Por Patricia Crespo Alcalá*
Crédito de la foto (izq.) RIL eds. /
(der.) www.elcautivo.net
La palabra que orillea la vida:
Jabón de Nablus de Rodolfo Häsler
La espuma del jabón de Nablus va suavemente deslizándose entre las grietas de la palabra, en la fractura del tiempo que oscila entre 1981, el primer viaje al Kibutz Gan-Shmuel de Rodolfo Häsler y su primer poemario Poemas de arena (1982) allí nacido, y 2016, año en el que viaja a Ramala con motivo de un Festival poético, trasfondo de este Jabón de Nablus (2024), porque este libro establece un diálogo atemporal entre ambos conectando estos dos viajes. También la espuma de este milenario jabón une las orillas de dos mundos enfrentados en una tensión creciente que el poemario no encubre, aunque no sea una intención manifiesta del poeta plantear el conflicto geopolítico, social y humanitario, que hoy en día nos aborda y desborda.
Jabón de Nablus es un viaje: un viaje desde su partida en Barcelona, un viaje por los sentidos y un viaje por la propia escritura. El inicio del viaje da lugar al impulso creativo del poemario, fusionando así ambos:
Arranca con un prendimiento, una propuesta de viaje, es
una alianza de por vida. Luiz Felipe está aquí y abre el
cuaderno, escribe la palabra viento, agita así el impulso
creador, la energía primera.
Acompañamos, pues, al viajero en ese devenir: la llegada a Israel, la estancia en Jerusalén, el paso a Palestina, Ramala, Gaza, Nablus, hasta los confines donde una valla delimita los mundos, en el que se sobrevive y en el que la vida germina con libertad:
Nos acercamos al límite de la valla, del
otro lado hay sembrados, una ligera niebla se expande a
nivel del suelo, dan ganas de corretear entre los frutales,
hay cerezas, hay olor a pan, hay gente que se acerca
(…)
Por supuesto, es impensable pasar al otro lado, nadie dice
nada y tampoco hay salida.
Una atmósfera asfixiante que contrasta con la absoluta libertad de la palabra poética. Y a medida que va recorriendo calles, madrazas, zocos, cafés, transitando ciudades y caminos, vamos adentrándonos en el propio proceso de escritura y en la percepción sensitiva del poeta. Y es que, Rodolfo Häsler, consigue impregnar todos nuestros sentidos a través de la palabra: el olor (orégano, romero), el tacto:
rozo tu frente, amor,
rozo tu pómulo al despertar,
el tronco del olivo cruje,
bienaventurado el viento que esparce la dicha.
El gusto (queso, miel, café, agua de azahar, pistacho), el olfato (olor a pan, suave, dulce), la vista (el color de tus ojos, amarillo avellana, verde afilado, el color marfil del jabón), y el oído (la canción de Fairouz, la propia lengua árabe que escucha, la poesía recitada): “Sin hablar la lengua presiente significados, ecos que golpean en el centro del lenguaje, nada que no sepa de antemano, aunque el resultado sea un secreto a voces”. Todos ellos son interpelados, trasladándonos al instante. Es esta una de las virtudes de la poética de Rodolfo Häsler, la capacidad de transmudarnos en el espacio con sus versos, la capacidad de evocar…, bajo su mirada cualquier hecho cotidiano se transforma en poesía, es casi una poética de la contemplación y la pausa, pues nos detiene de las prisas del día a día. En este sentido, cabe destacar la importancia de la fotografía en la narrativa del poemario, ya que a la manera que el fotógrafo con su objetivo capta un fugaz segundo, así también su poesía lo registra, una écfrasis minuciosa y sugerente:
El silencio se incrusta en los muros y pasadizos.
Hay paredes desconchadas
y altas ventanas ojivales.
La opresión se abre en la plazuela
donde destaca la cúpula verde de la mezquita
y la torre otomana del reloj.
Por otro lado, las referencias a la fotografía son constantes en el libro: “Fotografío compulsivamente los pasadizos de la ciudad alta y esta noche te llegarán las imágenes”. La fotografía nos permite, con el tiempo, rememorar espacios, momentos y situaciones. Rodolfo Häsler se sirve de la palabra para revivirlos y lo hace estableciendo una conversación desde su propia poética al incluir siete poemas de otros libros anteriores, entre ellos alguno de aquel primero, nacido de su anterior viaje a Israel y Palestina, y creando una continuación entre ambos libros y viajes. A ello contribuyen a su vez los cinco sueños, reminiscencias de hechos del viaje de 1981, que durante la escritura del poemario afloraron no sin un cierto reflejo onírico: “Nablus la seductora se escurre por las mejillas”. Al tiempo que la propia escritura le posibilita ordenar recuerdos, porque “Hay que nombrar, siempre nombrar, para lograr un orden”.
