo caracteriza, el poeta recurre al poema breve y al poema torrencial; al poema en prosa y al poema en verso; al monóstico y al versículo.
Levantar vuelo, que cierra el libro, es un compendio significativo de la poesía de Edwin Madrid. Largo pero fragmentario, y ordenado en estrofas numeradas, de extensión variable, recorre todos los territorios del lenguaje, como un explorador sin prejuicios ni limitaciones. Es un bildungsroman, pero también una road tale; es una historia erótico-sentimental, pero igualmente una broma gongorina, una relativización o burla de los procedimientos retóricos. Cómico y monorrimo al principio (“Tú eres mi amor, mi dicha y mi tesoro; / irte es dejar mis días sin el brillo del oro, / y es allí cuando el llanto me causa atoro / pues cuerpo y mente entran en deterioro”), cobra después un tono nerudiano, épico-cívico: “Me veo acostado en mi tienda de viaje / y toda Latinoamérica entrevista desde el lomo / de los camiones a toda máquina. Las ruedas echando / chispas a velocidades inauditas, enredándose con los sueños, / girando y haciendo flamear la camisa de mis sueños. / Llegué a Tuluá, Riosucio, pasé por León. / Me detuve en Sonora, volví para Rosario, fui hasta / Arica, recorrí mi país de cabo a rabo y sé / de sus montañas, selvas, de sus indios y mujeres. / País maltrecho y saqueado como cada Estado / de América Latina”. Levantar vuelo concluye, hasta el momento, una de las más amplias y audaces líricas de Ecuador, y de toda Hispanoamérica, de las últimas décadas, movida por una arraigada creencia en la necesidad de la poesía y en su carácter salvador.