La presente entrevista fue publicada, originalmente, en la revista El Búho, en 2010. Hoy es recuperada para Vallejo & Co. por su importancia.
Nota y selección de poemas por Aleyda Quevedo Rojas
Crédito de la foto www.poetassigloveintiuno.blogspot.pe
La poesía del desafuero.
Carilda Oliver Labra
Matanzas: el viaje hasta Tirry 81
El verano caribeño arranca feroz en junio, sus últimos días anuncian que julio y agosto serán de un calor casi insoportable en la isla de Cuba. “Tiempo ideal para dedicarse a las cosas del espíritu, bañadas de sudor”, sentencian algunos cubanos.
Por la carretera pavimentada y en perfecto estado que lleva de La Habana a las playas de Varadero, justo en la mitad del camino, hay una preciosa ciudad de ríos y una amplia bahía, rodeada de todos los intensos verdes del campo, árboles y flores diversas, se trata de Matanzas.
La mañana del 29 de junio del 2009 llegué a Matanzas, al norte de la costa de Cuba, a 90 kilómetros de La Habana, en un Lada bien conservado cuya joya guardada en su interior era un equipo de sonido que leía formatos mp3 y que nos encantaba con las canciones de Frank Delgado, Idania Valdés, Tom Waits, Norah Jones y Haydeé Milanés.
Matanzas, fundada en octubre de 1693, tiene una población de alrededor de 200 mil personas; el centro de la ciudad conserva sitios inundados de historia como el Teatro Sauto, el Parque de La Libertad, los puentes sobre el río Yumurí y el San Juan, y esa atmósfera arquitectónica y nostálgica que nos recuerda que es la ciudad natal del Rey del Mambo, Dámaso Pérez Prado; también está la señorial casona caribeña donde funciona Ediciones Vigía, lugar especial y de visita obligada, donde se diseña, imprime, encuaderna, adorna, embellece y construyen libros de poesía. En esta editorial, su gente logra transformar páginas de papel reciclado en objetos de arte, para el disfrute de los sentidos, que coleccionistas y lectores adictos a la poesía aprecian y compran, verdaderamente, encantados.
Pero, sobre todo, en Matanzas vive Carilda Oliver Labra, matancera implacable, isleña universal, y una de las más importantes escritoras vivas del continente. Muy bien acompañada por el poeta, dibujante, editor y musicólogo Sigfredo Ariel y por la escritora y editora oriunda de Matanzas Olga Marta Pérez, tuvimos el privilegio de ser recibidos por la poeta. La ilusión de conocer a Carilda me desordena y me recuerda, fuertemente, a mi admiradísima y querida Blanca Varela, otra mujer gigante, peruana que cambió para siempre la poesía escrita por las mujeres; ella decía: “La poesía no se elige, es un destino”. Y al recorrer Matanzas, pensando en el encuentro con Carilda, sentí implacablemente, que es así, un destino.
En la vieja casona, ubicada en plena calzada Tirry 81 que desde siempre ha sido su hogar, además, de plantas, diplomas y reconocimientos enmarcados como cuadros, estantes con viejos libros, doce gatos que pasean lentos y desordenados por la casa, y un perro salchicha, de nombre Stalin, es imposible no fijarse en el imponente vitral incrustado en el dintel de la puerta, que conduce hacia el patio que lleva a las habitaciones. Por el exquisito diseño, parecería el escudo de la familia Labra, y por los colores intensos, creería que fue inspirado por el paisaje matancero.
Al fin, aparece Carilda y me recibe con un abrazo cariñoso; inmediatamente llega el café negrísimo y aromático, servido en pequeñas y delicadas tacitas. Todo está listo para conversar de poesía, esa misteriosa, vital y potente religión, que ha mantenido lúcida, bella y activa a Carilda Oliver Labra, quien a sus 87 años, luce espléndida, ágil, dispuesta y abierta para la conversación, la risa, y el interés por conocer y hablar con una ecuatoriana que la ha seguido y leído, desde hace mucho.
