Por Mario Pera
Crédito de la foto www.viceversalitterature.ch
“La poesía de hoy es muy complicada, sobre todo en alemán”.
Entrevista con Markus Hediger*
Mario Pera [MP]: Markus, ¿cómo te vinculas con la literatura y, en particular, con la poesía? Es más común que cuando las personas piensan en escribir, se decidan por escribir narrativa. ¿Tal vez te decidiste por la poesía después de leer un poemario o a un poeta?
Markus Hediger [MH]: Desde muy pequeño leía libros. A la edad de 10 años me vino el deseo de escribir libros, libros de suspense por supuesto, porque como cada niño había leído Robinson Crusoe, La isla del tesoro y otras novelas de aventuras. Un poco más tarde, a los 14, 15 años, devoré todas las novelas policíacas de Agatha Christie. Pero siempre tenía también el deseo de leer las obras clásicas alemanas, las de Goethe y Schiller, además de las de autores clásicos suizos como Gottfried Keller, Jeremías Gotthelf, Conrad Ferdinand Meyer, pero no entendía casi nada de lo que leía, eran incomprensibles para mí. Tuve que esperar a los 16 años, al año 1975: y en el verano, después de mi primer viaje a París, empecé a leer libros «de verdad», los de Émile Zola, Oscar Wilde, Hermann Hesse, Thomas Mann. Fueron mis primeros autores. Como ves, nada de poesía.
En noviembre de 1976, después de haber leído a Racine, me compré un cuaderno y me puse a escribir mi primera obra «literaria», una obra teatral basada en el tema de Fedra, porque entonces estaba convencido de que el teatro era mi vocación. Nunca terminé este primer texto, pero seguí con las ganas de escribir otras obras teatrales. Y así lo hice. Con el resultado de siempre: no pude terminar ningún proyecto. En 1977 empecé con la prosa, con un cuento de unas diez páginas. Este mismo año cambié de lengua, porque mi madre solía leer mis manuscritos y quería escribir algo sobre mi madre, entonces ¿cómo hacer para que no entendiese nada? Opté por el francés y abandoné el alemán. Y lo que sentí al escribir las primeras palabras fue una gran liberación: ¡las palabras no tenían pasado, no tenían nada que ver con la lengua «materna», ninguna palabra había sido usada antes, era, nueva, fresca! Pero tenía que consultar el diccionario todo el tiempo, y todavía lo hago. Lo controlo todo (en alemán también, cuando traduzco).
La poesía me vino un año más tarde, en 1978, y ocurrió directamente en francés, una noche, una visión que tuve: la escribí, la corregí, y algunos días después enseñé esta primera poesía a mi profesor de francés, François Remy, que me dijo: «¡Así no!» Luego me inculcó la versificación clásica francesa, o sea la métrica, con sus complicadas normas, del modo en que escribían esos poetas que admiramos: Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Hugo, todos. Leía a los poetas franceses de los siglos XIX y XX. Pero mis primeros poemas no tenían mucho valor poético o literario: los considero como mi «aprendizaje», mi «solfeo», mis «ejercicios de destreza».
Los encuentros decisivos los hice en 1979 ―en París conocí al poeta y dramaturgo libanés Georges Schehadé, que me abrió horizontes nuevos y muy diferentes, algo del surrealismo, me dijo: «Tienes que leer a Éluard, Saint-John Perse, Supervielle…»―, y en 1981 conocí a la poeta suiza Erika Burkart, que me dio otros consejos valiosos: «Tienes que trabajar el lenguaje, me decia, afina tu oído al ritmo del verso, a los sonidos, las aliteraciones, las asonancias…» Como ves, no decidí nada, la poesía vino a mí después de haber pasado por el teatro y la prosa.