La búsqueda para comprar este jabón de tradición milenaria, cuya elaboración nos poema, va hilvanando el viaje y dejando un rastro en nosotros, como lo hace sobre la piel la espuma y el olor del mismo. Y es que estos poemas transpiran una infinita sensualidad, donde el cuerpo está en una constante afloración. El jabón orillea los cuerpos de los amantes y los entrelaza más allá de la piel: “El jabón se diluye entre las manos, ambos nos lo pasamos como parte de un juego, en la ducha su aroma se adhiere a la escápula, enardece el tacto, rozo de nuevo tu mejilla”. A pesar de esta corporalidad, el poeta establece un cierto extrañamiento sobre su propia palabra, buscando ese distanciamiento necesario para que el lector se encuentre a sí mismo en el verso, jugando con nosotros y haciéndose visible en momentos significativos, como en los poemas que hablan de su infancia en Santiago de Cuba: “Y así busco el regreso/ a mi fortaleza derramada, a la patria/ derramada como todo amor…” Una infancia que enlaza en el siguiente poema con la personificación de la muerte llamando a la puerta (sugiriendo la leyenda del jardinero de Alepo, más tarde mencionada). Se crea así un trayecto vital en este libro, entre el principio y el final en una estructura anular, donde esa identidad existencial va configurándose en cada poema para concluir en una esencia poética; junto al jabón de Nablus y el viaje, es la propia poesía, el proceso creativo quien pespuntea este libro: “Durante el año trabajé en un poema que no tiene final, el poema oscila en la oscuridad” o “Tantas fantasías traspasadas al papel/ acaban siendo una declaración, todo lo que/ quiero decirte, mi oyente deseado”. Nos descorre el velo que oculta la intimidad del poema y del poeta, porque al tiempo él mismo se encuentra en la poesía ajena:
Responden por mí algunos versos de poetas a los que
siempre recurro, hablan por mí poemas que lanzo a la cara
de la gente hermosa.
El contacto con el otro nos concede el conocimiento y la completitud: “Uno es tres y cada uno es una individualidad. Pero ninguno es nada en solitario”. Y ese juego poético de acercamiento y alejamiento, que parece evocar al propio viaje a Ramala, el sujeto poético se revela omnipotentemente en los últimos versos: “Soy el que cada tarde escribe en el café, el que presume, sin lugar a dudas, de una aguda capacidad de acierto”.
La sinceridad de este poemario no esconde el trasfondo del conflicto israelí-palestino ante el cual, como telón de fondo, acontece el viaje, como ya comentamos. Los versos evidencian la tensión y el cerco opresivo al que la población y los pocos turistas que llegaban a Palestina vivían en 2016. Muchos de aquellos lugares han sido hoy aniquilados, sus habitantes obligados a huir o asesinados y aquellos que aún sobreviven a subsistir en condiciones infrahumanas. Los versos se revelan, por desgracia, proféticos:
Las sombras estallan contra los cuerpos,
la mirada se dirige a los desahuciados,
pero no olvides que Gaza
es un chasquido de ceniza.
O
“La terrible realidad, la falta de agua, la falta de perspectiva, al modo de huir, dejar atrás una tierra cansada…”
A través de la palabra la espuma del jabón de Nablus va suavemente deslizándose entre las grietas de la palabra, en la fractura del tiempo, y repara la quebradura de un mundo en disgregación, nos devuelve el instante gozoso de una mirada, que contempla cuanto le rodea, desde un sosiego y lentitud revolucionaria, que se impone al apresuramiento. Todo ello es el imprescindible Jabón de Nablus de Rodolfo Häsler.
*(España). Poeta y dramaturga. Licenciada en Filología Clásica por la Universitat de Valencia (España). Ha publicado diversos artículos y libros sobre la pervivencia de la mitología clásica en la literatura. Es colaboradora del programa de radio “Mar de Muses” y coorganizó los encuentros poéticos “Lavadero poético” (2019), “Plaza poética” (2020) y, en la actualidad, es responsable y coorganizadora del Festival Poético “Villa de las palabras” (2021, 2022 y 2023) en Puertomingalvo (Teruel-España). Su poesía ha participado en la exposición “Paraula poder” en el CCC de Arte Contemporáneo (Valencia, 2019) y en la exposición colectiva “13×13. 13 Rosas” (2020). Como dramaturga, es coautora, la obra teatral Antígona o la tragedia de Creonte (Univ. de Valencia, 1999). Ha publicado en poesía Erosgrafías (2018), Cantos de la desesperanza (2020) y Manifiesto de Incertidumbre (2022).
**(Santiago de Cuba-Cuba, 1958). Poeta y traductor. Desde los diez años reside en Barcelona (España). Estudió Letras en la Universidad de Lausanne (Suiza). Obtuvo el Premio Aula de Poesía de Barcelona, la Beca de la Oscar Cintas Foundation de Nueva York y el XII Premio Internacional de Poesía Claudio Rodríguez. Ha publicado en poesía Poemas de Arena (1982), Tratado de Licantropía (1988), Elleife (1993 y 2018), De la belleza del puro pensamiento (1997), Poemas de la rue de Zurich (2000), Paisaje, tiempo azul (2001), Cabeza de ébano (2007 y 2014), Diario de la urraca (2013) y Lengua de lobo (2019); la plaquette Mariposa y caballo (2002) y Cierta luz (2010), Así como antología poética (2005) y Antología d Tenerife (2007). Ha traducido la Poesía completa de Novalis, Los minirelatos de Franz Kafka y una selección de Anthologie Secrète de Frankétienne. Es Antologador de El festín de la flama, de la poeta boliviana Blanca Wiethüchter.