Al sur de mi garganta o la intuición
Un prólogo del escritor Miguel Barnet, abre el precioso libro Sombra seré que no Dama, que reúne bellos poemas de esta cubana, con dibujos del maestro Roberto Fabelo, y algunos conceptos fundamentales para entender la obra de esta poeta. Barnet sostiene: “La poesía de Carilda nació marcada por el signo del desafuero y la iconoclastia. Fue una explosión que hizo pedazos los intentos feministas anteriores a la edulcorada y romántica poesía de fines del siglo XIX. Una explosión que obligó a sus coetáneos del XX a observar con detenimiento y no sin asombro sus atrevidos versos neorrománticos, herederos de un estilo que había cobrado su plenitud en las décadas del treinta y cuarenta. Carilda irrumpió con audacia y desenfado con poemas que aludían a su vida amorosa, a sus apetitos eróticos y su profundo y descarnado realismo, preñado de un humanismo conmovedor y pletórico… Ninguna palabra me puede acompañar porque ella es lo inasible, la ciega que se mira en sus espejos. La que escapa por el resquicio enigmático de sus propios versos. La que sin máscaras es todas las máscaras y en el retrato parece simplemente una mujer”.
De las mayores virtudes que esta gran poeta ha cultivado, son su sentido y ritmo clásico y a la par transgresor por el lenguaje y el pensamiento, que se evidencia y confirma en su primer libro: Al sur de mi garganta, libro crucial y fundacional, no solo en la obra toda de Carilda, sino en la poesía latinoamericana.
“Dentro de la tradición universal de la poesía amorosa, o al menos en la de las lenguas “neolatinas”, diríase que Oliver Labra se desenvuelve en la herencia del Libro del Buen Amor, más que en la línea petrarquista idealizadora. Ella canta y celebra a un hombre concreto y físico, a su lado o anhelado, no a un “príncipe azul” o “amado inmóvil” tan inasible por ideal o soñado y por ello inmaterial. En todo caso, “Laura” es ella, pero en posición de poeta (de Petrarca), sin el menor sentido de sumisión femenina al “poder poético masculino”, aunque tampoco sin la actitud sáfica a la manera “feminista” moderna. No le importa la agresividad erótica que describa tácitamente la experiencia sexual, sino su sugerencia (“La vida cabe en una gota”), su goce anterior y posterior del antiguamente llamado “deliquio”, como si el amor carnal fuese un desmayo o un vértigo”, señala sobre la obra de Carilda, el estudioso Virgilio López Lemus. Y en Al sur de mi garganta, publicado en 1949, que 60 años después, volverá a editarse en Cuba, es donde mejor se aprecia, este acertado criterio, de uno de los que más y mejor conoce su obra.
Carilda, nació el 6 de julio de 1922 en Matanzas, doctora en Derecho Civil por la Universidad de La Habana, fue profesora de dibujo, escultura y pintura y trabajó en la Biblioteca de su ciudad. Es Premio Nacional de Literatura y ha recibido los más importantes reconocimientos de la literatura cubana. Muchos de sus poemas integran las mejores antologías de poesía del mundo como están en la memoria de cientos, miles de lectores.
El dolor la paraliza, el amor es el que define su escritura. Ella es un corte perfecto del más puro cuarzo. Su piel blanca, aperlada, con tonos cremas, beige, vainilla, delatan la sensualidad que le pertenece; sus ojos grandes y tremendamente azules o verdes, según el tono e intensidad de la luz, le confieren la belleza de la magia, la sabiduría de una mujer que sigue ejerciendo la libertad, el lugar que nunca, ningún escritor, puede extraviar.
Antes de partir, me aconseja que comience a escribir sonetos, me da algunas claves y me habla del ritmo que debo mantener. Yo, solo la miro fijamente, guardando su apacible belleza, mientras se queda sentada en la silla mecedora, en la perezosa de madera que la recibe cada tarde para aspirar el aire cálido del verano.