[MP]: Estudiaste lenguas romances (francés e italiano) y crítica literaria en la Universidad de Zúrich. En la actualidad, es más usual que los escritores hayan estudiado literatura como una carrera profesional, pero algún tiempo atrás eso no sucedía. A la par, los escritores más trascendentales tampoco estudiaron literatura, de manera formal digo. ¿Cómo crees que puede ser útil para un escritor, para un poeta, el estudiar literatura y crítica literaria como profesión?
Es cierto que mis estudios son de tres décadas atrás, de los años 1980. Estudié la lengua francesa como materia principal, o sea literatura de la Edad Media, literatura «moderna» (a partir de 1500 más o menos) y lingüística. La crítica literaria que estudié como primera materia secundaria se enseñó en alemán, por uno de los grandes críticos literarios de Suiza alemana, Werner Weber, amigo de Thomas Mann, entre otros, y descubridor de muchos talentos literarios de los años 1950 en adelante. Le debo mucho a ese excelente profesor.
[MP]: Algunos temas de los que hablas en tu poesía son la familia, los recuerdos, la influencia del paso del tiempo, elemento que tienes tan presente que se puede decir que es un personaje, etc. Como poeta, ¿qué quieres generar en los lectores de tu poesía? Y, por otra parte, ¿qué te gusta a ti obtener como lector de los libros de poesía o narrativa que lees?
[MH]: Mira, la poesía de hoy es muy complicada, sobre todo en alemán. Ya casi ningún poeta cree más en el «yo» poético, a muchos le resulta sospechoso. Entonces no lo utilizan más, o muy pocas veces. Parece un pronombre de antaño, pasado de moda. Del otro lado la evitación del «yo» tampoco es una invención reciente, ya el poeta francés Jean Follain (1903-1971) escribió toda su obra literaria en tercera persona del singular o plural, muy pocas veces hay un «tú» y aún menos un «yo», y Follain hablaba siempre de la Francia de su infancia, o sea de la Francia de antes de la Primera Guerra Mundial, se podría decir que escribía una poesía «objetiva» y anclada en la vida concreta, fue también una reacción contraria al surrealismo de André Breton. Los poetas de la misma «corriente» eran André Frénaud y, sobre todo, Guillevic.
En lengua alemana existe una poesía para mí incomprensible, no sé ni de qué habla ni dónde estamos ni qué «provecho» podría sacar de ella, pero hoy uno tiene que formar parte del ambiente de ese tipo de poesía para ser «moderno», para que los periódicos hablen de uno. Es una poesía de «laboratorio», diría yo, que no me seduce para nada. Seducir, esa es la palabra. Lo que busco en un poema, en un libro en general, es un elemento que me seduzca. Puede ser una imagen, una metáfora, una aliteración, una asonancia, algo que me permita entrar en el texto y suscite una sensación, una chispa que me haga reflexionar. Una emoción, una imagen visible de manera casi cinematográfica que nace en la mente, algo conmovedor, esto es lo que espero generar en quien lee mis poemas.
[MP]: Has vivido en muchos países a lo largo de tu vida, Alemania, Italia, España o Argentina. En tu poesía podemos sentir esa «sensación de viajero», el constante movimiento y ese sentido de pertenencia a cada lugar en el que has vivido. ¿Crees que ese «nomadismo» aporta algo a tu poesía? ¿Cómo ese estilo de vida, en constante migración, ha influido en tu poesía y en tu trabajo literario?
[MH]: Me considero el poeta de los tranvías (distancias cortas), de los trenes (distancias más largas) —paso las horas de un viaje sentado a una mesa del vagón restaurante para escribir, leer, soñar, escuchar las charlas de los viajeros, mirar por la ventana…—, también de los aviones: recuerdo que en 2005, durante el vuelo de París a Buenos Aires, 13 interminables horas de viaje, escribí un poema, y al llegar a Buenos Aires, ya tenía ese poema sobre Alfonsina Storni que no tenía planeado, porque, en general, tardo mucho en acabar unos cuantos versos: ¡días, semanas, a veces años!