Dejo la casa de la poeta y camino por la ciudad, pensando en las primeras líneas de su poema: Sombra seré, que no dama:
Muerte que me das la mano/ pero no por ayudarme/ sino para al fin quitarme/ este sitio en el verano/…
De regreso a los Andes de Quito, apenas mi cuerpo recobra el oxígeno para enfrentar la altura, corro a buscar en mi estudio la edición príncipe de Al sur de mi garganta que aparece en 1949 con ilustraciones de Diago y Ana Sofía y fotograbados de Alfonso, sin sello editorial, solo una línea que dice: Propiedad del Autor y que abre con una impecable nota que condensa el pensamiento de Carilda sobre el acto íntimo que es el ejercicio de la poesía:
Publicar versos es descubrir verdades que ni siquiera sospechábamos adentro, y que de otro modo quedarían inconfesas. Es siempre la profanación de una intimidad inefable. Por ello dudé de abrir mi poesía. Pero algo extraño y confuso sucedió: las palabras, trémulas, comenzaron a subir sin mi permiso, hacia la garganta, irremediablemente, desde el sur…Tuve que dejarlas en papeles dóciles y moribundos que apenas podían soportar su peso. Allí se borraban…Entonces llegué a comprender la oscuridad de ese destino: ellas –que habían nacido para darse- estaban obligadas al silencio…
Quise ser justa. Quise otorgarles su natural derecho a la luz. Aquí están: con sueño aún, perfectamente puras, sin credenciales, sin apoyo de gracia; sin otra presunción que el elemental deseo de vivir.
9 poemas de Carilda Oliver Labra
Carilda
Traigo el cabello rubio; de noche se me riza.
Beso la sed del agua, pinto el temblor del loto.
Guardo una cinta inútil y un abanico roto.
Encuentro ángeles sucios saliendo en la ceniza.
Cualquier música sube de pronto a mi garganta.
Soy casi una burguesa con un poco de suerte:
mirando para arriba el sol se me convierte
en una luz redonda y celestial que canta…
Uso la frente recta, color de leche pura,
y una esperanza grande, y un lápiz que me dura;
y tengo un novio triste, lejano como el mar.
En esta casa hay flores, y pájaros, y huevos,
y hasta una enciclopedia y dos vestidos nuevos;
y sin embargo, a veces… ¡qué ganas de llorar!
Me desordeno, amor,
Me desordeno
Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.
Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada;
me desordeno, amor, me desordeno.
Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa del veneno;
y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.
Poesía
Por poderosa sangre voy llamada
a un latido constante de temblores.
Me quedo en esta huida de las flores,
con ese fin de soledad tocada.
Y cerca de esto, que parece nada,
me transcurre una furia de esplendores
con ganas de vivir, como los dolores
del fondo de la vena a la mirada.
Trasiego audaz, mandato de la estrella
(cuando te llevo aquí casi soy bella):
ahógame en tu rabia salvadora,
recógeme de mí –que soy lo inerte
y tú eres lo que vive de la muerte-
en la pluma patética y sonora.
Te mando ahora
a que lo olvides todo
Te mando ahora a que lo olvides todo:
aquel seno de nata y de ternura,
aquel seno empinándose de un modo
que te pudo servir de tierra dura;
aquel muslo obediente pero fiero
que venía de sierpes milenarias,
aquel muslo de carne y de me muero
convocado en las tardes solitarias;
aquel gesto al echarme en la locura.
Aquel viaje al amor, de mi cintura;
aquel gusto en la piel a lirio extraño,
aquel nombre pequeño bajo el nombre,
aquel pecado de volverte un hombre
en el vicio feliz de hacerme daño.
Adiós
Adiós, locura de mis treinta años,
besado en julio bajo la luna llena
al tiempo de la herida y la azucena.
Adiós, mi venda de taparme daños.
Adiós, mi excusa, mi desorden bello,
mi alarma tierna, mi ignorante fruta:
estrella transitoria que se enluta,
esperanza de todo por mi cuello.