El movimiento es lo que me «inspira», es lo que hace que las ideas imprecisas empiecen a fluir y tomen cuerpo en las hojas de mi cuaderno a cuadros. Muy pocas veces escribo en mi casa. Creo que si fuera novelista tendría que pasar mi tiempo en casa, escribiendo. La novela (y el teatro) exige una disciplina cotidiana que la poesía no tiene. Lo que condiciona la poesía (así decía Schehadé) es la paciencia… ¡y la pereza! ¡Me parece un muy buen concepto, un consejo óptimo!
[MP]: Tu idioma materno es el alemán, pero gran parte de tu obra literaria y poética, en especial, la escribiste en francés. Sabemos que muchos suizos son bilingües pero, ¿por qué el francés y no tu idioma materno para escribir? Y, en relación a ello, ¿qué es más importante para ti en un poema? La estructura, la cacofonía, el mensaje principal.
[MH]: Como ya dije al principio de esta entrevista, elegí la lengua francesa para que mi madre no pudiera entender lo que escribía, o sea, por un reflejo protector. Luego mi profesor de francés me enseñó lo que se podría llamar el «oficio del poeta», que se puede considerar como cursi, como kitsch, pero en mis poemas el lector no se da cuenta de que hay una estructura rigurosa, que mis poemas no son versos libres sino versos bien contados y bien medidos porque, para mí, más obstáculos hay y más energía e imaginación tengo que emplear para superarlos, ya que no puedo contentarme con la primera idea que me viene a la memoria, tengo que buscar otras soluciones para decir lo que tengo en la mente.
También la cacofonía es esencial para mí, las aliteraciones, las asonancias, el ritmo en general, pero el ritmo surge por la estructura de los versos generalmente impares, o sea versos de 5, de 7 o de 9 sílabas (Verlaine escribió en su Arte poética: «La música, ante todo, / y por eso has de preferir lo impar, / más vago y más soluble en el aire, / sin nada en él que pese o que pose»), sobre todo porque mi poesía es narrativa y no se pierde en lo sublime, en lo abstracto, en lo filosófico, en esas esferas indeterminadas en las que el lector ya no puede saber si lo que lee es genial o si el poeta le deslumbra con falsas apariencias.
No sé si mi poesía tiene un «mensaje», nunca me gustó esta palabra «mensaje» porque suena a escuela secundaria, el profesor preguntaba: «¿Y qué quiere decir el poeta con esto?». El poeta, el artista verdadero no quiere decir nada. Mis poemas quieren ser tan sólo «representaciones» sin comentarios, o sea el arte es representacion (así como la ciencia es explicación de los mismos fenómenos), y el lector es el que saca conclusiones si le gusta…
[MP]: Eres traductor de narrativa, pero también de poesía. La traducción literaria no es fácil, ¿consideras que es mejor que un traductor literario sea también escritor? ¿Qué ofrece un traductor-escritor (un poeta, por ejemplo) para conseguir una mejor traslación del texto que un traductor que no es escritor no puede ofrecer?
[MH]: Yo creo que son mitos los del escritor que traduce mejor que traductor que no escribe por su propia cuenta. Taducir es ante todo saber una lengua a la perfección, sumergirse en una cultura ajena y en un país con su sociedad, su historia, asimilarlo todo, tener curiosidad y sed para aprender siempre más cosas. Pero, por otro lado, conozco también excelentes traductores que me dicen: «¡Ay, no, yo no traduzco poesía porque no es lo mío, es demasiado difícil, y dejo este trabajo a un traductor que es también poeta!»
Si un traductor sabe una lengua tal y como tiene que saberla, entonces es capaz de traducir también poesía, pero creo que ese rechazo viene justamente del hecho de que los profesores nos aburrían con sus preguntas sobre los mensajes… Como poeta tampoco puedo traducir a cualquier poeta sólo porque escribo poesía: hay poetas que no me gustan, hay otros que no me dicen nada o que juegan demasiado con las palabras.
Quiero poner un ejemplo: hay un escritor suizo, Jean-Luc Benoziglio (1941-2013), que escribió novelas con un virtuosismo vertiginoso, jugaba mucho con el lenguaje, pero no era virtuosismo vacío, gratuito, todo lo contrario, era para ilustrar a sus personajes tragicómicos que vivían en situaciones casi surrealistas, por ejemplo, aquel hombre que vive en la última planta de un viejo edificio de París. Se muda de un piso pequeño a un piso aún mas pequeño, así que no sabe ya dónde poner su enciclopedia de veinte tomos. La coloca en el water común de toda la planta donde pasa su tiempo leyendo. Claro que los demás inquilinos de la sexta planta también tienen que hacer sus necedidades, lo que provoca los diálogos más hilarantes que leí en mi vida. Me encanta ese tipo de libros, pero sé perfectamente que no son libros para mí, no tengo este virtuosismo en alemán, porque conozco mis limitaciones y por eso Jean-Luc Benoziglio está fuera de mi diccionario.
[MP]: Existen varios poetas suizos destacables como Blaise Cendrars, Philippe Jaccottet o novelistas como Robert Walser. Incluso, uno de los más importantes (si no el más importante) movimiento literario en el mundo en el siglo XX, el Dadaísmo, fue creado en Suiza. ¿Cómo ha influido en tu poesía la tradición literaria suiza? Y, vinculado a ello, ¿cuán importante es para un poeta el estar en contacto y leer la poesía de los jóvenes poetas contemporáneos?
[MH]: El dadaísmo no tiene casi nada que ver con Zúrich o con Suiza. Los creadores de ese movimiento cultural eran todos refugiados alemanes o franceses de la Primera Guerra Mundial: Hugo Ball, Emmy Hennings, Hans Arp, Richard Huelsenbeck, Tristan Tzara. Sólo Sophie Taeuber-Arp y el escritor Friedrich Glauser eran suizos. Los que frecuentaban el Cabaret Voltaire sí que eran zuriqueses: no entendían nada de lo que veían y oían, y les parecía todo muy absurdo, incoherente y escandaloso. El dadaísmo no tuvo ninguna influencia sobre mi poesía, pero el surrealismo sí, por lo menos un poco al principio de mi «carrera», cuando iba regularmente a ver a Georges Schehadé que, en los años 30, 40 y 50 del siglo pasado, había sido amigo de André Breton, Benjamin Péret, Max Jacob, Paul Éluard, Octavio Paz y muchos otros poetas y pintores como Max Ernst y André Masson. Las visitas a Schehadé eran siempre un viaje a través del tiempo en que podía asisitir a lo que habían dicho René Char, Jean Cocteau, Julien Green, Jean-Louis Barrault y Eugène Ionesco, que fue su vecino en los últimos años de su vida. Schehadé me hacía leer cartas que tenía guardadas en dos cajas de zapatos: surgían las voces de Ingmar Bergman, Samuel Beckett, Nathalie Sarraute, Arthur Adamov, Saint-John Perse, Jules Supervielle y de muchos otros.
Obviamente, leo a los poetas suizos —jóvenes o mayores— que escriben en alemán, francés, italiano, porque es importante estar al tanto de lo que se publica en mi país, pero yo leo poetas de todo el mundo, muchos de ellos son latinoamericanos (por ejemplo, al colombiano Juan Manuel Roca, al chileno Gonzalo Rojas, a la argentina de origen suizo, ya clásica, Alfonsina Storni, que sigue emocionándome mucho, a la uruguaya Idea Vilariño), franceses (Ariane Dreyfus, Jean-Yves Masson), belgas (William Cliff), españoles (Jaime Gil de Biedma), portugueses (Nuno Júdice), italianos (Vincenzo Cardarelli) y otros más. Mis lecturas son muy heterógenas.