Adiós, muchacho de la cita corta;
adiós, pequeña ayuda de mi aorta,
tristísimo juguete violentado.
Adiós, verde placer, falso delito;
adiós, sin una queja, sin un grito.
Adiós, mi sueño nunca abandonado.
Amor, ¿cómo es que vienes?
Amor, ¿cómo es que vienes
a darle al pensamiento tu estocada
si estoy entre las sienes
-débil mujer a golpes decorada-
y apenas tengo trato con la aurora
por no mirar la luz que eres ahora’?
Amor, ¿cómo es que usas
el mismo corazón en que naufrago
y arrimas tus confusas
palabras al silencio este tan vago
y en brote que es de gloria me enajenas
mientras ardiendo estoy entre las penas’?
Amor, ¿cómo es que tocas
eI mundo donde salgo desmentida,
y vuelves y provocas
de nuevo los dolores de tu huída
si a tiempo de morirme tanto y tanto
te yergues sin cadáver en mi canto?
Anoche
Anoche me acosté con un hombre y su sombra.
Las constelaciones nada saben del caso.
Sus besos eran balas que yo enseñé a volar.
Hubo un paro cardíaco.
El joven
nadaba como las olas.
Era tétrico,
suave,
me dio con un martillito en las articulaciones.
Vivimos ese rato de selva,
esa salud colérica
con que nos mata el hambre de otro cuerpo.
Anoche tuve un náufrago en la cama.
Me profanó el maldito.
Envuelto en dios y en sábana
nunca pidió permiso.
Todavía su rayo láser me traspasa.
Hablábamos del cosmos y de iconografía,
pero todo vino abajo
cuando me dio el santo y seña.
Hoy encontré esa mancha en el lecho,
tan honda
que me puse a pensar gravemente:
la vida cabe en una gota.
Una mujer escribe este poema
Una mujer escribe este poema
donde pueda
a cualquier hora de un día que no importa
en el siglo de la avitaminosis
y la cosmonáutica
tristeza deseo no sabe qué
esperando la bayoneta o el obús
una mujer escribe este poema
sin atributos
a desvergüenza y dentellada
fogosa inalterable arrepentida pudriéndose
caemos por turno frente a las estrellas
todos tenemos que morir
no hay nada más ilustre que la sangre
una mujer escribe este poema
qué estúpida la vida que divide sol de sombra
el crepúsculo pasa
acumulándose al final de las azoteas
supimos de pronto de una trombosis coronaria
existes soledad
sonó una bomba
vean si se han roto los lentes de contacto
una mujer escribe este poema
separa quince pesos para el alquiler
mi amigo viejo
se desprende del mediodía por la próstata
bailamos
sigue la preparación combativa
no pasarán
una mujer escribe este poema
como quien ha perdido el tiempo para siempre
creo en el corazón de Denise Darval
hemos ganado porque morimos muchas veces
parece que tengo un derrame de sinovia
no hay tiempo para la poesía
de veras que los frijoles se han demorado en hervir
te juro que mañana presentaré el divorcio
una mujer escribe este poema
como hay fantasmas a las siete en mi pecho
entablillé una rama a la areca que está triste
mamá tú no sabes la falta que me haces
si suena la alarma aérea
recojan a los niños que duermen en la cuna
voy a guardar este retrato del Ché
como calló el canario traje un tenor a casa
una mujer escribe este poema
cargada de ultimátums
de pólvora
de rimel
verde contemporánea lela
entre el uranio
y
el cobalto
trébol de la esperanza
convaleciente de amor
tramposa hasta el éxtasis
tonta como balada
neurótica
metiendo sueños en una alcancía
ninfa del trauma
jugando a no perder la luz en el último tute
una mujer escribe este poema.
La tierra
Cuando vino mi abuela
trajo un poco de tierra española,
cuando se fue mi madre
llevó un poco de tierra cubana.
Yo no guardaré conmigo ningún poco de patria:
la quiero toda
sobre mi tumba.